De templarios y druidas

Ficción.

23 JUL 2019 - 0:43 | Actualizado

Por Carlos Hughes

Mail: carloshughes@grupojornada.com

Twitter: carlosdhughes

IG: carlosdhughes

El episodio resulta inverosímil porque refiere a misterios, relatos azarosos, protagonistas mitológicos y un mundo de escritos antiguos, narraciones perdidas, ocultas.

El texto que lo replica permaneció años en las tinieblas y fue hallado en una excavación delirante afrontada tozudamente por buscadores de oro que jamás encontraron, sin embargo, brillo alguno. En ese albur optaron por guardarlo: uno de esos mineros lo abandonó en el bolsillo derecho de su chaqueta hasta que su descendencia, tiempo después, lo halló.

Se desarrolla en una Patagonia inhóspita, desaforada y urgente, de calores bochornosos y vientos lacerantes. Salvaje, altiva, misteriosa, cruel, sin escrúpulos. Altanera, por momentos receptiva, por momentos odiosa. Cambiante, ambivalente. Abunda en personajes oblicuos y también notables de cabellos nevados y piel cetrina, curtida por el sol de las cosechas, de la vida nómade, de la vastedad de la tundra.

Hechas estas observaciones, sino necesarias cuanto menos adecuadas, ahí va…

Sobre una colina que se presume en la zona de Bryn Crwn, acaso más al oeste de un Chubut distante, insipiente, existe un desfiladero con 14 puertas, 14 llaves y 14 secretos que lleva a la más terrible, y también más buscada, de las revelaciones.

Los druidas de la Colonia galesa que reinaron en los valles patagónicos antes del 1900 fueron sus protectores tras la ausencia de los templarios, que llegaron con el tesoro, lo ocultaron y, misteriosamente, fueron desapareciendo de la faz de la tierra sin dejar rastro alguno.

En El Jardín de los Senderos que se Bifurcan, según se entiende, Borges relata la lectura de un texto alcanzado por Bioy Casares en el que se indaga sobre 14 nombres, aunque solo hallan tres. Estaban, entonces, en la búsqueda de Uqbar, de Tlön y de Orbis Terius. Hay quienes, un tanto azarosamente, vinculan los sucesos con lo que aquí se narra.

Y otros, acaso más arriesgados, señalan que un dato allí refiere a la verosimilitud de los eventos: fue la primera obra del escritor que se tradujo al inglés, lo que implica una aceptación sajona de la fábula, que ya no lo sería tanto.

Una tercera versión adjudica el relato a los heresiarcas Félix de Urgell y Elipando de Toledo, en los tiempos que unieron fuerzas para rebatir argumentos del astur Beato de Liébana que incluían al mismísimo Papa y cuya discusión se había instalado en el seno del imperio carolingio. Es, debe coincidirse, poco probable.

Lo que sabe, o se intuye, es otra cosa: Describe a una turba heterogénea que componían italianos de Liguria, Lituanos del Kaunas y nórdicos venidos de las montañas de Selfoss y los valles de Flam que adoraban al dios Loki, a la diosa Freya y su hija Hnoss, unidos en suerte a galeses de Glamorgan, de Mountain Ash, de Aberystwyth y de la isla de Anglesey para construir un ferrocarril en el medio de la desolación patagónica.

Entre ellos, debe apuntarse con cierto recelo, circulaba un catalán que poseía escrituras rescatadas del barrio gótico al que se le cegó la vista y se le enmudeció el habla, enigmáticamente, cuando reconoció sus intenciones de revelar lo allí narrado, en apariencia emparentado con las puertas.

Ninguno de los secretos, finalmente, se conoció fehacientemente. Más bien se desparramaron rumores a veces indignos, a veces creíbles. Pero la verdad debe sostenerse sobre bases más sólidas.

Acaso a modo de ejemplo, o quizás porque su dispersión superó con creces al resto, puede rescatarse esto: Los 14 secretos no fueron tales, sino uno revelado en esa cantidad de episodios y cuyo final da cuenta de la improbable existencia de una alquimia capaz de reponer la vida después de la vida, lo que fue ocultado en los fondos del Vaticano, prepotente custodio de una pócima que juzgó, sin preguntar ni democratizar, peligrosa para la humanidad por los tiempos de los tiempos.

La mayoría de aquellos forzados obreros que plantó rieles y locomotoras en el fin del mundo terminó por echar raíces, cambiando su Europa de creciente industrialización, y revolucionaria por esta meseta inhóspita en la que casi todo estaba por hacer. Y asimiló un destino de descendencia en estos parajes. Un reducido grupo de ellos, entonces, fue el que encontró la ruta hacia las 14 puertas. Todos murieron en las semanas siguientes. Incluso uno muy singular que, aseguran Druidas de estos tiempos, descendía de Tlön.

Profanar las puertas les dio revelaciones, y también un destino veloz y lapidario rumbo al purgatorio.

Fueron enterrados sin pompa, muy a tono con la ferocidad de esos tiempos.

