Historias de vida: un basquetbolista de dibujitos animados

Llegó a Madryn el 12 de Junio de 1985, en la oscuridad de la fría noche del invierno patagónico. Descendió del colectivo con su figura esmirriada, la mirada tímida y una pequeña maleta.

11 JUN 2016 - 21:03 | Actualizado

A primera vista, los dirigentes del Club Madryn se sintieron decepcionados. Esperaban otra cosa. Habían hecho una inversión importante en la búsqueda de un jugador que cambiara la historia del club y se encontraban con ése hombre chiquito de porte pueril.

Jorge Eduardo García había nacido en la madrugada del 28 de abril de 1965 en el Hospital Municipal de Bahía Blanca. Su mamá se llamaba Olga Farías y fue madre y padre a la vez, porque su progenitor los abandonó cuando Jorge recién nacía. Para él y sus cuatro hermanos mayores, Olga fue la cabeza y el corazón de la familia. Se levantaba de madrugada para ordenar la casa y partía temprano a limpiar otros hogares. Con lo que ganaba le alcanzaba para mantener dignamente a sus hijos, que la adoraban.

Como consecuencia de una afección asmática agravada, Olga murió inesperadamente en 1980 y aquel fue un mazazo para todos pero especialmente para Jorge, que era el menor del núcleo familiar. Para entonces y desde la escuela primaria, ya le decían “Cirilo”, por su enorme parecido a aquel personaje moreno y de pelo enrulado de Jacinta Pichimahuida.

A los 10 años había comenzado a jugar al básquet en el club Leandro Alem, que estaba justo a la vuelta de la vivienda de Darwing al 600, donde se crío Jorgito.

Allí se fue formando como jugador y a un paso vertiginoso pasó por todas las categorías formativas hasta la primera división. Cuando llegó a la máxima división de básquet bahiense no era un desconocido porque había integrado la selección de Bahía y de Provincia de Buenos Aires en todas las divisiones en las que había jugado. La dupla con “El Loco” Montenegro fue de lo mejor que se vio en Bahía, aún cuando ambos eran muy jóvenes todavía y estaban en plena formación.

Deportivo Madryn pensaba contratarlo en la temporada 84, pero recién pudo hacerlo un año después.

Allí estaba “Cirilo” bajando del colectivo y los dirigentes de Madryn mirando con desconfianza a “Jerry” Vicentella que los había convencido de la conveniencia de la contratación.

En realidad, los temores se disiparon en la primera práctica, porque la primera acción de García los dejó con la boca abierta. Tomó el balón y se fue como un rayo hasta el aro rival para depositarlo en bandeja. Tan rápida como ésa jugada en el primer entrenamiento fue el despegue de Madryn con “Cirilo” como base.

En la primera temporada ganaron el torneo local, el provincial de clubes y clasificaron para la Liga Nacional C. Aquel equipo lo integraban entre otros, Claudio Donatti, “El Flaco” Valenzuela, “Jerry” Vicentella, César Araujo y Juan Carlos De La Vega.

En 1986 se sumó al plantel el norteamericano Eddy Robertson con quien “Cirilo” adquirió una química parecida a la que había tenido con Hernán Montenegro. Eddy y “Coque” (así lo llamaba el moreno) conformaron un tándem para la historia. Aquella dupla escribió capítulos maravillosos en noches de driblling, amagues, asistencias, fajas, dobles y triunfos fabulosos. Fue un equipazo que logró el ascenso a la liga nacional B y del que también formaron parte jugadores de la talla de Luis Di Meglio, Nelson Abrany, Meschini y Bolling.

Es difícil explicarle a los que no tuvieron el placer de verlo, la verdadera dimensión de “Cirilo” en una cancha de básquet. Fue tan gravitante en el juego, que daba la sensación de que él solo podía ganar un partido. Jugaba a otro ritmo, a una velocidad que no era propia de los mortales. Era como un rayo que cruzaba el rectángulo de juego al que los rivales veían pasar como una sombra, rauda, indescifrable y burlona. Tenía un talento natural indiscutible pero además trabajaba muy duro para compensar su estatura de 1,68. Corría en el mar con el agua hasta el pecho, mientras el resto lo hacía hasta las rodillas.

