“Me sigue haciendo ruido si es que no fue ejecutado en la Base”, dijo la viuda de Elvio Ángel Bel

Hilda Fredes reveló ante los jueces que sabía que la Policía seguía los movimientos en Trelew de su esposo, Elvio Ángel Bel, quien además figuraba primero en listas de militantes bajo sospecha militar en 1976.

11 NOV 2019 - 21:40 | Actualizado

“Vivíamos en un segundo piso. Yo iba al trabajo y había un efectivo de civil en un Renault 4, Omar Jones, estacionado”. Lo conocía porque habían sido compañeros del colegio. Luego del secuestro vinculó el dato. Encontró a Jones en la Plaza Independencia y lo enfrentó: “Me dijo que lo habían mandado a controlar a Bel pero no a mí, y que no sabía que yo era la esposa. No me dio nombres”.

“Le pido al tribunal que se haga justicia. No estoy sola porque me sostuvieron muchos compañeros”, se emocionó. Fredes se preguntó: “¿Dónde terminó la vida de Bel? Estoy segura de que no sobrevivió, y señalo a la Base como un campo de concentración, pero hay otros actores”.

“Me sigue haciendo ruido si es que no fue ejecutado en la Base, porque después de su secuestro nunca más fue visto. No lo pudimos comprobar pero hasta hubo funerarios que hablaron de cosas muy complicadas. Esclarecerlo es necesario para mi salud mental. Por eso les pido que busquen toda la verdad”.

Deslizó que Tito Nichols y Hernán Hermelo, sentados a su costado, fueron parte y saben lo que pasó realmente”. Y acotó que aunque no se juzga, fueron tres horas sin saber de su hijo Pablo. “También fue un secuestro y sufrimos mucho”.

Declaró que aquel 5 de noviembre del 76 estaba en el local de su esposo junto con el hijo de ambos, de 8 meses, en 25 de Mayo casi Belgrano. “Eran las 20.30. Me habían despedido del Estado tres días antes y estaba en una situación crítica. Me había tomado un respiro a ver qué iba a hacer”.

Bel le pidió llevar a su casa en auto a un empleado. Ella le dejó al bebé. “No tardé más de 15 minutos y al regreso estaban las luces apagadas del negocio, con puertas cerradas y ellos no estaban”. Pensó que se habían ido a un kiosco pero en el fondo, Fredes olfateó algo malo. “Sabíamos que en el país estaban secuestrando a militantes del campo popular”. Fue a casa de su cuñado Carlos María. “Me pareció extraño sabiendo la militancia que ejercíamos”. La seguía un Renault blanco.

Llegó a la Comisaría 1ª. “Estaba cerrada y para entrar debimos golpear. Fue una atención tremenda, me decían que era natural que los hombres se fueran, me retuvieron más de una hora y mi angustia era muy grande”. No les tomaron declaración. “Mi hermana había trabajado en la 1ª, sentía que era como su casa pero también debió golpear y le dijeron cosas”.

“Me dejaron salir cuando mi hijo fue entregado a una vecina en el barrio Marina –relató-. Uno de quienes lo entregó era mi esposo pero los otros estaban armados y le pidieron al hombre que no llevara al chico a la casa, que espere, pero no esperó nada”. Recién el 6 le tomaron la denuncia en la Comisaría.

Fredes trazó un perfil de la vida militante de Bel y su búsqueda de justicia. “Íbamos de mano en mano. En la Federal hasta nos atendió un hombre con las botas arriba del escritorio, en una actitud muy dura”. Remarcó que el operativo que secuestró a su esposo fue cercano al asesinato de Mario Abel Amaya. “Eran amigos y camaradas y fuimos a su velatorio y entierro”. Como dato de color, recordó una de sus charlas con el entonces ministro de Gobierno, Alberto Rueda: “Llevaba un Rólex igual al que se había comprado mi esposo y que llevaba el día del secuestro”.

Un aplauso coronó su declaración.

Un juicio puntual

El inicio del juicio fue puntual, ante cerca de 40 personas. Nunca hubo tanta gente para una audiencia en el Casino de Oficiales de la Unidad 6. El primer pedido del tribunal fue para Hilda Fredes, esposa de la víctima. Llegó en hora pero debió dejar el recinto ya que era testigo y la ley les prohíbe presenciar el debate hasta tanto no declaren. Su hijo Pablo fue uno más del público. Algunos filmaron, otros sostuvieron carteles del maestro desaparecido y de Mario Abel Amaya.

Nichols y Hermelo entraron lento. El exconcejal peronista, sin lentes y con una Coca Cola de medio litro que no terminó de beber; Hermelo, canoso, encorvado y bajo, con campera de invierno. No escucha bien. Hicieron varias consultas con su defensor público, Sergio Oribones. A algunos les cayó mal que en una pausa, Nichols se mezclara entre el público para saludar a quienes lo respaldan.

Cerca de dos horas duró la lectura del requerimiento de elevación a juicio. Como fallecieron o están fuera del país, hay testigos cuyo testimonio se sumará por lectura. En cambio, el juez Enrique Guanziroli ordenó que la Policía ubique a otros, en su mayoría personal retirado de las fuerzas. “Es incomprensible que no los hayan encontrado”, se quejó. También adelantó que habrá inspecciones oculares en los lugares de Trelew donde Bel fue visto por última vez.

