Un crack con todas las letras

Ocurrió hace un par de años atrás, en el corazón del Barrio Alberdi, donde vivió toda su vida. Jugaban un picado los chicos de la barriada y tras un remate desviado, la pelota fue a parar a los pies de un señor mayor que caminaba por el costado de la canchita.

19 ABR 2014 - 22:06 | Actualizado

Por Esteban Gallo.

Le cayó justo debajo de la suela. Con increíble pericia, abdujo el esférico que estaba en el piso y lo llevó hasta la rodilla y de la pierna derecha hasta el pecho y de nuevo al muslo y de ahí a la cabeza haciéndola rebotar quince o veinte veces. Cuando la pelota volvió a la tierra, le pegó con la parte externa de su pie derecho devolviéndola al potrero donde jugaban los purretes. Un vecino entrado en años observó la escena y dirigiéndose a los pibes que todavía estaban con la boca abierta les dijo: “Vieron qué clase tiene, es el Fiaca, después les cuento cómo jugaba”.

Ese hombre mayor y virtuoso se llamaba Vicente Gallo, pero en el ambiente futbolístico de los años 50 se lo conoció como “El Fiaca” y así se lo recordará toda la vida.

Jugaba con el número diez en la espalda, gambeteaba para adelante, dibujaba en una baldosa, cuando ensayaba un amague los once rivales pasaban de largo, era habilidoso y guapo porque no arrugaba nunca, ganó campeonatos, convirtió goles inolvidables.

Familia huracanense

Fue integrante de una familia que aportó siete jugadores a la historia de Huracán de Trelew. Junto a sus hermanos Ernesto , Rómulo, Pedro, Andrés y Sebastián fueron baluartes de los seis títulos ganados por “El Globito” en aquella década gloriosa.

Entre 1952 y 1958 Huracán ganó seis campeonatos en total, cuatro torneos en forma continuada y de no haber sido superado por Guillermo Brown en 1954, habría ganado siete títulos consecutivos.

Aquel equipo glorioso que conducía desde afuera de la cancha, Atilio Oscar Viglione fue una máquina de ganar. Dicen los memoriosos que nunca se vio una escuadra tan dominante como aquella formación “merengue”. Monopolizaban el juego compulsivamente, subyugaban al rival con un festival de toques y pases cortos.

El toque de distinción

Esa escuadra estaba plagada de grandes jugadores y cada uno de ellos merecería un capítulo propio, pero El Fiaca era el toque de distinción. El equipo sonaba como una orquesta, pero cuando la partitura llegaba a sus manos, fluía la mejor música posible. En él residía el concertista más sublime.

Debutó en primera a los quince años y desde ése momento se convirtió en el dueño absoluto de la camiseta número diez de Huracán hasta el día de su retiro. También brilló en la selección del Valle que integró ininterrumpidamente durante más de una década. Los afortunados testigos de aquella época recuerdan un golazo que Vicente le convirtió a Argentinos Juniors durante la visita que el equipo de la Paternal efectuó a la zona. Fue un precioso remate desde la mitad de la cancha que se metió por arriba del cuerpo del arquero.

Le decían “Fiaca” porque no era un amante de los grandes esfuerzos y esgrimía ésa condición adentro y afuera de la cancha. Cuentan que le pagaba cincuenta centavos a su hermano Coli para que le lavara las rodillas antes de cada partido, arriba de las medias y debajo del pantalón, solo las partes visibles de sus piernas. En la cancha, no hacía despliegues extraordinarios, pero cuando la pelota llegaba a su pies, comenzaba el espectáculo. Solía decir: “La pelota viene sola, no hay que ir a buscarla” y en su caso parecía cierto, la redonda parecía buscarlo para entregarse mansa a sus botines encantados.

Gambeta indescifrable

Dueño de una gambeta indescifrable, se cansó de asistir a sus compañeros con pases magistrales.

“Fiaca” juntaba a las defensas rivales y después le entregaba la pelota a su hermano Rómulo, a Nelson Dencor, a Stanley Harrys o a Carlos Bovcon para que le pusieran el moño a las jugadas.

Sus conquistas fueron de antología y estaban llenos de belleza y calidad. No gritaba los goles, eludir rivales y meter la pelota en el arco eran para él un trámite que no justificaba festejos exagerados, formaba parte de un repertorio que ofrecía naturalmente todos los domingos.

Vicente Gallo fue el mejor a pesar de él. A pesar de la humildad y la sencillez que tuvo durante toda su vida. Nunca un gesto de pedantería, jamás una pose de compadrito , no necesitó de la fanfarronería para imponer sus maravillosas virtudes, nunca una polémica ni ningún reclamo airado, jamás se la creyó, fue el más humilde de todos y allí también radicaba su grandeza.

Afuera de la cancha fue tan respetado y querido como había sido en un campo de juego. Por su esposa Isabel, sus hijos Juan y Teté, sus nietos, sus hermanos y sobrinos, sus amigos, los vecinos de la barriada. Vivió con sencillez, trabajando en la carpintería, rodeado de sus afectos , con su don de buena gente.

A veces caía una pelota y ofrecía algún rapto de calidad, como aquella tarde en la canchita del barrio Alberdi cuando deleitó a los pibes que se preguntaban quien era ése viejito que podía hacer esos malabares con la pelota.Así fue la vida de Vicente Gallo con un balón en los pies. Dueño de las miradas y las exclamaciones, solo despertó aplausos y admiración. Le decían “Fiaca”, fue un crack con todas las letras y no hubo ni habrá nunca nadie como él.#

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19 ABR 2014 - 22:06

Por Esteban Gallo.

