Derecho informático / ¿Confía en lo que lee?

Reflexiones de Guillermo Zamora, especial para Jornada.

07 OCT 2017 - 21:07 | Actualizado

Por Guillermo Zamora *

Existirá algo más intangible y concreto a la vez  que la confianza? Se evapora como el agua, se extingue como el fuego, se recupera tan fácil como hablar chino mandarín en 5 clases por videoconferencia, es un acto de entrega, de abrirnos, mostrarnos, exponernos, confiar… Es todo un tema.

Se dice a veces que es casi más importante para la economía y la sociedad que el dinero. A diferencia del vil metal (que es un papel sin emociones, pero que las genera), la confianza no es una cuestión objetiva y exenta de factores externos, es un elemento íntimamente relacionado con los diferentes factores que nos rodean, los ánimos que nos atacan y las ideas que nos comen la mente.

Cuando le damos a alguien nuestra confianza, les damos libertad encauzada para actuar y, a cambio, esperamos algo, beneficios, retribución, respeto, esperamos libertad de confiar.

Se pueden imaginar todo esto en tiempos donde tanto empresas como personas a quienes se la entregamos, de manera voluntaria, forzada o inconsciente hacen uso y abuso de la misma.

Se pueden imaginar cómo habría que hacer para empezar a reformular criterios sociales y jurídicos para entenderla, encuadrarla y mantenerla. Por otro lado, ¿la confianza facilita la comunicación y la adquisición de información? Sin dudas debo decir que sí.

¿Dónde la encuentro?

¿Dónde estás confianza que no te encuentro? Y seguramente en todos y cada uno de los actos que llevamos adelante todos y cada uno de nuestros días, cuando tomamos nuestro celular, cuando saludamos a alguien o cuando nos conectamos a las redes sociales, confiamos o queremos confiar porque nos conviene, porque no duden que eso es lo que pasa, confundimos confianza con comodidad, no nos importa cuánto nos rompan la buena fe, importa no pagar, que aparente ser gratis, que pueda obtener algún tipo de rédito, y, cuando estas circunstancias no se dan, es que vemos violentado nuestro “desinteresado” depósito en terceros.  

Alguien nos dice que nuestra foto es maravillosa, que somos unos genios, que tenemos los mejores hijos del mundo, confiamos en sus opiniones porque nos conviene, no por certeza, sino por interés.

Vemos un celular de última generación que lo venden más barato que lo que cuesta la caja donde lo entregan, y confiamos que no nos están estafando, porque ponemos por delante de nuestros principios nuestros intereses, confiamos que nuestros hijos van a estar a salvo frente a una pantallita sin controlarlos.  

Y porque nos queda (perdón en esta no me hago cargo, yo no) más cómodos, la confianza ha ido mutando de valores, de contenidos, de esencia básicamente por nuestra comodidad, por nuestros pequeños intereses, nuestros módicos y supuestamente inamovibles valores.

No se enojen, piensen, ¿cuántas veces uno les dice y repite que empresas como Facebook o Google o las aplicaciones que tenemos en nuestros celulares se alimentan de nuestra intimidad? Muchas.

Pero seguimos confiando en que no es tan grave; pero así como la tecnología en general e internet han forzado un cambio en los paradigmas relativos a la privacidad e intimidad, también lo ha hecho con el tema que nos ocupa, es decir, esa sensación de entrega y seguridad, la confianza.

La confianza es tan amplia e inclusiva que no solo se aplica a las relaciones personales, sino también a las virtuales, tanto a nivel privado como empresarial.

No es un tema menor que la distancia geográfica solo sea un papel menor en Internet, nos relacionamos más con personas, empresas e instituciones de distintos países y continentes.

Interesante es por otro lado la cuestión de si los usuarios confían en las garantías de las personas con las que están en contacto cuando se vinculan en línea.  

Mi conclusión es que no es que confían, sino que son confiadas, no dudan en filmarse en actitudes íntimas porque alguien les dijo lindos/as, no dudan en adquirir bienes a precios irrisorios, solo porque está ahí, y a ellos no los pueden embromar, ¿me dejan que les cuente algo?

A todos nos embocan alguna vez, todos y cada uno de nosotros estamos expuestos, no somos los más vivos, ni los más sagaces, somos humanos con defectos y debilidades, nuestro ego es nuestra mayor debilidad. El resto es humo.

Con la Ley en la mano

El nuevo código Civil y Comercial establece: “ARTÍCULO 1067. Protección de la confianza. La interpretación debe proteger la confianza y la lealtad que las partes se deben recíprocamente, siendo inadmisible la contradicción con una conducta jurídicamente relevante, previa y propia del mismo sujeto”.

