“La de Espiasse es la guerra de un solo hombre contra el Estado y en algún punto la ganó”

Editor de Crimen y Justicia en Infobae, Federico Fahsbender dedicó 4 años a investigar la carrera criminal de Martín Espiasse. El resultado: “El trueno en la sangre”, un libro plagado de información inédita sobre un delincuente que nació en Trelew pero cuyo mito y secretos trascendieron las fronteras.

Autor. Fahsbender (derecha), el periodista que revisó miles de fojas para reconstruir una vida criminal.
05 FEB 2022 - 20:26 | Actualizado

Por Rolando Tobarez / @rtobarez

-¿Por qué Martín Espiasse?

-Fue una propuesta de Ramiro Mases, de Rara Avis, la editora del libro. Yo ya venía con una investigación preliminar. Conectamos de inmediato porque Espiasse me interesa mucho como delincuente; Ramiro es de Neuquén y en la Patagonia en nuestra generación Espiasse es una celebridad del hampa, que tiene mucho más mito que historia genuina. Era la última gran historia que quedaba por contar del hampa clásico en Argentina: ladrón de bancos, presunto ladrón de blindados, el asalto en Rawson, sus fugas de penales, ser condenado y fugarse con otro nombre en Mendoza. Todas estas aventuras canónicas del delito ya no existen. Siempre habrá lugar para los artesanales pero pesados reales como Espiasse son casi obsoletos.

-¿En qué sentido?

-¿Qué sentido tiene ir a robar un blindado cuando podés hacer un secuestro virtual o un cuento del tío a una jubilada y robarle 50 mil dólares que tiene debajo de la cama sin disparar una sola bala y con un delito excarcelable?. Espiasse me interesaba porque no es un león desdentado hervíboro. Está activo. El último registro de un hecho de violencia que se tiene de él es en junio de 2021. Después de Ezeiza lo trasladan a la Unidad 7 en Resistencia, Chaco, un penal muy complejo. En un pabellón junto al Gastón “Cachetón” Barrientos, un histórico compañero de él que estuvo en Rawson, protagoniza un disturbio brutal con otros presos peleándose contra penitenciarios para bloquear un recuento. Terminaron todos baleados en la Enfermería.

-¿Sobre qué gira el libro?

-Espiasse pasa más de la mitad de su vida preso, pero aún tiene eso que intento dilucidar en el texto, qué es ese trueno en la sangre que hace que alguien viva en el límite de la experiencia humana y de la experiencia del Estado. Espiasse sacrifica todo por esto, es padre de tres hijos y abuelo de dos nietos pero es una vida que no conoce y que sacrificó por ese modo de vida que eligió. Trabajé mucho sobre los años más nebulosos de Espiasse, los que pasa con Mendoza como base después de la fuga de Ezeiza: lo detienen en 2017 con una plantación de marihuana, más de 20 barras de gelignita, un explosivo de altísimo poder y una cantidad enorme de armas pesadas en un búnker con su novia víctima de su violencia de género. La tenía encerrada y le mentía con una falsa identidad. Se manejaba con 3 o 4 identidades falsas, iba y venía constantemente. La conoce porque ella trabajaba en una concesionaria y él se aparece de barba candado y le dice: “Quiero comprar un camión Scania”. ¿Para qué lo quería? Hay muchos mitos alrededor de esa época después de la fuga, como los hay sobre la fuga misma.

-¿Cómo se fugaron de Ezeiza?

-Esa historia es casi un libro dentro del libro. Espiasse no fue el cerebro ni el financista. Tuvo un cuarto lugar cómodo, y tampoco era como los que venían atrás, delincuentes de muy poca monta. Nunca queda claro realmente qué pasó: si les abrieron la puerta, si se fugaron de verdad, si fue un vuelto craneado por los penitenciarios contra Víctor Hortel, director del Servicio Penitenciario Federal. En medio de todo eso está Espiasse. Hoy dadas las condiciones del delito en Argentina no se podría reproducir un criminal así. Todavía retiene ese impulso, por eso me interesa. Hay muchos criminales con muchos menos prontuario que depusieron las armas o eligieron la vida civil. Él no. Y es enviado sin que proteste a una de las cárceles más complejas del país, a miles de kilómetros de su familia en Trelew.

-¿Quedó mucho material afuera?

-Hay muchas cosas que no se pudieron contestar a ciencia cierta. Por ejemplo la muerte de Roberto, su padre. Es un gran mito del delito patagónico. Martín lo cuenta a través de una entrevista con una psicóloga antes de la fuga y dice: “Mi papá se ahogó”. Quería hacer un capítulo entero con su padre pero la familia no habla, los registros sobre la muerte son difusos y hay muchos comentarios y trascendidos. Al separar paja de trigo queda mucho afuera. Me quedé con algunas historias porque Espiasse generó un mito muy grande en la cárcel. Muchos dicen: “Yo paraba con el Banana” pero nunca estuvieron en el mismo penal. Un capo barra me contó que Espiasse compartió prisión con Ricardo Barreda y le decía riéndose: “¿Y viejito, esperando la visita de la familia?”. Pero no es cierto, nunca estuvo preso con Barreda. Este libro se trató con el máximo rigor posible, es periodismo de investigación, ese es el criterio. No iba a contar la larga balada tumbera de alguien, sería una falta de respeto y un acto de flojera. No iba a mezclar ficción e investigación. Todo lo que se dice está documentado.

-¿Hasta dónde llegaste con su padre?

