La falsedad de las verdades

Los supuestos básicos.

24 JUN 2017 - 21:29 | Actualizado

Por Daniela Almirón*  /  Twitter: @almirond

Si a uno que le gusta el teatro a rabiar, y le dicen así como así que el plan es ir a ver una obra, yo acepto sin dudar.
No importa qué obra es porque en definitiva lo importante es la compañía, el momento, el plan en sí mismo. Lo importante es compartir.
Si además a uno, es decir a mí, me dicen que la obra es con Julio Chávez, ya está. Listo. Es un re plan. Para mí una fiesta.
Si ya en la puerta del teatro están las gráficas gigantes y al lado del nombre de Julio Chávez está el de Adrián Suar… Bueno es un poco sorprendente. Sí, lo asumo. Me quedé sorprendida. Esta cosita de los juicios previos. Los supuestos.
Y también seré franca, me atravesó un sentimiento de mucha envidia. Pensé “que suerte tiene este tipo de compartir el escenario con ese monstruo. De trabajar con Julio Chávez”. Porque sí, me encantaría estar en ese lugar.
Se dice que es muy demandada la posibilidad de aprender teatro con Chávez.
Así con los ojos abiertos me recuerdo viendo ese peliculón de “Un oso rojo”, año 2003 y no sabía quién era ese actor, que hacía una dupla increíble con Soledad Villamil.
Luego lo seguía en la serie infernal que fue “Trátame bien” con Cecilia Roth y un elenco de nivel superlativo. Una serie en la que cada capítulo era una película autónoma y placentera.
La obra que se expone en el Teatro Nacional se titula “Una rato con él”, escrita en coautoría por Chávez y Camila Mansilla, dirigida por Daniel Barone.
Un texto de comienzo a fin, en que cada uno puede verse y encontrarse. En la conversación, en el conflicto, en el rulo de discusión. Encontrarse en el querer entenderse, en el querer decir. Decir lo que se quiere y no se puede. No poder verbalizar, fonar. Decir el sentimiento. Decir en la encrucijada de las historias familiares, los ocultamientos, los silencios, el amor dado o negado.
El gran diálogo de la obra con un aire a SándorMarai provoca tensión. Tensa músculos, tensa la respiración, tensa los pensamientos, recuerdos, emociones propias. Lleva a un estado de rigidez y silencio.
Porque decirse estos dos hermanos lo callado de años sin verse, por tener un padre común y madres diferentes, y reunirse motivado por la muerte de ese padre, resulta para ellos un encuentro devastador. Una herencia en cuestión y algunas sorpresas.
Decirse la verdad, o las verdades. Mi verdad, su verdad, nuestra verdad. La falsedad que develan las verdades. Nada más falso que la verdad, o nada más verdadero que lo falso.
En las sorpresas, puesto en crisis lo verdadero y lo falso. Quién atribuye a algo la autenticidad de lo verdadero. ¿Con qué elementos o parámetros? A la vez y lo mismo me pregunto en relación a lo falso. ¿Quién determina la falsedad? Una consecuencia de esto, al develarse lo verdadero y lo falso, la mortificación que ello puede provocar.
Estos hermanos se enfrentan a estos dilemas, a la confianza y desconfianza, a la aceptación recíproca y el vínculo construido.
¿Qué hace que las relaciones humanas interpersonales funcionen?, que el otro cambie ¿hace que funcionen mejor?.
Así estos personajes entre tantos reclamos recíprocos, mezclados y confusos, Darío le reclama a Gregorio que bebe mucho y que además no ha leído el documento que tienen que firmar. Gregorio entonces arroja el contenido de todas las copas, exclama que no beberá más y lee rápidamente el documento y acto seguido le pregunta a su hermano “hice lo que me pedías, ¿cambió la relación entre nosotros?
Un objeto de la herencia dejada por el padre fue auténtico en un momento, ahora ya no lo es, no obstante, un especialista dice que sí lo es y le ha puesto un jugoso precio.
Lo verdadero se convirtió en falso, y lo falso actual por obra de una palabra autorizada es repentinamente verdadero. Rodeados estamos de falsas verdades.
Lo que realmente tienen esos dos hermanos como usted y yo y los mortales de este planeta, son pequeños momentos guardados en sus corazones, recuerdos con sentimiento, que hoy claman por una relación fraterna y presente, desalojando las ausencias.
Eso es lo verdaderamente auténtico.  La vida es muy breve y sutil como para perder tiempo en elucubraciones sobre falsedades y verdades.
Sin especialista que diga cuales elementos construyen o no esa autenticidad, la verdad de los sentimientos se pone en acto. Aquí y ahora.#
*Daniela Patricia Almirón es abogada-mediadora.

