Anuario 2020: la Antigua Quesería, el fin de una era

El proyecto de Elina Brunt nació en Dolavon y ganó clientela a fuerza de comida casera. Tan bien le iba que este verano no tendría vacaciones. El Covid rompió sus esquemas y aunque hubo un intento de sobrevivir, el emprendimiento ya no pudo ser.

Se terminó. Brunt fue una de las centenares de comerciantes que no soportó los efectos del aislamiento y de la poca circulación de vecinos.
30 DIC 2020 - 18:18 | Actualizado

Si quisiera, La Antigua Quesería de Dolavon podría abrir mañana. Habría que enchufar heladeras y microondas, y ordenar un poco. Pero todo está allí, suspendido en el tiempo: vasos, manteles, mesas, sillas, ollas, cubiertos. El negocio venía tan bien que su dueña, Elina Brunt, hasta iba a romper la tradición de cerrar enero y febrero para trabajar todo el verano de 2021. El Covid-19 rompió todo. Cerró en marzo. Hubo un intento de regreso en septiembre, pero no hubo caso. Por su ubicación, no hubiesen funcionado ni el delivery ni el take away.

“Cuando cerré dije que no abría más y di de baja todos los servicios; llevo muchos años, la pandemia recién empezaba, estoy un poco cansada y no ando óptima de salud”, cuenta. “En septiembre quiso mejorar la cosa, me entusiasmé otra vez y dije: ´Intento a ver qué pasa´”. Llamó a la moza y a la ayudante de cocina. “Para ver si podíamos seguir abrí un fin de semana y vino algo de gente, sobre todo el domingo”. Debió separar las meses para respetar el distanciamiento. La capacidad bajó de 60 a 25 personas, con 4 personas por mesa. Cuando se desocupaba un lugar se desinfectaba y no se reocupaba.

Hubo entusiasmo. Parecía que podía andar. Cocinó pero el fin de semana comenzaron a caerse las reservas. “El mismo domingo me llamaban de Puerto Madryn diciendo ‘no pudimos salir’; de Rawson me decían: ‘Podemos salimos pero no nos van a dejar entrar de vuelta’”. Elina entendió que era el fin y ahora sí bajó la persiana. Ningún número cerraba. “No daba”, grafica.

Mucha gente solía llegar de la ciudad del Golfo y de la capital. Muy pocos son de Dolavon y alrededores. “La mayoría son familias de afuera que venían a pasar el día, comían, hacían sobremesa, los chicos jugaban en el patio, traían reposera y se quedaban tomando mate toda la tarde. Era una salida”. Pero ya no podían llegar.

“Hoy diría que tenemos cerrado definitivamente. Tendrían que levantar las restricciones y tendría que volver el entusiasmo. Ya di de baja todo”, se resigna. “Lo veo complicado, pienso que esto va a durar un buen tiempo y es arriesgado”. Muchos clientes no querían respetar los protocolos: ni anotarse en el cuaderno ni usar el alcohol en gel. “Me arriesgo yo y arriesgo personal. Uno lee los diarios y todos los días hay 300/400 casos”.

La Quesería había cumplido 7 años en marzo, mismo mes de su primer cierre. Elina vivió en Paso de Indios y tuvo un restaurante 14 años. Sus suegros eran los dueños de la estación de servicio. “Después nos vinimos a Dolavon; esto estaba re abandonado, tuvimos que hacerlo prácticamente de vuelta”. El edificio tiene 103 años. El piso, las cabreadas, las ventanas y una puerta son las originales. Era la fábrica del Queso Chubut, la marca que Mastellone se llevó.

“Lo abrí porque cocinar era lo que sabía hacer, sin hacer ningún curso, mirando. Estaba cerca de mi casa, es un edificio histórico y me la jugué a ver qué pasaba”. Muchos le decían que no iba a tener clientes. “Gracias a Dios vino muchísima gente, hicimos casamientos y cumpleaños, y me ayudaban mi hijo o mi marido”. Trabajó a “mesa caliente” viernes, sábados, domingos y feriados. Hay domingos que la siguen llamando para ir. “Extrañan el lugar porque las comidas son caseras, abundantes, es todo sencillo, como en tu casa. La gente volvía y siempre tuve elogios. Estoy contenta con lo que hice”.

