Carta del lector / El alcohol no es malo, el alcoholismo sí

Un alcohólico que lucha por su recuperación envió una respetuosa y esclarecedora carta a este diario. “Solo no se puede”, dice.

04 MAR 2019 - 11:44 | Actualizado

Sr. Director: sepa disculpar el carácter anónimo de este mensaje, es un método de preservación que tenemos los alcohólicos y adictos en recuperación frente al estigma social de la enfermedad, más aún en ciudades donde “nos conocemos todos”.

El motivo de esta carta es una reflexión surgida a raíz de los artículos “El consumo de alcohol inicia a los 10 años” y la editorial “El alcohol y otros demonios”, publicados en la edición del sábado 23. El título de lo que leen es apenas una provocación al sentido común. Nadie duda de la vocación, coraje y sensibilidad en la tarea que desempeñan desde la Oficina de Adicciones de la Municipalidad, pero surge complementar el enfoque del problema. El alcohol no es malo, la enfermedad del alcoholismo sí.

Es una enfermedad crónica -que se puede detener, pero acompaña al paciente de por vida-, progresiva y mortal. No respeta edades, género, clase social, religión o raza. Es erróneo suponer que se remedia con educación, no es un tema cultural. Ricos y universitarios la padecen también. No hay nadie que comprenda mejor a un alcohólico o adicto, que otro alcohólico o adicto en recuperación. Porque hablan el mismo idioma y la identificación que se da entre ellos logra romper la obstinación, negación y rebeldía del adicto en carrera. Su enfermedad en común los arrastró por los mismos lugares de pérdida constante de oportunidades, amistades, parejas, trabajos, familia, salud y a veces hasta la cordura o la libertad.

Los familiares que sufren por la adicción de un ser querido deben comprender que no hay fuerza en el mundo que logre que un alcohólico no beba si él o ella no lo desea. Para los familiares existen organizaciones como Al-anon (relacionada a Alcohólicos Anónimos) integrada por madres, esposas, hijas y padres que se transmiten experiencia, fortaleza y esperanza para aprender cómo comportarse con el adicto y detener la desintegración familiar.

El deseo de detener el consumo sólo surge en el adicto cuando toca fondo, porque sólo la desesperación que da la sensación de un inminente final y el terror ante la ingobernabilidad de la adicción logran crear en él o ella la mínima predisposición para hacer lo necesario para dejar de beber. El fondo no necesariamente es externo (pérdidas materiales) sino interno (sensación de estar perdiendo la cordura, ser un paria social). “Solo no se puede” significa que si se logra parar de beber un tiempo, a la larga el deseo de beber se impone y la forma descontrolada de hacerlo vuelve. Por eso existen los grupos, que son una suerte de terapia grupal entre pares y evitan la recaída.

El alcohólico nunca podrá volver a beber en forma “social” y controlada. Esa ilusión de todo alcohólico es la madre de las recaídas. Además del dispositivo de salud mental del Estado, que cuenta con médicos psiquiatras y Centros de Día, existen instituciones de la sociedad civil como Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos y la laboral de las iglesias evangelistas.

El prejuicio contra estas instituciones no se condice con el grado de eficacia que demuestran en su labor, muchas veces superior al del estado. ¿Quién puede preferir un adicto ateo a un adicto en recuperación cristiano, budista, judío o musulmán? La reconstrucción de los lazos sociales implica crear organización y así como existen asociaciones de autistas, bipolares, diabéticos, etcétera, el Estado debería fortalecer a las instituciones mencionadas en el área de adicciones, no con fondos, sino con un trabajo articulado, mancomunado.

No hay un único enfoque para el fenómeno de las adicciones. Solo complementando y articulando el abordaje médico, psicológico, espiritual, terapia grupal de pares, la reinserción social y laboral será más probable que el adicto se salve la vida.#

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04 MAR 2019 - 11:44

Sr. Director: sepa disculpar el carácter anónimo de este mensaje, es un método de preservación que tenemos los alcohólicos y adictos en recuperación frente al estigma social de la enfermedad, más aún en ciudades donde “nos conocemos todos”.

El motivo de esta carta es una reflexión surgida a raíz de los artículos “El consumo de alcohol inicia a los 10 años” y la editorial “El alcohol y otros demonios”, publicados en la edición del sábado 23. El título de lo que leen es apenas una provocación al sentido común. Nadie duda de la vocación, coraje y sensibilidad en la tarea que desempeñan desde la Oficina de Adicciones de la Municipalidad, pero surge complementar el enfoque del problema. El alcohol no es malo, la enfermedad del alcoholismo sí.

Es una enfermedad crónica -que se puede detener, pero acompaña al paciente de por vida-, progresiva y mortal. No respeta edades, género, clase social, religión o raza. Es erróneo suponer que se remedia con educación, no es un tema cultural. Ricos y universitarios la padecen también. No hay nadie que comprenda mejor a un alcohólico o adicto, que otro alcohólico o adicto en recuperación. Porque hablan el mismo idioma y la identificación que se da entre ellos logra romper la obstinación, negación y rebeldía del adicto en carrera. Su enfermedad en común los arrastró por los mismos lugares de pérdida constante de oportunidades, amistades, parejas, trabajos, familia, salud y a veces hasta la cordura o la libertad.

Los familiares que sufren por la adicción de un ser querido deben comprender que no hay fuerza en el mundo que logre que un alcohólico no beba si él o ella no lo desea. Para los familiares existen organizaciones como Al-anon (relacionada a Alcohólicos Anónimos) integrada por madres, esposas, hijas y padres que se transmiten experiencia, fortaleza y esperanza para aprender cómo comportarse con el adicto y detener la desintegración familiar.

El deseo de detener el consumo sólo surge en el adicto cuando toca fondo, porque sólo la desesperación que da la sensación de un inminente final y el terror ante la ingobernabilidad de la adicción logran crear en él o ella la mínima predisposición para hacer lo necesario para dejar de beber. El fondo no necesariamente es externo (pérdidas materiales) sino interno (sensación de estar perdiendo la cordura, ser un paria social). “Solo no se puede” significa que si se logra parar de beber un tiempo, a la larga el deseo de beber se impone y la forma descontrolada de hacerlo vuelve. Por eso existen los grupos, que son una suerte de terapia grupal entre pares y evitan la recaída.

El alcohólico nunca podrá volver a beber en forma “social” y controlada. Esa ilusión de todo alcohólico es la madre de las recaídas. Además del dispositivo de salud mental del Estado, que cuenta con médicos psiquiatras y Centros de Día, existen instituciones de la sociedad civil como Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos y la laboral de las iglesias evangelistas.

El prejuicio contra estas instituciones no se condice con el grado de eficacia que demuestran en su labor, muchas veces superior al del estado. ¿Quién puede preferir un adicto ateo a un adicto en recuperación cristiano, budista, judío o musulmán? La reconstrucción de los lazos sociales implica crear organización y así como existen asociaciones de autistas, bipolares, diabéticos, etcétera, el Estado debería fortalecer a las instituciones mencionadas en el área de adicciones, no con fondos, sino con un trabajo articulado, mancomunado.

No hay un único enfoque para el fenómeno de las adicciones. Solo complementando y articulando el abordaje médico, psicológico, espiritual, terapia grupal de pares, la reinserción social y laboral será más probable que el adicto se salve la vida.#


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