A 46 años de la “Masacre de Trelew”: un 22 de agosto

El cuadro preside la Sala de Audiencias Pedro Cristóbal Poppe del Superior Tribunal de Justicia. Allí, a escasos doscientos metros del Penal de Rawson se reúne el máximo órgano del Poder Judicial de la Provincia del Chubut para escuchar a las partes de los juicios penales que llegan a esa instancia.

21 AGO 2018 - 21:11 | Actualizado

Por Alejandro Javier Panizzi

A un par de cuadras de esa sala ocurrió la fuga de los militantes miembros de distintas organizaciones armadas peronistas y de izquierda, que culminó con el fusilamiento de dieciséis de ellos.

La cárcel es conocida por haber albergado a presos notables y por haber sido administrada por Roberto Pettinato, Director Nacional de Institutos Penales durante el gobierno de Juan Domingo Perón y creador de la Escuela Penitenciaria de la Nación. Pettinato, padre del músico y conductor del mismo nombre, erradicó los trajes a rayas de los presos y, en 1947, clausuró el Penal de Ushuaia por razones humanitarias. Además, fue el mentor –¡vaya paradoja trágica!– de la aprobación de las «Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos».

Es precisamente en esa sala de audiencias donde los ministros del Superior Tribunal de Justicia escuchan los alegatos de las partes del último recorrido del proceso penal.

Lo primero que se ve al entrar en ella es el cuadro que evoca esa tragedia. La masacre atroz de dieciséis jóvenes. La pintura la rememora como sólo su autor, Miguel Guereña, pudo verlo.

El día de la masacre, Rodesia (actual Zimbabue) fue expulsada del Comité Olímpico Internacional por sus políticas racistas. Guereña compuso su cuadro el mismo año: 1972.

Detener la mirada en la obra produce escalofríos. Nos trae a la memoria el pasado atroz, la cruel historia de violencia estatal de los argentinos.

La pintura refleja los cadáveres apilados de las víctimas de los fusilamientos. En la parte superior puede verse a los verdugos –con gorras militares– y a los jefes de los verdugos. Uno de ellos recuerda fácilmente al dictador Videla, aunque el entonces presidente de facto era Alejandro Agustín Lanusse, quien lo ascendió a general de brigada y lo designó director del Colegio Militar de la Nación.

Está gobernada por los colores terrosos, amarillentos y ocres. Guereña dejó caer chorros de pintura que parecen un descuido si no fuera porque desentierran la sangre de las víctimas.

La escena de la imagen que recreó el artista fue el propósito de una serie de protestas sociales y huelgas masivas ocurridas al mes siguiente en la ciudad de Trelew. Los manifestantes reclamaban justicia por las víctimas de la Masacre de Trelew y la liberación del abogado local Mario Abel Amaya. Ese movimiento se conoce hoy como «Trelewazo».

Las víctimas se habían rendido y entregado a sus verdugos, a cambio de la presencia de la prensa y de funcionarios del Poder Judicial.

No fue suficiente para evitar la dolorosa masacre de Trelew. No hubo recaudo que las víctimas tomaran que pudo evitar el destino fatal de sus asesinatos.

Y allí están, en la sala de audiencias del máximo organismo judicial de la Provincia del Chubut, retratados y recordados por el magistral talento del artista, a pocos pasos de donde sucedió la fuga que fue, para la mayoría de ellos, el principio del fin.

Como un recordatorio infalible, como un documento desgarrador, que advierte lo que sucede cuando no hay justicia, cuando se mata la democracia y se olvida que la libertad, como la vida, es un bien supremo.

Nadie que entre en esa sala de audiencias puede dejar de notarlo.

Tampoco pasa desapercibida la paradoja de que una sala en la que se imparte justicia esté ilustrada por una injusticia trágica.

En el año 1972 el pincel de Miguel Guereña insultó a gritos al régimen temible que gobernaba entonces. Un régimen que suprimió las libertades públicas y fusiló militantes políticos indefensos, que se habían rendido previamente.

