Historias Mínimas / Un perro, un exgobernador y dos camiones de bomberos

30 DIC 2017 - 21:08 | Actualizado

Por Pablo Riffo Torres / Especial para Jornada

El sol eleva la temperatura de un verano declarado y el viento azota con la arena fina los brazos descubiertos en cada ráfaga. El último viernes del año en Comodoro Rivadavia tuvo una alteración en su tiempo acelerado cuando, en la ruta nacional 3, un grupo de jóvenes con semblante consternado ponían todo su esfuerzo en sacar la tapa de la alcantarilla en la esquina de Avenida Portugal.

El relato a las cuatro de la tarde señalaba que se trataba de un perro que lloraba perdido dentro del laberinto que se esconde bajo el asfalto. Asustado, su llanto guiaba a los improvisados rescatistas de una tapa de alcantarilla a otra. Con cuerdas, ganchos y a mazazo limpio iban removiendo, una a una, las pesadas puertas circulares que los separaban de la víctima.

Una chica asomaba la mitad de su cuerpo en la esquina desde uno de esos agujeros que había sido descubierto. Con una mirada decidida y un paquete de alimento para perros en la mano. Pidió la linterna y se perdió en el fondo de la fosa tapizada en hojas escondidas desde el otoño. En cuclillas y a silbidos intentó sin éxito atraer al perro por el que había movido cielo, mar, tierra y algunas tapas de alcantarilla.

— Desde las 10 de la mañana estamos tratando de sacarlo. Se asusta y corre para otro lado. Creo que está lastimado.

— ¿Y no llamaron a los bomberos?

— Desde el primer momento los llamamos. Nos dijeron que ya venían. Hace seis horas y todavía no aparece nadie.

El relato se repetía cada vez que una persona nueva se acercaba a curiosear. Los minutos corrían y ninguna fuerza de seguridad se acercaba. La historia comenzó a circular por las redes y los mensajes cruzados volvieron a darle impulso en el rescate de un perro perdido.

Un hombre de edad media, pelo corto al ras, canoso, chomba holgada y de un violeta oscuro se acercó a preguntar qué pasaba. Se agachó al borde del agujero de la cloaca y escuchó de nuevo el relato. De bermudas azul cargo y sobre unas sandalias con abrojo negras escuchó atentamente el reclamo por la falta de atención del caso que tan preocupado tenía a la gente que cada vez hacía más bulto.

Se compuso, sacó su teléfono y llamó.

— Gabriel, Martín habla. Bien, mirá, estoy en la esquina de la ruta y Portugal, acá cerca del liceo. Están intentando rescatar a un perro que se metió en la cloaca. Dicen que llaman desde temprano, pero nadie viene. A ver si alguien se puede hacer cargo.

El imperativo provenía del exgobernador de la provincia, Martín Buzzi. Había dicho que iba a llamar a la gente de la Cooperativa que pudieran ayudar a remover las tapas sin tanto problema para poder rastrear rápidamente al perro. Como en su época de sujeto público, cortó la llamada y volvió a marcar. Se alejó unos pasos, dio algunas vueltas y repitió parte del relato.

— Ahí le dije al jefe de Bomberos. Me dice que manda a alguien.

La agenda local de su teléfono todavía vigente, y como si no fuese víctima de señalamientos diarios dentro de las esferas políticas provinciales; se cruzó de brazos y se volvió a agachar. Con mirada analítica revisaba alternativas en su mente. A lo lejos otra tapa se removía, otro joven con una linterna de led y mucho coraje desaparecía en medio de la calle. A la salida, una chica elegantemente vestida los esperaba con un pomo de alcohol en gel.

Un joven de aspiraciones políticas claras y con la camiseta puesta, al descubrir quién era el nuevo miembro de ciudadanos al rescate se acercó y le habló.

— Martín ¿qué pensás hacer de acá en adelante? Escuché que estabas con intención de un partido municipal.

— Y, todavía no sé bien. Es que si querés meterte por los partidos grandes después tenés que pagar con incompetentes.

— ¿Cómo incompetentes?

— Gente que no sabe trabajar. Que está ahí por acuerdos políticos.

— Sería algo como lo que hizo Britapaja.

— Algo así, quizás.

La charla se pierde entre las bocinas de los autos. Los conos de la peatonal cercana habían sido reutilizados. Las puertas estaban abiertas en caso de que cualquiera de ellas estuviera disponible. Una camioneta 4X4 con detalles verdes y blancos sube decidida sobre la vereda y frena a pocos metros de la alcantarilla abierta de la esquina.

