Independiente de Trelew en su hora más gloriosa: hace 51 años clasificaba al Torneo Nacional de Fútbol

Fue en una final apoteósica. Al vencer por penales a All Boys de La Pampa por 4 a 2 llegaba a la primera división del fútbol argentino, un hito jamás igualado por otro representativo de la Liga del Valle. En el camino habían quedado YCF de Rio Gallegos, Huracán de Comodoro Rivadavia y Cipolletti de Rio Negro.

(Foto: Archivo Jornada).
05 AGO 2023 - 21:27 | Actualizado 05 AGO 2023 - 21:29

Por Juan Miguel Bigrevich

Nadie creía en ellos. Nadie. Sólo ellos. Y su entorno. Eran, junto al representativo de Yacimiento Carboníferos Fiscales (YCF), los números puestos en quedar afuera de la competencia a poco de comenzar.

Los candidatos eran los de siempre: Huracán de Comodoro Rivadavia con su experiencia de un año atrás, Cipolletti de Rio Negro y por si se pasaba, All Boys de Santa Rosa de La Pampa, que se había armado para un objetivo deseado y evitar seguir siendo considerado “El River de los Regionales”, una odiosa comparación con el conjunto de Núñez que ya llevaba 15 años de sequía de títulos por ese entonces.

Nadie pensaba que la empresa era fácil. Primero se accedió -con no pocas dificultades- a una segunda fase tras vencer a los santacruceños por un marcador global de 6 a 3. En Rio Gallegos 1 a 0 con un penal ejecutado por Alberto Parsechián -que ya empezaba a convertirse en figura medular del plantel- y un 5 a 3 en Trelew.

Llegó el Globito petrolero y en una Villa Deportiva embarrada y le ganó 2 a 0. Una semana después se produjo el partido bisagra. Se perdió por 4 a 2 con un penal atajado por el arquero de origen armenio y se accedió a otra instancia porque el reglamento habilitaba al que hacía más goles de visitante en caso de igualdad de puntos y tantos. Allí, el conjunto rojinegro creyó que podía. Superar a los representantes del sur chubutense había sido una utopía (y lo siguió siendo algunos años más) y esa victoria le permitió encarar el compromiso en el Alto Valle rionegrino con confianza plena en esa rueda de ganadores. Se cayó 2 a 1 ante Cipolletti; pero en Trelew; la ilusión de convirtió en algo tangible.

El golazo del “Chivo” Figueroa en la salida de un tiro libre lo puso en la final y ante el auriazul pampeano. Fue 0-1 allá y 1-0 acá con un tanto del “Coco” Bersán. Y llegaron los penales. Juntos con ellos, la gloria. A 51 años de la hazaña de Independiente de Trelew de clasificar al Torneo Nacional de fútbol de 1972; un hecho jamás igualado por ningún club de la Liga del Valle del Chubut, vale la evocación nostálgica como racimos de hollín.

Llanto, risa, canto...Rojinegro

Llora. Y rie. Francisco “Cacho” Fiandino –que ya no está físicamente con nosotros-, Y se hace multitud. Después del penal convertido, haciendo realidad su premonición de días atrás en el entrenamiento en el incipiente verde césped de Huracán, cuyo alrededor, hoy todo urbanizado. Llora “El Zorro” Galván, mientras ya planifica su jugada con el telegrama para confirmar lo del Nacional.

Lloran Quico Mehaudy y Pichoto Vecchio con la satisfacción del deber cumplido. Llora y grita, Alberto “Tito” Parsechián, con su buzo claro y el escudo en el pecho, que pasó de la agonía al éxtasis al detener tres disparos desde los once pasos. Llora Julito Thomas, por segunda vez, después que Galant, el arquero de All Boys de La Pampa, lo quisiera echar de la cancha. Llora el inolvidable Nito Veira, que, por un momento se olvida del básquet y del reto de su vieja por el gamulán roto en el festejo y el blue jeans todo sucio por la tierra que se lo habían comprado ayer.

