A 64 años del bombardeo a la Plaza de Mayo

Historias Mínimas, por Alfredo Páez

15 JUN 2019 - 21:34 | Actualizado

Por Alfredo Páez (*) / Especial para Jornada

Me permito compartir esta mezcla de información fidedigna y recuerdos personales referidos al bombardeo a la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, hace hoy 64 años.

El prólogo de la investigación sobre el bombardeo a la Plaza de Mayo que realizó la Unidad Especial de Investigación sobre Terrorismo de Estado del Archivo Nacional de la Memoria dice en su segundo párrafo: “No hay antecedentes, … de que miembros de las fuerzas armadas de un país, con la connivencia de sectores políticos y eclesiásticos, descargaran sus bombas y ametrallaran a la pacífica población civil, como forma de implantar el terror y el escarmiento para lograr la toma del poder”.

Los complotados tenían la idea que una vez que se concretara el triunfo, convocarían a “tres activos dirigentes de “la contra” peronista: Adolfo Vicchi, mendocino, conservador; Américo Ghioldi, del Partido Socialista, que estaba exiliado en el Uruguay, y Miguel Ángel Zavala Ortiz, el más importante de todos, de la facción “unionista” del radicalismo, que acababa de perder el control del partido a manos de Arturo Frondizi. Zavala se pondría el casco de combate. Se comprometió a tomar las bases aeronavales junto a los aviadores”. (“Marcados a fuego 2 (1945-1973). De Perón a Montoneros”, de Marcelo Larraquy).

Por decisión del gobierno peronista y conveniencia de la oposición de entonces, se trató de darle a este hecho la menor trascendencia, por eso, no hay datos concretos de cuantas victimas produjo el hecho. En general se coincide de fueron más de 300 los fallecidos.

Pero, era un momento histórico en que las “antinomias” eran profundas, en el que se sentía en el aire que había violencia contenida entre la gente.

Difícil que se me vaya de la memoria aquel día en que le aplicaron al dueño del “almacén de ramos general y bar” de San José y Ruta 8, en Muñiz, en el Gran Buenos Aires, “la ley de agio y especulación” con la que Perón pretendió enfrentar la inflación y el mercado negro.

La policía resguardaba el lugar apoyada por quienes defendían al almacenero y frente a ellos, un montón de vecinos que reclamaban el reparto del azúcar, la harina, la yerba, y no sé qué cosas más. Se me hace que cuando se agudizan “las grietas en la sociedad”, se hace más difícil la vida de los que menos tienen.

Dijeron, aunque no está claro, que días antes, el 11, durante la procesión de Corpus Christi algunos participantes quemaron una bandera argentina. Lo cierto es que el gobierno llamó a un acto de desagravio para el 16.

Fueron 33 los aviones que participaron del bombardeo; eran de la marina y de la fuerza aérea; algunos estaban armados con cañones semiautomáticos de 20 milímetros.Larraquy asegura, en su libro ya citado, que el problema de los conspiradores era cómo fortalecerse para responder a una probable reacción militar y popular del peronismo.

Y describe: “la primera bomba fue sobre la Casa Rosada. Explotó sobre una cocina de servicio del primer piso. Mató a dos ordenanzas. La explosión hizo caer parte del techo de la sala de prensa. Los periodistas se escondieron en un túnel interno”, eran las A las 12.40. después cayeron más de 14 toneladas de bombas. “Una de ellas impactó sobre un trolebús. La explosión no desintegró en forma total la estructura del transporte público, pero la onda expansiva hizo que los trozos humanos quedaran incrustados en las paredes internas. Allí no hubo heridos. Hubo sesenta y cinco muertos”.

A las cuatro y media de la tarde, el almirante Aníbal Olivieri, jefe de la Armada, y a quien le fue propuesto conducir el complot (no aceptó, pero no hizo nada por detenerlo), acompañado por su ayudante, el teniente de navío Emilio Eduardo Massera, al ver que la revuelta no tenía destino buscó parlamentar con el ministro de guerra, general Franklin Lucero.

Los marinos querían rendirse, pero temían las represalias de los civiles, que a esa altura habían invadido toda la ciudad.

“Las acciones bélicas planeadas tenían el fin de matar al presidente y a sus ministros, al precio de destruir la Casa de Gobierno con todos sus ocupantes y causar en sus alrededores muertes y daños, sin importar su costo humano”. Dice la investigación que realizó la Unidad Especial de Investigación sobre Terrorismo de Estado del Archivo Nacional de la Memoria.

Mucho de este relato se transmitía por radio, incluso, en algún momento se dijo que Perón había muerto. Como a las 2 de la tarde alguien llamo a la puerta de nuestra casa para decirle a mi mamá que en la esquina estaban un camión y un colectivo de la línea 182 que esperaban para llevar gente a la capital para defender el gobierno. Ella dijo que no podía ir porque no tenía con quien dejarnos y que mi padre, que era sargento cocinero en la escuela de suboficiales, seguramente estaría acuartelado.

Eran solo las 5 de la tarde, pero el cielo, intensamente nublado, hizo que todo fuera oscuro y frío. Mi madre terminó de ordenar la cocina sin dejar de llorar. Nos llevó a mi hermana y a mí a la cama grande. Nos abrazó sin dejar de llorar. Nosotros lloramos también, aunque todavía no sabíamos por qué.