Con aire heroico y consciente de haber sido el primero en llegar, Walter Flores baja del vehículo y enfrenta el viento en contra para llegar hacia el epicentro del conflicto.

— ¡Bravo! Un aplauso para Defensa Civil que por fin se dignó aparecer— pedía cargado de ironía uno de los chicos que estaba en plan de rescate.

— Pero si a mi recién me avisaron.

— Desde las 10 de la mañana estamos llamando.

— Habrán llamado a Defensa Civil municipal, porque a mí no me llegó ningún pedido.

La discusión se distorsionaba entre las ráfagas de viento, mientras a un costado, alguien aprovechaba la cercanía del exgobernador para tratarlo como un par.

— Y ahora estoy más centrado en mi familia, en mis padres. En terminar su casa…

El relato de Martín Buzzi parecía responder a una pregunta personal que algún ciudadano común le quisiera hacer a alguien de autoridad. Aunque estuviera caduca.

— Ahora solo te falta adoptar al perro y sos el protagonista de la historia.

— ¡Nooooo! En casa me matan. Ya tengo dos. Ninguno es de raza.

— Los dos rescatados de la calle.

— Y el gato negro también. Viste que a nadie le gustan los gatos negros y los dejan en la calle. Yo tengo uno en casa.

— ¿Y vos que hacías por acá?

— Nada, estaba pasando. Vi el remolino de gente, paré y me vine a ver qué estaba pasando. Me di cuenta que necesitaban ayuda y empecé a llamar.

La respuesta del exprimer mandatario provincial había evadido las cámaras de celular de los curiosos y de los periodistas que se acercaban. O quizás la pérdida de peso político lo habían relegado algunas posiciones abajo del reclamo de unos vecinos consternados por la falta de respuestas ante el pedido de rescate de una vida.

La gente se amuchaba alrededor de las alcantarillas como intentando ver qué pasaba. Dos camiones de Bomberos habían agarrado la calle auxiliar de la ruta para tomar Avenida Portugal.

Otra vez el aplauso irónico. Seis horas de trabajo agobiaban y el ambiente estaba reacio. Vestidos para un verdadero operativo de rescate, cinco bomberos descendieron de las autobombas y se acercaron al lugar. Martín ya no estaba. En su salida había ensayado un discurso elocuente de tarea cumplida. “Ya van a llegar los bomberos para ayudar. Yo diría que nos quedemos tranquilos hasta que lleguen”, dijo al aire y se fue despidiéndose de algún que otro conocido.

La discusión entre los bomberos, Defensa Civil y los rescatistas elevaba los decibeles.

— A ver si nos entendemos. No me podés hacer mover dos camiones por un perro.

— ¡Hubiesen venido hace siete horas, cuando los llamamos!

— Ya vinimos. El otro día metí cuatro hombres ahí para rescatar a uno de los perros. No los sacamos, después salieron solos ¿Qué pasa si ahora tengo que salir para una emergencia?

— ¡¿Y por qué vinieron ahora?! ¿Por que los llamó Martín Buzzi?

El reproche pegó en el orgullo de los funcionarios de la gestión actual. Como acusados de traición reaccionaron ofuscados y a los gritos.

— ¡¿Y quién es Martín Buzzi?! — sonó a coro, acompañado de manos en señal de montoncito y expresiones de indignación— Ese debe estar paseando por Rada Tilly ahora. Andá a saber qué estará haciendo.

No lo habían visto, y quizás no hubiese quedado registro de su paso e intervención en el caso de no ser por los ojos atentos de algunos periodistas. Las cámaras que ya estaban en el lugar registraban la discusión que había quedado grabada para la posteridad local.

— ¡¡Un aplauso para los bomberos de Comodoro Rivadavia!! Que tanto les importan las vidas de los animales. Deberían aprender de otros países donde se preocupan en serio.

Los camiones comenzaron a irse. Las autoridades se retiraban ante la imposibilidad de accionar. Los enviados por la SCPL aseguraron que no era su jurisdicción y volvieron a sus vehículos, ploteados, estacionados a unos metros en la esquina contraria. Solamente Walter Flores seguía ahí.

