"Nole", rey de Wimbledon

Novak Djokovic superó a Roger Federer por 6-7, 6-4, 7-6, 5-7, 6-4 en una final inolvidable, se coronó por segunda vez en el césped del All England y vuelve a ser el N° 1 del ranking mundial.

06 JUL 2014 - 14:11 | Actualizado

Novak Djokovic no permite que Roger Federer complete su viaje en el tiempo. Al remontar 6-7, 6-4, 7-6, 5-7 y 6-4 la final de Wimbledon, el serbio no solo le arrebata el número uno mundial a Rafael Nadal, sino que suma su séptimo grande y evita que el suizo convierta en realidad lo que anuncia gran parte del partido: que en el siglo XXI todavía se pueden sumar títulos del Grand Slam compitiendo como cuando se inventó el juego, de sutileza en sutileza, con la red siempre como objetivo y usando la ligera pluma del poeta en una época en la que ya solo manda el pesado teclado del novelista.

Pese a la derrota, el campeón de 17 grandes deja un encuentro a la altura del rey del Olimpo del tenis. Consigue romper el saque de su rival en la cuarta manga, cuando Nole sirve por el título. Tiene la primera bola de break en el quinto parcial y descuenta tres en el 4-3, una haciendo saque-red con segundo servicio. Solo se inclina tras casi cuatro horas de partido. Nole, entonces, grita su épico y magnífico triunfo.

A punto de cumplir los 33 años, así afronta el campeón de 17 grandes su intento de aumentar su leyenda. Ya en el primer juego del encuentro firma un resto-red, combinación desterrada del tenis por su elevado riesgo. Animado por Stefan Edberg, su entrenador, el suizo se atreve a visitar la red con una frecuencia asombrosa.

El genio, que jugaba cargando hacia adelante el 50% de los puntos en 2003, abandona al funcionario de la línea de fondo en el que se convirtió desde 2006 (5%) y vuelve a apostar por el vértigo (casi 30% de puntos disputado de esa manera esta quincena). Es Federer comandando el Séptimo de caballería, Federer cargando como si en ello le fuera la vida, Federer queriendo quitarle el tiempo a Djokovic para evitar que el serbio le ponga a correr y le reviente las piernas. A Nole, un pasador excepcional, se le atraganta el reto. Nunca queda más subrayada su incapacidad para visitar la red que durante el encuentro, en el que una y otra vez Federer devuelve sus trallazos con una pelota blanda y cortada, y una y otra vez se queda en el fondo el serbio sin aprovechar esa invitación para atacar una volea.

El peligro, sin embargo, ronda siempre al suizo. Cuando llega la muerte súbita, Federer tiene que tomar una decisión: seguir arriesgando cuando sabe que cada bola vale su peso en oro, o volver a las viejas costumbres. Elige lo segundo. En todo el tie-break, el heptacampeón sólo visita una vez la red. Ocurre que Djokovic, derrotado en cinco de las seis últimas finales grandes que ha disputado, siente crecer la presión igual que si estuviera atrapado en arenas movedizas y no tuviera quien le ayudara a salir de ellas. Suya es la primera bola de set. Con ella empiezan a llegar uno tras otro sus segundos servicios, señal de la tensión que atenaza su muñeca. Federer se lleva el parcial, y ruge acompañado por el público de la pista, que brama en su apoyo y se rompe las manos aplaudiendo para llevarle hasta un octavo Wimbledon de récord.

Nole, en cualquier caso, sabe que la estadística le debe una rotura. Que en la belleza del ataque a la red va implícito que sume éxitos en los pasantes el contrario. Que si se mantiene sólido, si insiste, la ley de probabilidades dictamina que Federer acabará entregando su saque porque es imposible competir sin manchar la hoja de servicios cuando siempre se juega a la ruleta rusa.

Las primeras bolas de break llegan en el primer juego al saque del suizo en la segunda manga. La primera rotura, en el segundo. Y entonces, con cada rival sumando un parcial, pese a la bola de break de la que disfruta el helvético con 5-4, el duelo cambia.