-Algunos decían que era un delincuente que mandaba robar a los hijos, otros que era un pobre tipo que arreglaba antenas de TV. Según el registro de AFIP Roberto Espiasse efectivamente estaba registrado en el rubro de arreglar antenas. Encontré la partida de nacimiento de Martín que muestra que fue inscripto unos cuantos años después de su nacimiento. Hay muchos comentarios de muchas cosas que no servían para hacer un trabajo real. La carrera de un delincuente es un gran porcentaje de expedientes, realidad, trabajo policial, mucha autoficción y proyecciones de otros tumberos. Mucha gente me dijo muchas cosas sin ningún sentido pero que ayudaron a crear ese sentido alrededor de un personaje así. En todas esas charlas noté mucho respeto y temor.

-¿Él no participó?

-No quería saber nada y declinó hablar, no tuve respuesta a todos mis mensajes y cartas a la cárcel. Tampoco estaría a favor, siempre fue muy hábil en poder controlar su propia figura. A través de sus allegados me llegó que no hablaría. Es una ventaja porque los delincuentes sólo cuentan sus memorias cuando se retiran. Hay un tramo de metanarrativa en el libro de lo que me pasa a mí. ¿Qué va a pasar con un tipo como Espiasse? Si mañana alguien vuela el muro de la U-7 de Chaco y sale corriendo ametralladora en mano, ¿qué mundo hay para él? ¿quién lo seguiría? Los que gravitan alrededor suyo son detenidos pesados, gente muy brava. Y él tiene un legajo larguísimo de peleas y de violencia en el SPF. ¿A qué saldría? ¿a trabajar de sicario, de pistolero de la mafia china, con el Primeiro Comando da Capital de Brasil a la Triple Frontera? ¿o lo va a matar alguien y se lo come un león más bravo que él? Puede pasar. Hay mucha nostalgia con lo que entendemos como delito porque nos enamoramos perversamente de delincuentes que representan un mundo que no existe más. El gran fenómeno criminal en Argentina es la mafia china y la plata de los secuestros se lava en bitcoins. El mundo cambió demasiado rápido y dejó esos tipos atrás. Siempre habrá lugar para los artesanales porque a la violencia armada la única forma de contestarle es con violencia armada y con trabajo policial, ¿pero quién lo seguiría? Si le dice a otro delincuente “Vamos a robar un blindado”. ¿Para qué, para caer preso otra vez? Si pueden hacer otra maniobra y ganar mucha más plata. La suya es la guerra de un solo hombre contra el Estado y en algún punto la ganó. Si lo mandan a un penal como la U-7 es por algo, es un penal reservado para elementos incontrolables del hampa, una suerte de purgatorio. La de Espiase es una historia que no termina y siempre tiene un elemento nuevo.

-A la distancia, ¿cuál fue su rol en el asalto al cajero en Rawson?

-Él es quien une a todos, tenía un rol sumamente preponderante porque conecta a todos estos delincuentes de diversas experiencias que tuvo en el país. A Evaristo Miranda Regules lo conoció en Mendoza; Walter Di Muro y Rodolfo Bilbao Vaca habían estado con él en el asalto al Scotia Bank Quilmes en Mar del Plata. Después aparecen todos en Rawson para robar un botín que si lo dividían entre todos, cada uno con suerte se compraba un autito usado y una muda de ropa. Y Espiasse con identidad falsa convirtiéndose en el novio de Jessica Fernández, la entregadora de la información que permite el asalto. Él concentra todos estos personajes en una logística sumamente compleja. Traen un fusil ruso SKS, arma que nunca se había visto en un asalto en la Patagonia, precursora de las AK-47 de la Unión Soviética. Es un arma sumamente pesada con balas largas como mi dedo índice. Y Bilbao les dispara a los policías que reducían a Espiasse. Martín tiene una función muy importante y se ve en las comunicaciones y en los teléfonos, es virtualmente el líder de esta situación.

-¿Qué dato particular halló?

-Nunca pude entender porqué deciden atacar la carga del cajero, un blanco tan visible con tan poco rédito. Eran 283 mil pesos de esa época, no era una plata significativa. Un robo comando con esa logística por tan poco dinero que terminó en un doble homicidio de policías y por el que todos fueron detenidos rápidamente. Sólo Espiasse escapa y ahí empiezan los años oscuros de su vida. Si ves las comunicaciones con Jessica parecían novios de verdad pero nunca le dijo “Me llamo Martín Espiasse”. Ella declara que lo conocía con otra identidad, lo mismo que su novia en el búnker de Mendoza.

-El libro derriba un mito sobre las muertes en Rawson…

-Espiasse nunca mató a nadie y eso lo sostuvo el tribunal que lo condena en primera instancia, las autopsias y la querella. Siempre se le calzó el mote de “matapolicías” y fue su cachet en la cárcel, tenías que respetarlo. Fue parte de una imputación inicial. La histórica versión del caso cuenta que a Pablo Rearte y Oscar Cruzado les dispararon con una ametralladora soviética desde la otra punta del estacionamiento. Bilbao estaba parapetado atrás de un auto. Se dice que Espiasse le corre el chaleco a Rearte y le dispara a quemarropa antes de robarle el arma. Le roba el arma y fue encontrada, pero no le dispara. Es importante porque consta en la autopsia y en la causa: no hay lesión de ahumamiento, la aureola de quemadura que queda como marca cuando apoyás un arma a una distancia mínima a alguien y disparás. Ese tatuaje no estaba. El tirador no fue él pero Espiasse sí es condenado por su participación en el homicidio.

-Si pudieras hacerle sólo una pregunta, ¿cuál sería?

