Trelew watchman

Historias del Crimen.

25 NOV 2017 - 21:08 | Actualizado

Por Daniel Schulman  /  Psicólogo forense

Caminé las pocas cuadras que me separaban de un famoso y tradicional bar de nuestra ciudad, mientras trataba de recordar cómo era toda la fisonomía ciudadela cuando yo era chico.  La calle Fontana no contaba con ese boulevard que tiene ya varios años, ni mucho menos con esa semi – peatonal con esa suerte de anfiteatro, cuestión que aparte de haber modificado la vista también modificó el curso del tránsito.
Así que entré en el bar – hotel – museo de la calle Fontana entre 9 de Julio y 25 de Mayo y me planté a pocos metros de la puerta de entrada, estirando el cogote, tratando de identificar el dato que me habían pasado. Luego de algunas rápidas miradas un jovato me hizo señas desde una mesa tirada contra la pared y al momento de acercarme me comentó que ya me había pedido un café. “Puntual, pibe. Muy bien. No me gusta que me hagan esperar al pedo, ¿viste?”. “A mí tampoco me gusta”, contesté con una sonrisa.
El jovato me estudió unos segundos en silencio, y al ver que no se me movía un músculo de la cara rompió el hielo. “Quien mal empieza, mal acaba, suele repetir el dicho popular. Y es una estadística que suele darse, aunque a veces la cosa no es tan lineal. Hay matices, graduaciones, y ese mal comienzo puede desembocar en un buen final, o al revés: un buen comienzo puede terminar mal. Todo depende del proceso”, relató con maestría de experiencia.
El tipo le dio un sorbo al café y un generoso mordisco al tostado. Antes de tragar lo que tenía le dio otro mordiscazo. Se reclinó en su asiento y tiró la cabeza para atrás, inhalando profundo, hasta que se volvió a incorporar. Parecía estar haciendo memoria aunque en realidad trataba de generar atmósfera. Sabía usar muy bien las pausas y los silencios para que mi ansiedad aumentara y me sacara de las casillas. Yo lo seguía con la mirada sin emitir palabra. “Es como te digo, flaco. No importa el principio en realidad. Importa el proceso. Es casi como en el ajedrez. Hay manuales de aperturas y de finales, pero del medio – juego no hay nada. Lo único que tenés ahí es intuición, un poco de suerte, y agarrate Catalina”. “Me dijeron que tiene algo para contarme, además de todo esto que es muy interesante”, arriesgué tratando de mostrar ninguna emoción en las palabras.
“Sí. Sí tengo. Es una historia que termina mal pero empieza bien. Por eso todo este rodeo tal vez innecesario pero pintoresco. Cuando cuento una historia me gusta decir más que la historia en sí. Pero en este caso todo empezó en una comisaría de Trelew. Había un par de oficiales y algunos suboficiales que laburaban bien, tenían sus berretines, pero en líneas generales cumplían con su trabajo. Aunque había uno de estos suboficiales que era bruto como un arado. Hablaba poco. Era un tipo de acción. Muy rudimentario. El bocho le daba para poco y eso poco para lo que le daba era para cumplir con lo que le encargaban. Pero se intentó despegar alguna que otra vez de lo que le ordenaban sus oficiales y se mandó varias cagadas. Cagadas