El Parche

Hoy Bigornia cumple un nuevo aniversario. Fue un 24 de mayo de 1971. Y con un poco más de medio siglo de vida, se convirtió en una institución ejemplo. Conoció la glorias, caídas y renacimientos. Sus fundadores, aún hoy, siguen estando. En cuerpo y en espíritu. Con un sentido de pertenencia conmovedor.

Los socios fundadores de BIgornia Club. Más de medio siglo.
24 MAY 2024 - 18:27 | Actualizado 24 MAY 2024 - 18:33

Por Juan Miguel Bigrevich/Redacción Jornada

Hoy cumple 53 años. Fue en 1971, cuando algunos locos soñaron que una utopía podía convertirse en realidad. Comenzaron a jugar en una cancha al lado del ingreso de la ciudad que fue matriz de esa idea y que por ese entonces era casi desierto. Después vino todo lo que vino. Al lado del viejo puente y el predio en el Gregorio Mayo.

Fue El Parche. Fue el Yunque. Fueron las inolvidables carreras de balsas. Son los remos, la bocha y la ovalada. Ha sido siempre Bigornia.

Con una extraordinaria capacidad de gestión, esté quien esté al frente de los estamentos oficiales y dejando la politiquería barata en la puerta de ingreso al club; sus dirigentes gastaron (y gastan) piel, ganas y horas en mejorar, aunque sea, cuestiones elementales en beneficio de un club al que lo sienten como suyo con un sentido de pertenencia conmovedor. De hecho, Bigornia ha tenido y tiene, legisladores municipales y provinciales, funcionarios y candidatos a diferentes estamentos en las próximas elecciones, sin que ello sea un impedimento para que la institución crezca; como sucede, lamentablemente, en otros lados. Pero que son, fundamentalmente, socios.

Densos hasta el agotamiento de su interlocutor, cualquier entidad querría tener –al menos- un par de esos miembros de una Comisión Directiva que se mantiene sólida, a pesar del cambio de hombres, con un objetivo superior: el todo es más importante que las partes. Y eso se demuestra yendo una sola vez al predio que se encuentra al fondo de la “Changui” Ríos.

Hace un poco más de una década, los actuales conductores del “Yunque” tomaron un club prácticamente devastado. El rugby no intervenía ni en los certámenes locales, el hockey apenas sobrevivía por el empuje de unos pocos, Arturo Vilches hacía de todo para mantener la llama del tenis viva y el canotaje y el remo brillaban por su ausencia. Hoy, Bigornia es un faro ineludible en eso de los remos con campeones nacionales e internacionales; en el rugby no se cansa de ganar; en el hockey es un eterno candidato a obtener los títulos que juegan y en la categoría que sea y el tenis aún sigue vigente.

Y ni hablar del crecimiento institucional. Campos de juego aptos para cualquier tipo de deportes tanto de césped natural como artificial e iluminados. Un gimnasio y un albergue envidiable, una guardería de botes de primera especial y un predio tan exquisito para la vista como respetado con su entorno ambiental; hacen del club que viste naranja y negro, el que todos quisieran tener.
Sin embargo, en lo que podríamos señalar como la historia, Bigornia fue una bisagra de un mundo de libertad y sueños. Ese “parche” fue el germen que podría existir un mundo mejor.

Bigornia Club es un espejo de lo que podemos ser y, muchas veces, no lo cristalizamos. Bigornia fue y es, el “Coco” Desiderio Pereyra que por la calle Roberto Jones pasaba a buscar a los chicos de la cuadra para ir al club los sábados de rugby. Fue y es Tomás Bastida y el “Chueco” Luis Yllana en la tapa del diario ganando épicamente una carrera en el río. O Pirulo. O el flaco Oñate. Son las primeras camisetas buscadas en “Testai” gracias a una casualidad de “Quique” Rubino. Es el “Chino” y “Macro” Maldonado y Ezequiel corriendo tras una guinda. Es el “León” Héctor Matschke, fisurado por sus lesiones, metiéndose en un maul. Es el “Viejo” Silva con sus Fiat y el hockey. Y Miriam, Luciana y Macarena, como para no andar mezquinando algunos nombres. Es Arturo en los albores del rugby y la raqueta y sus hijos y sus nietos, los que están y los que no, pero que los sigue llevando dentro de él. Es María Rosa y el “Lenteja”; es el “Tato” Silva que donó lo que tenía que donar.

Es Federico Landau, tan tenaz como apasionado, por él y los suyos. Son los Graña, es el “Cabezón” Carlos Coustet y Juan, su hijo y Ovidio, su viejo en su memoria. Es el inolvidable “Pato” Oliva y Morgan James y el “Changui” Ríos. Son los viejos y los nuevos, los venidos y los que estaban. Es el “Guigue” Bazán con sus jóvenes 70 años y sus botines marrones históricos Ocelote. Es Vivian. Es el “Nono” y el “Chuchi” Awstin. Es eso y mucho más. Es el cielo como límite. Es un punto de referencia y pertenencia en medio siglo medio siglo de vida, logro que no lo alcanza cualquiera. En definitiva, Bigornia es una historia de amor, simple y desenfrenada, como es el amor. Y que no merece el desprecio, que fustiga a los perversos; sino muy por el contrario, la apología, que está reservada a los virtuosos, quienes con su trayectoria cierra las voces de las críticas para abrir las del asombro.