(*) Director General de Prensa en el gobierno del Dr. Néstor Perl

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15 JUN 2019 - 21:34

Por Alfredo Páez (*) / Especial para Jornada

Me permito compartir esta mezcla de información fidedigna y recuerdos personales referidos al bombardeo a la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, hace hoy 64 años.

El prólogo de la investigación sobre el bombardeo a la Plaza de Mayo que realizó la Unidad Especial de Investigación sobre Terrorismo de Estado del Archivo Nacional de la Memoria dice en su segundo párrafo: “No hay antecedentes, … de que miembros de las fuerzas armadas de un país, con la connivencia de sectores políticos y eclesiásticos, descargaran sus bombas y ametrallaran a la pacífica población civil, como forma de implantar el terror y el escarmiento para lograr la toma del poder”.

Los complotados tenían la idea que una vez que se concretara el triunfo, convocarían a “tres activos dirigentes de “la contra” peronista: Adolfo Vicchi, mendocino, conservador; Américo Ghioldi, del Partido Socialista, que estaba exiliado en el Uruguay, y Miguel Ángel Zavala Ortiz, el más importante de todos, de la facción “unionista” del radicalismo, que acababa de perder el control del partido a manos de Arturo Frondizi. Zavala se pondría el casco de combate. Se comprometió a tomar las bases aeronavales junto a los aviadores”. (“Marcados a fuego 2 (1945-1973). De Perón a Montoneros”, de Marcelo Larraquy).

Por decisión del gobierno peronista y conveniencia de la oposición de entonces, se trató de darle a este hecho la menor trascendencia, por eso, no hay datos concretos de cuantas victimas produjo el hecho. En general se coincide de fueron más de 300 los fallecidos.

Pero, era un momento histórico en que las “antinomias” eran profundas, en el que se sentía en el aire que había violencia contenida entre la gente.

Difícil que se me vaya de la memoria aquel día en que le aplicaron al dueño del “almacén de ramos general y bar” de San José y Ruta 8, en Muñiz, en el Gran Buenos Aires, “la ley de agio y especulación” con la que Perón pretendió enfrentar la inflación y el mercado negro.

La policía resguardaba el lugar apoyada por quienes defendían al almacenero y frente a ellos, un montón de vecinos que reclamaban el reparto del azúcar, la harina, la yerba, y no sé qué cosas más. Se me hace que cuando se agudizan “las grietas en la sociedad”, se hace más difícil la vida de los que menos tienen.

Dijeron, aunque no está claro, que días antes, el 11, durante la procesión de Corpus Christi algunos participantes quemaron una bandera argentina. Lo cierto es que el gobierno llamó a un acto de desagravio para el 16.

Fueron 33 los aviones que participaron del bombardeo; eran de la marina y de la fuerza aérea; algunos estaban armados con cañones semiautomáticos de 20 milímetros.Larraquy asegura, en su libro ya citado, que el problema de los conspiradores era cómo fortalecerse para responder a una probable reacción militar y popular del peronismo.

Y describe: “la primera bomba fue sobre la Casa Rosada. Explotó sobre una cocina de servicio del primer piso. Mató a dos ordenanzas. La explosión hizo caer parte del techo de la sala de prensa. Los periodistas se escondieron en un túnel interno”, eran las A las 12.40. después cayeron más de 14 toneladas de bombas. “Una de ellas impactó sobre un trolebús. La explosión no desintegró en forma total la estructura del transporte público, pero la onda expansiva hizo que los trozos humanos quedaran incrustados en las paredes internas. Allí no hubo heridos. Hubo sesenta y cinco muertos”.

A las cuatro y media de la tarde, el almirante Aníbal Olivieri, jefe de la Armada, y a quien le fue propuesto conducir el complot (no aceptó, pero no hizo nada por detenerlo), acompañado por su ayudante, el teniente de navío Emilio Eduardo Massera, al ver que la revuelta no tenía destino buscó parlamentar con el ministro de guerra, general Franklin Lucero.

Los marinos querían rendirse, pero temían las represalias de los civiles, que a esa altura habían invadido toda la ciudad.

“Las acciones bélicas planeadas tenían el fin de matar al presidente y a sus ministros, al precio de destruir la Casa de Gobierno con todos sus ocupantes y causar en sus alrededores muertes y daños, sin importar su costo humano”. Dice la investigación que realizó la Unidad Especial de Investigación sobre Terrorismo de Estado del Archivo Nacional de la Memoria.

Mucho de este relato se transmitía por radio, incluso, en algún momento se dijo que Perón había muerto. Como a las 2 de la tarde alguien llamo a la puerta de nuestra casa para decirle a mi mamá que en la esquina estaban un camión y un colectivo de la línea 182 que esperaban para llevar gente a la capital para defender el gobierno. Ella dijo que no podía ir porque no tenía con quien dejarnos y que mi padre, que era sargento cocinero en la escuela de suboficiales, seguramente estaría acuartelado.

Eran solo las 5 de la tarde, pero el cielo, intensamente nublado, hizo que todo fuera oscuro y frío. Mi madre terminó de ordenar la cocina sin dejar de llorar. Nos llevó a mi hermana y a mí a la cama grande. Nos abrazó sin dejar de llorar. Nosotros lloramos también, aunque todavía no sabíamos por qué.

(*) Director General de Prensa en el gobierno del Dr. Néstor Perl


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