Viejo y querido “ypefe”

Historias Mínimas.

26 ENE 2019 - 20:03 | Actualizado

Por Ismael Tebes

La tonada norteña los delataba. El rostro moreno, cara de carbón y manos generosas, empetroladas. Los changos catamarqueños habían llegado para quedarse, encomendándose a la Virgen del Valle, queriendo echar raíces y buscando compañeras para la aventura en la otra punta del mapa. Nadie parecía aburrirse en medio de las rutinas laborales que lo incluían todo: el rigor del cumplimiento horario y un clima bravo, herramientas pesadas; sueldos altos y hasta ese costado social que terminó llenando soledades y formando familias al amparo de una misma sigla.
Cada campamento o sector representaba un extraño crisol de razas. Los extranjeros y los provincianos, unidos en el mismo sentido, el de hacer grande la Patria con el sudor y el esfuerzo. Pese a la multiplicidad, la integración fue siempre total y más allá de las miradas diferentes, los asados y guitarreadas tenían un efecto amistoso, de cercanía.
“Trabajo en ypefe…”, así raramente acentuado y con una mezcla de canto inevitable solían gritar con orgullo, los pioneros del viejo petróleo. Fieles a la consigna del general Mosconi, pensaban que “entregar el petróleo” era efectivamente “entregar la bandera” y ser parte de Yacimientos Petrolíferos Fiscales les representaba un motivo de orgullo que les inflaba el pecho. Y en cierta, forma los “diferenciaba” en el mapa laboral de la época.
El “ser parte” significaba trabajo, progreso, beneficios y un prestigio que se extendía a cada miembro del grupo familiar. Los mamelucos grises, los botines con punta de acero y los viejos cascos de metal representaban el mejor motivo para ponerse la camiseta. Es que todo o casi todo, tenía que ver con YPF y con el legajo personal que le abría puertas a sus empleados.
Se tenían servicios diferenciales como el transporte escolar con terminal propia, el viejo cine de Kilómetro Tres; Escuelas, Policía; un correo “distinto”, un hospital, gamelas exclusivas para el personal soltero y en muchos casos, viviendas para quienes tenían su familia constituída con los servicios subsidiados por la misma empresa.
A la Proveeduría accedía solamente personal y familiares de ypefianos. En el estricto acceso se consideraba solo a quienes, carnet en mano, acreditaban su condición. Podía comprarse de todo como en un “minishopping”: desde fiambres hasta electrodomésticos siempre con un rango de precios que lo hacía beneficioso. El descuento por planilla a través de la libreta solía ser la vía de pago más usual con la sola mención de aquel legajo identificatorio personal, una especie de clave para tenerlo todo, sin necesidad de desembolsar ningún billete.
Los pedidos mensuales con la más amplia gama de alimentos y bebidas; la ropa, incluidos los elementos escolares, eran parte de un stock que se renovaba constantemente de acuerdo a la demanda. Los primeros televisores a color y del mismo modo, las primeras reproductoras de video fueron alguna vez los productos “vedettes” en la Prove, sostenida y sustentada por la empresa estatal con mercadería que solía transportarse en barcos de la misma operadora.
Una constante para el personal eran los “estímulos”. En cada período de vacaciones anuales, cada trabajador tenía la posibilidad de elegir el destino y el medio de transporte que quería utilizar con el correspondiente detalle de su familia. Se podía optar por el avión o el micro terrestre y en muchos casos, los oriundos del norte del país, decidían viajar a sus pagos en autos particulares aunque con el pago del combustible a cuenta de YPF.
El aspecto social era tan importante como la fajina laboral. Y se tenía siempre en cuenta este aspecto a la hora de celebrar el 13 de diciembre, día del descubrimiento del petróleo, los aniversarios y fechas patrias. Se realizaban bailes y encuentros cada fin de semana en el tradicional club “Ingeniero Luis A. Huergo”, una suerte de punto de encuentro inevitable para los amantes del deporte y el esparcimiento. Es que en este lugar, se practicaban multiplicidad de disciplinas y funcionaba un comedor exclusivo, el equivalente a una salida gastronómica obligaba.
Las fiestas estaban a la orden del día. Las orquestas típicas solían animar estos paseos familiares que incluían asados populares en el Parque Saavedra; espectáculos artísticos y desfiles en el estadio de YPF (hoy Municipal) que fue por años, el único campo de fútbol dotado de césped natural e iluminación además de epicentro de torneos de atletismo a nivel sudamericano. Los futbolistas de la época eran una elite aparte: los clubes de Km. 3 se los disputaban con la promesa de trabajo asegurado y generosos permisos deportivos.
La relación entre compañeros no se circunscribía a la simple “marcación de tarjeta” ya que la movida laboral solía ser de tiempo completo. La empresa reconocía a los empleados que cumplían veinticinco años de servicio con una medalla simbólica, un bonus y un agasajo que siempre derivaba en un baile con shows. Inclusive, Rolo Puente y una joven y despampanante Carmen Barbieri llegaron a la ciudad especialmente contratados. Trabajo, familia y empresa en un mismo y generoso ramillete.#

