Sobre El Gauchito Gil y la religiosidad popular en la Patagonia argentina

La religiosidad popular, “no siempre respetuosa de la ortodoxia romana, suele canonizar de hecho a personas reales o imaginarias, a las que la tradición oral adjudica la realización de diversos milagros”, describe Félix Coluccio en su tratado sobre “Cultos y canonizaciones populares de Argentina”.

Devoción. La gente levanta y cuida cada altar patagónico del Gauchito Gil, para impulsar sus pedidos.
09 FEB 2020 - 17:50 | Actualizado

“Se me quedó la chata en el cruce del Retamo, había una tremenda helada y ya no sabía qué hacer. Encima andaba con las dos nenas y no podía hacer fuego”, contaba Evaristo Huenchunar, un puestero de la estancia Leleque. “De repente, como a los cien metros vi una lucecita. Me arrimé y era una velita adentro de la ermita del Gauchito Gil. Como no había viento, la luz ni se movía. Sin mucha confianza le ‘eché’ un rezo gaucho y me volví para la camioneta ¿Podés creer que toque la llave y arrancó?, ahora cada vez que paso le dejo una ‘cajita’ al santito”, confiesa.

Anécdotas de este tipo proliferan por la zona cordillerana y por toda la inmensidad de la estepa patagónica, donde hace un par de décadas proliferan los altares rojos en homenaje al “santito” correntino.

Desde lejos, y a medida que el auto se aproxima, los trapos escarlata al viento marcan los sitios elegidos por los promesantes, “casi siempre ignotos, pero de fe inquebrantable”. Es siempre igual, ya sea en la bajada al valle de El Hoyo o en el cruce de la ruta 40, llegando a Esquel.

Con todo, el altar de mayor importancia está ubicado en el camino de circunvalación a la ciudad de Bariloche, donde cada año se hace una procesión que convoca multitudes llegadas desde distintos pueblos y parajes, junto a los gauchos a caballo y los músicos con sus acordeones y guitarras para tocar chamamés.

En coincidencia, en kioscos y santerías se puede encontrar la estatua en miniatura o las estampitas del Gauchito Gil que los creyentes portan en la billetera o terminan en pequeños altares domiciliarios. Principalmente en el ambiente campesino, pañuelos, camisas, fajas y bombachas llevan bordada su imagen y forma parte del “merchandising” en las ferias armadas en las fiestas populares, con las infaltables jineteadas y carreras cuadreras.

Según la leyenda popular, Antonio Mamerto Gil Núñez, a mediados del siglo XIX, había organizado en los alrededores de Mercedes, provincia de Corrientes, una banda dedicada a despojar de sus bienes a los ricos para repartir lo obtenido entre los pobres, al mejor estilo Robin Hood. Antes de ser asesinado por una patrulla policial, prometió a su verdugo que, si rezaba en su nombre, su hijo moribundo sanaría, algo que finalmente ocurrió y convirtió al “milico” en el primer devoto.

Con el paso del tiempo su figura se transformó en uno de los personajes más venerados, incluso por personalidades de la farándula. Hoy sus altares se pueden encontrar en distintos puntos del país y también han alcanzado a pueblos limítrofes de Brasil, Paraguay, Uruguay y Chile, seguramente llevado por los camioneros.

En su caso, puede que influyan los miles de kilómetros que recorren, con días monótonos de conducción por la quietud de la pampa donde vencer el sueño y la propia supervivencia se convierte en una tarea compleja. En cualquier caso, los que creen en el Gauchito Gil lo saludan al pasar con dos toques de bocina o se detienen para dejarle cigarrillos y vino, mientras confían en que el santo correntino de pelo largo y bigote siga siendo “tan benevolente como lo ha sido hasta ahora” y acompañe la buenaventura del viaje.

Cabe recordar que las devociones populares no ortodoxas que más trascendieron en Argentina durante los últimos años fueron la Difunta Correa, el Gauchito Gil en el litoral y la Madre María en el Gran Buenos Aires; sin olvidar al patagónico Ceferino Namuncurá, el único en camino de beatificación con el acuerdo del papa Francisco.

La Iglesia Católica, desde luego, “reprobó siempre estos hechos y a menudo con excesiva dureza, tratando de encausar los sentimientos del pueblo por la senda que juzga correcta, librando a la fe las supersticiones que se le adhieren y que muchas veces rayan la apología del delito”.

