El mismo lugar, a la misma hora. Un año después de que la imagen de su rescate en medio del agua y el barro se viralizara, eligió hablar. Contar en detalle, lo que le tocó vivir como un personaje anónimo del temporal el 29 de marzo del 2.017 poco después de las 17,30. Mario Rosas eligió a JORNADA y a quienes considera sus “padrinos”, un chapista y un pintor que le salvaron la vida para dar testimonio y describir paso a paso, la furia de una lluvia que inundó a la ciudad en pocas horas. En la misma esquina, a la misma hora y al cumplirse exactamente un año. “Me costó muchísimo contar todo lo que me pasó y aunque siempre vengo a saludar a los muchachos del taller, realmente me cuesta recordar todo lo que me pasó. Por momentos me aflojó y me shockeó un poco”.
Mario vive con su esposa en el barrio Ceferino y se define como un hombre “de trabajo” pero sin rótulos fijos. Se gana la vida dignamente haciendo todo tipo de tareas, desde limpieza de patios hasta cocinando o haciendo reparaciones menores. Y aunque parece mirar la vida con humor, se quiebra al narrar los hechos que vivió en su propia piel. Y junto a JORNADA caminó las casi tres cuadras en las que el agua, lo desplazó sin piedad, jugando con su propio destino. “Yo había pasado por una veterinaria que está sobre Rivadavia y Saavedra y después me iba caminando hasta mi casa. Pasó todo muy rápido”, explicó.
Recordó que a la altura de la Seccional Segunda cruzó de mano hasta un boulevard en la parte alta de la avenida y que en ese punto, perdió la conciencia y temió por su vida. “Me sorprendió una especie de ola gigantesca que me tiró y casi no me dio tiempo a reaccionar. El agua me arrastró de tal manera que no podía pararme, ponerme de pie y tratar de evitar que me lleve hacia la bajada. Sin entender mucho lo que pasaba recuerdo que llegué a observar que una gran masa de barro se desplazó hacia abajo, buscando salida por calle 13 de Diciembre y que yo seguía hacia Rivadavia”.
Rosas dijo haber sentido miedo porque en el arrastre violento tragó agua y por momentos, pasó peligrosamente cerca de un auto y un colectivo que intentaban trepar la cuesta. “Cuando los ví venir de frente pensé que podía haberme pasado lo peor ya que a mí casi ni se me veía, estando tapando por el agua. Por suerte, debo agradecer que los choferes mostraron prudencia y se frenaron.
A todo esto, recuerdo haber perdido un zapato y haber levantado la mano izquierda en señal de ayuda”. Mario, asume “haber nacido de nuevo” pero sin superar del todo aquel traumático episodio. “Me dijeron después que muchos creyeron que yo estaba muerto porque me habían visto sucio, lastimado y ya con pocas fuerzas. Inclusive la primera vez que vine al taller a agradecer,, me vieron, nos abrazamos y se largaron a llorar. Les habían dicho que yo había fallecido”.
Mario describe a la perfección que al momento del incidente vestía un pantalón de corderoy negro y una campera con piel de cordero. “Después que me pude sentar, me taparon y me asistieron en el taller me devolvieron el zapato que se me había salido. También llevaba setecientos pesos en el bolsillo y los cigarrillos”.
Agradece aún el gesto de un matrimonio que le acercó una manta para el frío cuando llegó hasta un supermercado de la cuadra. “Hay tomé agua, terminé de limpiarme; me descompuse y vomité, había tragado mucho barro y me sentía mareado. Aunque había cerca un policía y una ambulancia, nunca me asistieron. Yo solo me fuí al hospital Regional”. En el interior del taller Maite la rutina laboral no se interrumpía pese al temporal. Aunque Danilo, el chapista, advirtió con sorpresa que el “bulto” que desplazaba violentamente la marea turbia frente asu local era una persona. “Parecía que era algo que transportaba el agua y nos costó ver que se trataba de un hombre. Rápidamente le avisé a Néstor que es el pintor y a otras dos personas que estaban en ese momento, para poder ayudarlo. Lo único que teníamos a mano era una linga que le tiramos primero sin suerte y después, la tomó aunque en un momento, se cayó pero sin soltarse de la cuerda”. Un vecino fue el encargado de registrar con su teléfono, la odisea del rescate que enseguida, simbolizó la catástrofe de Comodoro Rivadavia en las redes sociales primero y en los canales de noticias después.
