Historias del crimen / Asalto sangriento en la Patagonia

Por Daniel Schulman, especial para Jornada.

09 SEP 2017 - 19:49 | Actualizado

Por Daniel Schulman / psicólogo forense / Especial para Jornada

La llamada Década Infame no sólo lo fue para la Capital del país y sus alrededores. Se registraron episodios sistemáticos de esa calaña en todo el territorio, aunque algunos otros, si bien estuvieron en la misma bajeza, no fueron parte de lo mismo.

Así corría el año 1936 en nuestro país, cuando todavía la Ruta Nacional N° 3 era una huella de tierra y ripio y nuestra querida Patagonia era sólo una leyenda, un nombre, o un lugar lejanísimo para muchos de los que vivían de Bahía Blanca hacia el norte.

Yo siempre dije que el país se fue agrandando gracias a ciertas instituciones o entidades, tanto estatales como privadas, que arriesgaban sus recursos para ir instalándose en algunos páramos olvidados y en algunos otros páramos encontrados. Así, YPF fue una de las instituciones que fue trazando rutas y caminos y ayudando en el diseño y la construcción de pueblos, siempre en aras de la exploración y búsqueda de hidrocarburos por el territorio.

Las escuelas, por aquel entonces casi todas rurales y las de frontera, iban haciendo Patria, transmitiendo contenidos a su alumnado.

Y otra institución que acompañó estos desarrollos y crecimientos fue el Banco de la Nación, uno de los más viejos del país en su tipo. En aquellos años, la Patagonia, en algunos aspectos, estaba desprotegida. No existía un gran número de efectivos estatales para repeler cierto tipo de amenazas, sobre todo en los pueblos más pequeños.

Así le sucedió ese mismo año a un pequeño pueblo, y que al día de hoy sigue siendo pequeño en comparación con el resto de sus ciudades hermanas, que tenía su sucursal del Banco Nación. Esa sucursal era todo un orgullo para sus habitantes, y los que regenteaban el banco eran personas conocidas entre sus coterráneos.

Nunca faltaba que algún cliente del banco se acercara a las oficinas a hacer trámites y les llevara algún presente a sus empleados o directivos, porque representaban un valor para el pueblo. Hacían un trabajo social que venía bien y que era estimado y valorado por los lugareños.

Pero no todos estaban contentos ni cuidaban la institución. Había algunos en ese pueblo al sur del viento y el semi – desierto que querían algo distinto con el banco. No lo valoraban por su función, sino que lo valoraban por lo que podían rascarle. Lo querían afanar. Pero bien afanado.

Dos fulanos pueblerinos, conocidos entre todos, empezaron a pensar la idea, y una vez que le dieron forma, empezaron a planificar el golpe: primero estudiaron los horarios y movimientos de la zona. Analizaron en qué horarios sería más fácil darse a la fuga y hacia dónde. Se preguntaron qué día la seguridad estaba más relajada y en qué momento de ese día probablemente hubiera menos gente.

Como los conocía todo el mundo, improvisaron unos pasamontañas para cubrirse la cara y no ser descubiertos, y acordaron hablar lo menos posible durante el golpe para el sonido de su voz no los pusiera en evidencia.

Listo. Ya tenían todo planeado. Ya tenían todas las armas, todos los bártulos, todas sus “herramientas”. Faltaba dar el paso final.

Y lo dieron. Lo dieron el día que habían acordado, y a los gritos entraron al banco, cuando recién había abierto al público y aún no habían llegado todos los empleados ni los clientes. Encañaron al gerente y al contador de la sucursal y les dieron unos sacos para que metieran ahí todos los fajos de guita que entraran. “Hasta que reviente”, espetó uno de los ladrones al contador que temblaba como una hoja mientras sentía el frío de un caño acariciando suavemente su nuca.

El gerente y el contador, una vez que los ladrones ya tenían lo que querían, fueron trasladados al hall central, mientras algunos clientes comenzaban a ingresar al local.

Claro. Los ladrones no tenían apoyo externo y habían quedado aislados del exterior. En ese momento, los nervios comenzaron a vencerlos y decidieron darse a la fuga, cuando el gerente alcanzó a uno con un mangazo y alcanzó a sacarle el pasamontaña. Grande debe haber sido su sorpresa al ver a un amigo del pueblo haciéndose el pulenta con la pistola, a grito pelado, amenazando con matarlo si no le daba toda la guita. Por eso, el ladrón mató al gerente y al contador. Porque lo habían reconocido. Y los dos se dieron a la fuga entre la sorpresa y cagazo de todos los clientes que no entendían a cuento de qué venía la escena.

La fuga igual les duró poco. La guita nunca la pudieron usar. Y a los pocos días fueron encontrados por una cuadrilla de la vieja Policía del Territorio, mientras estaban frente a un fueguito calentando agua para unos mates.

Los dos terminaron presos en Río Gallegos, en la unidad penitenciaria del Servicio Penitenciario Federal, otra de las instituciones que fue creciendo a la par del crecimiento del país, porque mientras el país iba creciendo, crecía lo bueno y lo malo.

Cuentan las crónicas de la época y los memoriosos que esos dos fulanos lograron fugarse de esa cárcel a los pocos años de haber quedado detenidos, luego de un sangriento tiroteo.