Sin pandemia, hubiese resistido. “Pero fue el golpe de gracia. Este año habíamos decidido no cerrar, veía que por la crisis iba a haber mucho turismo interno, con vacaciones normales. Pero se hicieron largas”. Nunca pensó que el Covid iba a ser para tanto. “Me sorprendió, pero después uno ve casos en su entorno y toma más conciencia. Supuse que iban a ser 15 o 20 días, que algunas personas se iban a engripar y listo. Escuchaba que en Europa estaba difícil, pero no pensaba esto. Si hace un año me decían que iba a cerrar por una pandemia no les iba a creer, era imposible que llegara hasta acá”.

No tuvo ni pidió ayuda estatal. “No corresponde para un privado”, dice Elina. Tampoco la llamó ningún funcionario.

No sabe qué pasará con el edificio y todo su equipamiento. “Desde que cerré en septiembre recién volví a entrar hace poquitos días. Me duele, cuesta. Por ahí algún día aparece alguien que lo quiera trabajar con el mismo entusiasmo que tuve yo”. Sus ojos se humedecen y habla de su falta de ganas, de la artrosis. Todo lo hacía ella. Si hubiese un proyecto podría ayudar y orientar.

“Me sigue llamando muchísima gente para venir y se lamentan mucho de que esté cerrado, porque era un día de salida. El otro día una señora me decía: ‘Hay otros restaurantes pero con los chicos tenemos que comer e irnos enseguida’. Acá hasta bicicletas traían, jugaban a la pelota, los papás hacían sobremesa tranquilos, no hay peligro, está el alambre olímpico para que no pasen al canal”.

Elina le tiene respeto al coronavirus. No miedo. Sale muy poco, sólo para las compras, se cuida. Hace mucho que no va a Trelew. “Si todos nos cuidamos se puede sobrellevar”.

Mira su comedor vacío. Los folletos sin repartir. Las botellas de vino y gaseosa que sobraron. Las hornallas apagadas. “Hice lo que quería hacer, no estoy arrepentida y lo volvería a hacer. Fueron épocas muy lindas pero los años pasan”.

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Se terminó. Brunt fue una de las centenares de comerciantes que no soportó los efectos del aislamiento y de la poca circulación de vecinos.
30 DIC 2020 - 18:18

Si quisiera, La Antigua Quesería de Dolavon podría abrir mañana. Habría que enchufar heladeras y microondas, y ordenar un poco. Pero todo está allí, suspendido en el tiempo: vasos, manteles, mesas, sillas, ollas, cubiertos. El negocio venía tan bien que su dueña, Elina Brunt, hasta iba a romper la tradición de cerrar enero y febrero para trabajar todo el verano de 2021. El Covid-19 rompió todo. Cerró en marzo. Hubo un intento de regreso en septiembre, pero no hubo caso. Por su ubicación, no hubiesen funcionado ni el delivery ni el take away.

“Cuando cerré dije que no abría más y di de baja todos los servicios; llevo muchos años, la pandemia recién empezaba, estoy un poco cansada y no ando óptima de salud”, cuenta. “En septiembre quiso mejorar la cosa, me entusiasmé otra vez y dije: ´Intento a ver qué pasa´”. Llamó a la moza y a la ayudante de cocina. “Para ver si podíamos seguir abrí un fin de semana y vino algo de gente, sobre todo el domingo”. Debió separar las meses para respetar el distanciamiento. La capacidad bajó de 60 a 25 personas, con 4 personas por mesa. Cuando se desocupaba un lugar se desinfectaba y no se reocupaba.

Hubo entusiasmo. Parecía que podía andar. Cocinó pero el fin de semana comenzaron a caerse las reservas. “El mismo domingo me llamaban de Puerto Madryn diciendo ‘no pudimos salir’; de Rawson me decían: ‘Podemos salimos pero no nos van a dejar entrar de vuelta’”. Elina entendió que era el fin y ahora sí bajó la persiana. Ningún número cerraba. “No daba”, grafica.