“Por suerte -dijo Mario Rosas- lo pude contar. Le voy a estar agradecido a ésta gente que me ayudó, el resto de mi vida. Me emociono cada vez que me acuerdo y es inevitable, que me sienta mal y nervioso cuando escucho que habrá lluvia en la ciudad. Me hubiera gustado que el intendente o algún funcionario me hubiera llamado para saber cómo estaba y darme alguna mano. Solamente un concejal se acercó y mostró algún tipo de preocupación”.
Dijo que procesar lo vivido le demandó tres meses y que lloró al llegar a su casa aquel día del temporal. Y la esquina de Rivadavia y Pastor Schneider, a metros de la cancha de Jorge Newbery y a la entrada principal de la Sociedad Rural parece movilizarlo al extremo. “Cuando pasó con el colectivo por acá, prefiero cerrar los ojos o mirar para otro lado”.
Aunque las fechas en algún caso puedan resultar crueles, simbólicas Mario dijo no necesitar sicólogos; ni tampoco ninguna herida abierta más que las del cuerpo. “Me quedaron los golpes y un poco de miedo”, reconoce. Fue sobreviviente de aquella lluvia atroz que pareció llevárselo todo a su paso pero que a la vez templó para siempre el alma de los que se doblan pero nunca se rompen. Y que arrastró como ésta, miles de historias a su paso. En el mismo lugar, a la misma hora, un año después.#
El mismo lugar, a la misma hora. Un año después de que la imagen de su rescate en medio del agua y el barro se viralizara, eligió hablar. Contar en detalle, lo que le tocó vivir como un personaje anónimo del temporal el 29 de marzo del 2.017 poco después de las 17,30. Mario Rosas eligió a JORNADA y a quienes considera sus “padrinos”, un chapista y un pintor que le salvaron la vida para dar testimonio y describir paso a paso, la furia de una lluvia que inundó a la ciudad en pocas horas. En la misma esquina, a la misma hora y al cumplirse exactamente un año. “Me costó muchísimo contar todo lo que me pasó y aunque siempre vengo a saludar a los muchachos del taller, realmente me cuesta recordar todo lo que me pasó. Por momentos me aflojó y me shockeó un poco”.
Mario vive con su esposa en el barrio Ceferino y se define como un hombre “de trabajo” pero sin rótulos fijos. Se gana la vida dignamente haciendo todo tipo de tareas, desde limpieza de patios hasta cocinando o haciendo reparaciones menores. Y aunque parece mirar la vida con humor, se quiebra al narrar los hechos que vivió en su propia piel. Y junto a JORNADA caminó las casi tres cuadras en las que el agua, lo desplazó sin piedad, jugando con su propio destino. “Yo había pasado por una veterinaria que está sobre Rivadavia y Saavedra y después me iba caminando hasta mi casa. Pasó todo muy rápido”, explicó.
Recordó que a la altura de la Seccional Segunda cruzó de mano hasta un boulevard en la parte alta de la avenida y que en ese punto, perdió la conciencia y temió por su vida. “Me sorprendió una especie de ola gigantesca que me tiró y casi no me dio tiempo a reaccionar. El agua me arrastró de tal manera que no podía pararme, ponerme de pie y tratar de evitar que me lleve hacia la bajada. Sin entender mucho lo que pasaba recuerdo que llegué a observar que una gran masa de barro se desplazó hacia abajo, buscando salida por calle 13 de Diciembre y que yo seguía hacia Rivadavia”.