Pero al tiempo fueron recapturados, porque a veces, los buenos ganan…

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09 SEP 2017 - 19:49

Por Daniel Schulman / psicólogo forense / Especial para Jornada

La llamada Década Infame no sólo lo fue para la Capital del país y sus alrededores. Se registraron episodios sistemáticos de esa calaña en todo el territorio, aunque algunos otros, si bien estuvieron en la misma bajeza, no fueron parte de lo mismo.

Así corría el año 1936 en nuestro país, cuando todavía la Ruta Nacional N° 3 era una huella de tierra y ripio y nuestra querida Patagonia era sólo una leyenda, un nombre, o un lugar lejanísimo para muchos de los que vivían de Bahía Blanca hacia el norte.

Yo siempre dije que el país se fue agrandando gracias a ciertas instituciones o entidades, tanto estatales como privadas, que arriesgaban sus recursos para ir instalándose en algunos páramos olvidados y en algunos otros páramos encontrados. Así, YPF fue una de las instituciones que fue trazando rutas y caminos y ayudando en el diseño y la construcción de pueblos, siempre en aras de la exploración y búsqueda de hidrocarburos por el territorio.

Las escuelas, por aquel entonces casi todas rurales y las de frontera, iban haciendo Patria, transmitiendo contenidos a su alumnado.

Y otra institución que acompañó estos desarrollos y crecimientos fue el Banco de la Nación, uno de los más viejos del país en su tipo. En aquellos años, la Patagonia, en algunos aspectos, estaba desprotegida. No existía un gran número de efectivos estatales para repeler cierto tipo de amenazas, sobre todo en los pueblos más pequeños.

Así le sucedió ese mismo año a un pequeño pueblo, y que al día de hoy sigue siendo pequeño en comparación con el resto de sus ciudades hermanas, que tenía su sucursal del Banco Nación. Esa sucursal era todo un orgullo para sus habitantes, y los que regenteaban el banco eran personas conocidas entre sus coterráneos.

Nunca faltaba que algún cliente del banco se acercara a las oficinas a hacer trámites y les llevara algún presente a sus empleados o directivos, porque representaban un valor para el pueblo. Hacían un trabajo social que venía bien y que era estimado y valorado por los lugareños.

Pero no todos estaban contentos ni cuidaban la institución. Había algunos en ese pueblo al sur del viento y el semi – desierto que querían algo distinto con el banco. No lo valoraban por su función, sino que lo valoraban por lo que podían rascarle. Lo querían afanar. Pero bien afanado.

Dos fulanos pueblerinos, conocidos entre todos, empezaron a pensar la idea, y una vez que le dieron forma, empezaron a planificar el golpe: primero estudiaron los horarios y movimientos de la zona. Analizaron en qué horarios sería más fácil darse a la fuga y hacia dónde. Se preguntaron qué día la seguridad estaba más relajada y en qué momento de ese día probablemente hubiera menos gente.

Como los conocía todo el mundo, improvisaron unos pasamontañas para cubrirse la cara y no ser descubiertos, y acordaron hablar lo menos posible durante el golpe para el sonido de su voz no los pusiera en evidencia.

Listo. Ya tenían todo planeado. Ya tenían todas las armas, todos los bártulos, todas sus “herramientas”. Faltaba dar el paso final.

Y lo dieron. Lo dieron el día que habían acordado, y a los gritos entraron al banco, cuando recién había abierto al público y aún no habían llegado todos los empleados ni los clientes. Encañaron al gerente y al contador de la sucursal y les dieron unos sacos para que metieran ahí todos los fajos de guita que entraran. “Hasta que reviente”, espetó uno de los ladrones al contador que temblaba como una hoja mientras sentía el frío de un caño acariciando suavemente su nuca.

El gerente y el contador, una vez que los ladrones ya tenían lo que querían, fueron trasladados al hall central, mientras algunos clientes comenzaban a ingresar al local.

Claro. Los ladrones no tenían apoyo externo y habían quedado aislados del exterior. En ese momento, los nervios comenzaron a vencerlos y decidieron darse a la fuga, cuando el gerente alcanzó a uno con un mangazo y alcanzó a sacarle el pasamontaña. Grande debe haber sido su sorpresa al ver a un amigo del pueblo haciéndose el pulenta con la pistola, a grito pelado, amenazando con matarlo si no le daba toda la guita. Por eso, el ladrón mató al gerente y al contador. Porque lo habían reconocido. Y los dos se dieron a la fuga entre la sorpresa y cagazo de todos los clientes que no entendían a cuento de qué venía la escena.

La fuga igual les duró poco. La guita nunca la pudieron usar. Y a los pocos días fueron encontrados por una cuadrilla de la vieja Policía del Territorio, mientras estaban frente a un fueguito calentando agua para unos mates.

Los dos terminaron presos en Río Gallegos, en la unidad penitenciaria del Servicio Penitenciario Federal, otra de las instituciones que fue creciendo a la par del crecimiento del país, porque mientras el país iba creciendo, crecía lo bueno y lo malo.

Cuentan las crónicas de la época y los memoriosos que esos dos fulanos lograron fugarse de esa cárcel a los pocos años de haber quedado detenidos, luego de un sangriento tiroteo.

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