Memoria en cuatro actos sin final

23 AGO 2022 - 17:58 | Actualizado 23 AGO 2022 - 18:37

Por Gonzalo Pérez Álvarez /Especial para Jornada

50 años es mucho tiempo. Pero también es un instante. Para los familiares de los compañeros asesinados es un presente continuo. Recordar la Masacre de Trelew no es hablar del pasado, sino de este presente y nuestros posibles futuros. Es mantener la memoria, hacer justicia, seguir construyendo verdad histórica. Pero, sobre todo, es construir otro presente y sembrar semillas de futuros alternativos ante los supuestos destinos inexorables que pretendieron imponernos los asesinos y sus herederos.

Primer Acto: La Fuga

La fecha del 22 no puede opacar la jornada del 15 de agosto, el día de la fuga del penal de Rawson, desarrollada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores–Ejército Revolucionario del Pueblo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y Montoneros. Fue la acción más relevante de las organizaciones guerrilleras en Argentina, por la valentía e inteligencia, por la preparación necesaria, por el golpe que significó para la dictadura, y, especialmente, porque plasmó la necesaria unidad de las organizaciones revolucionarias, algo que luego no se consolidó. Esa falta de unidad fue una de las causas que explican la derrota.

La enseñanza de esa unidad de los de abajo es un legado clave. Y lo es también la decisión de los 19 militantes de entregarse sin poner en riesgo la vida de la población civil en el Aeropuerto Viejo de Trelew. Teniendo las armas en sus manos resolvieron no tomar rehenes, ni usar a nadie como escudo humano, ni generar enfrentamientos: negociaron con las autoridades y pactaron su entrega, buscando garantizar la vida.

Segundo Acto: La Masacre

La valentía y honestidad de quienes se fugaron contrasta con la cobardía y la mentira de los asesinos. Traicionando lo acordado, la Armada los trasladó a la Base Aeronaval Almirante Zar, en lugar de regresarlos al penal de Rawson. Los tuvo prisioneros desde el 15 al 22 de agosto.
Ese 22 de agosto, a las 3.30, los 19 militantes fueron despertados con patadas y a los gritos. El capitán Luis Sosa, los tenientes Roberto Bravo y Emilio Del Real, el capitán Herrera, y los cabos Carlos Marandino y Marchand les obligaron a formar dos filas en el pasillo, con la cabeza hacia el piso. Luego abrieron fuego, descargando sus ametralladoras. Al finalizar las ráfagas, quienes seguían vivos fueron rematados con tiros de gracia.

Sus nombres son emblema: Carlos Heriberto Astudillo (FAR), María Antonia Berger (FAR), Rubén Pedro Bonet (PRT-ERP), Alberto Miguel Camps (FAR), Eduardo Adolfo Capello (PRT-ERP), Mario Emilio Delfino (PRT-ERP), Alberto Carlos Del Rey (PRT-ERP), Ricardo René Haidar (Montoneros), Alfredo Elías Kohon (FAR), Clarisa Rosa Lea Place (PRT-ERP), Susana Lesgart (Montoneros), José Ricardo Mena (PRT-ERP), Miguel Ángel Polti (PRT-ERP), Mariano Pujadas (Montoneros), María Angélica Sabelli (FAR), Humberto Segundo Suarez (PRT-ERP), Humberto Adrián Toschi (PRT-ERP), Jorge Alejandro Ulla (PRT-ERP) y Ana María Villarreal (PRT-ERP).

Seis sobrevivieron: Berger, Haidar, Camps, Polti, Kohon y Bonet. Luego de desangrarse sin atención médica, fueron llevados a la enfermería, donde los dejaron por horas esperando que mueran. Kohon y Polti fallecieron a la mañana y Bonet al mediodía, rematado con un tiro en la cabeza. Berger, Haidar y Camps sobrevivieron y dieron testimonio relatando la Masacre en entrevistas y declaraciones judiciales. Los tres siguieron luchando en sus organizaciones y los asesinó la última dictadura.

La Masacre fue el primer acontecimiento donde el terrorismo de Estado sistematizó su maquinaria de muerte y terror. Se ocupó militarmente Trelew y la región, y se creó una versión que culpabilizaba a las víctimas. Un relato increíble que tenía en esa característica su núcleo duro de terror: no importaba que todos supieran que los militantes fueron masacrados; lo único que se podía escuchar, una y otra vez, fue que murieron intentando fugarse en un tiroteo generado por su culpa.

Tercer Acto: El Trelewazo

El 11 de octubre de 1972 se desencadenó, sobre nuestra región, el “Operativo Vigilante”: las fuerzas represivas secuestraron un numeroso grupo de militantes de las Comisiones de Solidaridad con los Presos Políticos. Ante ello, en Trelew y las ciudades cercanas se generaron asambleas, marchas y huelgas, que provocaron una gran conmoción local y nacional. Fue un hervidero de acciones obreras y populares.