En pocas palabras, lo que se haga debe interpretarse como de buena fe, cuestión no menor en las relaciones donde no conocemos al interlocutor y que incluso podemos no tener más datos del mismo que una foto de perfil o un correo electrónico genérico. Las cuestiones típicas de confianza surgen en Internet cuando se trata de tráfico de datos e información, después de todo, el contenido de un paquete de datos transmitidos a través de Internet debe llegar en un estado inalterado.

El meollo de la cuestión será entonces  cómo las tecnologías brindan un servicio que nos permita confiar en lo que se envía y se recibe, achicar la posibilidad de que ese intercambio de conductas sea lo menos alterado posible. Para ello la criptografía y la seguridad informática van a tener un papel relevante en el corto plazo.

El nuevo código contiene normativa amplia y muy beneficiosa de los consumidores, por lo que en términos comerciales podríamos entender que la ley está defendiendo y amparando esa confianza que necesitamos tener, pero lo que no va a poder manejar ni contener es la que se requiere para la interacción entre personas, la necesidad de no exponernos sin tener la plena certeza de quién es nuestro receptor.

Conclusión

La confianza es un recurso propio, un recurso que no es inagotable, no debe dilapidarse, no puede ser malgastado, se debe ser consciente de su uso responsable, medirlo, retacearlo, ser usado de manera racional. No hablo sólo de desconfianza, hablo de cuidado, no hablo de rechazo a las nuevas tecnologías, sino de adoptar las medidas necesarias para poder usarlas con criterio.

Hablo en resumen de un contrato social en el cual se contemplen las principales cuestiones, establecer pautas claras y concretas para el desarrollo de un Internet más sano y por ende confiable. ¿Es esta una solución posible?

La verdad ni idea, pero como sociedad nos debemos algo de esto, un esfuerzo basado en intereses compartidos en la preservación de una herramienta maravillosa y que a esta altura es imprescindible. Es una realidad que para las empresas de Internet, cuantos más usuarios confíen en ellas, más beneficios pueden obtener.

Para los gobiernos, Internet es un enorme integrador y facilitador del crecimiento social y económico.

No digo nada nuevo si les cuento que nuestras rutinas diarias y vidas personales están tan entrelazadas con la red de redes que cualquier interrupción a la misma interrumpirá nuestra sociedad más amplia. Debemos y nos debemos un análisis crítico y racional de nuestras conductas y de alguna herramienta que nos permita crecer, madurar y sobre todo confiar en el ecosistema, la confianza mata al gato, pero no puede ni debe matar a internet.#

* Abogado, director de la Red Iberoamericana ElDerechoInformatico.com y presidente de la Asociación de Derecho Informático de  Argentina.
 

07 OCT 2017 - 21:07

Por Guillermo Zamora *

Existirá algo más intangible y concreto a la vez  que la confianza? Se evapora como el agua, se extingue como el fuego, se recupera tan fácil como hablar chino mandarín en 5 clases por videoconferencia, es un acto de entrega, de abrirnos, mostrarnos, exponernos, confiar… Es todo un tema.

Se dice a veces que es casi más importante para la economía y la sociedad que el dinero. A diferencia del vil metal (que es un papel sin emociones, pero que las genera), la confianza no es una cuestión objetiva y exenta de factores externos, es un elemento íntimamente relacionado con los diferentes factores que nos rodean, los ánimos que nos atacan y las ideas que nos comen la mente.

Cuando le damos a alguien nuestra confianza, les damos libertad encauzada para actuar y, a cambio, esperamos algo, beneficios, retribución, respeto, esperamos libertad de confiar.

Se pueden imaginar todo esto en tiempos donde tanto empresas como personas a quienes se la entregamos, de manera voluntaria, forzada o inconsciente hacen uso y abuso de la misma.

Se pueden imaginar cómo habría que hacer para empezar a reformular criterios sociales y jurídicos para entenderla, encuadrarla y mantenerla. Por otro lado, ¿la confianza facilita la comunicación y la adquisición de información? Sin dudas debo decir que sí.

¿Dónde la encuentro?

¿Dónde estás confianza que no te encuentro? Y seguramente en todos y cada uno de los actos que llevamos adelante todos y cada uno de nuestros días, cuando tomamos nuestro celular, cuando saludamos a alguien o cuando nos conectamos a las redes sociales, confiamos o queremos confiar porque nos conviene, porque no duden que eso es lo que pasa, confundimos confianza con comodidad, no nos importa cuánto nos rompan la buena fe, importa no pagar, que aparente ser gratis, que pueda obtener algún tipo de rédito, y, cuando estas circunstancias no se dan, es que vemos violentado nuestro “desinteresado” depósito en terceros.  

Alguien nos dice que nuestra foto es maravillosa, que somos unos genios, que tenemos los mejores hijos del mundo, confiamos en sus opiniones porque nos conviene, no por certeza, sino por interés.

Vemos un celular de última generación que lo venden más barato que lo que cuesta la caja donde lo entregan, y confiamos que no nos están estafando, porque ponemos por delante de nuestros principios nuestros intereses, confiamos que nuestros hijos van a estar a salvo frente a una pantallita sin controlarlos.  

