Opinión / La vacuna de la globalización

11 MAY 2021 - 10:30 | Actualizado

PorGabriel Sánchez Zinny / Especial para Jornada

Desde hace tiempo sabemos que productos como el IPhone, que tal vez estés usando para leer este artículo, reúne componentes hechos en 43 países; o que un auto de la marca Toyota ensambla más de 30 mil partes manufacturadas en decenas de ciudades en todo el mundo. Estos son algunos ejemplos de la profunda integración comercial que posibilita la globalización.

Sin embargo, al inicio de la pandemia se han sumado voces a las ya existentes que cuestionan la globalización y predicen que el mundo tiende a “localizarse” y a reducir así su integración comercial. Postulado que resulta paradójico si tenemos en cuenta que, para frenar el avance del COVID, la producción y distribución de la vacuna depende casi exclusivamente de la globalización, al mismo tiempo que la consolida.

La vacuna Pfizer/BioNTech, por ejemplo, reúne 280 diferentes componentes producidos en 19 países. Su creación resulta de la investigación y desarrollo que hicieron Ozlem Tureci y su esposo Ugur Sahin, una familia de inmigrantes turcos en Alemania. ¿Existe acaso algo más global que esto?

Ahora bien, no solo la producción de vacunas se ha beneficiado de la integración que genera un mundo global. Su distribución es hoy posible gracias a las cadenas de valor intercontinentales que son las que permiten que las dosis lleguen a todos los países del mundo.

Más allá de las críticas, el comercio internacional va a crecer un 8% este año, según estimaciones de la Organización Mundial del Comercio. Estemos o no de acuerdo ideológicamente, gran parte de nuestra vida diaria está marcada por la globalización, y lo podemos observar en lo que comemos, leemos, escuchamos y comercializamos.

Como dice Afshin Molavi, editor y fundador de Emerging World yseniorfellowde la Universidad Johns Hopkins (SAIS), el “comercio ha cambiado en las últimas décadas y los países ya no exportan únicamente productos terminados, como era vino desde Francia, o autos desde Alemania, sino que comercializan partes, componentes, conocimientos, diseños, ideas, que son ensambladas en fábricas alrededor del mundo”. Para citar otro ejemplo, la marca BMW de origen alemán trabaja con 12 mil suplidores de 70 países diferentes, y en los últimos años ha sido el mayor exportador de autos, pero no desde Alemania. Estados Unidos, específicamente el estado de Carolina del Sur ha vendido al mundo más de 200 mil BMWs, por un valor de 9 mil millones de dólares.

Los riesgos que ha generado la pandemia en las cadenas de valor globales, el incremento de los sentimientos nacionalistas en muchos países, y la desigualdad que estamos viendo en la distribución de las vacunas -principalmente en los naciones más vulnerables- pueden generar mayor intensidad de críticas y eventualmente políticas contrarias a la globalización, pero no pareciera que serán suficientes para volver hacia atrás en la creciente integración mundial. Más bien, las regiones y los países tienen que seguir buscando su posición de ventajas competitivas en esta realidad.

Aquí reside un desafío fundamental para América Latina, cuya integración comercial es realmente baja comparada con otros continentes, y más ahora si se tiene en cuenta la irrupción de China como el segundo socio comercial de la Región, la debilidad institucional de los acuerdos de integración y los efectos de la pandemia.

Un número que grafica esto es el coeficiente de comercio intrarregional que cayó al 12%, su valor más bajo desde 1990, según la CEPAL. Brasil, una de las economías más grandes junto con México, en 1998 ubicaba el 29% de sus bienes en países de la región, mientras que en 2019 ese número descendió casi a la mitad (16%). México, pese a la proximidad geográfica y a la cercanía cultural, importa menos del 1% de bienes de los países centroamericanos.

Por eso, si queremos salir adelante como región, generando mayor desarrollo económico, empleos de calidad, y menor pobreza, tenemos que buscar nuestro lugar en esas cadenas de valor globales e integrarnos más entre nosotros y con el mundo. Además de aprovechar los actuales debates sobre elnear-shoringy buscar ser atractivos como región para la relocalización de empresas que tal vez se trasladen desde China y otros países asiáticos.

Años de poco crecimiento económico, y aún menos avances en la disminución de la desigualdad, nos tienen que llevar a impulsar políticas públicas innovadoras. Integrarse al mundo es seguro una de las más importante.

