Con gran influencia en América Latina, Fidel desató décadas de ira de EEUU

El líder cubano, en la visión de Jorge Lewinger

26 NOV 2016 - 10:44 | Actualizado

La triunfante revolución cubana en 1959 tuvo gran influencia como vía alternativa y socialista a una América latina empobrecida en la que habían sido derrocados o fracasado gobiernos populares, lo que llevó a Estados Unidos a impulsar la Alianza para el Progreso para mejorar la economía del continente, mientras apoyaba la invasión de Playa Girón para tratar de derrocar el mal ejemplo de Fidel Castro, y luego a retomar la estrategia de los golpes militares en la región.

En la década de los 60 el gobierno de La Habana apostó su consolidación al desarrollo de experiencias guerrilleras en los países de la región frente a la ortodoxia prosoviética de la mayoría de los partidos comunistas de la región, que rechazaban la vía armada en el “patio trasero” de Estados Unidos para garantizar la “coexistencia pacífica” que pregonaba la URSS.

Por eso Castro decía en 1960 que Cuba era “un ejemplo que puede convertir a la cordillera de los Andes en la Sierra Maestra del continente americano”, y agregaba, dos años después, en la Segunda Declaración de La Habana, que “el deber de los revolucionarios es hacer la revolución”.

Ese mismo año, por presión del entonces indiscutido poder de Washington en la región, Cuba fue expulsada de la Organización de los Estados Americanos (OEA) con el argumento de que el marxismo-leninismo que profesaba era “incompatible con el sistema interamericano”.

Las juventudes latinoamericanas, no sólo las de una izquierda socialista, sino también las que se identifican con un cristianismo de los pobres, como proponía Juan XXIII -simbolizadas en el cura colombiano Camilo Torres, cofundador del Ejército de Liberación Nacional (ELN)-, se radicalizroan y asumieron esa vía armada en Guatemala, Venezuela, Perú, Brasil y la Argentina.

En la Argentina, al primer intento guerrillero peronista de los Uturuncos (1959) le siguió en 1964 el de Jorge Ricardo Masetti, que en realidad encabezó el primer proyecto revolucionario de Ernesto Che Guevara en su patria de nacimiento.

Ninguna de estas experiencias guerrilleras latinoamericanas tuvo éxito, y en abril de 1967, en la revista de la Tricontinental, expresión de la conferencia de apoyo a la lucha en África, Asia y América latina, el Che, ya clandestinamente en Bolivia, publicó su célebre propuesta: “Crear dos, tres, muchos Vietnam”, país que enfrentaba exitosamente a la primera potencia mundial que pretendía colonizarlo.

Pero Estados Unidos ya había descartado sus primeras propuestas reformistas e impulsaba los golpes militares con apoyo de los sectores dominantes de cada país para frenar la ebullición insurgente, y con oficiales imbuidos de la Doctrina de la Seguridad Nacional que se enseñaba en la Escuela de las Américas.

Así se produjeron los golpes de estado de Brasil, en 1964; también el primero en Bolivia en ese año, con sucesivas dictaduras casi sin excepción hasta 1982; en la Argentina, 1966 y 1976, y Uruguay y Chile, en 1973.

Derrotados todos los intentos guerrilleros de los años 60, apoyados por La Habana, y tras una situación económica cada vez más crítica, entre otras cosas por el embargo norteamericano, y tras el fracaso estrepitoso de la propuesta de producir 10 millones de toneladas de azucar en 1970, Cuba terminó recostándose cada vez más en la URSS, y se vio obligada a diluir sus proyectos de una autonomía sustentada en países aliados de la región.

Recién con el triunfo revolucionario de los sandinistas en Nicaragua, en 1979, la Cuba de Castro consiguió un punto de apoyo centroamericano, y ayudó a extenderlo a El Salvador, con los fuertes avances de la guerrilla del Frente Farabundo Martí Para la Liberación Nacional (FMLN).