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26 ENE 2019 - 20:03

Por Ismael Tebes

La tonada norteña los delataba. El rostro moreno, cara de carbón y manos generosas, empetroladas. Los changos catamarqueños habían llegado para quedarse, encomendándose a la Virgen del Valle, queriendo echar raíces y buscando compañeras para la aventura en la otra punta del mapa. Nadie parecía aburrirse en medio de las rutinas laborales que lo incluían todo: el rigor del cumplimiento horario y un clima bravo, herramientas pesadas; sueldos altos y hasta ese costado social que terminó llenando soledades y formando familias al amparo de una misma sigla.
Cada campamento o sector representaba un extraño crisol de razas. Los extranjeros y los provincianos, unidos en el mismo sentido, el de hacer grande la Patria con el sudor y el esfuerzo. Pese a la multiplicidad, la integración fue siempre total y más allá de las miradas diferentes, los asados y guitarreadas tenían un efecto amistoso, de cercanía.
“Trabajo en ypefe…”, así raramente acentuado y con una mezcla de canto inevitable solían gritar con orgullo, los pioneros del viejo petróleo. Fieles a la consigna del general Mosconi, pensaban que “entregar el petróleo” era efectivamente “entregar la bandera” y ser parte de Yacimientos Petrolíferos Fiscales les representaba un motivo de orgullo que les inflaba el pecho. Y en cierta, forma los “diferenciaba” en el mapa laboral de la época.
El “ser parte” significaba trabajo, progreso, beneficios y un prestigio que se extendía a cada miembro del grupo familiar. Los mamelucos grises, los botines con punta de acero y los viejos cascos de metal representaban el mejor motivo para ponerse la camiseta. Es que todo o casi todo, tenía que ver con YPF y con el legajo personal que le abría puertas a sus empleados.
Se tenían servicios diferenciales como el transporte escolar con terminal propia, el viejo cine de Kilómetro Tres; Escuelas, Policía; un correo “distinto”, un hospital, gamelas exclusivas para el personal soltero y en muchos casos, viviendas para quienes tenían su familia constituída con los servicios subsidiados por la misma empresa.
A la Proveeduría accedía solamente personal y familiares de ypefianos. En el estricto acceso se consideraba solo a quienes, carnet en mano, acreditaban su condición. Podía comprarse de todo como en un “minishopping”: desde fiambres hasta electrodomésticos siempre con un rango de precios que lo hacía beneficioso. El descuento por planilla a través de la libreta solía ser la vía de pago más usual con la sola mención de aquel legajo identificatorio personal, una especie de clave para tenerlo todo, sin necesidad de desembolsar ningún billete.
Los pedidos mensuales con la más amplia gama de alimentos y bebidas; la ropa, incluidos los elementos escolares, eran parte de un stock que se renovaba constantemente de acuerdo a la demanda. Los primeros televisores a color y del mismo modo, las primeras reproductoras de video fueron alguna vez los productos “vedettes” en la Prove, sostenida y sustentada por la empresa estatal con mercadería que solía transportarse en barcos de la misma operadora.
Una constante para el personal eran los “estímulos”. En cada período de vacaciones anuales, cada trabajador tenía la posibilidad de elegir el destino y el medio de transporte que quería utilizar con el correspondiente detalle de su familia. Se podía optar por el avión o el micro terrestre y en muchos casos, los oriundos del norte del país, decidían viajar a sus pagos en autos particulares aunque con el pago del combustible a cuenta de YPF.
El aspecto social era tan importante como la fajina laboral. Y se tenía siempre en cuenta este aspecto a la hora de celebrar el 13 de diciembre, día del descubrimiento del petróleo, los aniversarios y fechas patrias. Se realizaban bailes y encuentros cada fin de semana en el tradicional club “Ingeniero Luis A. Huergo”, una suerte de punto de encuentro inevitable para los amantes del deporte y el esparcimiento. Es que en este lugar, se practicaban multiplicidad de disciplinas y funcionaba un comedor exclusivo, el equivalente a una salida gastronómica obligaba.
Las fiestas estaban a la orden del día. Las orquestas típicas solían animar estos paseos familiares que incluían asados populares en el Parque Saavedra; espectáculos artísticos y desfiles en el estadio de YPF (hoy Municipal) que fue por años, el único campo de fútbol dotado de césped natural e iluminación además de epicentro de torneos de atletismo a nivel sudamericano. Los futbolistas de la época eran una elite aparte: los clubes de Km. 3 se los disputaban con la promesa de trabajo asegurado y generosos permisos deportivos.
La relación entre compañeros no se circunscribía a la simple “marcación de tarjeta” ya que la movida laboral solía ser de tiempo completo. La empresa reconocía a los empleados que cumplían veinticinco años de servicio con una medalla simbólica, un bonus y un agasajo que siempre derivaba en un baile con shows. Inclusive, Rolo Puente y una joven y despampanante Carmen Barbieri llegaron a la ciudad especialmente contratados. Trabajo, familia y empresa en un mismo y generoso ramillete.#


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