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11 MAY 2021 - 10:30

PorGabriel Sánchez Zinny / Especial para Jornada

Desde hace tiempo sabemos que productos como el IPhone, que tal vez estés usando para leer este artículo, reúne componentes hechos en 43 países; o que un auto de la marca Toyota ensambla más de 30 mil partes manufacturadas en decenas de ciudades en todo el mundo. Estos son algunos ejemplos de la profunda integración comercial que posibilita la globalización.

Sin embargo, al inicio de la pandemia se han sumado voces a las ya existentes que cuestionan la globalización y predicen que el mundo tiende a “localizarse” y a reducir así su integración comercial. Postulado que resulta paradójico si tenemos en cuenta que, para frenar el avance del COVID, la producción y distribución de la vacuna depende casi exclusivamente de la globalización, al mismo tiempo que la consolida.

La vacuna Pfizer/BioNTech, por ejemplo, reúne 280 diferentes componentes producidos en 19 países. Su creación resulta de la investigación y desarrollo que hicieron Ozlem Tureci y su esposo Ugur Sahin, una familia de inmigrantes turcos en Alemania. ¿Existe acaso algo más global que esto?

Ahora bien, no solo la producción de vacunas se ha beneficiado de la integración que genera un mundo global. Su distribución es hoy posible gracias a las cadenas de valor intercontinentales que son las que permiten que las dosis lleguen a todos los países del mundo.

Más allá de las críticas, el comercio internacional va a crecer un 8% este año, según estimaciones de la Organización Mundial del Comercio. Estemos o no de acuerdo ideológicamente, gran parte de nuestra vida diaria está marcada por la globalización, y lo podemos observar en lo que comemos, leemos, escuchamos y comercializamos.

Como dice Afshin Molavi, editor y fundador de Emerging World yseniorfellowde la Universidad Johns Hopkins (SAIS), el “comercio ha cambiado en las últimas décadas y los países ya no exportan únicamente productos terminados, como era vino desde Francia, o autos desde Alemania, sino que comercializan partes, componentes, conocimientos, diseños, ideas, que son ensambladas en fábricas alrededor del mundo”. Para citar otro ejemplo, la marca BMW de origen alemán trabaja con 12 mil suplidores de 70 países diferentes, y en los últimos años ha sido el mayor exportador de autos, pero no desde Alemania. Estados Unidos, específicamente el estado de Carolina del Sur ha vendido al mundo más de 200 mil BMWs, por un valor de 9 mil millones de dólares.

Los riesgos que ha generado la pandemia en las cadenas de valor globales, el incremento de los sentimientos nacionalistas en muchos países, y la desigualdad que estamos viendo en la distribución de las vacunas -principalmente en los naciones más vulnerables- pueden generar mayor intensidad de críticas y eventualmente políticas contrarias a la globalización, pero no pareciera que serán suficientes para volver hacia atrás en la creciente integración mundial. Más bien, las regiones y los países tienen que seguir buscando su posición de ventajas competitivas en esta realidad.

Aquí reside un desafío fundamental para América Latina, cuya integración comercial es realmente baja comparada con otros continentes, y más ahora si se tiene en cuenta la irrupción de China como el segundo socio comercial de la Región, la debilidad institucional de los acuerdos de integración y los efectos de la pandemia.

Un número que grafica esto es el coeficiente de comercio intrarregional que cayó al 12%, su valor más bajo desde 1990, según la CEPAL. Brasil, una de las economías más grandes junto con México, en 1998 ubicaba el 29% de sus bienes en países de la región, mientras que en 2019 ese número descendió casi a la mitad (16%). México, pese a la proximidad geográfica y a la cercanía cultural, importa menos del 1% de bienes de los países centroamericanos.

Por eso, si queremos salir adelante como región, generando mayor desarrollo económico, empleos de calidad, y menor pobreza, tenemos que buscar nuestro lugar en esas cadenas de valor globales e integrarnos más entre nosotros y con el mundo. Además de aprovechar los actuales debates sobre elnear-shoringy buscar ser atractivos como región para la relocalización de empresas que tal vez se trasladen desde China y otros países asiáticos.

Años de poco crecimiento económico, y aún menos avances en la disminución de la desigualdad, nos tienen que llevar a impulsar políticas públicas innovadoras. Integrarse al mundo es seguro una de las más importante.


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