Dolor y coraje: la violaron hace 27 años en Trelew y ahora puede contarlo

Mariana Carr Rollitt dio por primera vez su desgarrador testimonio: qué sintió, qué pensó y lo que le cuesta vivir tras haber pasado por la más aberrantes de las experiencias que puede pasar una mujer. “Si les pasa algo así no se callen. No importa el tiempo. Te enfermás.”

Fortaleza y valentía. Mariana relató a Jornada su experiencia de vida.
16 DIC 2018 - 21:08 | Actualizado

Por Lorena Leeming / @Loreleeming

Dolor e impotencia. Hace 27 años que Mariana Carr Rollitt vive con una angustia en su cuerpo, en su alma. Recién hoy se animó a hablar. Primero lo hizo con un crudo relato en una red social y luego en una entrevista con Jornada.

Tiene 44 años. Contó que en 1991 cuando salía de una fiesta de egresados, un compañero de escuela la violó. Se ofreció a acompañarla a su casa y en un descampado “se me vino arriba, me besó fuerte. Me penetró y sentí dolor porque lo hacía fuerte. En ese lugar antes habían matado una piba. Me paralicé. Creo que hoy lo hubiese agarrado a piñas. En ese momento no pude”.

Los cuestionamientos respecto a por qué no habló antes quedan en un segundo plano. Las causas son múltiples y cada mujer que pasó por aberrantes situaciones como Mariana saben el motivo: la edad, la falta de credibilidad por parte de la gente, la sociedad misma, miles de motivos.

Lo cierto es que Mariana se convirtió en una mujer fuerte, entera y enfrentó el motivo que paralizaba gran parte de su vida para liberarse, para poder estar mejor. Está transformando toda esa angustia y dolor en fortaleza.

Visibilizar su caso es para ella una forma revertir lo que tantísimo tiempo le afectó su vida. A veces todo el tiempo. A veces en ocasiones puntuales. Con lágrimas, hablando tranquila, pausado pero con seguridad y precisión relató a este diario: “Fue cuando estábamos saliendo del Club Independiente. Era una fiesta de egresados y nos encontramos con este compañero. Él no estaba con nosotros, estaba con otro grupo. Cuando ya nos íbamos para la casa de una amiga que vivía cerca, quedo con él. Me dice: ´Te acompaño a tu casa´. Éramos chicos, no teníamos auto ni él ni yo tampoco”.

“Cuando llegamos cerca de la Pista de Atletismo había un descampado. Me agarra y me forcejea. Me besa fuerte. Me lo quería sacar de encima porque no entendía por qué me besaba. Se me tira encima. Fuerte otra vez. No entendía. No podía creer que estuviese arriba mío haciendo tanta fuerza. Me dio mucho miedo. Ahí en ese lugar habían encontrado restos de una chica que habían matado hace algún tiempo. Sólo pensar eso me aterraba. Pensé que me mataba. Se me vino a la cabeza esa imagen además del dolor que sentía cuando él me penetraba porque lo hacía fuerte. Como con todo. Lo que hice fue detener el tiempo. No me lo pude sacar de encima. Quedé paralizada. Ni siquiera tuve la fuerza de poder sacarlo”.

Con su mirada ausente y sus manos apretadas en puños con fuerza, se reprocha algo que tampoco dependía de ella en ese momento de desesperación, de violencia. “¿Por qué no lo cagué a piñas? ¿Por qué no empecé a patearlo?. No sé, algo. Lo conocía, no era un tipo que nunca había visto. Hoy lo hago, hoy lo agarraría a piñas. Pero en ese momento, no pude”, se lamentó.

De todas maneras, con su edad (17 años) y la misma situación que estaba viviendo la bloqueó. Incluso comparaba otras cosas que le habían pasado y que sorteó. Relató que otra vezun desconocido quiso también violentarla y “esa vez huí. Me fui. Pude hacerlo. Pero esta situación no pude manejarla”.

La carga de violencia e impotencia que había sufrido sobre su cuerpo quedó en un grupo cerrado. Prefirió el silencio. Sólo se lo contó a sus afectos más cercanos. “Se lo conté a dos amigas. Hicimos un pacto de no hablarle más a ese tipo. Decidí no ir más para el lado de la escuela que estaba él y no nos hablamos más. No lo saludaba. El no me habló más. Sabía lo que hizo. Luego, se lo conté a mi psicóloga. Yo lo había naturalizado de alguna manera. Se lo dije así nomás en la terapia. Ella me dijo que era muy fuerte para naturalizarlo”.

Mariana “sobrevivió” todos estos años. Vivir plenamente no pudo. “Siempre tuve y tengo mucha angustia. La gente no sabía lo que me había pasado. Una vez, una expareja me dijo: a vos te hicieron algo. Me ponía a llorar de la nada. Era la típica deprimida que lloraba. Tenía esa angustia instalada en mí. Él me preguntó si me había pasado algo. Al principio no se lo dije, lo admití después”.

