Un soldado argentino, un héroe de la patria

Historias Mínimas.

05 ABR 2014 - 21:48 | Actualizado

Por Marcelo Eckhardt

Hace unos años, compartí varias tardes con Milton Rhys, mates de por medio, mientras me contaba su historia en Malvinas. Su historia es increíble, dramática. Intenté plasmarla en un relato titulado “Balada del soldado solo”; entre tantos detalles significativos de la peripecia de Milton hacia, en y desde Malvinas hasta su casa, hay uno que hoy me vuelve a la memoria: cuando en Comodoro Rivadavia le dan finalmente el “uniforme” de soldado; entre comillas porque nada cumple su función, ni las botas ni el pantalón ni la chaqueta, sobra y falta por todos lados. Pero en el momento que se coloca el casco, ya es un soldado argentino. De hecho ya lo era porque estaba haciendo la conscripción (la lamentable “colimba”: corra-limpie-barra). Pero en ese sencillo acto de vestirse con el uniforme de guerra, muy precario por cierto, estaba listo para ir a Malvinas. De hecho no estaba listo, ni preparado, ni acondicionado, ni pertrechado, ni armado, ni bien dirigido, ni nada que se le parezca a un ejército firme, sólido y coherente a punto de entrar en guerra con una de las potencias mundiales, con siglos de guerras a cuestas. Pero Milton, y miles como él, estaban ya listos para ir a la guerra. Y fueron. Y algunos no volvieron. Y otros, más, se mataron luego, plenos de angustia, dolor, incomprensión, desamparo. Y los que volvieron, cada 2 de abril, reavivan la memoria, la reivindicación y la esperanza de un reconocimiento pleno, digno.

Ese gesto de ponerse el uniforme de soldado e ir a la guerra a defender la patria es conmovedor; y me recuerda a las escenas de la gauchesca, a Hidalgo y sus cielitos patrióticos, donde relata la valentía de los gauchos soldados peleando por la independencia, con lo que tenían puesto, para adelante. El ejército de San Martín es incomparable con la degradación indigna que esta institución incorporó a lo largo de la cruenta y fratricida historia argentina, pero el gesto de esos soldados criollos con los “chicos de la guerra”, con los conscriptos, es el mismo. Eran pibes sin preparación militar y se enfrentaron a uno de los ejércitos más profesionales y preparados del mundo. La vida da sus vueltas y si se está atento se puede seguir aprendiendo; con los años entendí que la patria no estaba en ese ejército loco, cruel y asesino de su propia gente que Charly advertía ya en la memorable canción “Botas locas” de 1974, sino en cada soldado que la llevaba como podía hacia y en el frente de batalla. Muertos de frío, de hambre y de incertidumbre en los pozos de zorro, en la línea de fuego, haciéndose cargo de algo que realmente los excedía pusieron la pata ancha y se la bancaron. Ellos eran lo que aún quedaba de una antigua patria hecha desde abajo. Hacia 1992, con mucha rabia escribí de un tirón “El desertor”, un vano ejercicio literario sobre la posibilidad de desertar en Malvinas, de no participar como carne de cañón de ese ejército que se había apoderado también de la idea de patria y de argentinidad. Lo cierto es que, de haber continuado la guerra, nos hubieran enviado al frente a muchos de la clase 64, 65 y 66 y hubiésemos ido, sin poder pensar siquiera en negarnos (ahora pienso si hubiera acatado ese terrible destino con la firmeza de los ex combatientes).

Cuando volvieron, los escondieron, los arengaron para que no hablen, para que se olviden, que hagan propios los traumas y si enloquecían, lo asumiera cada uno, en forma aislada. El desamparo fue brutal. Malvinas se convirtió en un tabú, un tema del que no se podía hablar. Se les quiso inculcar la vergüenza, como si los soldados hubieran sido los responsables de la derrota. Lamentablemente, el estado democrático tardó bastante en reaccionar y recomponer lo mal hecho, la desidia, la negligencia. Por eso cada 2 de abril, hay que reflexionar sobre qué es la patria, qué es Argentina para cada uno y para la sociedad, qué se enseña en la escuela, en las casas, en las universidades y qué es ser un héroe de la patria porque estamos atosigados de películas de Estados Unidos y de Europa donde se construyen los héroes nacionales. Nosotros también tenemos héroes y los tenemos acá nomás, a la vuelta de la esquina, son vecinos, familiares, amigos, conocidos del viejo pueblo de Luis.

Un poco más chico que los que pelearon en Malvinas, entre el rock nacional y la larga noche de la dictadura, vimos cómo amigos del barrio, de nuestros hermanos mayores, hijos del vecino, conocidos del pueblo, se pusieron el uniforme de soldado argentino, fueron héroes en Malvinas, algunos murieron y otros volvieron como sombras mudas y se reincorporaron como pudieron en sus trabajos, en sus estudios, en sus familias. Hoy, los cruzamos en las calles y son los Milton, los José, los Sandro de toda la vida, laburantes, padres de familia, buenos amigos. Y cada 2 de abril se les hace cuesta arriba porque todo lo vivido reaparece, pero salen a hablar, a reivindicar Malvinas, una y otra vez. Eso es para mí ser un héroe de la patria.