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24 JUN 2017 - 21:29

Por Daniela Almirón*  /  Twitter: @almirond

Si a uno que le gusta el teatro a rabiar, y le dicen así como así que el plan es ir a ver una obra, yo acepto sin dudar.
No importa qué obra es porque en definitiva lo importante es la compañía, el momento, el plan en sí mismo. Lo importante es compartir.
Si además a uno, es decir a mí, me dicen que la obra es con Julio Chávez, ya está. Listo. Es un re plan. Para mí una fiesta.
Si ya en la puerta del teatro están las gráficas gigantes y al lado del nombre de Julio Chávez está el de Adrián Suar… Bueno es un poco sorprendente. Sí, lo asumo. Me quedé sorprendida. Esta cosita de los juicios previos. Los supuestos.
Y también seré franca, me atravesó un sentimiento de mucha envidia. Pensé “que suerte tiene este tipo de compartir el escenario con ese monstruo. De trabajar con Julio Chávez”. Porque sí, me encantaría estar en ese lugar.
Se dice que es muy demandada la posibilidad de aprender teatro con Chávez.
Así con los ojos abiertos me recuerdo viendo ese peliculón de “Un oso rojo”, año 2003 y no sabía quién era ese actor, que hacía una dupla increíble con Soledad Villamil.
Luego lo seguía en la serie infernal que fue “Trátame bien” con Cecilia Roth y un elenco de nivel superlativo. Una serie en la que cada capítulo era una película autónoma y placentera.
La obra que se expone en el Teatro Nacional se titula “Una rato con él”, escrita en coautoría por Chávez y Camila Mansilla, dirigida por Daniel Barone.
Un texto de comienzo a fin, en que cada uno puede verse y encontrarse. En la conversación, en el conflicto, en el rulo de discusión. Encontrarse en el querer entenderse, en el querer decir. Decir lo que se quiere y no se puede. No poder verbalizar, fonar. Decir el sentimiento. Decir en la encrucijada de las historias familiares, los ocultamientos, los silencios, el amor dado o negado.
El gran diálogo de la obra con un aire a SándorMarai provoca tensión. Tensa músculos, tensa la respiración, tensa los pensamientos, recuerdos, emociones propias. Lleva a un estado de rigidez y silencio.
Porque decirse estos dos hermanos lo callado de años sin verse, por tener un padre común y madres diferentes, y reunirse motivado por la muerte de ese padre, resulta para ellos un encuentro devastador. Una herencia en cuestión y algunas sorpresas.
Decirse la verdad, o las verdades. Mi verdad, su verdad, nuestra verdad. La falsedad que develan las verdades. Nada más falso que la verdad, o nada más verdadero que lo falso.
En las sorpresas, puesto en crisis lo verdadero y lo falso. Quién atribuye a algo la autenticidad de lo verdadero. ¿Con qué elementos o parámetros? A la vez y lo mismo me pregunto en relación a lo falso. ¿Quién determina la falsedad? Una consecuencia de esto, al develarse lo verdadero y lo falso, la mortificación que ello puede provocar.
Estos hermanos se enfrentan a estos dilemas, a la confianza y desconfianza, a la aceptación recíproca y el vínculo construido.
¿Qué hace que las relaciones humanas interpersonales funcionen?, que el otro cambie ¿hace que funcionen mejor?.
Así estos personajes entre tantos reclamos recíprocos, mezclados y confusos, Darío le reclama a Gregorio que bebe mucho y que además no ha leído el documento que tienen que firmar. Gregorio entonces arroja el contenido de todas las copas, exclama que no beberá más y lee rápidamente el documento y acto seguido le pregunta a su hermano “hice lo que me pedías, ¿cambió la relación entre nosotros?
Un objeto de la herencia dejada por el padre fue auténtico en un momento, ahora ya no lo es, no obstante, un especialista dice que sí lo es y le ha puesto un jugoso precio.
Lo verdadero se convirtió en falso, y lo falso actual por obra de una palabra autorizada es repentinamente verdadero. Rodeados estamos de falsas verdades.
Lo que realmente tienen esos dos hermanos como usted y yo y los mortales de este planeta, son pequeños momentos guardados en sus corazones, recuerdos con sentimiento, que hoy claman por una relación fraterna y presente, desalojando las ausencias.
Eso es lo verdaderamente auténtico.  La vida es muy breve y sutil como para perder tiempo en elucubraciones sobre falsedades y verdades.
Sin especialista que diga cuales elementos construyen o no esa autenticidad, la verdad de los sentimientos se pone en acto. Aquí y ahora.#
*Daniela Patricia Almirón es abogada-mediadora.


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