La Asamblea Popular era el polo dinamizador de la lucha: desde allí se convocó un paro general para el 13 de octubre, que impactó en salud, comercio, bancos, estaciones de servicio, transporte público y educación. Se paralizaron las obras de construcción y las fábricas textiles cerraron desde la mañana. Los obreros que construían la planta de aluminio en Puerto Madryn se retiraron al mediodía.

Nuevas huelgas generales se realizaron el 16, 20 y 27 de octubre y las protestas no se detuvieron hasta lograr la libertad de todos los detenidos: el 14 de noviembre Mario Abel Amaya (secuestrado el 18 de agosto) llegó a la ciudad. Concluía así la página más gloriosa de la historia de Trelew: la de un pueblo digno que, a través de la movilización, derrotó a la dictadura y liberó a los militantes de la solidaridad.

Cuarto Acto: el Juicio

El 7 de mayo de 2012, a 40 años de la masacre, comenzó el juicio para condenar a los culpables que seguían con vida. Miles nos congregamos para exigir justicia; la consigna de una bandera simbolizaba la continuidad del reclamo: “1972-Trelew: un pueblo que lucha-2012”.

La condena por delitos de lesa humanidad a los acusados y la sanción del hecho como parte del terrorismo de Estado y de una praxis genocida, evidenció la mentira de quienes habían sostenido la “versión” de los masacradores. Los que mantuvieron la Memoria y la Verdad tuvieron, al menos un poco, de Justicia.
La historia de los familiares construyó allí un nuevo capítulo. Ese juicio fue un punto clave en estos 50 años de larga marcha. Pero no fue ni punto de partida ni de llegada: expresaba la permanencia de su lucha y, también, de la solidaridad de Trelew.

Ante cada masacre nuestro pueblo, tarde o temprano, vuelve a levantarse. Así lo hizo Trelew cuando entre agosto y octubre del 72 le respondió al terror con miles en la calle, exigiendo la libertad de esos “militantes de la solidaridad”. Contra quienes quieren imponer la muerte, siempre el único remedio es poner el cuerpo.
Se cumplen 50 años de esos días. Mucho y, a la vez, un instante. Hace unos meses fue enjuiciado Bravo en EE.UU.: tampoco ese asesino morirá impune. La lucha sigue, sin finales y siempre con nuevos comienzos.

La Masacre de Trelew ya es parte de nuestra historia. Debemos transformarla, definitivamente, en el pilar de nuestra memoria colectiva, como impulso vital para luchar por una sociedad distinta, justa y liberada: la que buscaban construir aquellos militantes.#

23 AGO 2022 - 17:58

Por Gonzalo Pérez Álvarez /Especial para Jornada

50 años es mucho tiempo. Pero también es un instante. Para los familiares de los compañeros asesinados es un presente continuo. Recordar la Masacre de Trelew no es hablar del pasado, sino de este presente y nuestros posibles futuros. Es mantener la memoria, hacer justicia, seguir construyendo verdad histórica. Pero, sobre todo, es construir otro presente y sembrar semillas de futuros alternativos ante los supuestos destinos inexorables que pretendieron imponernos los asesinos y sus herederos.

Primer Acto: La Fuga

La fecha del 22 no puede opacar la jornada del 15 de agosto, el día de la fuga del penal de Rawson, desarrollada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores–Ejército Revolucionario del Pueblo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y Montoneros. Fue la acción más relevante de las organizaciones guerrilleras en Argentina, por la valentía e inteligencia, por la preparación necesaria, por el golpe que significó para la dictadura, y, especialmente, porque plasmó la necesaria unidad de las organizaciones revolucionarias, algo que luego no se consolidó. Esa falta de unidad fue una de las causas que explican la derrota.

La enseñanza de esa unidad de los de abajo es un legado clave. Y lo es también la decisión de los 19 militantes de entregarse sin poner en riesgo la vida de la población civil en el Aeropuerto Viejo de Trelew. Teniendo las armas en sus manos resolvieron no tomar rehenes, ni usar a nadie como escudo humano, ni generar enfrentamientos: negociaron con las autoridades y pactaron su entrega, buscando garantizar la vida.

Segundo Acto: La Masacre

La valentía y honestidad de quienes se fugaron contrasta con la cobardía y la mentira de los asesinos. Traicionando lo acordado, la Armada los trasladó a la Base Aeronaval Almirante Zar, en lugar de regresarlos al penal de Rawson. Los tuvo prisioneros desde el 15 al 22 de agosto.
Ese 22 de agosto, a las 3.30, los 19 militantes fueron despertados con patadas y a los gritos. El capitán Luis Sosa, los tenientes Roberto Bravo y Emilio Del Real, el capitán Herrera, y los cabos Carlos Marandino y Marchand les obligaron a formar dos filas en el pasillo, con la cabeza hacia el piso. Luego abrieron fuego, descargando sus ametralladoras. Al finalizar las ráfagas, quienes seguían vivos fueron rematados con tiros de gracia.