Independiente vence –desde el punto del penal 4 a 2- tras ganar su juego por la mínima y define su participación en el fútbol grande.

Celebra tímidamente Higinio Restelli, el arquitecto de la clasificación, al lado de una matraca inmensa que no para de sonar. Se abrazan los hermanos Cominetti. Sin final.

Gritan desaforados los múltiples anónimos hasta que sus voces son un hilo invisible.

Rugen Dan Lewis y Ángel Salvo porque valió la pena tanta ilusión desvanecida en el tiempo. Aprieta los puños y se escucha su vozarrón, el león de “Quique” Behr mientras cruza sus miradas con “Pichaca” Robledo y “Coco”” Bersán, guapo entre guapos y goleador cuando había que serlo.

Festeja la grey rojinegra que se volcó a raudales alrededor del punto del penal y que separaba la gloria del drama,

Se lamentan Huracán, Cipolletti y All Boys, los verdugos de siempre. Y grita, roncamente, el negro Hugo Edgar Gómez que siguió toda la campaña, con fe y compromiso.

Celebra Jaime, llevándole el bolso al Nani Soto. Celebra Laly, junto a su padrino, Julio Sáenz que lo llevó a La Pampa una semana atrás. Festeja Tatín y el cabezón Do Brito y las figuritas de un álbum bien local que el viejo le compraba y que harán historia un tiempo después.

Descansa el doctor Saleg con el oxígeno para los propios y ajenos y se emociona, aunque intente disimularlo don “Paco” García.

Se felicita el Valle que sale por la Estados Unidos, enhiesto y conmovido. Como viniendo de una borrachera inolvidable. Al Fin. El mundo se enterará que en el mapa existe Trelew que se hará, semanas después, más conocida. Trágicamente.

Chubut se vuelve canción en el aire, otra vez; pero desde el Valle Inferior del Río Chubut. Y cuando Trelew era la más progresista del sur argentino con un Parque Industrial cuyo actual silencio duele y lastima.

Un ensordecedor estampido en donde el canto es un canto de todos revela a los modernos Césares en su apogeo hormonal. Están arriba y abajo. Es un canto de amor, que es a la vez compromiso. Ese viejo domingo 6 de agosto de 1972, se concreta la gesta futbolística más trascendente en la historia del balompié doméstico.

Con el corazón en la boca, hubo relámpagos de dramas, instantes de pánico, momentos de suspenso, en donde existieron muecas ausentes, doloridas y ruegos agonizantes. Y ese ayer, esa perfección sensual de voces y colores conformó un guion perverso como para plasmar una ficción superada por la realidad.

Un atronador sonido impulsó una gratitud afectiva. Miles de gargantas anudadas y un grito contenido que sonó como una plegaria. Remozando cadenas de oraciones. Ese día, Independiente se convirtió en el sentir de corazones cercanos. En más líder que rehén, más dominante que cautivo, más propio que ajeno.

Hubo maratones de escepticismo, de un apocalipsis permanente, de una crítica despiadada y de alguna que otra monserga, pero todo resultó bien. Más que bien.

Ese 6 de agosto de 1972, Independiente produjo una brutal rapsodia de placer mundano que erosionó la energía visceral de querer ser por un gesto que lo impulsó a seguir siendo. Por supuesto que no sólo fueron los once en cancha los próceres de la clasificación, fueron muchos más. Que desde las tribunas murmurantes de angustia se convirtieron en gladiadores acerados perdidos en la historia de un club que ya superó los cien años. En esa jornada, el rojinegro se secó la transpiración atormentada y se aprestó al sueño para librar una dura batalla contra fantasmas irredentos a quienes creyó poder vencer.

Más de medio siglo pasó de una hazaña, cuyo camino inicial se miró con desconfianza y que hoy, al recorrer la historia que aún se está escribiendo y que la exime de la frialdad de la estadística, nos llena de grandes trazos de emociones y recuerdos; esos que tienen olor a bíblico y que no pueden perderse en una necrológica piedad a través de una módica y cruel mención, reducida a una línea y sometida al sonambulismo del ahora.