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23 JUL 2019 - 0:43

Por Carlos Hughes

Mail: carloshughes@grupojornada.com

Twitter: carlosdhughes

IG: carlosdhughes

El episodio resulta inverosímil porque refiere a misterios, relatos azarosos, protagonistas mitológicos y un mundo de escritos antiguos, narraciones perdidas, ocultas.

El texto que lo replica permaneció años en las tinieblas y fue hallado en una excavación delirante afrontada tozudamente por buscadores de oro que jamás encontraron, sin embargo, brillo alguno. En ese albur optaron por guardarlo: uno de esos mineros lo abandonó en el bolsillo derecho de su chaqueta hasta que su descendencia, tiempo después, lo halló.

Se desarrolla en una Patagonia inhóspita, desaforada y urgente, de calores bochornosos y vientos lacerantes. Salvaje, altiva, misteriosa, cruel, sin escrúpulos. Altanera, por momentos receptiva, por momentos odiosa. Cambiante, ambivalente. Abunda en personajes oblicuos y también notables de cabellos nevados y piel cetrina, curtida por el sol de las cosechas, de la vida nómade, de la vastedad de la tundra.

Hechas estas observaciones, sino necesarias cuanto menos adecuadas, ahí va…

Sobre una colina que se presume en la zona de Bryn Crwn, acaso más al oeste de un Chubut distante, insipiente, existe un desfiladero con 14 puertas, 14 llaves y 14 secretos que lleva a la más terrible, y también más buscada, de las revelaciones.

Los druidas de la Colonia galesa que reinaron en los valles patagónicos antes del 1900 fueron sus protectores tras la ausencia de los templarios, que llegaron con el tesoro, lo ocultaron y, misteriosamente, fueron desapareciendo de la faz de la tierra sin dejar rastro alguno.

En El Jardín de los Senderos que se Bifurcan, según se entiende, Borges relata la lectura de un texto alcanzado por Bioy Casares en el que se indaga sobre 14 nombres, aunque solo hallan tres. Estaban, entonces, en la búsqueda de Uqbar, de Tlön y de Orbis Terius. Hay quienes, un tanto azarosamente, vinculan los sucesos con lo que aquí se narra.

Y otros, acaso más arriesgados, señalan que un dato allí refiere a la verosimilitud de los eventos: fue la primera obra del escritor que se tradujo al inglés, lo que implica una aceptación sajona de la fábula, que ya no lo sería tanto.

Una tercera versión adjudica el relato a los heresiarcas Félix de Urgell y Elipando de Toledo, en los tiempos que unieron fuerzas para rebatir argumentos del astur Beato de Liébana que incluían al mismísimo Papa y cuya discusión se había instalado en el seno del imperio carolingio. Es, debe coincidirse, poco probable.

Lo que sabe, o se intuye, es otra cosa: Describe a una turba heterogénea que componían italianos de Liguria, Lituanos del Kaunas y nórdicos venidos de las montañas de Selfoss y los valles de Flam que adoraban al dios Loki, a la diosa Freya y su hija Hnoss, unidos en suerte a galeses de Glamorgan, de Mountain Ash, de Aberystwyth y de la isla de Anglesey para construir un ferrocarril en el medio de la desolación patagónica.

Entre ellos, debe apuntarse con cierto recelo, circulaba un catalán que poseía escrituras rescatadas del barrio gótico al que se le cegó la vista y se le enmudeció el habla, enigmáticamente, cuando reconoció sus intenciones de revelar lo allí narrado, en apariencia emparentado con las puertas.

Ninguno de los secretos, finalmente, se conoció fehacientemente. Más bien se desparramaron rumores a veces indignos, a veces creíbles. Pero la verdad debe sostenerse sobre bases más sólidas.

Acaso a modo de ejemplo, o quizás porque su dispersión superó con creces al resto, puede rescatarse esto: Los 14 secretos no fueron tales, sino uno revelado en esa cantidad de episodios y cuyo final da cuenta de la improbable existencia de una alquimia capaz de reponer la vida después de la vida, lo que fue ocultado en los fondos del Vaticano, prepotente custodio de una pócima que juzgó, sin preguntar ni democratizar, peligrosa para la humanidad por los tiempos de los tiempos.

La mayoría de aquellos forzados obreros que plantó rieles y locomotoras en el fin del mundo terminó por echar raíces, cambiando su Europa de creciente industrialización, y revolucionaria por esta meseta inhóspita en la que casi todo estaba por hacer. Y asimiló un destino de descendencia en estos parajes. Un reducido grupo de ellos, entonces, fue el que encontró la ruta hacia las 14 puertas. Todos murieron en las semanas siguientes. Incluso uno muy singular que, aseguran Druidas de estos tiempos, descendía de Tlön.

Profanar las puertas les dio revelaciones, y también un destino veloz y lapidario rumbo al purgatorio.

Fueron enterrados sin pompa, muy a tono con la ferocidad de esos tiempos.


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