Había desarrollado a la perfección la técnica de elevar el tiro por encima de los gigantes que lo marcaban, pero además ejecutaba el lanzamiento antes de que los rivales saltaran para taparlo. Con los tiros de media distancia ocurría algo parecido, se plantaba y tiraba, no le daba tiempo al marcador a levantar los brazos y si el adversario se movía, penetraba y definía de cara al aro. Así de simple, así de espectacular.

Fue un fanático del básquet y un perfeccionista nato. Pasaba horas frente al televisor mirando a Magic Johnson, intentando copiar el movimiento de sus piernas o la técnica de pase, aquello de mirar para un costado y asistir al compañero que entraba por el lado opuesto.

Cirilo García jugó en Madryn hasta 1992 cuando el equipo alcanzó el ascenso al TNA. Después lo hizo en Petrolero de Cutral Co, Guillermo Brown, Germinal, Independiente y Alumni. Tenía 38 años cuando decidió retirarse de la actividad. Ese día vivió el momento más grato y emotivo de su carrera. Jugar al lado de su hijo Gonzalo fue el broche de oro que merecía su incomparable campaña deportiva. Sus hijos Gonzalo y Rodrigo fueron el fruto de la relación con Zunilda Correa, a quien conoció apenas llegó a Madryn y con quien se casó el 7 de Noviembre de 1986. Su familia ha sido su bálsamo y su fortaleza. Quedan las imágenes imborrables de una campaña deportiva llena de triunfos y de actuaciones memorables. Sus fantásticas actuaciones ante Brown, que terminaban con “Cirilo” en andas, paseado por sus hinchas por todo el estadio.

Los 39 puntos marcados en Mar del Plata ante el Peñarol de Perazzo, la noche en la que el Superdomo se puso de pie para ovacionarlo. En Regina, en Roca, en La Pampa, cada vez que jugaba Madryn, la gente iba al hotel para preguntar si “Cirilo” había viajado, porque era a él, a quien iban a ver.

El suyo fue un básquet sin respiración, porque lo jugaba a un ritmo que atropellaba la garganta y el corazón.

Una figura pequeña, casi diminuta, pero capaz de hacer que un estadio se viniera abajo.

Fue un artista con todas las letras, un personaje de dibujitos animados con dotes de superhéroe, un hombre de carne y hueso pero que parecía de otro planeta.

Jorge “Cirilo García”: verlo jugar, fue un regalo del cielo.

* Este capítulo pertenece al libro “El Deporte También es Historia”, presentado ayer en la Feria del Libro en Gaiman.

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11 JUN 2016 - 21:03

A primera vista, los dirigentes del Club Madryn se sintieron decepcionados. Esperaban otra cosa. Habían hecho una inversión importante en la búsqueda de un jugador que cambiara la historia del club y se encontraban con ése hombre chiquito de porte pueril.

Jorge Eduardo García había nacido en la madrugada del 28 de abril de 1965 en el Hospital Municipal de Bahía Blanca. Su mamá se llamaba Olga Farías y fue madre y padre a la vez, porque su progenitor los abandonó cuando Jorge recién nacía. Para él y sus cuatro hermanos mayores, Olga fue la cabeza y el corazón de la familia. Se levantaba de madrugada para ordenar la casa y partía temprano a limpiar otros hogares. Con lo que ganaba le alcanzaba para mantener dignamente a sus hijos, que la adoraban.

Como consecuencia de una afección asmática agravada, Olga murió inesperadamente en 1980 y aquel fue un mazazo para todos pero especialmente para Jorge, que era el menor del núcleo familiar. Para entonces y desde la escuela primaria, ya le decían “Cirilo”, por su enorme parecido a aquel personaje moreno y de pelo enrulado de Jacinta Pichimahuida.

A los 10 años había comenzado a jugar al básquet en el club Leandro Alem, que estaba justo a la vuelta de la vivienda de Darwing al 600, donde se crío Jorgito.

Allí se fue formando como jugador y a un paso vertiginoso pasó por todas las categorías formativas hasta la primera división. Cuando llegó a la máxima división de básquet bahiense no era un desconocido porque había integrado la selección de Bahía y de Provincia de Buenos Aires en todas las divisiones en las que había jugado. La dupla con “El Loco” Montenegro fue de lo mejor que se vio en Bahía, aún cuando ambos eran muy jóvenes todavía y estaban en plena formación.

Deportivo Madryn pensaba contratarlo en la temporada 84, pero recién pudo hacerlo un año después.

Allí estaba “Cirilo” bajando del colectivo y los dirigentes de Madryn mirando con desconfianza a “Jerry” Vicentella que los había convencido de la conveniencia de la contratación.

