El pasajero que entregó folletos para que “divulguen las bellezas de Chubut”

Antonio Torrejón no tuvo miedo en el secuestro de la máquina de Austral. Y tampoco pudo con su genio: les pidió a los guerrilleros que distribuyan el material que debió llevar a Buenos Aires para recibir un premio. Y así lo hicieron.

Antonio Torrejón.
20 AGO 2022 - 20:59 | Actualizado 20 AGO 2022 - 21:04

Por Carlos Guajardo

Domingo Mena le ofreció hablar a su casa de Puerto Madryn desde el Aeropuerto de Santiago de Chile. Pero se negó. Sólo esbozó una sonrisa y en cambio le entregó un paquete de folletos que llevaba para la entrega frustrada de un premio en Buenos Aires: “Le pido un favor. Tome estos folletos y entréguelos en la conferencia de prensa que piensan dar aquí y en otros lugares. Será un aporte para la difusión turística de Chubut”.

Seguramente no era el mejor momento de su vida, pero a pesar de ello nunca olvidó cumplir con su deber que no era otro que el de ser el secretario de Turismo de la provincia. Todavía estaban en el avión de Austral que un grupo de jefes de organizaciones armadas habían secuestrado en Trelew, tras la espectacular fuga de la Unidad Seis de Rawson.

Hasta allí habían llegado tras desviar el avión que tenía como destino el Aeroparque de Buenos Aires en su ruta original. Mena tomó los folletos y los medios chilenos se encargaron de resaltar que, junto a sus otros acompañantes y tras dar la conferencia de prensa y explicar que seguirían viaje a Cuba donde recibirían asilo político, repartieron unos folletos y trípticos que difundían las bondades de las bellezas naturales de Chubut.

“Siempre lo comentaba. Y lo hacía con gran tranquilidad. Yo era muy chica cuando ocurrió todo pero lo tengo bien presente. A veces costaba creerle que ante semejante situación tuviera la suficiente paz como para hacer lo que hizo”, le contó a Jornada Cecilia Torrejón, hija de Antonio.

Y agregó: “Recuerdo que iba a recibir a un premio. Tenía que subir a otro avión pero pasó al avión de Austral para llegar más temprano. Iba a viajar en la cabina pero después lo pasaron a un asiento. Recuerdo que en esa época nosotros no teníamos teléfono. Pero empezamos a enterarnos de lo que pasó a través de los informativos de las radios. Alguien vino a casa y le avisó a mi mamá que Antonio estaba en ese avión”.

Dijo Cecilia que “el tuvo conversaciones con quienes habían secuestrado el avión porque lo habían visto en el aeropuerto hablar con la gente, con su portafolio e imaginaron que era algún funcionario. Por eso el trato fue bueno durante el viaje a Chile. De todas maneras, papá habló con nosotros recién cuando llegó a Aeroparque. Le dijo a mi mamá Edith que estaba bien y se lamentaba por no poder haber llegado a la fiesta donde le iban a dar un premio a la provincia”.

Efectivamente, el 15 de agosto de 1972, Antonio Torrejón debía abordar un avión de Aerolíneas Argentinas que lo iba a trasladar a Buenos Aires para que alrededor de las 21,30 pueda asistir a la velada donde le entregarían el premio. Pero hubo un problema: la rotura de un vidrio en la cabina mientras estaba en el aeropuerto de Río Gallegos había provocado, al menos, dos horas de demora. Demasiado tiempo para Torrejón.

Conocido por todos, gente de Austral lo invitó a ir en el avión del vuelo 811 que había salido del aeropuerto General Mosconi de Comodoro Rivadavia con un plan de vuelo que incluía una escala en Bahía Blanca antes de aterrizar en Aeroparque. Claro, el vuelo estaba completo y entonces le dijeron a Antonio que viajaría en la cabina con los pilotos, lo que antes era algo bastante “normal”.