Ese día, 6 de agosto de 1972, la cancha de la resistencia se convirtió en un reducto exclusivo que reconoció a propios, pero también a ajenos, implorando su esperanza; la que se hizo realidad: Independiente al Nacional.

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(Foto: Archivo Jornada).
05 AGO 2023 - 21:27

Por Juan Miguel Bigrevich

Nadie creía en ellos. Nadie. Sólo ellos. Y su entorno. Eran, junto al representativo de Yacimiento Carboníferos Fiscales (YCF), los números puestos en quedar afuera de la competencia a poco de comenzar.

Los candidatos eran los de siempre: Huracán de Comodoro Rivadavia con su experiencia de un año atrás, Cipolletti de Rio Negro y por si se pasaba, All Boys de Santa Rosa de La Pampa, que se había armado para un objetivo deseado y evitar seguir siendo considerado “El River de los Regionales”, una odiosa comparación con el conjunto de Núñez que ya llevaba 15 años de sequía de títulos por ese entonces.

Nadie pensaba que la empresa era fácil. Primero se accedió -con no pocas dificultades- a una segunda fase tras vencer a los santacruceños por un marcador global de 6 a 3. En Rio Gallegos 1 a 0 con un penal ejecutado por Alberto Parsechián -que ya empezaba a convertirse en figura medular del plantel- y un 5 a 3 en Trelew.

Llegó el Globito petrolero y en una Villa Deportiva embarrada y le ganó 2 a 0. Una semana después se produjo el partido bisagra. Se perdió por 4 a 2 con un penal atajado por el arquero de origen armenio y se accedió a otra instancia porque el reglamento habilitaba al que hacía más goles de visitante en caso de igualdad de puntos y tantos. Allí, el conjunto rojinegro creyó que podía. Superar a los representantes del sur chubutense había sido una utopía (y lo siguió siendo algunos años más) y esa victoria le permitió encarar el compromiso en el Alto Valle rionegrino con confianza plena en esa rueda de ganadores. Se cayó 2 a 1 ante Cipolletti; pero en Trelew; la ilusión de convirtió en algo tangible.

El golazo del “Chivo” Figueroa en la salida de un tiro libre lo puso en la final y ante el auriazul pampeano. Fue 0-1 allá y 1-0 acá con un tanto del “Coco” Bersán. Y llegaron los penales. Juntos con ellos, la gloria. A 51 años de la hazaña de Independiente de Trelew de clasificar al Torneo Nacional de fútbol de 1972; un hecho jamás igualado por ningún club de la Liga del Valle del Chubut, vale la evocación nostálgica como racimos de hollín.

Llanto, risa, canto...Rojinegro

Llora. Y rie. Francisco “Cacho” Fiandino –que ya no está físicamente con nosotros-, Y se hace multitud. Después del penal convertido, haciendo realidad su premonición de días atrás en el entrenamiento en el incipiente verde césped de Huracán, cuyo alrededor, hoy todo urbanizado. Llora “El Zorro” Galván, mientras ya planifica su jugada con el telegrama para confirmar lo del Nacional.

Lloran Quico Mehaudy y Pichoto Vecchio con la satisfacción del deber cumplido. Llora y grita, Alberto “Tito” Parsechián, con su buzo claro y el escudo en el pecho, que pasó de la agonía al éxtasis al detener tres disparos desde los once pasos. Llora Julito Thomas, por segunda vez, después que Galant, el arquero de All Boys de La Pampa, lo quisiera echar de la cancha. Llora el inolvidable Nito Veira, que, por un momento se olvida del básquet y del reto de su vieja por el gamulán roto en el festejo y el blue jeans todo sucio por la tierra que se lo habían comprado ayer.

Independiente vence –desde el punto del penal 4 a 2- tras ganar su juego por la mínima y define su participación en el fútbol grande.

Celebra tímidamente Higinio Restelli, el arquitecto de la clasificación, al lado de una matraca inmensa que no para de sonar. Se abrazan los hermanos Cominetti. Sin final.