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11 NOV 2019 - 21:40

“Vivíamos en un segundo piso. Yo iba al trabajo y había un efectivo de civil en un Renault 4, Omar Jones, estacionado”. Lo conocía porque habían sido compañeros del colegio. Luego del secuestro vinculó el dato. Encontró a Jones en la Plaza Independencia y lo enfrentó: “Me dijo que lo habían mandado a controlar a Bel pero no a mí, y que no sabía que yo era la esposa. No me dio nombres”.

“Le pido al tribunal que se haga justicia. No estoy sola porque me sostuvieron muchos compañeros”, se emocionó. Fredes se preguntó: “¿Dónde terminó la vida de Bel? Estoy segura de que no sobrevivió, y señalo a la Base como un campo de concentración, pero hay otros actores”.

“Me sigue haciendo ruido si es que no fue ejecutado en la Base, porque después de su secuestro nunca más fue visto. No lo pudimos comprobar pero hasta hubo funerarios que hablaron de cosas muy complicadas. Esclarecerlo es necesario para mi salud mental. Por eso les pido que busquen toda la verdad”.

Deslizó que Tito Nichols y Hernán Hermelo, sentados a su costado, fueron parte y saben lo que pasó realmente”. Y acotó que aunque no se juzga, fueron tres horas sin saber de su hijo Pablo. “También fue un secuestro y sufrimos mucho”.

Declaró que aquel 5 de noviembre del 76 estaba en el local de su esposo junto con el hijo de ambos, de 8 meses, en 25 de Mayo casi Belgrano. “Eran las 20.30. Me habían despedido del Estado tres días antes y estaba en una situación crítica. Me había tomado un respiro a ver qué iba a hacer”.

Bel le pidió llevar a su casa en auto a un empleado. Ella le dejó al bebé. “No tardé más de 15 minutos y al regreso estaban las luces apagadas del negocio, con puertas cerradas y ellos no estaban”. Pensó que se habían ido a un kiosco pero en el fondo, Fredes olfateó algo malo. “Sabíamos que en el país estaban secuestrando a militantes del campo popular”. Fue a casa de su cuñado Carlos María. “Me pareció extraño sabiendo la militancia que ejercíamos”. La seguía un Renault blanco.

Llegó a la Comisaría 1ª. “Estaba cerrada y para entrar debimos golpear. Fue una atención tremenda, me decían que era natural que los hombres se fueran, me retuvieron más de una hora y mi angustia era muy grande”. No les tomaron declaración. “Mi hermana había trabajado en la 1ª, sentía que era como su casa pero también debió golpear y le dijeron cosas”.

“Me dejaron salir cuando mi hijo fue entregado a una vecina en el barrio Marina –relató-. Uno de quienes lo entregó era mi esposo pero los otros estaban armados y le pidieron al hombre que no llevara al chico a la casa, que espere, pero no esperó nada”. Recién el 6 le tomaron la denuncia en la Comisaría.

Fredes trazó un perfil de la vida militante de Bel y su búsqueda de justicia. “Íbamos de mano en mano. En la Federal hasta nos atendió un hombre con las botas arriba del escritorio, en una actitud muy dura”. Remarcó que el operativo que secuestró a su esposo fue cercano al asesinato de Mario Abel Amaya. “Eran amigos y camaradas y fuimos a su velatorio y entierro”. Como dato de color, recordó una de sus charlas con el entonces ministro de Gobierno, Alberto Rueda: “Llevaba un Rólex igual al que se había comprado mi esposo y que llevaba el día del secuestro”.

Un aplauso coronó su declaración.

Un juicio puntual

El inicio del juicio fue puntual, ante cerca de 40 personas. Nunca hubo tanta gente para una audiencia en el Casino de Oficiales de la Unidad 6. El primer pedido del tribunal fue para Hilda Fredes, esposa de la víctima. Llegó en hora pero debió dejar el recinto ya que era testigo y la ley les prohíbe presenciar el debate hasta tanto no declaren. Su hijo Pablo fue uno más del público. Algunos filmaron, otros sostuvieron carteles del maestro desaparecido y de Mario Abel Amaya.

Nichols y Hermelo entraron lento. El exconcejal peronista, sin lentes y con una Coca Cola de medio litro que no terminó de beber; Hermelo, canoso, encorvado y bajo, con campera de invierno. No escucha bien. Hicieron varias consultas con su defensor público, Sergio Oribones. A algunos les cayó mal que en una pausa, Nichols se mezclara entre el público para saludar a quienes lo respaldan.

Cerca de dos horas duró la lectura del requerimiento de elevación a juicio. Como fallecieron o están fuera del país, hay testigos cuyo testimonio se sumará por lectura. En cambio, el juez Enrique Guanziroli ordenó que la Policía ubique a otros, en su mayoría personal retirado de las fuerzas. “Es incomprensible que no los hayan encontrado”, se quejó. También adelantó que habrá inspecciones oculares en los lugares de Trelew donde Bel fue visto por última vez.


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