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05 ABR 2014 - 21:48

Por Marcelo Eckhardt

Hace unos años, compartí varias tardes con Milton Rhys, mates de por medio, mientras me contaba su historia en Malvinas. Su historia es increíble, dramática. Intenté plasmarla en un relato titulado “Balada del soldado solo”; entre tantos detalles significativos de la peripecia de Milton hacia, en y desde Malvinas hasta su casa, hay uno que hoy me vuelve a la memoria: cuando en Comodoro Rivadavia le dan finalmente el “uniforme” de soldado; entre comillas porque nada cumple su función, ni las botas ni el pantalón ni la chaqueta, sobra y falta por todos lados. Pero en el momento que se coloca el casco, ya es un soldado argentino. De hecho ya lo era porque estaba haciendo la conscripción (la lamentable “colimba”: corra-limpie-barra). Pero en ese sencillo acto de vestirse con el uniforme de guerra, muy precario por cierto, estaba listo para ir a Malvinas. De hecho no estaba listo, ni preparado, ni acondicionado, ni pertrechado, ni armado, ni bien dirigido, ni nada que se le parezca a un ejército firme, sólido y coherente a punto de entrar en guerra con una de las potencias mundiales, con siglos de guerras a cuestas. Pero Milton, y miles como él, estaban ya listos para ir a la guerra. Y fueron. Y algunos no volvieron. Y otros, más, se mataron luego, plenos de angustia, dolor, incomprensión, desamparo. Y los que volvieron, cada 2 de abril, reavivan la memoria, la reivindicación y la esperanza de un reconocimiento pleno, digno.

Ese gesto de ponerse el uniforme de soldado e ir a la guerra a defender la patria es conmovedor; y me recuerda a las escenas de la gauchesca, a Hidalgo y sus cielitos patrióticos, donde relata la valentía de los gauchos soldados peleando por la independencia, con lo que tenían puesto, para adelante. El ejército de San Martín es incomparable con la degradación indigna que esta institución incorporó a lo largo de la cruenta y fratricida historia argentina, pero el gesto de esos soldados criollos con los “chicos de la guerra”, con los conscriptos, es el mismo. Eran pibes sin preparación militar y se enfrentaron a uno de los ejércitos más profesionales y preparados del mundo. La vida da sus vueltas y si se está atento se puede seguir aprendiendo; con los años entendí que la patria no estaba en ese ejército loco, cruel y asesino de su propia gente que Charly advertía ya en la memorable canción “Botas locas” de 1974, sino en cada soldado que la llevaba como podía hacia y en el frente de batalla. Muertos de frío, de hambre y de incertidumbre en los pozos de zorro, en la línea de fuego, haciéndose cargo de algo que realmente los excedía pusieron la pata ancha y se la bancaron. Ellos eran lo que aún quedaba de una antigua patria hecha desde abajo. Hacia 1992, con mucha rabia escribí de un tirón “El desertor”, un vano ejercicio literario sobre la posibilidad de desertar en Malvinas, de no participar como carne de cañón de ese ejército que se había apoderado también de la idea de patria y de argentinidad. Lo cierto es que, de haber continuado la guerra, nos hubieran enviado al frente a muchos de la clase 64, 65 y 66 y hubiésemos ido, sin poder pensar siquiera en negarnos (ahora pienso si hubiera acatado ese terrible destino con la firmeza de los ex combatientes).

Cuando volvieron, los escondieron, los arengaron para que no hablen, para que se olviden, que hagan propios los traumas y si enloquecían, lo asumiera cada uno, en forma aislada. El desamparo fue brutal. Malvinas se convirtió en un tabú, un tema del que no se podía hablar. Se les quiso inculcar la vergüenza, como si los soldados hubieran sido los responsables de la derrota. Lamentablemente, el estado democrático tardó bastante en reaccionar y recomponer lo mal hecho, la desidia, la negligencia. Por eso cada 2 de abril, hay que reflexionar sobre qué es la patria, qué es Argentina para cada uno y para la sociedad, qué se enseña en la escuela, en las casas, en las universidades y qué es ser un héroe de la patria porque estamos atosigados de películas de Estados Unidos y de Europa donde se construyen los héroes nacionales. Nosotros también tenemos héroes y los tenemos acá nomás, a la vuelta de la esquina, son vecinos, familiares, amigos, conocidos del viejo pueblo de Luis.

Un poco más chico que los que pelearon en Malvinas, entre el rock nacional y la larga noche de la dictadura, vimos cómo amigos del barrio, de nuestros hermanos mayores, hijos del vecino, conocidos del pueblo, se pusieron el uniforme de soldado argentino, fueron héroes en Malvinas, algunos murieron y otros volvieron como sombras mudas y se reincorporaron como pudieron en sus trabajos, en sus estudios, en sus familias. Hoy, los cruzamos en las calles y son los Milton, los José, los Sandro de toda la vida, laburantes, padres de familia, buenos amigos. Y cada 2 de abril se les hace cuesta arriba porque todo lo vivido reaparece, pero salen a hablar, a reivindicar Malvinas, una y otra vez. Eso es para mí ser un héroe de la patria.


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