Yasmín, en el corazón de un barrio que no olvida…

A la hora de estigmatizar, para muchos las “1008 Viviendas” representa lo peor: un punto negro incurable en el que habitan la violencia, la droga y las usurpaciones.

04 FEB 2014 - 22:43 | Actualizado

Por Ismael Tebes (Agencia Jornada Comodoro)

El caso Yasmín, la nena de 12 años que solía correr por los pasillos de su sector, mostró sin embargo un costado solidario, sensible ante el dolor. Y nada volvió a ser igual en el corazón profundo del Treinta de Octubre.

La sonrisa de la niña vive para siempre en su mismo edificio –el número 12- a través de una pintura cargada de sentimiento. Desde ese lugar, el departamento D situado en la planta baja del sector 2 salió para no volver; cayendo en las manos de un asesino que la ultrajó hasta ocultar su cuerpo en un matorral dentro del predio de Radio Nacional, a metros de la Ruta Nacional Número Tres.

Yasmín Iara Chacoma tenía 11 años y una vida dura porque reclamaba, a veces sin respuesta, el cariño de su padre y peleaba con su familia para sobrevivir con pobreza pero con dignidad. Había nacido en las “1.008” al igual que su madre -Daniela Bilich- quien jugaba al fútbol y sostenía económicamente a sus hijos menores (de 14, 6, 4 y 2 meses) vendiendo pan casero y tortas fritas y como cocinera ocasional en rotiserías.

Es cierto que nada era color de rosas. Y que mientras las chicas de su edad pensaban en vestir a la moda, estudiar y “jugar” con sus profesiones del futuro, ella debía asumir responsabilidades “de grandes” sin serlo.

Su madre la recordó como una “buena hija” que solía colaborar en lo que fuera necesario; en el cuidado de sus hermanos y hasta en el acompañamiento en los quehaceres domésticos. Era habitual que realizara compras y que además, las hiciera en horarios variados. Conocía en detalle cada rincón del barrio, las personas que convivían en los edificios lindantes y, en especial, las “amenazas” respecto a las personas extrañas que siempre le solían advertir.

Con toda esa mochila a cuestas, Jasmín era una alumna regular en el sexto año en la Escuela 143, situada en Roca y Kennedy. Jugaba al hándball y no solía relacionarse demasiado con los vecinos. Mantenía más bien un perfil hogareño, fuertemente ligado con la crianza de sus hermanitos puertas adentro de su casa. Ocasionalmente algunas personas solían verla jugar con chicos de su edad y en el patio interno que se comparte con los departamentos lindantes. con algunos de sus primos.

La historia difusa con el peor final empezó a escribirse en la noche del 14 de setiembre del 2013. A pedido de su madre, la menor fue enviada a comprar un paquete de salchichas a la sucursal del Supermercado La Anónima, situado sobre Avda. Chile, casi en diagonal a su vivienda.

Eran las 21,19. Las cámaras de seguridad la registraron a las 21,27 retirándose del lugar casi sobre el cierre comercial. Se la observó manteniendo un diálogo con una persona mayor de edad, de sexo masculino con quien caminó sin que se aprecie algún tipo de intimidación. Inclusive quien la acompaña en esta imagen difusa lleva en una bolsa, la compra realizada; cruzando la avenida hacia el interior del barrio hasta perderse en la oscuridad misma.

Nada se supo a partir de allí. Su familia denunció su desaparición y la Policía de la Provincia del Chubut extremó todos sus recursos en la búsqueda que incluyó rastrillajes en cada uno de los departamentos del complejo habitacional y el seguimiento de las más variadas pistas.

Se acusó en principio al entorno familiar y hasta afloraron viejos rencores barriales entre las “1.008” y extensión del mismo, denominada “barrio paraguayo” en el que, a diario, se multiplican las ocupaciones ilegales.

La acusación en códigos ultraviolentos incluyó ataques a vehículos, agresiones físicas y un no declarado intento de erradicar este sector de “okupas” para apropiarse de bienes y de las construcciones que se erigen en cercanías de la antena de Radio Nacional, donde levantar una construcción rústica no lleva más de una hora, con servicios “enganchados” inclusive.

Ese cocktail a punto de estallar llevó a que la Policía debiera instalarse una base operativa en el sector para tratar de preservar el orden público, resguardando inclusive por la noche que la furia no desatara una ola mayor de represalias.

La bronca terminó convirtiéndose en dolor con el hallazgo del cuerpo de Yasmín, cerca de las 2 de la tarde del lunes 16, conmoviendo a la sociedad y golpeando duro en la fibra más sensible. Nada volvió a ser igual. Porque el caso Yasmín pedía justicia a gritos y que se honre su memoria. Nada volvió a ser igual, con la familia de la víctima retomando su vida en otro lado y con un sentimiento que se une por sobre cualquier otra diferencia: el que mata, debe pagar en la tierra. Ni antes, ni después con las múltiples formas que tiene la justicia como dicen –y piensan- en las “1.008”, el barrio que no olvida.