grosas, ¿eh? Pensá que el fulano era bruto de pocas palabras. Lo único que hacía bien era meter palo a veces, así que de tantas cagadas lo echaron. Se quedó en la calle. Estuvo yirando un par de meses hasta que uno que lo apañó siempre tuvo la idea de montar una empresa de seguridad privada; como vigiladores. Nada sofisticado pero en su momento fue algo bastante novedoso. No había muchos robos, pero este servicio daba cierta seguridad. Y el grandote este reculó ahí en este nuevo emprendimiento. Fueron varios los que se sintieron tentados y seducidos por el proyecto, y la cosa creció bastante rápido. Te diría que esta historia tuvo un buen comienzo. Un gran comienzo. Pero eso no garantiza un final similar. Así que así como la cosa iba bien, uno de los involucrados decidió abrir su propio kiosco. Hacer la propia, ¿no? Y se despegó del núcleo duro de la conducción y puso su propia empresa de vigiladores o de seguridad, como más te guste llamarlo”.  El mozo pasó cerca de la mesa y el jovato le pidió otro café. “¿Vos querés algo más?”, tiró antes de que el mozo se fuera. Ante mi negativa retomó el relato.
“Como el tipo este se había abierto, la clientela del grupo original bajó bastante. Imaginate: ahora había competencia y los clientes se los tenían que repartir. Así que lo que en un momento fue una sólida sociedad laboral, después de esta movida pasó a ser una relación de competencia donde los viejos rencores se hicieron más visibles. Cuando la cosa va bien, las diferencias te las pasás por el culo. Pero cuando la cosa se pone peliaguda, esas diferencias separan todavía más. Como en todo tipo de relación. Pero acá había un agravante: había brutos jodidos que no entendían razones. Entonces, andá a saber con qué excusa, un día lo citan a conversar al viejo socio. Y la cosa de conversación no tenía nada. Lo que querían hacer era darle una buena tunda y fue con tanta mala leche que el fulano peleaba como los dioses. Eran tres los del viejo grupo y fue uno al principio que empezó a fajarlo, pero este tipo se defendió y empezó a cagarlo a trompadas. Tal debe haber sido el cagazo de los otros dos que sacaron un arma y lo quemaron de un corchazo. Así nomás. Y ahí lo dejaron tumbado. Por eso te digo, que no siempre lo que empieza bien tiene que terminar bien. Todo depende del proceso”, terminó de decir al tiempo que su segundo café se iba hasta sus entrañas.
“Bancame que voy al baño”, dijo el jovato, a lo que asentí con un monosílabo. Cuando el tiempo prudencial de espera ya había pasado, le consulté al mozo si había visto al viejo que estaba en la mesa conmigo. “Sí, salió hace un rato por la otra puerta”, fue la respuesta que me hizo putear. “Tráigame la cuenta, por favor”, fue lo único que pude decir, y aunque la misma no era exorbitante, no pude ocultar mi fastidio por el viejo garca.
“Todo depende del proceso”, me repetía a mí mismo mientras me despegaba de la silla, desde cuyo ángulo pude ver que el viejo en su afán de garca se había olvidado dos libros, de esos buscados y agotados, inhallables. “Matanga”.
Mi historia terminaba mejor que como había empezado.#