Pero la guerra que desató la “contra” nicaragüense, públicamente apoyada por Washington, y el creciente empobrecimiento de ese país, llevó a la derrota electoral del sandinismo en 1990, y en el vecino El Salvador, dos años después, la insurgencia tuvo que negociar el abandono de las armas y el inicio de una paz que llevó al poder a la derecha de ese país.

La caída de la Unión Soviética y del bloque socialista europeo que lideraba, a comienzos de los 90, dejó a Cuba en su peor momento, sin apoyo económico y, por añadidura, sin adhesiones en Centroamérica, en lo que Castro definió eufemísticamente como “período especial”.

Sólo a fines de esa década el triunfo electoral del teniente coronel Hugo Chávez en Venezuela (diciembre de 1998) permitió a Castro volver a contar con un aliado, ahora estratégico, en Latinoamérica.

Pero el unilateralismo mundial que había gozado Estados Unidos tras la caída del Muro de Berlín y la globalización neoliberal que campeaba a nivel internacional comenzaron a resquebrajarse en el continente americano hacia fines del siglo XX.

En paralelo, resurgieron gobiernos populares en la región, algunos de los cuales se definieron como socialismos del siglo XXI, sea la Venezuela de Chávez, Bolivia con Evo Morales o el Ecuador de Rafael Correa, los que junto al Brasil de Luiz Inácio Lula da Silva, la Argentina de Néstor Kirchner, y el Uruguay de Tabaré Vázquez, terminaron por derrotar en 2005, en Mar del Plata, el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), el proyecto mimado del presidente norteamericano George W. Bush para el hemisferio.

Volvieron luego al poder el sandinismo en Nicaragua, con Daniel Ortega, y el FMLN en El Salvador, primero con un aliado, Mauricio Funes, y luego con el excomandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén.

América latina ganó autonomía en la primera década del siglo XXI y Cuba, ya sin su líder, enfermo en 2006, pero con Raúl Castro al frente del gobierno, regresó al continente y a formar parte de organismos que permiten a la región una integración heterogénea pero creciente, y con exclusión de Estados Unidos, como ocurre en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

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26 NOV 2016 - 10:44

La triunfante revolución cubana en 1959 tuvo gran influencia como vía alternativa y socialista a una América latina empobrecida en la que habían sido derrocados o fracasado gobiernos populares, lo que llevó a Estados Unidos a impulsar la Alianza para el Progreso para mejorar la economía del continente, mientras apoyaba la invasión de Playa Girón para tratar de derrocar el mal ejemplo de Fidel Castro, y luego a retomar la estrategia de los golpes militares en la región.

En la década de los 60 el gobierno de La Habana apostó su consolidación al desarrollo de experiencias guerrilleras en los países de la región frente a la ortodoxia prosoviética de la mayoría de los partidos comunistas de la región, que rechazaban la vía armada en el “patio trasero” de Estados Unidos para garantizar la “coexistencia pacífica” que pregonaba la URSS.

Por eso Castro decía en 1960 que Cuba era “un ejemplo que puede convertir a la cordillera de los Andes en la Sierra Maestra del continente americano”, y agregaba, dos años después, en la Segunda Declaración de La Habana, que “el deber de los revolucionarios es hacer la revolución”.

Ese mismo año, por presión del entonces indiscutido poder de Washington en la región, Cuba fue expulsada de la Organización de los Estados Americanos (OEA) con el argumento de que el marxismo-leninismo que profesaba era “incompatible con el sistema interamericano”.

Las juventudes latinoamericanas, no sólo las de una izquierda socialista, sino también las que se identifican con un cristianismo de los pobres, como proponía Juan XXIII -simbolizadas en el cura colombiano Camilo Torres, cofundador del Ejército de Liberación Nacional (ELN)-, se radicalizroan y asumieron esa vía armada en Guatemala, Venezuela, Perú, Brasil y la Argentina.

En la Argentina, al primer intento guerrillero peronista de los Uturuncos (1959) le siguió en 1964 el de Jorge Ricardo Masetti, que en realidad encabezó el primer proyecto revolucionario de Ernesto Che Guevara en su patria de nacimiento.