Lo que no era tan normal fue lo que ocurrió dentro de la máquina de Austral en la que ya estaban a bordo Víctor Fernández Palmeiro (“El Gallego”) del Ejército Revolucionario del Pueblo y Anita Weissen, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Subieron en Comodoro ya que formaban parte del operativo de fuga. Y habían secuestrado la máquina cuando estacionó en Trelew.

Contó entonces Antonio que a muchos le había llamado la atención en la sala de espera, la presencia de un teniente del ejército por la inadecuada colocación de una de sus jinetas. Es que no era un teniente del ejército: se trataba de Fernando Vaca Narvaja (hoy el único sobreviviente de aquel suceso de la historia Argentina) camuflado como tal en el marco de la fuga.

Ya en la máquina, otros jóvenes subieron velozmente la escalerilla. Eran Mario Roberto Santucho, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán Merlo, Marcos Osantisky y el nombrado Domingo Mena.
“Inmediatamente después sentí sobre mi nuca un objeto frío que no era otra cosa que un revólver de grueso calibre. Miré hacia atrás y el que me apuntaba (supe después al tratarlo en el viaje) era Santucho. Fue en ese momento en que el comandante del avión le dijo que yo era un invitado, un funcionario que iba a viajar en la cabina. Entonces, dejó de apuntarme”, contaría después Torrejón. Fue Santucho el que dio la orden de despegar viendo que llegaban fuerzas de la Armada y ante la posibilidad que algo se cruzara en la pista e impidiera que el avión despegue. Por eso, abajo quedó el grupo de 19 militantes que una semana después fueron fusilados en la Base Almirante Zar.

Todo lo demás casi que pasó a ser leyenda. El viaje hasta Santiago de Chile (previa escala en Puerto Montt para cargar combustible) con diálogos amables y el pedido de Santucho y compañía de que “nadie tuviera miedo”, que esto formaba parte de una fuga y que en Santiago de Chile ellos dejarían el avión para seguir con otro a Cuba. Y asi fue. Pero Torrejón no pudo con su genio. Y le dijo a Mena lo que le dijo. Antonio murió el 24 de enero de 2020. Pero anécdotas como esta hacen que nunca se haya ido de esta tierra, que siempre haya algo de su vida para contar. #

Antonio Torrejón.
20 AGO 2022 - 20:59

Por Carlos Guajardo

Domingo Mena le ofreció hablar a su casa de Puerto Madryn desde el Aeropuerto de Santiago de Chile. Pero se negó. Sólo esbozó una sonrisa y en cambio le entregó un paquete de folletos que llevaba para la entrega frustrada de un premio en Buenos Aires: “Le pido un favor. Tome estos folletos y entréguelos en la conferencia de prensa que piensan dar aquí y en otros lugares. Será un aporte para la difusión turística de Chubut”.

Seguramente no era el mejor momento de su vida, pero a pesar de ello nunca olvidó cumplir con su deber que no era otro que el de ser el secretario de Turismo de la provincia. Todavía estaban en el avión de Austral que un grupo de jefes de organizaciones armadas habían secuestrado en Trelew, tras la espectacular fuga de la Unidad Seis de Rawson.

Hasta allí habían llegado tras desviar el avión que tenía como destino el Aeroparque de Buenos Aires en su ruta original. Mena tomó los folletos y los medios chilenos se encargaron de resaltar que, junto a sus otros acompañantes y tras dar la conferencia de prensa y explicar que seguirían viaje a Cuba donde recibirían asilo político, repartieron unos folletos y trípticos que difundían las bondades de las bellezas naturales de Chubut.

“Siempre lo comentaba. Y lo hacía con gran tranquilidad. Yo era muy chica cuando ocurrió todo pero lo tengo bien presente. A veces costaba creerle que ante semejante situación tuviera la suficiente paz como para hacer lo que hizo”, le contó a Jornada Cecilia Torrejón, hija de Antonio.

