Salvaje mundo telo

Historias Mínimas, por Ismael Tebes-

26 MAR 2016 - 21:41 | Actualizado

Por Ismael Tebes

El espejo mostró/que también hay amor/pero el timbre sonó/y el amor terminó/en un cuarto de hotel”. Ya lo decía un filósofo cuartetero cordobés. Pocos lugares físicos permiten mostrar a las personas tal cual son. Espacios sin memoria, ni lugar, una suerte de “deja vu” en donde lo único que cuenta es el secreto guardado entre cuatro paredes. Una suerte de “Triángulo de las Bermudas” donde las evidencias desaparecen. La oferta actual parece tenerlo todo: jacuzzi, comida y placer. No deja de sorprender la evolución que experimentó el rubro del amor por horas.

Hoy los “telos” de alta gama lucen ambientados, confortables, lujosos y tan modernos que hasta ofrecen servicios all inclusive inimaginables en otros tiempos. Pidiendo un plato de la carta por ejemplo se puede adicionar media hora al turno abonado y pernoctar en algunos casos, equivale a un desayuno gratis. Sólo faltaría proporcionarle al cliente, un/a acompañante a medida, ya clonado y con características físicas a pedido.

Hoy en día por poco se pierde de vista el objetivo básico, primitivo. Y tanto confort hace que el ocasional amante consuma gran parte del turno acertando la iluminación correcta y desorientado en medio de una cama de infinitas plazas. Los albergues transitorios no duermen, no descansan, trabajan las veinticuatro horas los trescientos sesenta y cinco días del año. Generan un mercado inagotable, imposible de calcular ya que no hay crisis que valga para la tentación. Se aceptan, en el vale todo, tarjetas de débito y crédito sin escraches en el resumen a la hora del control familiar.

Los habitué confiesan que la ambientación cuenta. Que es un componente creativo en una relación. Y si, por ejemplo, uno decide tomar una suite ambientada en la selva tropical podrá experimentar en carne propia, el calor y hasta la fiereza de un animal salvaje. O del mismo modo, si se hace uso de una promocionada “Baticueva” podría sentirse por algunos minutos -sólo algunos- un auténtico súper héroe. Admito que nunca me pasó.

En dos o tres horas uno podría ver transcurrir su vida misma. Las primeras lides amatorias con señoras ligeramente mayores que solían generosamente compartir su experiencia en escenarios bastante más modestos. Las viejas y ruidosas camas de elástico, las sábanas de dudoso pasado (y peor futuro) y algún mueble rústico con el recipiente metálico de rigor, con agua para nada bendita. Cuando la modesta economía juvenil lo permitía, se dejaba de lado la improvisación y las tinieblas de los reservados para descubrir otro mundo “amueblado”. Con tanto dinero allí invertido en satisfacción, cualquiera podría hoy sentirse un accionista.

Pese a un ámbito tan citadino pueden plantearse situaciones de riesgo que conviene observar. El ingreso y egreso a las instalaciones implican prudencia, no conocer a los “conocidos” y evitar cualquier sobreexposición. El auto, las llaves y el celular requieren de una inteligencia adicional. Y todo parece quedar por las dudas en un área de aislamiento. Se recomienda el cierre de puertas para evitar intromisiones o directamente, hechos delictivos. Otro aspecto a observar por su efecto depresivo es la música ambiental ya que abundan Camilo Sesto, Los Bee Gees y con un poco de suerte, Julio Iglesias. Como si el romanticismo fuera a ser, ya entrada la noche, un componente a considerar. Todo en baja.

En los albergues transitorios nadie sabe y nadie vio. La discreción es la principal virtud: lo que pasa, muere ahí. Peronistas con radicales; médicos y enfermeras, el vecino y otra vecina; la vecina y obviamente, otro vecino; el jefe y la secretaria. La lista podría incluir a parientes infieles; tías atrevidas, parejas raras y señoras “bien” que se portan mal. Nadie escapa a los placeres de la carne. Esa sensación de igualdad parece sobrevolar los pasillos alfombrados. Todos medidos por la misma vara de lo prohibido. Un poco de amor, al fin y al cabo, no le hace mal a nadie.

