Lo seguiremos haciendo

Jornada cumple hoy 61 años. En 1954 no había computadoras. No como las conocemos, pues los primeros ordenadores personales aparecieron recién sobre finales de los 70.

El primer ejemplar de Jornada.
08 ENE 2015 - 21:44 | Actualizado

Por Carlos Hughes

El periodismo tenía fines similares a los actuales, en la médula de la profesión, pero su práctica estaba más relacionada a la labor de los artesanos que a la automatización. Parte de ello no ha cambiado, es cierto, pues siempre será necesario tener por lo menos un periodista para dar la noticia, pero lo que ya no existe, o existe sólo en forma tangencial, es el contexto. Todo el contexto: económico, político, social, histórico y sobre todo tecnológico.

Jornada salió a la calle por primera vez el 9 de enero de ese año, siguiendo una tradición de mucho arraigo en el Valle Inferior respecto a la necesidad de comunicar, que tuvo como antecesores sobre todo a publicaciones de origen galés, y durante mucho tiempo fue el único medio masivo en esta extensa geografía.

Cuando sus primeras páginas salieron a la luz, Chubut era aun territorio Nacional por lo que sus ediciones posteriores fueron testigo de la transformación de esta parte del país en provincia, tres años después; así como fueron más tarde vehículo de cambios profundos en la humanidad toda, desde la llegada del hombre a la luna hasta la caída de las Torres Gemelas y el paso de más de 20 presidentes, muchos de ellos de facto.

En su portada del 9 de enero, hace hoy 61 años, Jornada les explicó a sus lectores de qué forma se distribuirían los ejemplares en el Valle Inferior y Puerto Madryn. No ha cambiado tanto aquello, más allá de que hoy el alcance sea superior y las distancias a recorrer más largas. Lo que sí sufrió variaciones enormes es la tarea de armar el diario, de construir la información a partir de la materia prima, que era y es aun hoy la noticia.

No existía, claro, internet. Y la telefonía estaba reducida –en la provincia y en el país- a un grupo selecto y muy pequeño de personas a las que les llegaba una línea a su casa, o a su despacho.

Los colegas de aquella época, colmada de contratiempos, conformaban esa imagen idealizada del reportero de cine: callejeros y preguntones, libreta de anotaciones en mano, y conocedores de cada dirección importante así como hoy lo son de los teléfonos móviles. No había grabaciones, claro, y cuando las hubo resultaron todo un martirio –en principio- pues se trataba de aparatos portentosos que necesitaban algún sostén (una mesa, por ejemplo) para poder utilizarse y para que las cintas pasen de un rodillo a otro sin inconvenientes.

La información llegaba con ellos a la redacción antes de cada cierre, donde repiqueteaban las máquinas de escribir abriéndose paso entre el humo de los cigarros que se consumían en los ceniceros, y allí su trabajo se unía a lo que transcribía el telegrafista, quien tomaba nota de los sucesos nacionales e internaciones por código Morse y lo transformaba al castellano.

Todas esas carillas pasaban a manos de un operador especial que las insertaba en una linotipo, pesadas máquinas que las transformaban al plomo, lo que después se colocaba en moldes (llamados galeras) con los que finalmente se armaban las páginas. El linotipista tenía prohibido equivocarse pues su trabajo salía por línea y una palabra ausente podía significar horas de retraso a la hora de la salida del diario.

Los títulos se hacían en otra máquina, llamada ludlow, con similar proceso.

Las fotos, que se revelaban en laboratorio propio, pasaban después por un proceso en una máquina llamada Klishograph, que también les daban relieve. Todo eso iba a un molde de ocho páginas, que se armaba línea por línea, y eso completo a la impresora, que era plana y no rotativa, como ahora.

La impresión era toda por relieve.

La chapa llegó a Jornada recién sobre los 80, junto a la rotativa. Y el 20 de julio de 1981 se imprimió por primera vez en sistema offset.

Salvo la rotativa y la chapa, nada de eso existe ya.

Armar el diario, a los ojos de hoy, era una aventura y una tarea titánica. Esa forma de trabajar quedó en el olvido. Los adelantos tecnológicos nos beneficiaron y hoy los desafíos son otros, y también los inconvenientes.

Lo que aún persiste es la impronta de Luis Feldman Josín, que pensó al diario como un vehículo entre las noticias y la gente, y como una herramienta para ayudar al crecimiento y la transformación con una visión ciertamente altruista.

Esa herencia está impregnada en las paredes. Si hasta continúa con nosotros su apellido, con su nieto Daniel dentro del equipo de trabajo, para hacernos recordar que siempre hubo momentos complejos para trabajar sobre la noticia pero que aun así, también siempre, se terminó imprimiendo.