Pese a todos los esfuerzos de Federer, las dos primeras mangas han consumido ya más de 1h 30m. Ante los ojos de los duques de Cambridge, a los que acompañan en el Palco Real leyendas como Rod Laver y Manuel Santana, y actrices como Elsa Pataky, el heptacampeón sufre. El saque (más de 25 aces, incluido uno para salvar punto de partido) va manteniéndole en el encuentro frente al mejor restador del mundo.

Es Djokovic, sin embargo, quien lleva ya la voz cantante, porque Federer va perdiendo consistencia y convencimiento. Hay que tener muchos pulmones para pasarse cinco sets sacando a más de 190 kilómetros hora y luego esprintando hacia adelante. Hay que tener una capacidad mental colosal para elegir con acierto en qué pelota subir y en qué pelota esperar cuando ya el reloj va descontando horas y hay tantísimo en juego. Hay que ser, finalmente, un genio como Federer para que su plan tarde tanto en resquebrajarse, porque lo que hace el suizo es mágico, es ponerle color al viejo tenis en blanco y negro.

El seguro juego de fondo de Djokovic se acaba imponiendo al juego de ataque de Federer. Tras la primera manga, el serbio va conquistando una a una todas las áreas del partido. Primero empieza a sacar excelentemente. Luego digiere la primera manga perdida y una torcedura de tobillo con fortaleza de espíritu. Conquista la línea de fondo. Equilibra con sus pasantes los ataques de Federer. Logra que el pulso deje de ser un esprint para ser un duelo de ritmo alto. Y, cuando ya solo el saque defiende al suizo, aplica su afamado resto para llevarse el encuentro. Poco a poco, desarma a Federer.

Su victoria acaba con más de un año de sequía y cierra la herida de cinco finales grandes perdidas de las seis últimas que había disputado. Levantar los brazos le cuesta sangre, sudor y lágrimas, porque duda tras tantos tropiezos en finales decisivas para su carrera, lo que le cuesta una cuarta manga que ya tenía ganada ((Federer recupera break de desventaja en la cuarta manga y vuelve a romper cuando saca por el trofeo; "¡Roger!" "¡Roger!", retumba la grada).

Coronado y de nuevo en el trono que le señala como el mejor tenista del mundo, Nole atacará ahora la gira de cemento estadounidense, uno de sus territorios preferidos, con viento de cola: que tiemble el circuito.

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06 JUL 2014 - 14:11

Novak Djokovic no permite que Roger Federer complete su viaje en el tiempo. Al remontar 6-7, 6-4, 7-6, 5-7 y 6-4 la final de Wimbledon, el serbio no solo le arrebata el número uno mundial a Rafael Nadal, sino que suma su séptimo grande y evita que el suizo convierta en realidad lo que anuncia gran parte del partido: que en el siglo XXI todavía se pueden sumar títulos del Grand Slam compitiendo como cuando se inventó el juego, de sutileza en sutileza, con la red siempre como objetivo y usando la ligera pluma del poeta en una época en la que ya solo manda el pesado teclado del novelista.

Pese a la derrota, el campeón de 17 grandes deja un encuentro a la altura del rey del Olimpo del tenis. Consigue romper el saque de su rival en la cuarta manga, cuando Nole sirve por el título. Tiene la primera bola de break en el quinto parcial y descuenta tres en el 4-3, una haciendo saque-red con segundo servicio. Solo se inclina tras casi cuatro horas de partido. Nole, entonces, grita su épico y magnífico triunfo.

A punto de cumplir los 33 años, así afronta el campeón de 17 grandes su intento de aumentar su leyenda. Ya en el primer juego del encuentro firma un resto-red, combinación desterrada del tenis por su elevado riesgo. Animado por Stefan Edberg, su entrenador, el suizo se atreve a visitar la red con una frecuencia asombrosa.

El genio, que jugaba cargando hacia adelante el 50% de los puntos en 2003, abandona al funcionario de la línea de fondo en el que se convirtió desde 2006 (5%) y vuelve a apostar por el vértigo (casi 30% de puntos disputado de esa manera esta quincena). Es Federer comandando el Séptimo de caballería, Federer cargando como si en ello le fuera la vida, Federer queriendo quitarle el tiempo a Djokovic para evitar que el serbio le ponga a correr y le reviente las piernas. A Nole, un pasador excepcional, se le atraganta el reto. Nunca queda más subrayada su incapacidad para visitar la red que durante el encuentro, en el que una y otra vez Federer devuelve sus trallazos con una pelota blanda y cortada, y una y otra vez se queda en el fondo el serbio sin aprovechar esa invitación para atacar una volea.

