La ciencia certificó que Matthieu Ricard es el hombre más feliz del mundo

El hombre más feliz del mundo es un monje budista francés. Se llama Matthieu Ricard, tiene 71 años y batió hace una década todos los récords en un estudio de la Universidad de Wisconsin sobre el cerebro.

03 JUL 2017 - 23:22 | Actualizado

Gobiernos, economistas, psicólogos y médicos se han embarcado en los últimos años en una carrera por localizar, medir y definir el bienestar emocional y social. Una información valiosa para diseñar políticas públicas, prever el comportamiento humano, intentar revertir la epidemia de depresiones, aumentar la productividad de las empresas y vender todo tipo de productos a unos consumidores cada vez más monitorizados gracias a los avances tecnológicos.

El hombre más feliz del mundo es un monje budista francés. Se llama Matthieu Ricard, tiene 71 años y batió hace una década todos los récords en un estudio de la Universidad de Wisconsin sobre el cerebro. Su cabeza fue conectada a 256 sensores y sometida a resonancias magnéticas mientras meditaba.

Mostró una actividad inusual en el lado izquierdo, donde se concentran las sensaciones placenteras, hasta un nivel nunca visto hasta entonces por los neurocientíficos. Este feliz diagnóstico ha convertido a Ricard, doctor en biología molecular que lo dejó todo en los años setenta para abrazar el budismo tibetano, en objeto de fascinación de los poderosos.

Desde 2008 pasea su hábito rojo y naranja por los pasillos de Davos (Suiza), donde se codea con la élite política y financiera. La primera vez que el Foro Económico Mundial le invitó a su cita anual coincidió con el estallido de la crisis financiera que sacó a la luz, con crudeza, los excesos del sistema.Ricard es hijo del periodista y pensador liberal Jean-François Revel (con el que publicó en los noventa el libro El monje y el filósofo).

Asesor personal del Dalái Lama, alerta en conferencias, charlas por Internet y libros sobre los peligros de la búsqueda del “beneficio egoísta”, defiende el altruismo y da consejos para construir una sociedad más feliz. Ideas como las que predica Ricard no son nuevas, pero han irrumpido con fuerza durante los últimos años en el mundo de la economía —más acostumbrada a debatir sobre el PIB y la Bolsa—, en parte como respuesta inevitable a la crisis de valores que desencadenó la Gran Recesión.

Hay un interés creciente por parte de los economistas, las empresas, los psicólogos y los Gobiernos por localizar y medir el bienestar emocional y definir qué nos hace sentir bien, tanto individual como colectivamente. Esta información puede resultar muy valiosa para mejorar la vida de la gente y reducir la plaga de la depresión (ya afecta a más de 300 millones de personas, un 18% más que hace una década, según la Organización Mundial de la Salud).

“Los indicadores económicos de bienestar son complementos importantes del PIB y ayudan a diseñar políticas públicas y evaluar sus resultados”, explica Carol Graham, investigadora de la Brookings Institution. Pero la felicidad puede ser menos altruista de lo que parece: también es la base de un boyante negocio. Retiros, cursos online de meditación, libros de autoayuda, aplicaciones móviles… forman parte de una industria al alza.

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03 JUL 2017 - 23:22

Gobiernos, economistas, psicólogos y médicos se han embarcado en los últimos años en una carrera por localizar, medir y definir el bienestar emocional y social. Una información valiosa para diseñar políticas públicas, prever el comportamiento humano, intentar revertir la epidemia de depresiones, aumentar la productividad de las empresas y vender todo tipo de productos a unos consumidores cada vez más monitorizados gracias a los avances tecnológicos.

El hombre más feliz del mundo es un monje budista francés. Se llama Matthieu Ricard, tiene 71 años y batió hace una década todos los récords en un estudio de la Universidad de Wisconsin sobre el cerebro. Su cabeza fue conectada a 256 sensores y sometida a resonancias magnéticas mientras meditaba.

Mostró una actividad inusual en el lado izquierdo, donde se concentran las sensaciones placenteras, hasta un nivel nunca visto hasta entonces por los neurocientíficos. Este feliz diagnóstico ha convertido a Ricard, doctor en biología molecular que lo dejó todo en los años setenta para abrazar el budismo tibetano, en objeto de fascinación de los poderosos.

Desde 2008 pasea su hábito rojo y naranja por los pasillos de Davos (Suiza), donde se codea con la élite política y financiera. La primera vez que el Foro Económico Mundial le invitó a su cita anual coincidió con el estallido de la crisis financiera que sacó a la luz, con crudeza, los excesos del sistema.Ricard es hijo del periodista y pensador liberal Jean-François Revel (con el que publicó en los noventa el libro El monje y el filósofo).

Asesor personal del Dalái Lama, alerta en conferencias, charlas por Internet y libros sobre los peligros de la búsqueda del “beneficio egoísta”, defiende el altruismo y da consejos para construir una sociedad más feliz. Ideas como las que predica Ricard no son nuevas, pero han irrumpido con fuerza durante los últimos años en el mundo de la economía —más acostumbrada a debatir sobre el PIB y la Bolsa—, en parte como respuesta inevitable a la crisis de valores que desencadenó la Gran Recesión.

Hay un interés creciente por parte de los economistas, las empresas, los psicólogos y los Gobiernos por localizar y medir el bienestar emocional y definir qué nos hace sentir bien, tanto individual como colectivamente. Esta información puede resultar muy valiosa para mejorar la vida de la gente y reducir la plaga de la depresión (ya afecta a más de 300 millones de personas, un 18% más que hace una década, según la Organización Mundial de la Salud).

“Los indicadores económicos de bienestar son complementos importantes del PIB y ayudan a diseñar políticas públicas y evaluar sus resultados”, explica Carol Graham, investigadora de la Brookings Institution. Pero la felicidad puede ser menos altruista de lo que parece: también es la base de un boyante negocio. Retiros, cursos online de meditación, libros de autoayuda, aplicaciones móviles… forman parte de una industria al alza.


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