-La más obvia de todas: ¿por qué sos como sos y viviste la vida que viviste? Muchos prefirieron vivir la vida de un halcón y no la de una paloma. El otro día hablaba con un preso que reiniciaba las salidas laborales y me decía: “Tengo las pelotas llenas de estar acá encerrado, no quiero estar más, si tengo que cortar el pasto casa por casa me compro una bordeadora y lo hago. Cuando paraba de caño iba a un cabaret de Recoleta, me llevaba una prostituta de novia, andaba en una Hummer y vivía como un príncipe, si robaba 100 gastaba 200”. ¿Quién no quiere vivir así? A algunos les fascina el dinero fácil y a otros la violencia. No sé qué le fascina a Espiasse pero pocos delincuentes en Argentina vivieron la vida como la vivió él.

-¿Trelew significa algo especial para él?

-El lugar donde nació. Su familia claramente tiene una importancia en su historia pero delinquió en todo el país. No creo que tenga una importancia particular. Protesta relativamente poco de estar encerrado tan lejos de su familia. Lo trasladaron a la U-7 de Chaco y no hay ninguna presentación para que lo trasladen a un penal de la Patagonia para que su familia no tenga que estar tan lejos. No creo que tenga un amor nostálgico por el mundo de donde viene. Es alguien que maquina sus planes y se los reserva. Y el mundo alrededor existe en función a esos planes. No lo veo con la nostalgia de volver a ver a la Patagonia.

-¿Tu idea es viajar a Trelew?

-Me encantaría presentarlo allá, se podría generar un debate interesantísimo a nivel periodístico y cultural porque Espiasse es un delincuente netamente patagónico y el gran golpe de su vida ocurre allí. Es alguien que está muy presente en la memoria de las personas allí. Cuando anuncié el libro me escribió muchísima gente para contactarme porque sabía una parte de su historia. Es loco: te entra un montón de información que no tenías cuando estabas escribiendo. Es alguien muy presente porque pasaron 15 años del asalto en Rawson y aún es un hecho icónico.

-¿El libro está terminado o puede haber ediciones con más información?

-Nunca podría estar terminado. No pude viajar a Trelew por la pandemia y todos mis contactos fueron telefónicos. Me encantaría comenzar una segunda escritura, entró mucha información. El libro ya se lo envié a Espiasse. Lo leerá o me escribirá o no pero me encantaría tener al menos un encuentro breve. Dejó un rastro muy largo de papel, es una carrera criminal muy documentada y son papeles muy difíciles de conseguir, particularmente los de la muerte de su hijo en Bahía Blanca mientras él estaba prófugo, una historia muy dramática. Paré de escribir porque si no iba a ser interminable. El libro tiene una tasa de información por línea y por página muy grande. Es muchísima información condensada. Esta contado desde el dato duro y eso lo hace todo lo dinámico que es.

“Quedate quieto Martín, o te tiro”

Banana Espiasse podría haber muerto como en un western, acribillado por la ley con esa gloria intangible y sucia del hampa. Con mística. Su madre y sus hermanas jamás lo llamaron por ese apodo, que era un invento de la Policía chubutense por un chiste sobre la curvatura de su nariz. Para ellas siempre fue “Martín”, “Martincito”. Nadie se atrevió a decírselo de frente, ni siquiera los que salieron a robar con él. Nunca lo llamaron por el alias con el que se volvió el criminal más buscado de la Argentina. Miguel Salinas, subcomisario de la Policía de Mendoza, el hombre que finalmente lo capturó, le apuntaba con una pistola reglamentaria directo a la sien a tres metros de distancia, más que suficiente para volarle el cráneo. Salinas lo había seguido en secreto para acorralarlo en un kiosco rural en la tarde del 22 de diciembre de 2017. Allí, el policía no lo llamó por su leyenda, sino por su nombre:

– Quedate quieto Martín, o te tiro.

Espiasse estaba armado, tenía su pistola en el bolsillo. Podría haber desenfundado para jugarse la chance y tirar a matar en un último plano americano, pero se entregó.

Fue la mayor paradoja de su vida.

Nunca lo había hecho, nunca se había rendido voluntariamente con una pistola en la mano. Durante más de veinte años de crímenes sin arrepentimiento, Martín Alejandro Espiasse peleó una guerra de un solo hombre contra el Estado. Funcionarios públicos de alta jerarquía cayeron por su culpa, humillados, tuvieron que renunciar a sus cargos en escándalos políticos de escala nacional. Su ataque criminal más célebre, ocurrido en 2007, concluyó con dos policías muertos por disparos de una ametralladora soviética en el estacionamiento de un ministerio provincial. Banana, el bandido entre bandidos, se convirtió en un explorador desatado en la vanguardia sin ley de la experiencia humana. Rompió las reglas del orden impuesto para vivir peligrosamente en un mundo donde la existencia de hombres como él tiene cada vez menos sentido. Fue un lobo fiero y hecho de pólvora en el fin de la era postmoderna del crimen argentino. Sin embargo, allí en Mendoza, Banana habría muerto por el canon. Su muerte, si es que le tocaba perder la vida en ese comercio rural, hubiera sido un clásico, su propio western.

Que un policía le apuntara por la espalda era algo nuevo para él. Nunca había sido acorralado, no de esta forma, entregado a su enemigo. El subcomisario lo había perseguido durante meses hasta poder encontrarlo. Ese día lo esperó en su camioneta en la localidad rural de Rodeo en Maipú, hasta que las ganas de fumar empujaron a Martín fuera de su refugio y hacia ese kiosco, que no era más que una ventanilla para pasar cigarrillos y caramelos en el patio de la casa de una jubilada. Tal vez fue así, tal vez no lo esperaba y el policía realmente lo sorprendió en una posición de debilidad a la que no estaba acostumbrado. Las balizas de la Volkswagen Amarok de Espiasse estaban encendidas. La llave seguía dentro de la ignición. Su actitud al salir del vehículo era literalmente la de un hombre que baja un minuto a comprar puchos.