Rosas dijo haber sentido miedo porque en el arrastre violento tragó agua y por momentos, pasó peligrosamente cerca de un auto y un colectivo que intentaban trepar la cuesta. “Cuando los ví venir de frente pensé que podía haberme pasado lo peor ya que a mí casi ni se me veía, estando tapando por el agua. Por suerte, debo agradecer que los choferes mostraron prudencia y se frenaron.
A todo esto, recuerdo haber perdido un zapato y haber levantado la mano izquierda en señal de ayuda”. Mario, asume “haber nacido de nuevo” pero sin superar del todo aquel traumático episodio. “Me dijeron después que muchos creyeron que yo estaba muerto porque me habían visto sucio, lastimado y ya con pocas fuerzas. Inclusive la primera vez que vine al taller a agradecer,, me vieron, nos abrazamos y se largaron a llorar. Les habían dicho que yo había fallecido”.
Mario describe a la perfección que al momento del incidente vestía un pantalón de corderoy negro y una campera con piel de cordero. “Después que me pude sentar, me taparon y me asistieron en el taller me devolvieron el zapato que se me había salido. También llevaba setecientos pesos en el bolsillo y los cigarrillos”.
Agradece aún el gesto de un matrimonio que le acercó una manta para el frío cuando llegó hasta un supermercado de la cuadra. “Hay tomé agua, terminé de limpiarme; me descompuse y vomité, había tragado mucho barro y me sentía mareado. Aunque había cerca un policía y una ambulancia, nunca me asistieron. Yo solo me fuí al hospital Regional”. En el interior del taller Maite la rutina laboral no se interrumpía pese al temporal. Aunque Danilo, el chapista, advirtió con sorpresa que el “bulto” que desplazaba violentamente la marea turbia frente asu local era una persona. “Parecía que era algo que transportaba el agua y nos costó ver que se trataba de un hombre. Rápidamente le avisé a Néstor que es el pintor y a otras dos personas que estaban en ese momento, para poder ayudarlo. Lo único que teníamos a mano era una linga que le tiramos primero sin suerte y después, la tomó aunque en un momento, se cayó pero sin soltarse de la cuerda”. Un vecino fue el encargado de registrar con su teléfono, la odisea del rescate que enseguida, simbolizó la catástrofe de Comodoro Rivadavia en las redes sociales primero y en los canales de noticias después.
“Por suerte -dijo Mario Rosas- lo pude contar. Le voy a estar agradecido a ésta gente que me ayudó, el resto de mi vida. Me emociono cada vez que me acuerdo y es inevitable, que me sienta mal y nervioso cuando escucho que habrá lluvia en la ciudad. Me hubiera gustado que el intendente o algún funcionario me hubiera llamado para saber cómo estaba y darme alguna mano. Solamente un concejal se acercó y mostró algún tipo de preocupación”.
Dijo que procesar lo vivido le demandó tres meses y que lloró al llegar a su casa aquel día del temporal. Y la esquina de Rivadavia y Pastor Schneider, a metros de la cancha de Jorge Newbery y a la entrada principal de la Sociedad Rural parece movilizarlo al extremo. “Cuando pasó con el colectivo por acá, prefiero cerrar los ojos o mirar para otro lado”.
Aunque las fechas en algún caso puedan resultar crueles, simbólicas Mario dijo no necesitar sicólogos; ni tampoco ninguna herida abierta más que las del cuerpo. “Me quedaron los golpes y un poco de miedo”, reconoce. Fue sobreviviente de aquella lluvia atroz que pareció llevárselo todo a su paso pero que a la vez templó para siempre el alma de los que se doblan pero nunca se rompen. Y que arrastró como ésta, miles de historias a su paso. En el mismo lugar, a la misma hora, un año después.#