 

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25 NOV 2017 - 21:08

Por Daniel Schulman  /  Psicólogo forense

Caminé las pocas cuadras que me separaban de un famoso y tradicional bar de nuestra ciudad, mientras trataba de recordar cómo era toda la fisonomía ciudadela cuando yo era chico.  La calle Fontana no contaba con ese boulevard que tiene ya varios años, ni mucho menos con esa semi – peatonal con esa suerte de anfiteatro, cuestión que aparte de haber modificado la vista también modificó el curso del tránsito.
Así que entré en el bar – hotel – museo de la calle Fontana entre 9 de Julio y 25 de Mayo y me planté a pocos metros de la puerta de entrada, estirando el cogote, tratando de identificar el dato que me habían pasado. Luego de algunas rápidas miradas un jovato me hizo señas desde una mesa tirada contra la pared y al momento de acercarme me comentó que ya me había pedido un café. “Puntual, pibe. Muy bien. No me gusta que me hagan esperar al pedo, ¿viste?”. “A mí tampoco me gusta”, contesté con una sonrisa.
El jovato me estudió unos segundos en silencio, y al ver que no se me movía un músculo de la cara rompió el hielo. “Quien mal empieza, mal acaba, suele repetir el dicho popular. Y es una estadística que suele darse, aunque a veces la cosa no es tan lineal. Hay matices, graduaciones, y ese mal comienzo puede desembocar en un buen final, o al revés: un buen comienzo puede terminar mal. Todo depende del proceso”, relató con maestría de experiencia.
El tipo le dio un sorbo al café y un generoso mordisco al tostado. Antes de tragar lo que tenía le dio otro mordiscazo. Se reclinó en su asiento y tiró la cabeza para atrás, inhalando profundo, hasta que se volvió a incorporar. Parecía estar haciendo memoria aunque en realidad trataba de generar atmósfera. Sabía usar muy bien las pausas y los silencios para que mi ansiedad aumentara y me sacara de las casillas. Yo lo seguía con la mirada sin emitir palabra. “Es como te digo, flaco. No importa el principio en realidad. Importa el proceso. Es casi como en el ajedrez. Hay manuales de aperturas y de finales, pero del medio – juego no hay nada. Lo único que tenés ahí es intuición, un poco de suerte, y agarrate Catalina”. “Me dijeron que tiene algo para contarme, además de todo esto que es muy interesante”, arriesgué tratando de mostrar ninguna emoción en las palabras.
“Sí. Sí tengo. Es una historia que termina mal pero empieza bien. Por eso todo este rodeo tal vez innecesario pero pintoresco. Cuando cuento una historia me gusta decir más que la historia en sí. Pero en este caso todo empezó en una comisaría de Trelew. Había un par de oficiales y algunos suboficiales que laburaban bien, tenían sus berretines, pero en líneas generales cumplían con su trabajo. Aunque había uno de estos suboficiales que era bruto como un arado. Hablaba poco. Era un tipo de acción. Muy rudimentario. El bocho le daba para poco y eso poco para lo que le daba era para cumplir con lo que le encargaban. Pero se intentó despegar alguna que otra vez de lo que le ordenaban sus oficiales y se mandó varias cagadas. Cagadas grosas, ¿eh? Pensá que el fulano era bruto de pocas palabras. Lo único que hacía bien era meter palo a veces, así que de tantas cagadas lo echaron. Se quedó en la calle. Estuvo yirando un par de meses hasta que uno que lo apañó siempre tuvo la idea de montar una empresa de seguridad privada; como vigiladores. Nada sofisticado pero en su momento fue algo bastante novedoso. No había muchos robos, pero este servicio daba cierta seguridad. Y el grandote este reculó ahí en este nuevo emprendimiento. Fueron varios los que se sintieron tentados y seducidos por el proyecto, y la cosa creció bastante rápido. Te diría que esta historia tuvo un buen comienzo. Un gran comienzo. Pero eso no garantiza un final similar. Así que así como la cosa iba bien, uno de los involucrados decidió abrir su propio kiosco. Hacer la propia, ¿no? Y se despegó del núcleo duro de la conducción y puso su propia empresa de vigiladores o de seguridad, como más te guste llamarlo”.  El mozo pasó cerca de la mesa y el jovato le pidió otro café. “¿Vos querés algo más?”, tiró antes de que el mozo se fuera. Ante mi negativa retomó el relato.
“Como el tipo este se había abierto, la clientela del grupo original bajó bastante. Imaginate: ahora había competencia y los clientes se los tenían que repartir. Así que lo que en un momento fue una sólida sociedad laboral, después de esta movida pasó a ser una relación de competencia donde los viejos rencores se hicieron más visibles. Cuando la cosa va bien, las diferencias te las pasás por el culo. Pero cuando la cosa se pone peliaguda, esas diferencias separan todavía más. Como en todo tipo de relación. Pero acá había un agravante: había brutos jodidos que no entendían razones. Entonces, andá a saber con qué excusa, un día lo citan a conversar al viejo socio. Y la cosa de conversación no tenía nada. Lo que querían hacer era darle una buena tunda y fue con tanta mala leche que el fulano peleaba como los dioses. Eran tres los del viejo grupo y fue uno al principio que empezó a fajarlo, pero este tipo se defendió y empezó a cagarlo a trompadas. Tal debe haber sido el cagazo de los otros dos que sacaron un arma y lo quemaron de un corchazo. Así nomás. Y ahí lo dejaron tumbado. Por eso te digo, que no siempre lo que empieza bien tiene que terminar bien. Todo depende del proceso”, terminó de decir al tiempo que su segundo café se iba hasta sus entrañas.
“Bancame que voy al baño”, dijo el jovato, a lo que asentí con un monosílabo. Cuando el tiempo prudencial de espera ya había pasado, le consulté al mozo si había visto al viejo que estaba en la mesa conmigo. “Sí, salió hace un rato por la otra puerta”, fue la respuesta que me hizo putear. “Tráigame la cuenta, por favor”, fue lo único que pude decir, y aunque la misma no era exorbitante, no pude ocultar mi fastidio por el viejo garca.
“Todo depende del proceso”, me repetía a mí mismo mientras me despegaba de la silla, desde cuyo ángulo pude ver que el viejo en su afán de garca se había olvidado dos libros, de esos buscados y agotados, inhallables. “Matanga”.
Mi historia terminaba mejor que como había empezado.#

 


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