Feliz aniversario, naranja y luto!!.

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Los socios fundadores de BIgornia Club. Más de medio siglo.
24 MAY 2024 - 18:27

Por Juan Miguel Bigrevich/Redacción Jornada

Hoy cumple 53 años. Fue en 1971, cuando algunos locos soñaron que una utopía podía convertirse en realidad. Comenzaron a jugar en una cancha al lado del ingreso de la ciudad que fue matriz de esa idea y que por ese entonces era casi desierto. Después vino todo lo que vino. Al lado del viejo puente y el predio en el Gregorio Mayo.

Fue El Parche. Fue el Yunque. Fueron las inolvidables carreras de balsas. Son los remos, la bocha y la ovalada. Ha sido siempre Bigornia.

Con una extraordinaria capacidad de gestión, esté quien esté al frente de los estamentos oficiales y dejando la politiquería barata en la puerta de ingreso al club; sus dirigentes gastaron (y gastan) piel, ganas y horas en mejorar, aunque sea, cuestiones elementales en beneficio de un club al que lo sienten como suyo con un sentido de pertenencia conmovedor. De hecho, Bigornia ha tenido y tiene, legisladores municipales y provinciales, funcionarios y candidatos a diferentes estamentos en las próximas elecciones, sin que ello sea un impedimento para que la institución crezca; como sucede, lamentablemente, en otros lados. Pero que son, fundamentalmente, socios.

Densos hasta el agotamiento de su interlocutor, cualquier entidad querría tener –al menos- un par de esos miembros de una Comisión Directiva que se mantiene sólida, a pesar del cambio de hombres, con un objetivo superior: el todo es más importante que las partes. Y eso se demuestra yendo una sola vez al predio que se encuentra al fondo de la “Changui” Ríos.

Hace un poco más de una década, los actuales conductores del “Yunque” tomaron un club prácticamente devastado. El rugby no intervenía ni en los certámenes locales, el hockey apenas sobrevivía por el empuje de unos pocos, Arturo Vilches hacía de todo para mantener la llama del tenis viva y el canotaje y el remo brillaban por su ausencia. Hoy, Bigornia es un faro ineludible en eso de los remos con campeones nacionales e internacionales; en el rugby no se cansa de ganar; en el hockey es un eterno candidato a obtener los títulos que juegan y en la categoría que sea y el tenis aún sigue vigente.

Y ni hablar del crecimiento institucional. Campos de juego aptos para cualquier tipo de deportes tanto de césped natural como artificial e iluminados. Un gimnasio y un albergue envidiable, una guardería de botes de primera especial y un predio tan exquisito para la vista como respetado con su entorno ambiental; hacen del club que viste naranja y negro, el que todos quisieran tener.
Sin embargo, en lo que podríamos señalar como la historia, Bigornia fue una bisagra de un mundo de libertad y sueños. Ese “parche” fue el germen que podría existir un mundo mejor.

Bigornia Club es un espejo de lo que podemos ser y, muchas veces, no lo cristalizamos. Bigornia fue y es, el “Coco” Desiderio Pereyra que por la calle Roberto Jones pasaba a buscar a los chicos de la cuadra para ir al club los sábados de rugby. Fue y es Tomás Bastida y el “Chueco” Luis Yllana en la tapa del diario ganando épicamente una carrera en el río. O Pirulo. O el flaco Oñate. Son las primeras camisetas buscadas en “Testai” gracias a una casualidad de “Quique” Rubino. Es el “Chino” y “Macro” Maldonado y Ezequiel corriendo tras una guinda. Es el “León” Héctor Matschke, fisurado por sus lesiones, metiéndose en un maul. Es el “Viejo” Silva con sus Fiat y el hockey. Y Miriam, Luciana y Macarena, como para no andar mezquinando algunos nombres. Es Arturo en los albores del rugby y la raqueta y sus hijos y sus nietos, los que están y los que no, pero que los sigue llevando dentro de él. Es María Rosa y el “Lenteja”; es el “Tato” Silva que donó lo que tenía que donar.

Es Federico Landau, tan tenaz como apasionado, por él y los suyos. Son los Graña, es el “Cabezón” Carlos Coustet y Juan, su hijo y Ovidio, su viejo en su memoria. Es el inolvidable “Pato” Oliva y Morgan James y el “Changui” Ríos. Son los viejos y los nuevos, los venidos y los que estaban. Es el “Guigue” Bazán con sus jóvenes 70 años y sus botines marrones históricos Ocelote. Es Vivian. Es el “Nono” y el “Chuchi” Awstin. Es eso y mucho más. Es el cielo como límite. Es un punto de referencia y pertenencia en medio siglo medio siglo de vida, logro que no lo alcanza cualquiera. En definitiva, Bigornia es una historia de amor, simple y desenfrenada, como es el amor. Y que no merece el desprecio, que fustiga a los perversos; sino muy por el contrario, la apología, que está reservada a los virtuosos, quienes con su trayectoria cierra las voces de las críticas para abrir las del asombro.

Feliz aniversario, naranja y luto!!.


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