El peligro, sin embargo, ronda siempre al suizo. Cuando llega la muerte súbita, Federer tiene que tomar una decisión: seguir arriesgando cuando sabe que cada bola vale su peso en oro, o volver a las viejas costumbres. Elige lo segundo. En todo el tie-break, el heptacampeón sólo visita una vez la red. Ocurre que Djokovic, derrotado en cinco de las seis últimas finales grandes que ha disputado, siente crecer la presión igual que si estuviera atrapado en arenas movedizas y no tuviera quien le ayudara a salir de ellas. Suya es la primera bola de set. Con ella empiezan a llegar uno tras otro sus segundos servicios, señal de la tensión que atenaza su muñeca. Federer se lleva el parcial, y ruge acompañado por el público de la pista, que brama en su apoyo y se rompe las manos aplaudiendo para llevarle hasta un octavo Wimbledon de récord.

Nole, en cualquier caso, sabe que la estadística le debe una rotura. Que en la belleza del ataque a la red va implícito que sume éxitos en los pasantes el contrario. Que si se mantiene sólido, si insiste, la ley de probabilidades dictamina que Federer acabará entregando su saque porque es imposible competir sin manchar la hoja de servicios cuando siempre se juega a la ruleta rusa.

Las primeras bolas de break llegan en el primer juego al saque del suizo en la segunda manga. La primera rotura, en el segundo. Y entonces, con cada rival sumando un parcial, pese a la bola de break de la que disfruta el helvético con 5-4, el duelo cambia.

Pese a todos los esfuerzos de Federer, las dos primeras mangas han consumido ya más de 1h 30m. Ante los ojos de los duques de Cambridge, a los que acompañan en el Palco Real leyendas como Rod Laver y Manuel Santana, y actrices como Elsa Pataky, el heptacampeón sufre. El saque (más de 25 aces, incluido uno para salvar punto de partido) va manteniéndole en el encuentro frente al mejor restador del mundo.

Es Djokovic, sin embargo, quien lleva ya la voz cantante, porque Federer va perdiendo consistencia y convencimiento. Hay que tener muchos pulmones para pasarse cinco sets sacando a más de 190 kilómetros hora y luego esprintando hacia adelante. Hay que tener una capacidad mental colosal para elegir con acierto en qué pelota subir y en qué pelota esperar cuando ya el reloj va descontando horas y hay tantísimo en juego. Hay que ser, finalmente, un genio como Federer para que su plan tarde tanto en resquebrajarse, porque lo que hace el suizo es mágico, es ponerle color al viejo tenis en blanco y negro.

El seguro juego de fondo de Djokovic se acaba imponiendo al juego de ataque de Federer. Tras la primera manga, el serbio va conquistando una a una todas las áreas del partido. Primero empieza a sacar excelentemente. Luego digiere la primera manga perdida y una torcedura de tobillo con fortaleza de espíritu. Conquista la línea de fondo. Equilibra con sus pasantes los ataques de Federer. Logra que el pulso deje de ser un esprint para ser un duelo de ritmo alto. Y, cuando ya solo el saque defiende al suizo, aplica su afamado resto para llevarse el encuentro. Poco a poco, desarma a Federer.

Su victoria acaba con más de un año de sequía y cierra la herida de cinco finales grandes perdidas de las seis últimas que había disputado. Levantar los brazos le cuesta sangre, sudor y lágrimas, porque duda tras tantos tropiezos en finales decisivas para su carrera, lo que le cuesta una cuarta manga que ya tenía ganada ((Federer recupera break de desventaja en la cuarta manga y vuelve a romper cuando saca por el trofeo; "¡Roger!" "¡Roger!", retumba la grada).

Coronado y de nuevo en el trono que le señala como el mejor tenista del mundo, Nole atacará ahora la gira de cemento estadounidense, uno de sus territorios preferidos, con viento de cola: que tiemble el circuito.


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