Entonces el subcomisario le dijo:

– Quedate quieto, Martín, o te tiro.

La pistola del subcomisario no era la única allí; cinco policías de apoyo esperaban a metros de distancia. Pero el duelo no era desigual, bajo ningún punto de vista.

Mientras oía esas palabras, Banana comenzó a acariciar el bolsillo derecho de su jean azul claro, donde escondía un revólver calibre 22 con el tambor cargado con cinco balas de punta hueca. Con la mano izquierda iba por un pequeño puñal que también llevaba, un filo corto similar a una pica de póker, especial para el combate cuerpo a cuerpo.

El vidrio del kiosco era su único punto de referencia. A través del reflejo vio cómo el subcomisario movía los labios y se preparaba para lanzarse. Banana, suavemente, deslizaba el metal contra el bolsillo de su jean, desenfundaba.

Para Salinas, el margen de error era igual a cero. Pero las cinco pistolas de apoyo no le garantizaban nada. Temía que sus compañeros se acobardaran o lo traicionaran, pero él, miembro de la subdivisión Robos y Hurtos de la Policía provincial, se mantuvo en su temple. Salinas nunca fue un justiciero duro o un cobarde de los que golpean en la boca a los detenidos o los tratan como mierda. Al contrario, tal como Banana, siempre había sido un calculador.

El subcomisario conocía muy bien la fama del criminal al que perseguía, sabía de su cartel de prófugo peligroso: el último de los trece que se habían escapado de la cárcel de Ezeiza en agosto de 2013. Y la ruta para atraparlo fue la de un peregrino del hampa. Tres buchones lo llevaron hasta él, una cadena de traidores que le dio las coordenadas exactas de la casa donde vivía el buscado.

El primero en hablar fue un preso fugado de un penal de la Patagonia que lo señaló para salvarse. “Me tenés que soltar, el Banana Espiasse está en Maipú y ese vale más que yo”, dijo. Más tarde fue una prostituta de un burdel, a la que Banana, según escuchó Salinas, le había dado una cachetada.

Pero el último, un ladrón de baja estofa, fue el mejor de todos.

Con exactitud le entregó cada uno de los movimientos de Espiasse y la dirección de una casa en el medio de la nada, no muy lejos del kiosco donde cayó. “Es un bunker”, le relató el buchón a Salinas. Le dijo incluso qué vehículo manejaba, la Volkswagen Amarok gris.

Para el ladrón existía una buena motivación. Desde Buenos Aires, el Ministerio de Seguridad de la Nación ofrecía desde los días de la fuga de Ezeiza una recompensa de 500.000 pesos de aquel entonces a cualquiera que entregara a Espiasse o que proporcionara información que llevase a su captura. El delincuente pretendía cobrarlos.

No tenía sentido irrumpir con tropas de asalto en la casa. Hacerlo era garantía de terminar la tarde con una balacera y un muerto. Salinas sabía que Banana podía tomar como rehén a quien tuviese al lado o responder a los disparos con gran poder de fuego. Un informe de inteligencia de la Policía provincial aseguraba que el prófugo “traficaba una importante cantidad de armamento hacia nuestra provincia desde la Triple Frontera y desde aquí comercializaba a otros sectores de Argentina y países como Chile”, con un stock de fusiles de asalto, escopetas, granadas, municiones, versión que nunca fue desarrollada en la Justicia. Espiasse, según este informe reconvertido en traficante de armas para ladrones de alto vuelo, tendría incluso su propia custodia para el negocio: se suponía que lo seguían varios pesados de prontuario largo, aparentemente importados del conurbano bonaerense. De cara a esta información, el subcomisario tenía que atraparlo solo, un gesto de control de daños. La sangre derramada en el polvo mendocino, en lo posible, iba a ser únicamente la suya.

Salinas se apostó a 200 metros de la casa que le marcó el buchón en un camino rural del departamento de Maipú, un callejón comunitario en el cruce de la calle Nicolás Serpa y la Ruta 50. No tenía mucho para seguir a esa Amarok. Le habían dado apenas una Renault Sandero con un motor tibio y la Bersa Thunder 9 milímetros reglamentaria de la fuerza provincial, junto a los otros cinco policías. Con binoculares, el subcomisario vio salir a la camioneta, tembló un poco, encendió y la siguió desde atrás. Otro policía iba con él en la Sandero. Los cuatro restantes los seguían a la distancia en un móvil de apoyo.

El subcomisario no sabía a qué podía enfrentarse. El buchón le aseguró que solía moverse solo, pero que de vez en cuando lo acompañaban “unos tipos de Buenos Aires y de Trelew”, de donde Espiasse es oriundo. Le aseguró que ciertamente tenía recursos; no se trataba de un fugitivo hambriento, oculto en la suciedad de las taperas o en el campo abierto. El policía sospechaba incluso de depósitos de dólares supuestamente enterrados en lotes que el criminal prófugo controlaba a lo largo de la provincia. Espiasse conocía bien Mendoza, ya había robado y ya había estado preso allí. En las celdas de las cárceles provinciales conoció a hombres que serían sus cómplices en asaltos famosos, sus compas. Así, Salinas persiguió su rastro durante cuatro años. Sabía que ese día podía llegar, que tendría que apuntarle con una pistola y que iba a ser alguno de los dos. El subcomisario se había decidido a matar, pero también aceptaba morir. Con su propia tumba cavada en los ojos, Salinas fue a conocer a su dios.