Mucha gente solía llegar de la ciudad del Golfo y de la capital. Muy pocos son de Dolavon y alrededores. “La mayoría son familias de afuera que venían a pasar el día, comían, hacían sobremesa, los chicos jugaban en el patio, traían reposera y se quedaban tomando mate toda la tarde. Era una salida”. Pero ya no podían llegar.

“Hoy diría que tenemos cerrado definitivamente. Tendrían que levantar las restricciones y tendría que volver el entusiasmo. Ya di de baja todo”, se resigna. “Lo veo complicado, pienso que esto va a durar un buen tiempo y es arriesgado”. Muchos clientes no querían respetar los protocolos: ni anotarse en el cuaderno ni usar el alcohol en gel. “Me arriesgo yo y arriesgo personal. Uno lee los diarios y todos los días hay 300/400 casos”.

La Quesería había cumplido 7 años en marzo, mismo mes de su primer cierre. Elina vivió en Paso de Indios y tuvo un restaurante 14 años. Sus suegros eran los dueños de la estación de servicio. “Después nos vinimos a Dolavon; esto estaba re abandonado, tuvimos que hacerlo prácticamente de vuelta”. El edificio tiene 103 años. El piso, las cabreadas, las ventanas y una puerta son las originales. Era la fábrica del Queso Chubut, la marca que Mastellone se llevó.

“Lo abrí porque cocinar era lo que sabía hacer, sin hacer ningún curso, mirando. Estaba cerca de mi casa, es un edificio histórico y me la jugué a ver qué pasaba”. Muchos le decían que no iba a tener clientes. “Gracias a Dios vino muchísima gente, hicimos casamientos y cumpleaños, y me ayudaban mi hijo o mi marido”. Trabajó a “mesa caliente” viernes, sábados, domingos y feriados. Hay domingos que la siguen llamando para ir. “Extrañan el lugar porque las comidas son caseras, abundantes, es todo sencillo, como en tu casa. La gente volvía y siempre tuve elogios. Estoy contenta con lo que hice”.

Sin pandemia, hubiese resistido. “Pero fue el golpe de gracia. Este año habíamos decidido no cerrar, veía que por la crisis iba a haber mucho turismo interno, con vacaciones normales. Pero se hicieron largas”. Nunca pensó que el Covid iba a ser para tanto. “Me sorprendió, pero después uno ve casos en su entorno y toma más conciencia. Supuse que iban a ser 15 o 20 días, que algunas personas se iban a engripar y listo. Escuchaba que en Europa estaba difícil, pero no pensaba esto. Si hace un año me decían que iba a cerrar por una pandemia no les iba a creer, era imposible que llegara hasta acá”.

No tuvo ni pidió ayuda estatal. “No corresponde para un privado”, dice Elina. Tampoco la llamó ningún funcionario.

No sabe qué pasará con el edificio y todo su equipamiento. “Desde que cerré en septiembre recién volví a entrar hace poquitos días. Me duele, cuesta. Por ahí algún día aparece alguien que lo quiera trabajar con el mismo entusiasmo que tuve yo”. Sus ojos se humedecen y habla de su falta de ganas, de la artrosis. Todo lo hacía ella. Si hubiese un proyecto podría ayudar y orientar.

“Me sigue llamando muchísima gente para venir y se lamentan mucho de que esté cerrado, porque era un día de salida. El otro día una señora me decía: ‘Hay otros restaurantes pero con los chicos tenemos que comer e irnos enseguida’. Acá hasta bicicletas traían, jugaban a la pelota, los papás hacían sobremesa tranquilos, no hay peligro, está el alambre olímpico para que no pasen al canal”.

Elina le tiene respeto al coronavirus. No miedo. Sale muy poco, sólo para las compras, se cuida. Hace mucho que no va a Trelew. “Si todos nos cuidamos se puede sobrellevar”.

Mira su comedor vacío. Los folletos sin repartir. Las botellas de vino y gaseosa que sobraron. Las hornallas apagadas. “Hice lo que quería hacer, no estoy arrepentida y lo volvería a hacer. Fueron épocas muy lindas pero los años pasan”.


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