Un régimen que destruyó la democracia plural e instaló un sistema de circuito cerrado, un feudo de terror a gran escala.

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21 AGO 2018 - 21:11

Por Alejandro Javier Panizzi

A un par de cuadras de esa sala ocurrió la fuga de los militantes miembros de distintas organizaciones armadas peronistas y de izquierda, que culminó con el fusilamiento de dieciséis de ellos.

La cárcel es conocida por haber albergado a presos notables y por haber sido administrada por Roberto Pettinato, Director Nacional de Institutos Penales durante el gobierno de Juan Domingo Perón y creador de la Escuela Penitenciaria de la Nación. Pettinato, padre del músico y conductor del mismo nombre, erradicó los trajes a rayas de los presos y, en 1947, clausuró el Penal de Ushuaia por razones humanitarias. Además, fue el mentor –¡vaya paradoja trágica!– de la aprobación de las «Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos».

Es precisamente en esa sala de audiencias donde los ministros del Superior Tribunal de Justicia escuchan los alegatos de las partes del último recorrido del proceso penal.

Lo primero que se ve al entrar en ella es el cuadro que evoca esa tragedia. La masacre atroz de dieciséis jóvenes. La pintura la rememora como sólo su autor, Miguel Guereña, pudo verlo.

El día de la masacre, Rodesia (actual Zimbabue) fue expulsada del Comité Olímpico Internacional por sus políticas racistas. Guereña compuso su cuadro el mismo año: 1972.

Detener la mirada en la obra produce escalofríos. Nos trae a la memoria el pasado atroz, la cruel historia de violencia estatal de los argentinos.

La pintura refleja los cadáveres apilados de las víctimas de los fusilamientos. En la parte superior puede verse a los verdugos –con gorras militares– y a los jefes de los verdugos. Uno de ellos recuerda fácilmente al dictador Videla, aunque el entonces presidente de facto era Alejandro Agustín Lanusse, quien lo ascendió a general de brigada y lo designó director del Colegio Militar de la Nación.

Está gobernada por los colores terrosos, amarillentos y ocres. Guereña dejó caer chorros de pintura que parecen un descuido si no fuera porque desentierran la sangre de las víctimas.

La escena de la imagen que recreó el artista fue el propósito de una serie de protestas sociales y huelgas masivas ocurridas al mes siguiente en la ciudad de Trelew. Los manifestantes reclamaban justicia por las víctimas de la Masacre de Trelew y la liberación del abogado local Mario Abel Amaya. Ese movimiento se conoce hoy como «Trelewazo».

Las víctimas se habían rendido y entregado a sus verdugos, a cambio de la presencia de la prensa y de funcionarios del Poder Judicial.

No fue suficiente para evitar la dolorosa masacre de Trelew. No hubo recaudo que las víctimas tomaran que pudo evitar el destino fatal de sus asesinatos.

Y allí están, en la sala de audiencias del máximo organismo judicial de la Provincia del Chubut, retratados y recordados por el magistral talento del artista, a pocos pasos de donde sucedió la fuga que fue, para la mayoría de ellos, el principio del fin.

Como un recordatorio infalible, como un documento desgarrador, que advierte lo que sucede cuando no hay justicia, cuando se mata la democracia y se olvida que la libertad, como la vida, es un bien supremo.

Nadie que entre en esa sala de audiencias puede dejar de notarlo.

Tampoco pasa desapercibida la paradoja de que una sala en la que se imparte justicia esté ilustrada por una injusticia trágica.

En el año 1972 el pincel de Miguel Guereña insultó a gritos al régimen temible que gobernaba entonces. Un régimen que suprimió las libertades públicas y fusiló militantes políticos indefensos, que se habían rendido previamente.

Un régimen que destruyó la democracia plural e instaló un sistema de circuito cerrado, un feudo de terror a gran escala.


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