Y lo conoció solo, como todos los creyentes sinceros, con ocho balas en el cargador. Una única línea giraba en su cabeza. «Le voy a tener que tirar, le voy a tener que tirar, me va a tirar, él o yo», repetía.

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Autor. Fahsbender (derecha), el periodista que revisó miles de fojas para reconstruir una vida criminal.
05 FEB 2022 - 20:26

Por Rolando Tobarez / @rtobarez

-¿Por qué Martín Espiasse?

-Fue una propuesta de Ramiro Mases, de Rara Avis, la editora del libro. Yo ya venía con una investigación preliminar. Conectamos de inmediato porque Espiasse me interesa mucho como delincuente; Ramiro es de Neuquén y en la Patagonia en nuestra generación Espiasse es una celebridad del hampa, que tiene mucho más mito que historia genuina. Era la última gran historia que quedaba por contar del hampa clásico en Argentina: ladrón de bancos, presunto ladrón de blindados, el asalto en Rawson, sus fugas de penales, ser condenado y fugarse con otro nombre en Mendoza. Todas estas aventuras canónicas del delito ya no existen. Siempre habrá lugar para los artesanales pero pesados reales como Espiasse son casi obsoletos.

-¿En qué sentido?

-¿Qué sentido tiene ir a robar un blindado cuando podés hacer un secuestro virtual o un cuento del tío a una jubilada y robarle 50 mil dólares que tiene debajo de la cama sin disparar una sola bala y con un delito excarcelable?. Espiasse me interesaba porque no es un león desdentado hervíboro. Está activo. El último registro de un hecho de violencia que se tiene de él es en junio de 2021. Después de Ezeiza lo trasladan a la Unidad 7 en Resistencia, Chaco, un penal muy complejo. En un pabellón junto al Gastón “Cachetón” Barrientos, un histórico compañero de él que estuvo en Rawson, protagoniza un disturbio brutal con otros presos peleándose contra penitenciarios para bloquear un recuento. Terminaron todos baleados en la Enfermería.

-¿Sobre qué gira el libro?

-Espiasse pasa más de la mitad de su vida preso, pero aún tiene eso que intento dilucidar en el texto, qué es ese trueno en la sangre que hace que alguien viva en el límite de la experiencia humana y de la experiencia del Estado. Espiasse sacrifica todo por esto, es padre de tres hijos y abuelo de dos nietos pero es una vida que no conoce y que sacrificó por ese modo de vida que eligió. Trabajé mucho sobre los años más nebulosos de Espiasse, los que pasa con Mendoza como base después de la fuga de Ezeiza: lo detienen en 2017 con una plantación de marihuana, más de 20 barras de gelignita, un explosivo de altísimo poder y una cantidad enorme de armas pesadas en un búnker con su novia víctima de su violencia de género. La tenía encerrada y le mentía con una falsa identidad. Se manejaba con 3 o 4 identidades falsas, iba y venía constantemente. La conoce porque ella trabajaba en una concesionaria y él se aparece de barba candado y le dice: “Quiero comprar un camión Scania”. ¿Para qué lo quería? Hay muchos mitos alrededor de esa época después de la fuga, como los hay sobre la fuga misma.

-¿Cómo se fugaron de Ezeiza?

-Esa historia es casi un libro dentro del libro. Espiasse no fue el cerebro ni el financista. Tuvo un cuarto lugar cómodo, y tampoco era como los que venían atrás, delincuentes de muy poca monta. Nunca queda claro realmente qué pasó: si les abrieron la puerta, si se fugaron de verdad, si fue un vuelto craneado por los penitenciarios contra Víctor Hortel, director del Servicio Penitenciario Federal. En medio de todo eso está Espiasse. Hoy dadas las condiciones del delito en Argentina no se podría reproducir un criminal así. Todavía retiene ese impulso, por eso me interesa. Hay muchos criminales con muchos menos prontuario que depusieron las armas o eligieron la vida civil. Él no. Y es enviado sin que proteste a una de las cárceles más complejas del país, a miles de kilómetros de su familia en Trelew.

-¿Quedó mucho material afuera?

-Hay muchas cosas que no se pudieron contestar a ciencia cierta. Por ejemplo la muerte de Roberto, su padre. Es un gran mito del delito patagónico. Martín lo cuenta a través de una entrevista con una psicóloga antes de la fuga y dice: “Mi papá se ahogó”. Quería hacer un capítulo entero con su padre pero la familia no habla, los registros sobre la muerte son difusos y hay muchos comentarios y trascendidos. Al separar paja de trigo queda mucho afuera. Me quedé con algunas historias porque Espiasse generó un mito muy grande en la cárcel. Muchos dicen: “Yo paraba con el Banana” pero nunca estuvieron en el mismo penal. Un capo barra me contó que Espiasse compartió prisión con Ricardo Barreda y le decía riéndose: “¿Y viejito, esperando la visita de la familia?”. Pero no es cierto, nunca estuvo preso con Barreda. Este libro se trató con el máximo rigor posible, es periodismo de investigación, ese es el criterio. No iba a contar la larga balada tumbera de alguien, sería una falta de respeto y un acto de flojera. No iba a mezclar ficción e investigación. Todo lo que se dice está documentado.

-¿Hasta dónde llegaste con su padre?

-Algunos decían que era un delincuente que mandaba robar a los hijos, otros que era un pobre tipo que arreglaba antenas de TV. Según el registro de AFIP Roberto Espiasse efectivamente estaba registrado en el rubro de arreglar antenas. Encontré la partida de nacimiento de Martín que muestra que fue inscripto unos cuantos años después de su nacimiento. Hay muchos comentarios de muchas cosas que no servían para hacer un trabajo real. La carrera de un delincuente es un gran porcentaje de expedientes, realidad, trabajo policial, mucha autoficción y proyecciones de otros tumberos. Mucha gente me dijo muchas cosas sin ningún sentido pero que ayudaron a crear ese sentido alrededor de un personaje así. En todas esas charlas noté mucho respeto y temor.