Y porque nos queda (perdón en esta no me hago cargo, yo no) más cómodos, la confianza ha ido mutando de valores, de contenidos, de esencia básicamente por nuestra comodidad, por nuestros pequeños intereses, nuestros módicos y supuestamente inamovibles valores.

No se enojen, piensen, ¿cuántas veces uno les dice y repite que empresas como Facebook o Google o las aplicaciones que tenemos en nuestros celulares se alimentan de nuestra intimidad? Muchas.

Pero seguimos confiando en que no es tan grave; pero así como la tecnología en general e internet han forzado un cambio en los paradigmas relativos a la privacidad e intimidad, también lo ha hecho con el tema que nos ocupa, es decir, esa sensación de entrega y seguridad, la confianza.

La confianza es tan amplia e inclusiva que no solo se aplica a las relaciones personales, sino también a las virtuales, tanto a nivel privado como empresarial.

No es un tema menor que la distancia geográfica solo sea un papel menor en Internet, nos relacionamos más con personas, empresas e instituciones de distintos países y continentes.

Interesante es por otro lado la cuestión de si los usuarios confían en las garantías de las personas con las que están en contacto cuando se vinculan en línea.  

Mi conclusión es que no es que confían, sino que son confiadas, no dudan en filmarse en actitudes íntimas porque alguien les dijo lindos/as, no dudan en adquirir bienes a precios irrisorios, solo porque está ahí, y a ellos no los pueden embromar, ¿me dejan que les cuente algo?

A todos nos embocan alguna vez, todos y cada uno de nosotros estamos expuestos, no somos los más vivos, ni los más sagaces, somos humanos con defectos y debilidades, nuestro ego es nuestra mayor debilidad. El resto es humo.

Con la Ley en la mano

El nuevo código Civil y Comercial establece: “ARTÍCULO 1067. Protección de la confianza. La interpretación debe proteger la confianza y la lealtad que las partes se deben recíprocamente, siendo inadmisible la contradicción con una conducta jurídicamente relevante, previa y propia del mismo sujeto”.

En pocas palabras, lo que se haga debe interpretarse como de buena fe, cuestión no menor en las relaciones donde no conocemos al interlocutor y que incluso podemos no tener más datos del mismo que una foto de perfil o un correo electrónico genérico. Las cuestiones típicas de confianza surgen en Internet cuando se trata de tráfico de datos e información, después de todo, el contenido de un paquete de datos transmitidos a través de Internet debe llegar en un estado inalterado.

El meollo de la cuestión será entonces  cómo las tecnologías brindan un servicio que nos permita confiar en lo que se envía y se recibe, achicar la posibilidad de que ese intercambio de conductas sea lo menos alterado posible. Para ello la criptografía y la seguridad informática van a tener un papel relevante en el corto plazo.

El nuevo código contiene normativa amplia y muy beneficiosa de los consumidores, por lo que en términos comerciales podríamos entender que la ley está defendiendo y amparando esa confianza que necesitamos tener, pero lo que no va a poder manejar ni contener es la que se requiere para la interacción entre personas, la necesidad de no exponernos sin tener la plena certeza de quién es nuestro receptor.

Conclusión

La confianza es un recurso propio, un recurso que no es inagotable, no debe dilapidarse, no puede ser malgastado, se debe ser consciente de su uso responsable, medirlo, retacearlo, ser usado de manera racional. No hablo sólo de desconfianza, hablo de cuidado, no hablo de rechazo a las nuevas tecnologías, sino de adoptar las medidas necesarias para poder usarlas con criterio.

Hablo en resumen de un contrato social en el cual se contemplen las principales cuestiones, establecer pautas claras y concretas para el desarrollo de un Internet más sano y por ende confiable. ¿Es esta una solución posible?

La verdad ni idea, pero como sociedad nos debemos algo de esto, un esfuerzo basado en intereses compartidos en la preservación de una herramienta maravillosa y que a esta altura es imprescindible. Es una realidad que para las empresas de Internet, cuantos más usuarios confíen en ellas, más beneficios pueden obtener.

Para los gobiernos, Internet es un enorme integrador y facilitador del crecimiento social y económico.

No digo nada nuevo si les cuento que nuestras rutinas diarias y vidas personales están tan entrelazadas con la red de redes que cualquier interrupción a la misma interrumpirá nuestra sociedad más amplia. Debemos y nos debemos un análisis crítico y racional de nuestras conductas y de alguna herramienta que nos permita crecer, madurar y sobre todo confiar en el ecosistema, la confianza mata al gato, pero no puede ni debe matar a internet.#

* Abogado, director de la Red Iberoamericana ElDerechoInformatico.com y presidente de la Asociación de Derecho Informático de  Argentina.
 


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