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26 MAR 2016 - 21:41

Por Ismael Tebes

El espejo mostró/que también hay amor/pero el timbre sonó/y el amor terminó/en un cuarto de hotel”. Ya lo decía un filósofo cuartetero cordobés. Pocos lugares físicos permiten mostrar a las personas tal cual son. Espacios sin memoria, ni lugar, una suerte de “deja vu” en donde lo único que cuenta es el secreto guardado entre cuatro paredes. Una suerte de “Triángulo de las Bermudas” donde las evidencias desaparecen. La oferta actual parece tenerlo todo: jacuzzi, comida y placer. No deja de sorprender la evolución que experimentó el rubro del amor por horas.

Hoy los “telos” de alta gama lucen ambientados, confortables, lujosos y tan modernos que hasta ofrecen servicios all inclusive inimaginables en otros tiempos. Pidiendo un plato de la carta por ejemplo se puede adicionar media hora al turno abonado y pernoctar en algunos casos, equivale a un desayuno gratis. Sólo faltaría proporcionarle al cliente, un/a acompañante a medida, ya clonado y con características físicas a pedido.

Hoy en día por poco se pierde de vista el objetivo básico, primitivo. Y tanto confort hace que el ocasional amante consuma gran parte del turno acertando la iluminación correcta y desorientado en medio de una cama de infinitas plazas. Los albergues transitorios no duermen, no descansan, trabajan las veinticuatro horas los trescientos sesenta y cinco días del año. Generan un mercado inagotable, imposible de calcular ya que no hay crisis que valga para la tentación. Se aceptan, en el vale todo, tarjetas de débito y crédito sin escraches en el resumen a la hora del control familiar.

Los habitué confiesan que la ambientación cuenta. Que es un componente creativo en una relación. Y si, por ejemplo, uno decide tomar una suite ambientada en la selva tropical podrá experimentar en carne propia, el calor y hasta la fiereza de un animal salvaje. O del mismo modo, si se hace uso de una promocionada “Baticueva” podría sentirse por algunos minutos -sólo algunos- un auténtico súper héroe. Admito que nunca me pasó.

En dos o tres horas uno podría ver transcurrir su vida misma. Las primeras lides amatorias con señoras ligeramente mayores que solían generosamente compartir su experiencia en escenarios bastante más modestos. Las viejas y ruidosas camas de elástico, las sábanas de dudoso pasado (y peor futuro) y algún mueble rústico con el recipiente metálico de rigor, con agua para nada bendita. Cuando la modesta economía juvenil lo permitía, se dejaba de lado la improvisación y las tinieblas de los reservados para descubrir otro mundo “amueblado”. Con tanto dinero allí invertido en satisfacción, cualquiera podría hoy sentirse un accionista.

Pese a un ámbito tan citadino pueden plantearse situaciones de riesgo que conviene observar. El ingreso y egreso a las instalaciones implican prudencia, no conocer a los “conocidos” y evitar cualquier sobreexposición. El auto, las llaves y el celular requieren de una inteligencia adicional. Y todo parece quedar por las dudas en un área de aislamiento. Se recomienda el cierre de puertas para evitar intromisiones o directamente, hechos delictivos. Otro aspecto a observar por su efecto depresivo es la música ambiental ya que abundan Camilo Sesto, Los Bee Gees y con un poco de suerte, Julio Iglesias. Como si el romanticismo fuera a ser, ya entrada la noche, un componente a considerar. Todo en baja.

En los albergues transitorios nadie sabe y nadie vio. La discreción es la principal virtud: lo que pasa, muere ahí. Peronistas con radicales; médicos y enfermeras, el vecino y otra vecina; la vecina y obviamente, otro vecino; el jefe y la secretaria. La lista podría incluir a parientes infieles; tías atrevidas, parejas raras y señoras “bien” que se portan mal. Nadie escapa a los placeres de la carne. Esa sensación de igualdad parece sobrevolar los pasillos alfombrados. Todos medidos por la misma vara de lo prohibido. Un poco de amor, al fin y al cabo, no le hace mal a nadie.


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