Los perros pasaron a ser tres, uno de ellos lastimado. O eso se supone. La misma chica que había saltado al fondo de la cloaca decidida, ahora fumaba un pucho con la mirada perdida en el horizonte. Esquivando la frustración, acompañada de sus compañeros de cruzada, exhalaba el humo que la reciente tranquilidad del viento permitía divisar. El único rescate registrado esa tarde, terminó siendo esta crónica donde un perro, un exgobernador y dos camiones de bomberos tuvieron un vestigio de protagonismo. #

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30 DIC 2017 - 21:08

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El sol eleva la temperatura de un verano declarado y el viento azota con la arena fina los brazos descubiertos en cada ráfaga. El último viernes del año en Comodoro Rivadavia tuvo una alteración en su tiempo acelerado cuando, en la ruta nacional 3, un grupo de jóvenes con semblante consternado ponían todo su esfuerzo en sacar la tapa de la alcantarilla en la esquina de Avenida Portugal.

El relato a las cuatro de la tarde señalaba que se trataba de un perro que lloraba perdido dentro del laberinto que se esconde bajo el asfalto. Asustado, su llanto guiaba a los improvisados rescatistas de una tapa de alcantarilla a otra. Con cuerdas, ganchos y a mazazo limpio iban removiendo, una a una, las pesadas puertas circulares que los separaban de la víctima.

Una chica asomaba la mitad de su cuerpo en la esquina desde uno de esos agujeros que había sido descubierto. Con una mirada decidida y un paquete de alimento para perros en la mano. Pidió la linterna y se perdió en el fondo de la fosa tapizada en hojas escondidas desde el otoño. En cuclillas y a silbidos intentó sin éxito atraer al perro por el que había movido cielo, mar, tierra y algunas tapas de alcantarilla.

— Desde las 10 de la mañana estamos tratando de sacarlo. Se asusta y corre para otro lado. Creo que está lastimado.

— ¿Y no llamaron a los bomberos?

— Desde el primer momento los llamamos. Nos dijeron que ya venían. Hace seis horas y todavía no aparece nadie.

El relato se repetía cada vez que una persona nueva se acercaba a curiosear. Los minutos corrían y ninguna fuerza de seguridad se acercaba. La historia comenzó a circular por las redes y los mensajes cruzados volvieron a darle impulso en el rescate de un perro perdido.

Un hombre de edad media, pelo corto al ras, canoso, chomba holgada y de un violeta oscuro se acercó a preguntar qué pasaba. Se agachó al borde del agujero de la cloaca y escuchó de nuevo el relato. De bermudas azul cargo y sobre unas sandalias con abrojo negras escuchó atentamente el reclamo por la falta de atención del caso que tan preocupado tenía a la gente que cada vez hacía más bulto.

Se compuso, sacó su teléfono y llamó.

— Gabriel, Martín habla. Bien, mirá, estoy en la esquina de la ruta y Portugal, acá cerca del liceo. Están intentando rescatar a un perro que se metió en la cloaca. Dicen que llaman desde temprano, pero nadie viene. A ver si alguien se puede hacer cargo.

El imperativo provenía del exgobernador de la provincia, Martín Buzzi. Había dicho que iba a llamar a la gente de la Cooperativa que pudieran ayudar a remover las tapas sin tanto problema para poder rastrear rápidamente al perro. Como en su época de sujeto público, cortó la llamada y volvió a marcar. Se alejó unos pasos, dio algunas vueltas y repitió parte del relato.

— Ahí le dije al jefe de Bomberos. Me dice que manda a alguien.

La agenda local de su teléfono todavía vigente, y como si no fuese víctima de señalamientos diarios dentro de las esferas políticas provinciales; se cruzó de brazos y se volvió a agachar. Con mirada analítica revisaba alternativas en su mente. A lo lejos otra tapa se removía, otro joven con una linterna de led y mucho coraje desaparecía en medio de la calle. A la salida, una chica elegantemente vestida los esperaba con un pomo de alcohol en gel.

Un joven de aspiraciones políticas claras y con la camiseta puesta, al descubrir quién era el nuevo miembro de ciudadanos al rescate se acercó y le habló.

— Martín ¿qué pensás hacer de acá en adelante? Escuché que estabas con intención de un partido municipal.

— Y, todavía no sé bien. Es que si querés meterte por los partidos grandes después tenés que pagar con incompetentes.

— ¿Cómo incompetentes?

— Gente que no sabe trabajar. Que está ahí por acuerdos políticos.

— Sería algo como lo que hizo Britapaja.

— Algo así, quizás.

La charla se pierde entre las bocinas de los autos. Los conos de la peatonal cercana habían sido reutilizados. Las puertas estaban abiertas en caso de que cualquiera de ellas estuviera disponible. Una camioneta 4X4 con detalles verdes y blancos sube decidida sobre la vereda y frena a pocos metros de la alcantarilla abierta de la esquina.