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04 FEB 2014 - 22:43

Por Ismael Tebes (Agencia Jornada Comodoro)

El caso Yasmín, la nena de 12 años que solía correr por los pasillos de su sector, mostró sin embargo un costado solidario, sensible ante el dolor. Y nada volvió a ser igual en el corazón profundo del Treinta de Octubre.

La sonrisa de la niña vive para siempre en su mismo edificio –el número 12- a través de una pintura cargada de sentimiento. Desde ese lugar, el departamento D situado en la planta baja del sector 2 salió para no volver; cayendo en las manos de un asesino que la ultrajó hasta ocultar su cuerpo en un matorral dentro del predio de Radio Nacional, a metros de la Ruta Nacional Número Tres.

Yasmín Iara Chacoma tenía 11 años y una vida dura porque reclamaba, a veces sin respuesta, el cariño de su padre y peleaba con su familia para sobrevivir con pobreza pero con dignidad. Había nacido en las “1.008” al igual que su madre -Daniela Bilich- quien jugaba al fútbol y sostenía económicamente a sus hijos menores (de 14, 6, 4 y 2 meses) vendiendo pan casero y tortas fritas y como cocinera ocasional en rotiserías.

Es cierto que nada era color de rosas. Y que mientras las chicas de su edad pensaban en vestir a la moda, estudiar y “jugar” con sus profesiones del futuro, ella debía asumir responsabilidades “de grandes” sin serlo.

Su madre la recordó como una “buena hija” que solía colaborar en lo que fuera necesario; en el cuidado de sus hermanos y hasta en el acompañamiento en los quehaceres domésticos. Era habitual que realizara compras y que además, las hiciera en horarios variados. Conocía en detalle cada rincón del barrio, las personas que convivían en los edificios lindantes y, en especial, las “amenazas” respecto a las personas extrañas que siempre le solían advertir.

Con toda esa mochila a cuestas, Jasmín era una alumna regular en el sexto año en la Escuela 143, situada en Roca y Kennedy. Jugaba al hándball y no solía relacionarse demasiado con los vecinos. Mantenía más bien un perfil hogareño, fuertemente ligado con la crianza de sus hermanitos puertas adentro de su casa. Ocasionalmente algunas personas solían verla jugar con chicos de su edad y en el patio interno que se comparte con los departamentos lindantes. con algunos de sus primos.

La historia difusa con el peor final empezó a escribirse en la noche del 14 de setiembre del 2013. A pedido de su madre, la menor fue enviada a comprar un paquete de salchichas a la sucursal del Supermercado La Anónima, situado sobre Avda. Chile, casi en diagonal a su vivienda.

Eran las 21,19. Las cámaras de seguridad la registraron a las 21,27 retirándose del lugar casi sobre el cierre comercial. Se la observó manteniendo un diálogo con una persona mayor de edad, de sexo masculino con quien caminó sin que se aprecie algún tipo de intimidación. Inclusive quien la acompaña en esta imagen difusa lleva en una bolsa, la compra realizada; cruzando la avenida hacia el interior del barrio hasta perderse en la oscuridad misma.

Nada se supo a partir de allí. Su familia denunció su desaparición y la Policía de la Provincia del Chubut extremó todos sus recursos en la búsqueda que incluyó rastrillajes en cada uno de los departamentos del complejo habitacional y el seguimiento de las más variadas pistas.

Se acusó en principio al entorno familiar y hasta afloraron viejos rencores barriales entre las “1.008” y extensión del mismo, denominada “barrio paraguayo” en el que, a diario, se multiplican las ocupaciones ilegales.

La acusación en códigos ultraviolentos incluyó ataques a vehículos, agresiones físicas y un no declarado intento de erradicar este sector de “okupas” para apropiarse de bienes y de las construcciones que se erigen en cercanías de la antena de Radio Nacional, donde levantar una construcción rústica no lleva más de una hora, con servicios “enganchados” inclusive.

Ese cocktail a punto de estallar llevó a que la Policía debiera instalarse una base operativa en el sector para tratar de preservar el orden público, resguardando inclusive por la noche que la furia no desatara una ola mayor de represalias.

La bronca terminó convirtiéndose en dolor con el hallazgo del cuerpo de Yasmín, cerca de las 2 de la tarde del lunes 16, conmoviendo a la sociedad y golpeando duro en la fibra más sensible. Nada volvió a ser igual. Porque el caso Yasmín pedía justicia a gritos y que se honre su memoria. Nada volvió a ser igual, con la familia de la víctima retomando su vida en otro lado y con un sentimiento que se une por sobre cualquier otra diferencia: el que mata, debe pagar en la tierra. Ni antes, ni después con las múltiples formas que tiene la justicia como dicen –y piensan- en las “1.008”, el barrio que no olvida.


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