Pero el problema es complejo, ya que lo que se denomina como superstición es “una auténtica manifestación religiosa de las clases populares, con proyección de esquemas lógicos diferentes a los occidentales; problema ya conocido por los cristianos que propugnan la adaptación del culto romano a los valores culturales del país”, según interpretan los expertos.

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09 FEB 2020 - 17:50

“Se me quedó la chata en el cruce del Retamo, había una tremenda helada y ya no sabía qué hacer. Encima andaba con las dos nenas y no podía hacer fuego”, contaba Evaristo Huenchunar, un puestero de la estancia Leleque. “De repente, como a los cien metros vi una lucecita. Me arrimé y era una velita adentro de la ermita del Gauchito Gil. Como no había viento, la luz ni se movía. Sin mucha confianza le ‘eché’ un rezo gaucho y me volví para la camioneta ¿Podés creer que toque la llave y arrancó?, ahora cada vez que paso le dejo una ‘cajita’ al santito”, confiesa.

Anécdotas de este tipo proliferan por la zona cordillerana y por toda la inmensidad de la estepa patagónica, donde hace un par de décadas proliferan los altares rojos en homenaje al “santito” correntino.

Desde lejos, y a medida que el auto se aproxima, los trapos escarlata al viento marcan los sitios elegidos por los promesantes, “casi siempre ignotos, pero de fe inquebrantable”. Es siempre igual, ya sea en la bajada al valle de El Hoyo o en el cruce de la ruta 40, llegando a Esquel.

Con todo, el altar de mayor importancia está ubicado en el camino de circunvalación a la ciudad de Bariloche, donde cada año se hace una procesión que convoca multitudes llegadas desde distintos pueblos y parajes, junto a los gauchos a caballo y los músicos con sus acordeones y guitarras para tocar chamamés.

En coincidencia, en kioscos y santerías se puede encontrar la estatua en miniatura o las estampitas del Gauchito Gil que los creyentes portan en la billetera o terminan en pequeños altares domiciliarios. Principalmente en el ambiente campesino, pañuelos, camisas, fajas y bombachas llevan bordada su imagen y forma parte del “merchandising” en las ferias armadas en las fiestas populares, con las infaltables jineteadas y carreras cuadreras.

Según la leyenda popular, Antonio Mamerto Gil Núñez, a mediados del siglo XIX, había organizado en los alrededores de Mercedes, provincia de Corrientes, una banda dedicada a despojar de sus bienes a los ricos para repartir lo obtenido entre los pobres, al mejor estilo Robin Hood. Antes de ser asesinado por una patrulla policial, prometió a su verdugo que, si rezaba en su nombre, su hijo moribundo sanaría, algo que finalmente ocurrió y convirtió al “milico” en el primer devoto.

Con el paso del tiempo su figura se transformó en uno de los personajes más venerados, incluso por personalidades de la farándula. Hoy sus altares se pueden encontrar en distintos puntos del país y también han alcanzado a pueblos limítrofes de Brasil, Paraguay, Uruguay y Chile, seguramente llevado por los camioneros.

En su caso, puede que influyan los miles de kilómetros que recorren, con días monótonos de conducción por la quietud de la pampa donde vencer el sueño y la propia supervivencia se convierte en una tarea compleja. En cualquier caso, los que creen en el Gauchito Gil lo saludan al pasar con dos toques de bocina o se detienen para dejarle cigarrillos y vino, mientras confían en que el santo correntino de pelo largo y bigote siga siendo “tan benevolente como lo ha sido hasta ahora” y acompañe la buenaventura del viaje.

Cabe recordar que las devociones populares no ortodoxas que más trascendieron en Argentina durante los últimos años fueron la Difunta Correa, el Gauchito Gil en el litoral y la Madre María en el Gran Buenos Aires; sin olvidar al patagónico Ceferino Namuncurá, el único en camino de beatificación con el acuerdo del papa Francisco.

La Iglesia Católica, desde luego, “reprobó siempre estos hechos y a menudo con excesiva dureza, tratando de encausar los sentimientos del pueblo por la senda que juzga correcta, librando a la fe las supersticiones que se le adhieren y que muchas veces rayan la apología del delito”.

Pero el problema es complejo, ya que lo que se denomina como superstición es “una auténtica manifestación religiosa de las clases populares, con proyección de esquemas lógicos diferentes a los occidentales; problema ya conocido por los cristianos que propugnan la adaptación del culto romano a los valores culturales del país”, según interpretan los expertos.


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