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El primer ejemplar de Jornada.
08 ENE 2015 - 21:44

Por Carlos Hughes

El periodismo tenía fines similares a los actuales, en la médula de la profesión, pero su práctica estaba más relacionada a la labor de los artesanos que a la automatización. Parte de ello no ha cambiado, es cierto, pues siempre será necesario tener por lo menos un periodista para dar la noticia, pero lo que ya no existe, o existe sólo en forma tangencial, es el contexto. Todo el contexto: económico, político, social, histórico y sobre todo tecnológico.

Jornada salió a la calle por primera vez el 9 de enero de ese año, siguiendo una tradición de mucho arraigo en el Valle Inferior respecto a la necesidad de comunicar, que tuvo como antecesores sobre todo a publicaciones de origen galés, y durante mucho tiempo fue el único medio masivo en esta extensa geografía.

Cuando sus primeras páginas salieron a la luz, Chubut era aun territorio Nacional por lo que sus ediciones posteriores fueron testigo de la transformación de esta parte del país en provincia, tres años después; así como fueron más tarde vehículo de cambios profundos en la humanidad toda, desde la llegada del hombre a la luna hasta la caída de las Torres Gemelas y el paso de más de 20 presidentes, muchos de ellos de facto.

En su portada del 9 de enero, hace hoy 61 años, Jornada les explicó a sus lectores de qué forma se distribuirían los ejemplares en el Valle Inferior y Puerto Madryn. No ha cambiado tanto aquello, más allá de que hoy el alcance sea superior y las distancias a recorrer más largas. Lo que sí sufrió variaciones enormes es la tarea de armar el diario, de construir la información a partir de la materia prima, que era y es aun hoy la noticia.

No existía, claro, internet. Y la telefonía estaba reducida –en la provincia y en el país- a un grupo selecto y muy pequeño de personas a las que les llegaba una línea a su casa, o a su despacho.

Los colegas de aquella época, colmada de contratiempos, conformaban esa imagen idealizada del reportero de cine: callejeros y preguntones, libreta de anotaciones en mano, y conocedores de cada dirección importante así como hoy lo son de los teléfonos móviles. No había grabaciones, claro, y cuando las hubo resultaron todo un martirio –en principio- pues se trataba de aparatos portentosos que necesitaban algún sostén (una mesa, por ejemplo) para poder utilizarse y para que las cintas pasen de un rodillo a otro sin inconvenientes.

La información llegaba con ellos a la redacción antes de cada cierre, donde repiqueteaban las máquinas de escribir abriéndose paso entre el humo de los cigarros que se consumían en los ceniceros, y allí su trabajo se unía a lo que transcribía el telegrafista, quien tomaba nota de los sucesos nacionales e internaciones por código Morse y lo transformaba al castellano.

Todas esas carillas pasaban a manos de un operador especial que las insertaba en una linotipo, pesadas máquinas que las transformaban al plomo, lo que después se colocaba en moldes (llamados galeras) con los que finalmente se armaban las páginas. El linotipista tenía prohibido equivocarse pues su trabajo salía por línea y una palabra ausente podía significar horas de retraso a la hora de la salida del diario.

Los títulos se hacían en otra máquina, llamada ludlow, con similar proceso.

Las fotos, que se revelaban en laboratorio propio, pasaban después por un proceso en una máquina llamada Klishograph, que también les daban relieve. Todo eso iba a un molde de ocho páginas, que se armaba línea por línea, y eso completo a la impresora, que era plana y no rotativa, como ahora.

La impresión era toda por relieve.

La chapa llegó a Jornada recién sobre los 80, junto a la rotativa. Y el 20 de julio de 1981 se imprimió por primera vez en sistema offset.

Salvo la rotativa y la chapa, nada de eso existe ya.

Armar el diario, a los ojos de hoy, era una aventura y una tarea titánica. Esa forma de trabajar quedó en el olvido. Los adelantos tecnológicos nos beneficiaron y hoy los desafíos son otros, y también los inconvenientes.

Lo que aún persiste es la impronta de Luis Feldman Josín, que pensó al diario como un vehículo entre las noticias y la gente, y como una herramienta para ayudar al crecimiento y la transformación con una visión ciertamente altruista.

Esa herencia está impregnada en las paredes. Si hasta continúa con nosotros su apellido, con su nieto Daniel dentro del equipo de trabajo, para hacernos recordar que siempre hubo momentos complejos para trabajar sobre la noticia pero que aun así, también siempre, se terminó imprimiendo.


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