-¿Él no participó?

-No quería saber nada y declinó hablar, no tuve respuesta a todos mis mensajes y cartas a la cárcel. Tampoco estaría a favor, siempre fue muy hábil en poder controlar su propia figura. A través de sus allegados me llegó que no hablaría. Es una ventaja porque los delincuentes sólo cuentan sus memorias cuando se retiran. Hay un tramo de metanarrativa en el libro de lo que me pasa a mí. ¿Qué va a pasar con un tipo como Espiasse? Si mañana alguien vuela el muro de la U-7 de Chaco y sale corriendo ametralladora en mano, ¿qué mundo hay para él? ¿quién lo seguiría? Los que gravitan alrededor suyo son detenidos pesados, gente muy brava. Y él tiene un legajo larguísimo de peleas y de violencia en el SPF. ¿A qué saldría? ¿a trabajar de sicario, de pistolero de la mafia china, con el Primeiro Comando da Capital de Brasil a la Triple Frontera? ¿o lo va a matar alguien y se lo come un león más bravo que él? Puede pasar. Hay mucha nostalgia con lo que entendemos como delito porque nos enamoramos perversamente de delincuentes que representan un mundo que no existe más. El gran fenómeno criminal en Argentina es la mafia china y la plata de los secuestros se lava en bitcoins. El mundo cambió demasiado rápido y dejó esos tipos atrás. Siempre habrá lugar para los artesanales porque a la violencia armada la única forma de contestarle es con violencia armada y con trabajo policial, ¿pero quién lo seguiría? Si le dice a otro delincuente “Vamos a robar un blindado”. ¿Para qué, para caer preso otra vez? Si pueden hacer otra maniobra y ganar mucha más plata. La suya es la guerra de un solo hombre contra el Estado y en algún punto la ganó. Si lo mandan a un penal como la U-7 es por algo, es un penal reservado para elementos incontrolables del hampa, una suerte de purgatorio. La de Espiase es una historia que no termina y siempre tiene un elemento nuevo.

-A la distancia, ¿cuál fue su rol en el asalto al cajero en Rawson?

-Él es quien une a todos, tenía un rol sumamente preponderante porque conecta a todos estos delincuentes de diversas experiencias que tuvo en el país. A Evaristo Miranda Regules lo conoció en Mendoza; Walter Di Muro y Rodolfo Bilbao Vaca habían estado con él en el asalto al Scotia Bank Quilmes en Mar del Plata. Después aparecen todos en Rawson para robar un botín que si lo dividían entre todos, cada uno con suerte se compraba un autito usado y una muda de ropa. Y Espiasse con identidad falsa convirtiéndose en el novio de Jessica Fernández, la entregadora de la información que permite el asalto. Él concentra todos estos personajes en una logística sumamente compleja. Traen un fusil ruso SKS, arma que nunca se había visto en un asalto en la Patagonia, precursora de las AK-47 de la Unión Soviética. Es un arma sumamente pesada con balas largas como mi dedo índice. Y Bilbao les dispara a los policías que reducían a Espiasse. Martín tiene una función muy importante y se ve en las comunicaciones y en los teléfonos, es virtualmente el líder de esta situación.

-¿Qué dato particular halló?

-Nunca pude entender porqué deciden atacar la carga del cajero, un blanco tan visible con tan poco rédito. Eran 283 mil pesos de esa época, no era una plata significativa. Un robo comando con esa logística por tan poco dinero que terminó en un doble homicidio de policías y por el que todos fueron detenidos rápidamente. Sólo Espiasse escapa y ahí empiezan los años oscuros de su vida. Si ves las comunicaciones con Jessica parecían novios de verdad pero nunca le dijo “Me llamo Martín Espiasse”. Ella declara que lo conocía con otra identidad, lo mismo que su novia en el búnker de Mendoza.

-El libro derriba un mito sobre las muertes en Rawson…

-Espiasse nunca mató a nadie y eso lo sostuvo el tribunal que lo condena en primera instancia, las autopsias y la querella. Siempre se le calzó el mote de “matapolicías” y fue su cachet en la cárcel, tenías que respetarlo. Fue parte de una imputación inicial. La histórica versión del caso cuenta que a Pablo Rearte y Oscar Cruzado les dispararon con una ametralladora soviética desde la otra punta del estacionamiento. Bilbao estaba parapetado atrás de un auto. Se dice que Espiasse le corre el chaleco a Rearte y le dispara a quemarropa antes de robarle el arma. Le roba el arma y fue encontrada, pero no le dispara. Es importante porque consta en la autopsia y en la causa: no hay lesión de ahumamiento, la aureola de quemadura que queda como marca cuando apoyás un arma a una distancia mínima a alguien y disparás. Ese tatuaje no estaba. El tirador no fue él pero Espiasse sí es condenado por su participación en el homicidio.

-Si pudieras hacerle sólo una pregunta, ¿cuál sería?

-La más obvia de todas: ¿por qué sos como sos y viviste la vida que viviste? Muchos prefirieron vivir la vida de un halcón y no la de una paloma. El otro día hablaba con un preso que reiniciaba las salidas laborales y me decía: “Tengo las pelotas llenas de estar acá encerrado, no quiero estar más, si tengo que cortar el pasto casa por casa me compro una bordeadora y lo hago. Cuando paraba de caño iba a un cabaret de Recoleta, me llevaba una prostituta de novia, andaba en una Hummer y vivía como un príncipe, si robaba 100 gastaba 200”. ¿Quién no quiere vivir así? A algunos les fascina el dinero fácil y a otros la violencia. No sé qué le fascina a Espiasse pero pocos delincuentes en Argentina vivieron la vida como la vivió él.