Mediatizar su caso a través de Jornada fue una decisión que tomó en soledad. Pero que antes de publicada esta nota, habló con parte de su familia y con sus amigas más cercanas. Lo peor del caso es que a nadie le sorprendió demasiado. “Las estadísticas horrorizan: de las 5 que éramos a 4 de las chicas le había pasado cosas similares. Casi iguales, una se dio cuenta en ese momento que le había pasado algo parecido, casi igual. Fue también en fiesta de adolescentes. Dijo que la había violado un compañero. Ella se despierta y una amiga le sacó el pibe de encima. Anoche (por el día de la semana pasada que lo contó) le cayó la ficha”.

La estigmatización social y el reproche de la comunidad respecto a “por qué no lo dijiste antes” tiene una respuesta: “No lo podés decir. Será la época, no sé. Está todo muy bueno lo que pasa en la sociedad. Está cambiando, te da fuerzas. Te juro que hasta una misma se echa la culpa. No sé cómo explicarte”.

La denuncia no la realizó porque no tuvo fuerzas de afrontar una revictimización. Si bien ahora los procesos judiciales se han agilizado, años atrás era todo mucho más difícil. “No tuve ganas de pasar por un proceso. No tengo ganas de eso. Te dicen: ¿por qué no denunciaste? Y uno contesta: porque era chica, porque no quería verlo de nuevo. Y lo vi en otros lugares. Hace poco en un Banco pagando cuentas, en Playa Unión también”.

Apuntó Mariana que años atrás “si llegaba a decir algo, me iban a decir que estaba loca. Es la típica. No tengo ganas ni tenía fuerzas a exponerme a eso. Ahora contarlo es un alivio. Mi papá murió y nunca lo supo”.

Hoy es toda una mujer. Fuerte y valiente. En su cuenta de Twitter contó lo que le pasó, usando un seudónimo. Pero en esta entrevista dio su nombre, su apellido y aceptó una fotografía porque cree en la visibilización. En que haciendo saber qué es lo que sufren muchas mujeres, la sociedad obligatoriamente tiene que avanzar en un cambio. “Sólo pido que no se callen, que no importa el tiempo, que no importa que tan tarde sea. Que lo digan. Que lo saquen de su interior. Te enfermás guardando eso. Que las chicas hablen, que denuncien si pueden. Hay muchos lugares que nos escuchan. No estamos solas. Se ha movilizado en la gente algo que nos da la fortaleza para seguir”.

Terminó la entrevista, cerró su cartera, tomó un mate y suspiró como diciéndose a sí misma: labor cumplida. Cruzó la calle para vivir quizás de otra manera. Entendió que a través de su testimonio varias mujeres tal vez se animen y salgan de la pesadilla en la que viven o vivieron. No importa cuándo. Lo importante es decirlo. Y que se entienda por sobre todas las cosas, que, sea el género que sea, cuando se dice no, es no.

Las más leídas

Fortaleza y valentía. Mariana relató a Jornada su experiencia de vida.
16 DIC 2018 - 21:08

Por Lorena Leeming / @Loreleeming

Dolor e impotencia. Hace 27 años que Mariana Carr Rollitt vive con una angustia en su cuerpo, en su alma. Recién hoy se animó a hablar. Primero lo hizo con un crudo relato en una red social y luego en una entrevista con Jornada.

Tiene 44 años. Contó que en 1991 cuando salía de una fiesta de egresados, un compañero de escuela la violó. Se ofreció a acompañarla a su casa y en un descampado “se me vino arriba, me besó fuerte. Me penetró y sentí dolor porque lo hacía fuerte. En ese lugar antes habían matado una piba. Me paralicé. Creo que hoy lo hubiese agarrado a piñas. En ese momento no pude”.

Los cuestionamientos respecto a por qué no habló antes quedan en un segundo plano. Las causas son múltiples y cada mujer que pasó por aberrantes situaciones como Mariana saben el motivo: la edad, la falta de credibilidad por parte de la gente, la sociedad misma, miles de motivos.

Lo cierto es que Mariana se convirtió en una mujer fuerte, entera y enfrentó el motivo que paralizaba gran parte de su vida para liberarse, para poder estar mejor. Está transformando toda esa angustia y dolor en fortaleza.

Visibilizar su caso es para ella una forma revertir lo que tantísimo tiempo le afectó su vida. A veces todo el tiempo. A veces en ocasiones puntuales. Con lágrimas, hablando tranquila, pausado pero con seguridad y precisión relató a este diario: “Fue cuando estábamos saliendo del Club Independiente. Era una fiesta de egresados y nos encontramos con este compañero. Él no estaba con nosotros, estaba con otro grupo. Cuando ya nos íbamos para la casa de una amiga que vivía cerca, quedo con él. Me dice: ´Te acompaño a tu casa´. Éramos chicos, no teníamos auto ni él ni yo tampoco”.