En realidad, los temores se disiparon en la primera práctica, porque la primera acción de García los dejó con la boca abierta. Tomó el balón y se fue como un rayo hasta el aro rival para depositarlo en bandeja. Tan rápida como ésa jugada en el primer entrenamiento fue el despegue de Madryn con “Cirilo” como base.

En la primera temporada ganaron el torneo local, el provincial de clubes y clasificaron para la Liga Nacional C. Aquel equipo lo integraban entre otros, Claudio Donatti, “El Flaco” Valenzuela, “Jerry” Vicentella, César Araujo y Juan Carlos De La Vega.

En 1986 se sumó al plantel el norteamericano Eddy Robertson con quien “Cirilo” adquirió una química parecida a la que había tenido con Hernán Montenegro. Eddy y “Coque” (así lo llamaba el moreno) conformaron un tándem para la historia. Aquella dupla escribió capítulos maravillosos en noches de driblling, amagues, asistencias, fajas, dobles y triunfos fabulosos. Fue un equipazo que logró el ascenso a la liga nacional B y del que también formaron parte jugadores de la talla de Luis Di Meglio, Nelson Abrany, Meschini y Bolling.

Es difícil explicarle a los que no tuvieron el placer de verlo, la verdadera dimensión de “Cirilo” en una cancha de básquet. Fue tan gravitante en el juego, que daba la sensación de que él solo podía ganar un partido. Jugaba a otro ritmo, a una velocidad que no era propia de los mortales. Era como un rayo que cruzaba el rectángulo de juego al que los rivales veían pasar como una sombra, rauda, indescifrable y burlona. Tenía un talento natural indiscutible pero además trabajaba muy duro para compensar su estatura de 1,68. Corría en el mar con el agua hasta el pecho, mientras el resto lo hacía hasta las rodillas.

Había desarrollado a la perfección la técnica de elevar el tiro por encima de los gigantes que lo marcaban, pero además ejecutaba el lanzamiento antes de que los rivales saltaran para taparlo. Con los tiros de media distancia ocurría algo parecido, se plantaba y tiraba, no le daba tiempo al marcador a levantar los brazos y si el adversario se movía, penetraba y definía de cara al aro. Así de simple, así de espectacular.

Fue un fanático del básquet y un perfeccionista nato. Pasaba horas frente al televisor mirando a Magic Johnson, intentando copiar el movimiento de sus piernas o la técnica de pase, aquello de mirar para un costado y asistir al compañero que entraba por el lado opuesto.

Cirilo García jugó en Madryn hasta 1992 cuando el equipo alcanzó el ascenso al TNA. Después lo hizo en Petrolero de Cutral Co, Guillermo Brown, Germinal, Independiente y Alumni. Tenía 38 años cuando decidió retirarse de la actividad. Ese día vivió el momento más grato y emotivo de su carrera. Jugar al lado de su hijo Gonzalo fue el broche de oro que merecía su incomparable campaña deportiva. Sus hijos Gonzalo y Rodrigo fueron el fruto de la relación con Zunilda Correa, a quien conoció apenas llegó a Madryn y con quien se casó el 7 de Noviembre de 1986. Su familia ha sido su bálsamo y su fortaleza. Quedan las imágenes imborrables de una campaña deportiva llena de triunfos y de actuaciones memorables. Sus fantásticas actuaciones ante Brown, que terminaban con “Cirilo” en andas, paseado por sus hinchas por todo el estadio.

Los 39 puntos marcados en Mar del Plata ante el Peñarol de Perazzo, la noche en la que el Superdomo se puso de pie para ovacionarlo. En Regina, en Roca, en La Pampa, cada vez que jugaba Madryn, la gente iba al hotel para preguntar si “Cirilo” había viajado, porque era a él, a quien iban a ver.

El suyo fue un básquet sin respiración, porque lo jugaba a un ritmo que atropellaba la garganta y el corazón.

Una figura pequeña, casi diminuta, pero capaz de hacer que un estadio se viniera abajo.

Fue un artista con todas las letras, un personaje de dibujitos animados con dotes de superhéroe, un hombre de carne y hueso pero que parecía de otro planeta.

Jorge “Cirilo García”: verlo jugar, fue un regalo del cielo.

* Este capítulo pertenece al libro “El Deporte También es Historia”, presentado ayer en la Feria del Libro en Gaiman.


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