-¿Trelew significa algo especial para él?

-El lugar donde nació. Su familia claramente tiene una importancia en su historia pero delinquió en todo el país. No creo que tenga una importancia particular. Protesta relativamente poco de estar encerrado tan lejos de su familia. Lo trasladaron a la U-7 de Chaco y no hay ninguna presentación para que lo trasladen a un penal de la Patagonia para que su familia no tenga que estar tan lejos. No creo que tenga un amor nostálgico por el mundo de donde viene. Es alguien que maquina sus planes y se los reserva. Y el mundo alrededor existe en función a esos planes. No lo veo con la nostalgia de volver a ver a la Patagonia.

-¿Tu idea es viajar a Trelew?

-Me encantaría presentarlo allá, se podría generar un debate interesantísimo a nivel periodístico y cultural porque Espiasse es un delincuente netamente patagónico y el gran golpe de su vida ocurre allí. Es alguien que está muy presente en la memoria de las personas allí. Cuando anuncié el libro me escribió muchísima gente para contactarme porque sabía una parte de su historia. Es loco: te entra un montón de información que no tenías cuando estabas escribiendo. Es alguien muy presente porque pasaron 15 años del asalto en Rawson y aún es un hecho icónico.

-¿El libro está terminado o puede haber ediciones con más información?

-Nunca podría estar terminado. No pude viajar a Trelew por la pandemia y todos mis contactos fueron telefónicos. Me encantaría comenzar una segunda escritura, entró mucha información. El libro ya se lo envié a Espiasse. Lo leerá o me escribirá o no pero me encantaría tener al menos un encuentro breve. Dejó un rastro muy largo de papel, es una carrera criminal muy documentada y son papeles muy difíciles de conseguir, particularmente los de la muerte de su hijo en Bahía Blanca mientras él estaba prófugo, una historia muy dramática. Paré de escribir porque si no iba a ser interminable. El libro tiene una tasa de información por línea y por página muy grande. Es muchísima información condensada. Esta contado desde el dato duro y eso lo hace todo lo dinámico que es.

“Quedate quieto Martín, o te tiro”

Banana Espiasse podría haber muerto como en un western, acribillado por la ley con esa gloria intangible y sucia del hampa. Con mística. Su madre y sus hermanas jamás lo llamaron por ese apodo, que era un invento de la Policía chubutense por un chiste sobre la curvatura de su nariz. Para ellas siempre fue “Martín”, “Martincito”. Nadie se atrevió a decírselo de frente, ni siquiera los que salieron a robar con él. Nunca lo llamaron por el alias con el que se volvió el criminal más buscado de la Argentina. Miguel Salinas, subcomisario de la Policía de Mendoza, el hombre que finalmente lo capturó, le apuntaba con una pistola reglamentaria directo a la sien a tres metros de distancia, más que suficiente para volarle el cráneo. Salinas lo había seguido en secreto para acorralarlo en un kiosco rural en la tarde del 22 de diciembre de 2017. Allí, el policía no lo llamó por su leyenda, sino por su nombre:

– Quedate quieto Martín, o te tiro.

Espiasse estaba armado, tenía su pistola en el bolsillo. Podría haber desenfundado para jugarse la chance y tirar a matar en un último plano americano, pero se entregó.

Fue la mayor paradoja de su vida.

Nunca lo había hecho, nunca se había rendido voluntariamente con una pistola en la mano. Durante más de veinte años de crímenes sin arrepentimiento, Martín Alejandro Espiasse peleó una guerra de un solo hombre contra el Estado. Funcionarios públicos de alta jerarquía cayeron por su culpa, humillados, tuvieron que renunciar a sus cargos en escándalos políticos de escala nacional. Su ataque criminal más célebre, ocurrido en 2007, concluyó con dos policías muertos por disparos de una ametralladora soviética en el estacionamiento de un ministerio provincial. Banana, el bandido entre bandidos, se convirtió en un explorador desatado en la vanguardia sin ley de la experiencia humana. Rompió las reglas del orden impuesto para vivir peligrosamente en un mundo donde la existencia de hombres como él tiene cada vez menos sentido. Fue un lobo fiero y hecho de pólvora en el fin de la era postmoderna del crimen argentino. Sin embargo, allí en Mendoza, Banana habría muerto por el canon. Su muerte, si es que le tocaba perder la vida en ese comercio rural, hubiera sido un clásico, su propio western.

Que un policía le apuntara por la espalda era algo nuevo para él. Nunca había sido acorralado, no de esta forma, entregado a su enemigo. El subcomisario lo había perseguido durante meses hasta poder encontrarlo. Ese día lo esperó en su camioneta en la localidad rural de Rodeo en Maipú, hasta que las ganas de fumar empujaron a Martín fuera de su refugio y hacia ese kiosco, que no era más que una ventanilla para pasar cigarrillos y caramelos en el patio de la casa de una jubilada. Tal vez fue así, tal vez no lo esperaba y el policía realmente lo sorprendió en una posición de debilidad a la que no estaba acostumbrado. Las balizas de la Volkswagen Amarok de Espiasse estaban encendidas. La llave seguía dentro de la ignición. Su actitud al salir del vehículo era literalmente la de un hombre que baja un minuto a comprar puchos.

