Un viaje de a caballo, en honor a la tradición

Rodolfo Fabundez (52) tardó dos días en llegar con sus caballos a Sarmiento. Desfiló en el Festival de Doma en honor a las costumbres gauchas. “No se tienen que perder las tradiciones”, explicó.

18 FEB 2018 - 20:58 | Actualizado

No es fácil la vida de campo. Ni siquiera en éstos tiempos de camioneta y GPS. La historia misma del país se escribió de a caballo, una herramienta y el vehículo más preciado.
Por eso, Fabúndez acompañado por Uriel Díaz (14) cabalgó siguiendo la guía del viejo ferrocarril hasta llegar a destino y cumplir con el homenaje a la memoria de sus antecesores. “Yo soy nacido y criado en ésta tierra. Mi abuelo murió en los campos de la zona, trabajando con la chata de carro cuando todo se hacía a lomo de caballo. Trabajaba en El Escorial, lo trajeron del norte, se llamaba Fructuoso Lagos y murió cuando lo agarró un rayo en los campos de Iraola allá en “La Nevada”. A mí me llevaron a conocer donde le había pasado eso” explica Fabúndez, un cultor de las costumbres argentinas y jubilado petrolero.
“Yo abandoné el campo en los 90’ para trabajar en el petróleo hasta jubilarme. Siempre tuve caballos desde pibe para hacer hacerle honor a mi abuelo y a los antiguos pobladores, que casi nadie los nombra”.
Explicó que ya lleva tres viajes similares y que la superposición de fechas de algunas fiestas populares, impide que pueda seguir viajando a otros destinos. “Hay un nene de un compañero que quiso viajar conmigo. Yo le advertí que no era fácil 120 kilómetros a pata e’ pingo. Le presté un caballo y viajó conmigo”.
El viaje trancurrió por el costado de la vieja vía tocando Escalante, Pampa del Castillo y Valle Hermoso hasta Sarmiento. “Hago la costa de la vía y el callejón de la ruta porque no me puedo salir de ahí, era la ruta original pensada por los abuelos en donde después llegó el ferrocarril porque hay aguadas y hasta restos de cargaderos. Antiguamente los viejos bajaban del barco y algunos llegaban a tardar tres días hasta el valle de Sarmiento porque los caballos venían en cajones y solían tener las patas hinchadas”
“Llevé –continuó- dos caballos silleros, más los dos de mi acompañante que me hizo renegar bastante” aunque reconoció el esfuerzo y la vocación de que un adolescente se incline por las cosas de la tradición.
Llegó dos días después a Sarmiento, desfiló orgulloso en el Festival de Doma y recibió en el recorrido, los gestos típicos de los amigos que viven todavía con “puertas abiertas” en el campo. “Todo lleva su tiempo y su preparación. Lo que más cuesta es que la gente entiende que a lo largo del camino no hay agua. Varios días antes lo tuve que prever. Hay estancias con candado sin tener una sola oveja. Igual los entiendo, a lo mejor son otros tiempos”, lamenta.
Fabúndez se reconoce hombre de campo, criado con los hábitos de los mayores. Es talabartero; fue domador y esquilador en su juventud. “A mí me conoce mucha gente grande. Hay abuelos de 89 años que me conocieron de cachorro, son como mis viejos. La gente de Sarmiento es maravillosa, no se tendría que perder nunca”.
“El caballo –reconoce- es la herramienta, el corazón, el motor y el brazo derecho. En el campo es una herramienta de trabajo y se cuida como un hijo. Es algo especial”. Sin embargo ese hábito, estuvo a punto de perderse por una cuestión de salud. “En el 2.009 paré por un problema de columna, tengo cinco hernias de disco. Me lo curó un gaucho con la corteza de un árbol, hablando para él. A cambio me pidió que le cuide un pingo. No podía ni andar a caballo y gracias a Dios me recuperé”.
Reconoce que la vida de campo “es lo más sano que hay” y dice tener las puertas de su casa abiertas para quien aprender de las viejas historias. “Yo no lo cobro nada a nadie. Si tengo que enseñar, enseño. Preparo soga, compro cuero y cuido los animales con libretas al día”.
Fabúndez tiene seis caballos propios cerca de su casa en Valle C y en un predio facilitado por YPF, inclusive tiene otros ejemplares que mantiene a pedido a amigos y vecinos. “Tengo dos sueños grandes. Uno es cruzar la Cordillera de los Andes como alguna vez lo hizo San Martín. Ya sé que algunos lo están haciendo. Otra sería entrar a Sarmiento con una chata de carro como hacía mi abuelo. El problema es que un caballo cadenero cuesta mucho y hay que llevar varios. Es otro viaje, ya no son dos sino ocho días. La chata sola pesa como dos mil kilos”. Define su hobby particular como una “campereada” y una herencia que está en los genes, inevitable. “La historia se hizo a pata de caballo. Son cosas que no hace cualquiera”, finalizó.#