Con aire heroico y consciente de haber sido el primero en llegar, Walter Flores baja del vehículo y enfrenta el viento en contra para llegar hacia el epicentro del conflicto.

— ¡Bravo! Un aplauso para Defensa Civil que por fin se dignó aparecer— pedía cargado de ironía uno de los chicos que estaba en plan de rescate.

— Pero si a mi recién me avisaron.

— Desde las 10 de la mañana estamos llamando.

— Habrán llamado a Defensa Civil municipal, porque a mí no me llegó ningún pedido.

La discusión se distorsionaba entre las ráfagas de viento, mientras a un costado, alguien aprovechaba la cercanía del exgobernador para tratarlo como un par.

— Y ahora estoy más centrado en mi familia, en mis padres. En terminar su casa…

El relato de Martín Buzzi parecía responder a una pregunta personal que algún ciudadano común le quisiera hacer a alguien de autoridad. Aunque estuviera caduca.

— Ahora solo te falta adoptar al perro y sos el protagonista de la historia.

— ¡Nooooo! En casa me matan. Ya tengo dos. Ninguno es de raza.

— Los dos rescatados de la calle.

— Y el gato negro también. Viste que a nadie le gustan los gatos negros y los dejan en la calle. Yo tengo uno en casa.

— ¿Y vos que hacías por acá?

— Nada, estaba pasando. Vi el remolino de gente, paré y me vine a ver qué estaba pasando. Me di cuenta que necesitaban ayuda y empecé a llamar.

La respuesta del exprimer mandatario provincial había evadido las cámaras de celular de los curiosos y de los periodistas que se acercaban. O quizás la pérdida de peso político lo habían relegado algunas posiciones abajo del reclamo de unos vecinos consternados por la falta de respuestas ante el pedido de rescate de una vida.

La gente se amuchaba alrededor de las alcantarillas como intentando ver qué pasaba. Dos camiones de Bomberos habían agarrado la calle auxiliar de la ruta para tomar Avenida Portugal.

Otra vez el aplauso irónico. Seis horas de trabajo agobiaban y el ambiente estaba reacio. Vestidos para un verdadero operativo de rescate, cinco bomberos descendieron de las autobombas y se acercaron al lugar. Martín ya no estaba. En su salida había ensayado un discurso elocuente de tarea cumplida. “Ya van a llegar los bomberos para ayudar. Yo diría que nos quedemos tranquilos hasta que lleguen”, dijo al aire y se fue despidiéndose de algún que otro conocido.

La discusión entre los bomberos, Defensa Civil y los rescatistas elevaba los decibeles.

— A ver si nos entendemos. No me podés hacer mover dos camiones por un perro.

— ¡Hubiesen venido hace siete horas, cuando los llamamos!

— Ya vinimos. El otro día metí cuatro hombres ahí para rescatar a uno de los perros. No los sacamos, después salieron solos ¿Qué pasa si ahora tengo que salir para una emergencia?

— ¡¿Y por qué vinieron ahora?! ¿Por que los llamó Martín Buzzi?

El reproche pegó en el orgullo de los funcionarios de la gestión actual. Como acusados de traición reaccionaron ofuscados y a los gritos.

— ¡¿Y quién es Martín Buzzi?! — sonó a coro, acompañado de manos en señal de montoncito y expresiones de indignación— Ese debe estar paseando por Rada Tilly ahora. Andá a saber qué estará haciendo.

No lo habían visto, y quizás no hubiese quedado registro de su paso e intervención en el caso de no ser por los ojos atentos de algunos periodistas. Las cámaras que ya estaban en el lugar registraban la discusión que había quedado grabada para la posteridad local.

— ¡¡Un aplauso para los bomberos de Comodoro Rivadavia!! Que tanto les importan las vidas de los animales. Deberían aprender de otros países donde se preocupan en serio.

Los camiones comenzaron a irse. Las autoridades se retiraban ante la imposibilidad de accionar. Los enviados por la SCPL aseguraron que no era su jurisdicción y volvieron a sus vehículos, ploteados, estacionados a unos metros en la esquina contraria. Solamente Walter Flores seguía ahí.

Los perros pasaron a ser tres, uno de ellos lastimado. O eso se supone. La misma chica que había saltado al fondo de la cloaca decidida, ahora fumaba un pucho con la mirada perdida en el horizonte. Esquivando la frustración, acompañada de sus compañeros de cruzada, exhalaba el humo que la reciente tranquilidad del viento permitía divisar. El único rescate registrado esa tarde, terminó siendo esta crónica donde un perro, un exgobernador y dos camiones de bomberos tuvieron un vestigio de protagonismo. #


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