Entonces el subcomisario le dijo:

– Quedate quieto, Martín, o te tiro.

La pistola del subcomisario no era la única allí; cinco policías de apoyo esperaban a metros de distancia. Pero el duelo no era desigual, bajo ningún punto de vista.

Mientras oía esas palabras, Banana comenzó a acariciar el bolsillo derecho de su jean azul claro, donde escondía un revólver calibre 22 con el tambor cargado con cinco balas de punta hueca. Con la mano izquierda iba por un pequeño puñal que también llevaba, un filo corto similar a una pica de póker, especial para el combate cuerpo a cuerpo.

El vidrio del kiosco era su único punto de referencia. A través del reflejo vio cómo el subcomisario movía los labios y se preparaba para lanzarse. Banana, suavemente, deslizaba el metal contra el bolsillo de su jean, desenfundaba.

Para Salinas, el margen de error era igual a cero. Pero las cinco pistolas de apoyo no le garantizaban nada. Temía que sus compañeros se acobardaran o lo traicionaran, pero él, miembro de la subdivisión Robos y Hurtos de la Policía provincial, se mantuvo en su temple. Salinas nunca fue un justiciero duro o un cobarde de los que golpean en la boca a los detenidos o los tratan como mierda. Al contrario, tal como Banana, siempre había sido un calculador.

El subcomisario conocía muy bien la fama del criminal al que perseguía, sabía de su cartel de prófugo peligroso: el último de los trece que se habían escapado de la cárcel de Ezeiza en agosto de 2013. Y la ruta para atraparlo fue la de un peregrino del hampa. Tres buchones lo llevaron hasta él, una cadena de traidores que le dio las coordenadas exactas de la casa donde vivía el buscado.

El primero en hablar fue un preso fugado de un penal de la Patagonia que lo señaló para salvarse. “Me tenés que soltar, el Banana Espiasse está en Maipú y ese vale más que yo”, dijo. Más tarde fue una prostituta de un burdel, a la que Banana, según escuchó Salinas, le había dado una cachetada.

Pero el último, un ladrón de baja estofa, fue el mejor de todos.

Con exactitud le entregó cada uno de los movimientos de Espiasse y la dirección de una casa en el medio de la nada, no muy lejos del kiosco donde cayó. “Es un bunker”, le relató el buchón a Salinas. Le dijo incluso qué vehículo manejaba, la Volkswagen Amarok gris.

Para el ladrón existía una buena motivación. Desde Buenos Aires, el Ministerio de Seguridad de la Nación ofrecía desde los días de la fuga de Ezeiza una recompensa de 500.000 pesos de aquel entonces a cualquiera que entregara a Espiasse o que proporcionara información que llevase a su captura. El delincuente pretendía cobrarlos.

No tenía sentido irrumpir con tropas de asalto en la casa. Hacerlo era garantía de terminar la tarde con una balacera y un muerto. Salinas sabía que Banana podía tomar como rehén a quien tuviese al lado o responder a los disparos con gran poder de fuego. Un informe de inteligencia de la Policía provincial aseguraba que el prófugo “traficaba una importante cantidad de armamento hacia nuestra provincia desde la Triple Frontera y desde aquí comercializaba a otros sectores de Argentina y países como Chile”, con un stock de fusiles de asalto, escopetas, granadas, municiones, versión que nunca fue desarrollada en la Justicia. Espiasse, según este informe reconvertido en traficante de armas para ladrones de alto vuelo, tendría incluso su propia custodia para el negocio: se suponía que lo seguían varios pesados de prontuario largo, aparentemente importados del conurbano bonaerense. De cara a esta información, el subcomisario tenía que atraparlo solo, un gesto de control de daños. La sangre derramada en el polvo mendocino, en lo posible, iba a ser únicamente la suya.

Salinas se apostó a 200 metros de la casa que le marcó el buchón en un camino rural del departamento de Maipú, un callejón comunitario en el cruce de la calle Nicolás Serpa y la Ruta 50. No tenía mucho para seguir a esa Amarok. Le habían dado apenas una Renault Sandero con un motor tibio y la Bersa Thunder 9 milímetros reglamentaria de la fuerza provincial, junto a los otros cinco policías. Con binoculares, el subcomisario vio salir a la camioneta, tembló un poco, encendió y la siguió desde atrás. Otro policía iba con él en la Sandero. Los cuatro restantes los seguían a la distancia en un móvil de apoyo.

El subcomisario no sabía a qué podía enfrentarse. El buchón le aseguró que solía moverse solo, pero que de vez en cuando lo acompañaban “unos tipos de Buenos Aires y de Trelew”, de donde Espiasse es oriundo. Le aseguró que ciertamente tenía recursos; no se trataba de un fugitivo hambriento, oculto en la suciedad de las taperas o en el campo abierto. El policía sospechaba incluso de depósitos de dólares supuestamente enterrados en lotes que el criminal prófugo controlaba a lo largo de la provincia. Espiasse conocía bien Mendoza, ya había robado y ya había estado preso allí. En las celdas de las cárceles provinciales conoció a hombres que serían sus cómplices en asaltos famosos, sus compas. Así, Salinas persiguió su rastro durante cuatro años. Sabía que ese día podía llegar, que tendría que apuntarle con una pistola y que iba a ser alguno de los dos. El subcomisario se había decidido a matar, pero también aceptaba morir. Con su propia tumba cavada en los ojos, Salinas fue a conocer a su dios.

Y lo conoció solo, como todos los creyentes sinceros, con ocho balas en el cargador. Una única línea giraba en su cabeza. «Le voy a tener que tirar, le voy a tener que tirar, me va a tirar, él o yo», repetía.


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