Ninguna de estas experiencias guerrilleras latinoamericanas tuvo éxito, y en abril de 1967, en la revista de la Tricontinental, expresión de la conferencia de apoyo a la lucha en África, Asia y América latina, el Che, ya clandestinamente en Bolivia, publicó su célebre propuesta: “Crear dos, tres, muchos Vietnam”, país que enfrentaba exitosamente a la primera potencia mundial que pretendía colonizarlo.

Pero Estados Unidos ya había descartado sus primeras propuestas reformistas e impulsaba los golpes militares con apoyo de los sectores dominantes de cada país para frenar la ebullición insurgente, y con oficiales imbuidos de la Doctrina de la Seguridad Nacional que se enseñaba en la Escuela de las Américas.

Así se produjeron los golpes de estado de Brasil, en 1964; también el primero en Bolivia en ese año, con sucesivas dictaduras casi sin excepción hasta 1982; en la Argentina, 1966 y 1976, y Uruguay y Chile, en 1973.

Derrotados todos los intentos guerrilleros de los años 60, apoyados por La Habana, y tras una situación económica cada vez más crítica, entre otras cosas por el embargo norteamericano, y tras el fracaso estrepitoso de la propuesta de producir 10 millones de toneladas de azucar en 1970, Cuba terminó recostándose cada vez más en la URSS, y se vio obligada a diluir sus proyectos de una autonomía sustentada en países aliados de la región.

Recién con el triunfo revolucionario de los sandinistas en Nicaragua, en 1979, la Cuba de Castro consiguió un punto de apoyo centroamericano, y ayudó a extenderlo a El Salvador, con los fuertes avances de la guerrilla del Frente Farabundo Martí Para la Liberación Nacional (FMLN).

Pero la guerra que desató la “contra” nicaragüense, públicamente apoyada por Washington, y el creciente empobrecimiento de ese país, llevó a la derrota electoral del sandinismo en 1990, y en el vecino El Salvador, dos años después, la insurgencia tuvo que negociar el abandono de las armas y el inicio de una paz que llevó al poder a la derecha de ese país.

La caída de la Unión Soviética y del bloque socialista europeo que lideraba, a comienzos de los 90, dejó a Cuba en su peor momento, sin apoyo económico y, por añadidura, sin adhesiones en Centroamérica, en lo que Castro definió eufemísticamente como “período especial”.

Sólo a fines de esa década el triunfo electoral del teniente coronel Hugo Chávez en Venezuela (diciembre de 1998) permitió a Castro volver a contar con un aliado, ahora estratégico, en Latinoamérica.

Pero el unilateralismo mundial que había gozado Estados Unidos tras la caída del Muro de Berlín y la globalización neoliberal que campeaba a nivel internacional comenzaron a resquebrajarse en el continente americano hacia fines del siglo XX.

En paralelo, resurgieron gobiernos populares en la región, algunos de los cuales se definieron como socialismos del siglo XXI, sea la Venezuela de Chávez, Bolivia con Evo Morales o el Ecuador de Rafael Correa, los que junto al Brasil de Luiz Inácio Lula da Silva, la Argentina de Néstor Kirchner, y el Uruguay de Tabaré Vázquez, terminaron por derrotar en 2005, en Mar del Plata, el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), el proyecto mimado del presidente norteamericano George W. Bush para el hemisferio.

Volvieron luego al poder el sandinismo en Nicaragua, con Daniel Ortega, y el FMLN en El Salvador, primero con un aliado, Mauricio Funes, y luego con el excomandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén.

América latina ganó autonomía en la primera década del siglo XXI y Cuba, ya sin su líder, enfermo en 2006, pero con Raúl Castro al frente del gobierno, regresó al continente y a formar parte de organismos que permiten a la región una integración heterogénea pero creciente, y con exclusión de Estados Unidos, como ocurre en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).


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