“Cuando llegamos cerca de la Pista de Atletismo había un descampado. Me agarra y me forcejea. Me besa fuerte. Me lo quería sacar de encima porque no entendía por qué me besaba. Se me tira encima. Fuerte otra vez. No entendía. No podía creer que estuviese arriba mío haciendo tanta fuerza. Me dio mucho miedo. Ahí en ese lugar habían encontrado restos de una chica que habían matado hace algún tiempo. Sólo pensar eso me aterraba. Pensé que me mataba. Se me vino a la cabeza esa imagen además del dolor que sentía cuando él me penetraba porque lo hacía fuerte. Como con todo. Lo que hice fue detener el tiempo. No me lo pude sacar de encima. Quedé paralizada. Ni siquiera tuve la fuerza de poder sacarlo”.

Con su mirada ausente y sus manos apretadas en puños con fuerza, se reprocha algo que tampoco dependía de ella en ese momento de desesperación, de violencia. “¿Por qué no lo cagué a piñas? ¿Por qué no empecé a patearlo?. No sé, algo. Lo conocía, no era un tipo que nunca había visto. Hoy lo hago, hoy lo agarraría a piñas. Pero en ese momento, no pude”, se lamentó.

De todas maneras, con su edad (17 años) y la misma situación que estaba viviendo la bloqueó. Incluso comparaba otras cosas que le habían pasado y que sorteó. Relató que otra vezun desconocido quiso también violentarla y “esa vez huí. Me fui. Pude hacerlo. Pero esta situación no pude manejarla”.

La carga de violencia e impotencia que había sufrido sobre su cuerpo quedó en un grupo cerrado. Prefirió el silencio. Sólo se lo contó a sus afectos más cercanos. “Se lo conté a dos amigas. Hicimos un pacto de no hablarle más a ese tipo. Decidí no ir más para el lado de la escuela que estaba él y no nos hablamos más. No lo saludaba. El no me habló más. Sabía lo que hizo. Luego, se lo conté a mi psicóloga. Yo lo había naturalizado de alguna manera. Se lo dije así nomás en la terapia. Ella me dijo que era muy fuerte para naturalizarlo”.

Mariana “sobrevivió” todos estos años. Vivir plenamente no pudo. “Siempre tuve y tengo mucha angustia. La gente no sabía lo que me había pasado. Una vez, una expareja me dijo: a vos te hicieron algo. Me ponía a llorar de la nada. Era la típica deprimida que lloraba. Tenía esa angustia instalada en mí. Él me preguntó si me había pasado algo. Al principio no se lo dije, lo admití después”.

Mediatizar su caso a través de Jornada fue una decisión que tomó en soledad. Pero que antes de publicada esta nota, habló con parte de su familia y con sus amigas más cercanas. Lo peor del caso es que a nadie le sorprendió demasiado. “Las estadísticas horrorizan: de las 5 que éramos a 4 de las chicas le había pasado cosas similares. Casi iguales, una se dio cuenta en ese momento que le había pasado algo parecido, casi igual. Fue también en fiesta de adolescentes. Dijo que la había violado un compañero. Ella se despierta y una amiga le sacó el pibe de encima. Anoche (por el día de la semana pasada que lo contó) le cayó la ficha”.

La estigmatización social y el reproche de la comunidad respecto a “por qué no lo dijiste antes” tiene una respuesta: “No lo podés decir. Será la época, no sé. Está todo muy bueno lo que pasa en la sociedad. Está cambiando, te da fuerzas. Te juro que hasta una misma se echa la culpa. No sé cómo explicarte”.

La denuncia no la realizó porque no tuvo fuerzas de afrontar una revictimización. Si bien ahora los procesos judiciales se han agilizado, años atrás era todo mucho más difícil. “No tuve ganas de pasar por un proceso. No tengo ganas de eso. Te dicen: ¿por qué no denunciaste? Y uno contesta: porque era chica, porque no quería verlo de nuevo. Y lo vi en otros lugares. Hace poco en un Banco pagando cuentas, en Playa Unión también”.

Apuntó Mariana que años atrás “si llegaba a decir algo, me iban a decir que estaba loca. Es la típica. No tengo ganas ni tenía fuerzas a exponerme a eso. Ahora contarlo es un alivio. Mi papá murió y nunca lo supo”.

Hoy es toda una mujer. Fuerte y valiente. En su cuenta de Twitter contó lo que le pasó, usando un seudónimo. Pero en esta entrevista dio su nombre, su apellido y aceptó una fotografía porque cree en la visibilización. En que haciendo saber qué es lo que sufren muchas mujeres, la sociedad obligatoriamente tiene que avanzar en un cambio. “Sólo pido que no se callen, que no importa el tiempo, que no importa que tan tarde sea. Que lo digan. Que lo saquen de su interior. Te enfermás guardando eso. Que las chicas hablen, que denuncien si pueden. Hay muchos lugares que nos escuchan. No estamos solas. Se ha movilizado en la gente algo que nos da la fortaleza para seguir”.

Terminó la entrevista, cerró su cartera, tomó un mate y suspiró como diciéndose a sí misma: labor cumplida. Cruzó la calle para vivir quizás de otra manera. Entendió que a través de su testimonio varias mujeres tal vez se animen y salgan de la pesadilla en la que viven o vivieron. No importa cuándo. Lo importante es decirlo. Y que se entienda por sobre todas las cosas, que, sea el género que sea, cuando se dice no, es no.


NOTICIAS RELACIONADAS