 

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18 FEB 2018 - 20:58

No es fácil la vida de campo. Ni siquiera en éstos tiempos de camioneta y GPS. La historia misma del país se escribió de a caballo, una herramienta y el vehículo más preciado.
Por eso, Fabúndez acompañado por Uriel Díaz (14) cabalgó siguiendo la guía del viejo ferrocarril hasta llegar a destino y cumplir con el homenaje a la memoria de sus antecesores. “Yo soy nacido y criado en ésta tierra. Mi abuelo murió en los campos de la zona, trabajando con la chata de carro cuando todo se hacía a lomo de caballo. Trabajaba en El Escorial, lo trajeron del norte, se llamaba Fructuoso Lagos y murió cuando lo agarró un rayo en los campos de Iraola allá en “La Nevada”. A mí me llevaron a conocer donde le había pasado eso” explica Fabúndez, un cultor de las costumbres argentinas y jubilado petrolero.
“Yo abandoné el campo en los 90’ para trabajar en el petróleo hasta jubilarme. Siempre tuve caballos desde pibe para hacer hacerle honor a mi abuelo y a los antiguos pobladores, que casi nadie los nombra”.
Explicó que ya lleva tres viajes similares y que la superposición de fechas de algunas fiestas populares, impide que pueda seguir viajando a otros destinos. “Hay un nene de un compañero que quiso viajar conmigo. Yo le advertí que no era fácil 120 kilómetros a pata e’ pingo. Le presté un caballo y viajó conmigo”.
El viaje trancurrió por el costado de la vieja vía tocando Escalante, Pampa del Castillo y Valle Hermoso hasta Sarmiento. “Hago la costa de la vía y el callejón de la ruta porque no me puedo salir de ahí, era la ruta original pensada por los abuelos en donde después llegó el ferrocarril porque hay aguadas y hasta restos de cargaderos. Antiguamente los viejos bajaban del barco y algunos llegaban a tardar tres días hasta el valle de Sarmiento porque los caballos venían en cajones y solían tener las patas hinchadas”
“Llevé –continuó- dos caballos silleros, más los dos de mi acompañante que me hizo renegar bastante” aunque reconoció el esfuerzo y la vocación de que un adolescente se incline por las cosas de la tradición.
Llegó dos días después a Sarmiento, desfiló orgulloso en el Festival de Doma y recibió en el recorrido, los gestos típicos de los amigos que viven todavía con “puertas abiertas” en el campo. “Todo lleva su tiempo y su preparación. Lo que más cuesta es que la gente entiende que a lo largo del camino no hay agua. Varios días antes lo tuve que prever. Hay estancias con candado sin tener una sola oveja. Igual los entiendo, a lo mejor son otros tiempos”, lamenta.
Fabúndez se reconoce hombre de campo, criado con los hábitos de los mayores. Es talabartero; fue domador y esquilador en su juventud. “A mí me conoce mucha gente grande. Hay abuelos de 89 años que me conocieron de cachorro, son como mis viejos. La gente de Sarmiento es maravillosa, no se tendría que perder nunca”.
“El caballo –reconoce- es la herramienta, el corazón, el motor y el brazo derecho. En el campo es una herramienta de trabajo y se cuida como un hijo. Es algo especial”. Sin embargo ese hábito, estuvo a punto de perderse por una cuestión de salud. “En el 2.009 paré por un problema de columna, tengo cinco hernias de disco. Me lo curó un gaucho con la corteza de un árbol, hablando para él. A cambio me pidió que le cuide un pingo. No podía ni andar a caballo y gracias a Dios me recuperé”.
Reconoce que la vida de campo “es lo más sano que hay” y dice tener las puertas de su casa abiertas para quien aprender de las viejas historias. “Yo no lo cobro nada a nadie. Si tengo que enseñar, enseño. Preparo soga, compro cuero y cuido los animales con libretas al día”.
Fabúndez tiene seis caballos propios cerca de su casa en Valle C y en un predio facilitado por YPF, inclusive tiene otros ejemplares que mantiene a pedido a amigos y vecinos. “Tengo dos sueños grandes. Uno es cruzar la Cordillera de los Andes como alguna vez lo hizo San Martín. Ya sé que algunos lo están haciendo. Otra sería entrar a Sarmiento con una chata de carro como hacía mi abuelo. El problema es que un caballo cadenero cuesta mucho y hay que llevar varios. Es otro viaje, ya no son dos sino ocho días. La chata sola pesa como dos mil kilos”. Define su hobby particular como una “campereada” y una herencia que está en los genes, inevitable. “La historia se hizo a pata de caballo. Son cosas que no hace cualquiera”, finalizó.#

 


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