Y agregó: “Recuerdo que iba a recibir a un premio. Tenía que subir a otro avión pero pasó al avión de Austral para llegar más temprano. Iba a viajar en la cabina pero después lo pasaron a un asiento. Recuerdo que en esa época nosotros no teníamos teléfono. Pero empezamos a enterarnos de lo que pasó a través de los informativos de las radios. Alguien vino a casa y le avisó a mi mamá que Antonio estaba en ese avión”.

Dijo Cecilia que “el tuvo conversaciones con quienes habían secuestrado el avión porque lo habían visto en el aeropuerto hablar con la gente, con su portafolio e imaginaron que era algún funcionario. Por eso el trato fue bueno durante el viaje a Chile. De todas maneras, papá habló con nosotros recién cuando llegó a Aeroparque. Le dijo a mi mamá Edith que estaba bien y se lamentaba por no poder haber llegado a la fiesta donde le iban a dar un premio a la provincia”.

Efectivamente, el 15 de agosto de 1972, Antonio Torrejón debía abordar un avión de Aerolíneas Argentinas que lo iba a trasladar a Buenos Aires para que alrededor de las 21,30 pueda asistir a la velada donde le entregarían el premio. Pero hubo un problema: la rotura de un vidrio en la cabina mientras estaba en el aeropuerto de Río Gallegos había provocado, al menos, dos horas de demora. Demasiado tiempo para Torrejón.

Conocido por todos, gente de Austral lo invitó a ir en el avión del vuelo 811 que había salido del aeropuerto General Mosconi de Comodoro Rivadavia con un plan de vuelo que incluía una escala en Bahía Blanca antes de aterrizar en Aeroparque. Claro, el vuelo estaba completo y entonces le dijeron a Antonio que viajaría en la cabina con los pilotos, lo que antes era algo bastante “normal”.

Lo que no era tan normal fue lo que ocurrió dentro de la máquina de Austral en la que ya estaban a bordo Víctor Fernández Palmeiro (“El Gallego”) del Ejército Revolucionario del Pueblo y Anita Weissen, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Subieron en Comodoro ya que formaban parte del operativo de fuga. Y habían secuestrado la máquina cuando estacionó en Trelew.

Contó entonces Antonio que a muchos le había llamado la atención en la sala de espera, la presencia de un teniente del ejército por la inadecuada colocación de una de sus jinetas. Es que no era un teniente del ejército: se trataba de Fernando Vaca Narvaja (hoy el único sobreviviente de aquel suceso de la historia Argentina) camuflado como tal en el marco de la fuga.

Ya en la máquina, otros jóvenes subieron velozmente la escalerilla. Eran Mario Roberto Santucho, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán Merlo, Marcos Osantisky y el nombrado Domingo Mena.
“Inmediatamente después sentí sobre mi nuca un objeto frío que no era otra cosa que un revólver de grueso calibre. Miré hacia atrás y el que me apuntaba (supe después al tratarlo en el viaje) era Santucho. Fue en ese momento en que el comandante del avión le dijo que yo era un invitado, un funcionario que iba a viajar en la cabina. Entonces, dejó de apuntarme”, contaría después Torrejón. Fue Santucho el que dio la orden de despegar viendo que llegaban fuerzas de la Armada y ante la posibilidad que algo se cruzara en la pista e impidiera que el avión despegue. Por eso, abajo quedó el grupo de 19 militantes que una semana después fueron fusilados en la Base Almirante Zar.

Todo lo demás casi que pasó a ser leyenda. El viaje hasta Santiago de Chile (previa escala en Puerto Montt para cargar combustible) con diálogos amables y el pedido de Santucho y compañía de que “nadie tuviera miedo”, que esto formaba parte de una fuga y que en Santiago de Chile ellos dejarían el avión para seguir con otro a Cuba. Y asi fue. Pero Torrejón no pudo con su genio. Y le dijo a Mena lo que le dijo. Antonio murió el 24 de enero de 2020. Pero anécdotas como esta hacen que nunca se haya ido de esta tierra, que siempre haya algo de su vida para contar. #


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