Gritan desaforados los múltiples anónimos hasta que sus voces son un hilo invisible.

Rugen Dan Lewis y Ángel Salvo porque valió la pena tanta ilusión desvanecida en el tiempo. Aprieta los puños y se escucha su vozarrón, el león de “Quique” Behr mientras cruza sus miradas con “Pichaca” Robledo y “Coco”” Bersán, guapo entre guapos y goleador cuando había que serlo.

Festeja la grey rojinegra que se volcó a raudales alrededor del punto del penal y que separaba la gloria del drama,

Se lamentan Huracán, Cipolletti y All Boys, los verdugos de siempre. Y grita, roncamente, el negro Hugo Edgar Gómez que siguió toda la campaña, con fe y compromiso.

Celebra Jaime, llevándole el bolso al Nani Soto. Celebra Laly, junto a su padrino, Julio Sáenz que lo llevó a La Pampa una semana atrás. Festeja Tatín y el cabezón Do Brito y las figuritas de un álbum bien local que el viejo le compraba y que harán historia un tiempo después.

Descansa el doctor Saleg con el oxígeno para los propios y ajenos y se emociona, aunque intente disimularlo don “Paco” García.

Se felicita el Valle que sale por la Estados Unidos, enhiesto y conmovido. Como viniendo de una borrachera inolvidable. Al Fin. El mundo se enterará que en el mapa existe Trelew que se hará, semanas después, más conocida. Trágicamente.

Chubut se vuelve canción en el aire, otra vez; pero desde el Valle Inferior del Río Chubut. Y cuando Trelew era la más progresista del sur argentino con un Parque Industrial cuyo actual silencio duele y lastima.

Un ensordecedor estampido en donde el canto es un canto de todos revela a los modernos Césares en su apogeo hormonal. Están arriba y abajo. Es un canto de amor, que es a la vez compromiso. Ese viejo domingo 6 de agosto de 1972, se concreta la gesta futbolística más trascendente en la historia del balompié doméstico.

Con el corazón en la boca, hubo relámpagos de dramas, instantes de pánico, momentos de suspenso, en donde existieron muecas ausentes, doloridas y ruegos agonizantes. Y ese ayer, esa perfección sensual de voces y colores conformó un guion perverso como para plasmar una ficción superada por la realidad.

Un atronador sonido impulsó una gratitud afectiva. Miles de gargantas anudadas y un grito contenido que sonó como una plegaria. Remozando cadenas de oraciones. Ese día, Independiente se convirtió en el sentir de corazones cercanos. En más líder que rehén, más dominante que cautivo, más propio que ajeno.

Hubo maratones de escepticismo, de un apocalipsis permanente, de una crítica despiadada y de alguna que otra monserga, pero todo resultó bien. Más que bien.

Ese 6 de agosto de 1972, Independiente produjo una brutal rapsodia de placer mundano que erosionó la energía visceral de querer ser por un gesto que lo impulsó a seguir siendo. Por supuesto que no sólo fueron los once en cancha los próceres de la clasificación, fueron muchos más. Que desde las tribunas murmurantes de angustia se convirtieron en gladiadores acerados perdidos en la historia de un club que ya superó los cien años. En esa jornada, el rojinegro se secó la transpiración atormentada y se aprestó al sueño para librar una dura batalla contra fantasmas irredentos a quienes creyó poder vencer.

Más de medio siglo pasó de una hazaña, cuyo camino inicial se miró con desconfianza y que hoy, al recorrer la historia que aún se está escribiendo y que la exime de la frialdad de la estadística, nos llena de grandes trazos de emociones y recuerdos; esos que tienen olor a bíblico y que no pueden perderse en una necrológica piedad a través de una módica y cruel mención, reducida a una línea y sometida al sonambulismo del ahora.

Ese día, 6 de agosto de 1972, la cancha de la resistencia se convirtió en un reducto exclusivo que reconoció a propios, pero también a ajenos, implorando su esperanza; la que se hizo realidad: Independiente al Nacional.


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