Por Juan Bigrevich / Redacción Jornada
Fue un hachazo invisible. Esos que lastiman. Que duelen. Y que sangran. Aún. Todavía. La noticia del fallecimiento de Juan Carlos Chachero, “El Chacha”, ayer a la tarde, fue eso. Todo junto. Y un enorme privilegio de conocerlo. Al buen hijo. Al gran padre y al orgulloso abuelo. Fana de Independiente. De los dos. El Rojinegro de Trelew, del cual fue presidente siguiendo un mandato familiar y sentimental en tiempos aciagos de esa centenaria institución y el otro, el Rojo de Avellaneda, que últimamente, le hacía agarrar más broncas que felicidades, aunque supo de tiempos felices.
Su bonachona figura de vasco duro y su imprescindible boina fue una marca registrada por donde transitó. Y transitó. Dejando huellas. Profundas. Aún, en la memoria, está el recuerdo de aquella camiseta Uribarri arlequilada roja by blanca de Banco, un club que lo vio nacer, desarrollarse y extinguirse, algo que siempre lo laceró. Las imágenes en blanco y negro lo muestran como cofundador y entrenador de esa institución señera en el rugby local. Y si hablamos de la historia de la guinda zonal, fue una pieza clave para que Tehuelches, “su” seleccionado tuviera su hora más gloriosa al ascender a la elite de ese deporte en el 57º Campeonato Argentino, allá, a principios de este nuevo siglo.
Gran amigo de sus amigos, extraordinario cocinero de asados, nunca dio ni pidió tregua, ni en sus últimos momentos y ni ante la inminencia del final ante una maldita enfermedad.
Una calurosa tarde de noviembre dijo chau, no va más. Hasta aquí llegué. Con su calva clásica, con su sonrisa bonachona y con sus ojos que lo decían todo. Esos prismas terrenales que no necesitaban el verbo para expresarse.
Ayer, “El Chacha” dijo chau, no va más y en su patio nacieron flores en vez de cardos y anda, ahorita nomás, su historia hecha canción en el aire. Porque su figura sigue en sus hijos y en sus nietos y en todos aquellos que lo quisieron y lo siguen queriendo y que lo seguirán esperando. Como sus perros y su lealtad conmovedora.
Aunque, en realidad, “El Chacha” no murió. O acaso, ¿mueren los inolvidables?
Por Juan Bigrevich / Redacción Jornada
Fue un hachazo invisible. Esos que lastiman. Que duelen. Y que sangran. Aún. Todavía. La noticia del fallecimiento de Juan Carlos Chachero, “El Chacha”, ayer a la tarde, fue eso. Todo junto. Y un enorme privilegio de conocerlo. Al buen hijo. Al gran padre y al orgulloso abuelo. Fana de Independiente. De los dos. El Rojinegro de Trelew, del cual fue presidente siguiendo un mandato familiar y sentimental en tiempos aciagos de esa centenaria institución y el otro, el Rojo de Avellaneda, que últimamente, le hacía agarrar más broncas que felicidades, aunque supo de tiempos felices.
Su bonachona figura de vasco duro y su imprescindible boina fue una marca registrada por donde transitó. Y transitó. Dejando huellas. Profundas. Aún, en la memoria, está el recuerdo de aquella camiseta Uribarri arlequilada roja by blanca de Banco, un club que lo vio nacer, desarrollarse y extinguirse, algo que siempre lo laceró. Las imágenes en blanco y negro lo muestran como cofundador y entrenador de esa institución señera en el rugby local. Y si hablamos de la historia de la guinda zonal, fue una pieza clave para que Tehuelches, “su” seleccionado tuviera su hora más gloriosa al ascender a la elite de ese deporte en el 57º Campeonato Argentino, allá, a principios de este nuevo siglo.
Gran amigo de sus amigos, extraordinario cocinero de asados, nunca dio ni pidió tregua, ni en sus últimos momentos y ni ante la inminencia del final ante una maldita enfermedad.
Una calurosa tarde de noviembre dijo chau, no va más. Hasta aquí llegué. Con su calva clásica, con su sonrisa bonachona y con sus ojos que lo decían todo. Esos prismas terrenales que no necesitaban el verbo para expresarse.
Ayer, “El Chacha” dijo chau, no va más y en su patio nacieron flores en vez de cardos y anda, ahorita nomás, su historia hecha canción en el aire. Porque su figura sigue en sus hijos y en sus nietos y en todos aquellos que lo quisieron y lo siguen queriendo y que lo seguirán esperando. Como sus perros y su lealtad conmovedora.
Aunque, en realidad, “El Chacha” no murió. O acaso, ¿mueren los inolvidables?