Le cayó justo debajo de la suela. Con increíble pericia, abdujo el esférico que estaba en el piso y lo llevó hasta la rodilla y de la pierna derecha hasta el pecho y de nuevo al muslo y de ahí a la cabeza haciéndola rebotar quince o veinte veces. Cuando la pelota volvió a la tierra, le pegó con la parte externa de su pie derecho devolviéndola al potrero donde jugaban los purretes. Un vecino entrado en años observó la escena y dirigiéndose a los pibes que todavía estaban con la boca abierta les dijo: “Vieron qué clase tiene, es el Fiaca, después les cuento cómo jugaba”.

Ese hombre mayor y virtuoso se llamaba Vicente Gallo, pero en el ambiente futbolístico de los años 50 se lo conoció como “El Fiaca” y así se lo recordará toda la vida.

Jugaba con el número diez en la espalda, gambeteaba para adelante, dibujaba en una baldosa, cuando ensayaba un amague los once rivales pasaban de largo, era habilidoso y guapo porque no arrugaba nunca, ganó campeonatos, convirtió goles inolvidables.

Familia huracanense

Fue integrante de una familia que aportó siete jugadores a la historia de Huracán de Trelew. Junto a sus hermanos Ernesto , Rómulo, Pedro, Andrés y Sebastián fueron baluartes de los seis títulos ganados por “El Globito” en aquella década gloriosa.

Entre 1952 y 1958 Huracán ganó seis campeonatos en total, cuatro torneos en forma continuada y de no haber sido superado por Guillermo Brown en 1954, habría ganado siete títulos consecutivos.

Aquel equipo glorioso que conducía desde afuera de la cancha, Atilio Oscar Viglione fue una máquina de ganar. Dicen los memoriosos que nunca se vio una escuadra tan dominante como aquella formación “merengue”. Monopolizaban el juego compulsivamente, subyugaban al rival con un festival de toques y pases cortos.

El toque de distinción

Esa escuadra estaba plagada de grandes jugadores y cada uno de ellos merecería un capítulo propio, pero El Fiaca era el toque de distinción. El equipo sonaba como una orquesta, pero cuando la partitura llegaba a sus manos, fluía la mejor música posible. En él residía el concertista más sublime.

Debutó en primera a los quince años y desde ése momento se convirtió en el dueño absoluto de la camiseta número diez de Huracán hasta el día de su retiro. También brilló en la selección del Valle que integró ininterrumpidamente durante más de una década. Los afortunados testigos de aquella época recuerdan un golazo que Vicente le convirtió a Argentinos Juniors durante la visita que el equipo de la Paternal efectuó a la zona. Fue un precioso remate desde la mitad de la cancha que se metió por arriba del cuerpo del arquero.

Le decían “Fiaca” porque no era un amante de los grandes esfuerzos y esgrimía ésa condición adentro y afuera de la cancha. Cuentan que le pagaba cincuenta centavos a su hermano Coli para que le lavara las rodillas antes de cada partido, arriba de las medias y debajo del pantalón, solo las partes visibles de sus piernas. En la cancha, no hacía despliegues extraordinarios, pero cuando la pelota llegaba a su pies, comenzaba el espectáculo. Solía decir: “La pelota viene sola, no hay que ir a buscarla” y en su caso parecía cierto, la redonda parecía buscarlo para entregarse mansa a sus botines encantados.

Gambeta indescifrable

Dueño de una gambeta indescifrable, se cansó de asistir a sus compañeros con pases magistrales.

“Fiaca” juntaba a las defensas rivales y después le entregaba la pelota a su hermano Rómulo, a Nelson Dencor, a Stanley Harrys o a Carlos Bovcon para que le pusieran el moño a las jugadas.

Sus conquistas fueron de antología y estaban llenos de belleza y calidad. No gritaba los goles, eludir rivales y meter la pelota en el arco eran para él un trámite que no justificaba festejos exagerados, formaba parte de un repertorio que ofrecía naturalmente todos los domingos.

Vicente Gallo fue el mejor a pesar de él. A pesar de la humildad y la sencillez que tuvo durante toda su vida. Nunca un gesto de pedantería, jamás una pose de compadrito , no necesitó de la fanfarronería para imponer sus maravillosas virtudes, nunca una polémica ni ningún reclamo airado, jamás se la creyó, fue el más humilde de todos y allí también radicaba su grandeza.

Afuera de la cancha fue tan respetado y querido como había sido en un campo de juego. Por su esposa Isabel, sus hijos Juan y Teté, sus nietos, sus hermanos y sobrinos, sus amigos, los vecinos de la barriada. Vivió con sencillez, trabajando en la carpintería, rodeado de sus afectos , con su don de buena gente.

A veces caía una pelota y ofrecía algún rapto de calidad, como aquella tarde en la canchita del barrio Alberdi cuando deleitó a los pibes que se preguntaban quien era ése viejito que podía hacer esos malabares con la pelota.Así fue la vida de Vicente Gallo con un balón en los pies. Dueño de las miradas y las exclamaciones, solo despertó aplausos y admiración. Le decían “Fiaca”, fue un crack con todas las letras y no hubo ni habrá nunca nadie como él.#


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