Sus nombres son emblema: Carlos Heriberto Astudillo (FAR), María Antonia Berger (FAR), Rubén Pedro Bonet (PRT-ERP), Alberto Miguel Camps (FAR), Eduardo Adolfo Capello (PRT-ERP), Mario Emilio Delfino (PRT-ERP), Alberto Carlos Del Rey (PRT-ERP), Ricardo René Haidar (Montoneros), Alfredo Elías Kohon (FAR), Clarisa Rosa Lea Place (PRT-ERP), Susana Lesgart (Montoneros), José Ricardo Mena (PRT-ERP), Miguel Ángel Polti (PRT-ERP), Mariano Pujadas (Montoneros), María Angélica Sabelli (FAR), Humberto Segundo Suarez (PRT-ERP), Humberto Adrián Toschi (PRT-ERP), Jorge Alejandro Ulla (PRT-ERP) y Ana María Villarreal (PRT-ERP).

Seis sobrevivieron: Berger, Haidar, Camps, Polti, Kohon y Bonet. Luego de desangrarse sin atención médica, fueron llevados a la enfermería, donde los dejaron por horas esperando que mueran. Kohon y Polti fallecieron a la mañana y Bonet al mediodía, rematado con un tiro en la cabeza. Berger, Haidar y Camps sobrevivieron y dieron testimonio relatando la Masacre en entrevistas y declaraciones judiciales. Los tres siguieron luchando en sus organizaciones y los asesinó la última dictadura.

La Masacre fue el primer acontecimiento donde el terrorismo de Estado sistematizó su maquinaria de muerte y terror. Se ocupó militarmente Trelew y la región, y se creó una versión que culpabilizaba a las víctimas. Un relato increíble que tenía en esa característica su núcleo duro de terror: no importaba que todos supieran que los militantes fueron masacrados; lo único que se podía escuchar, una y otra vez, fue que murieron intentando fugarse en un tiroteo generado por su culpa.

Tercer Acto: El Trelewazo

El 11 de octubre de 1972 se desencadenó, sobre nuestra región, el “Operativo Vigilante”: las fuerzas represivas secuestraron un numeroso grupo de militantes de las Comisiones de Solidaridad con los Presos Políticos. Ante ello, en Trelew y las ciudades cercanas se generaron asambleas, marchas y huelgas, que provocaron una gran conmoción local y nacional. Fue un hervidero de acciones obreras y populares.

La Asamblea Popular era el polo dinamizador de la lucha: desde allí se convocó un paro general para el 13 de octubre, que impactó en salud, comercio, bancos, estaciones de servicio, transporte público y educación. Se paralizaron las obras de construcción y las fábricas textiles cerraron desde la mañana. Los obreros que construían la planta de aluminio en Puerto Madryn se retiraron al mediodía.

Nuevas huelgas generales se realizaron el 16, 20 y 27 de octubre y las protestas no se detuvieron hasta lograr la libertad de todos los detenidos: el 14 de noviembre Mario Abel Amaya (secuestrado el 18 de agosto) llegó a la ciudad. Concluía así la página más gloriosa de la historia de Trelew: la de un pueblo digno que, a través de la movilización, derrotó a la dictadura y liberó a los militantes de la solidaridad.

Cuarto Acto: el Juicio

El 7 de mayo de 2012, a 40 años de la masacre, comenzó el juicio para condenar a los culpables que seguían con vida. Miles nos congregamos para exigir justicia; la consigna de una bandera simbolizaba la continuidad del reclamo: “1972-Trelew: un pueblo que lucha-2012”.

La condena por delitos de lesa humanidad a los acusados y la sanción del hecho como parte del terrorismo de Estado y de una praxis genocida, evidenció la mentira de quienes habían sostenido la “versión” de los masacradores. Los que mantuvieron la Memoria y la Verdad tuvieron, al menos un poco, de Justicia.
La historia de los familiares construyó allí un nuevo capítulo. Ese juicio fue un punto clave en estos 50 años de larga marcha. Pero no fue ni punto de partida ni de llegada: expresaba la permanencia de su lucha y, también, de la solidaridad de Trelew.

Ante cada masacre nuestro pueblo, tarde o temprano, vuelve a levantarse. Así lo hizo Trelew cuando entre agosto y octubre del 72 le respondió al terror con miles en la calle, exigiendo la libertad de esos “militantes de la solidaridad”. Contra quienes quieren imponer la muerte, siempre el único remedio es poner el cuerpo.
Se cumplen 50 años de esos días. Mucho y, a la vez, un instante. Hace unos meses fue enjuiciado Bravo en EE.UU.: tampoco ese asesino morirá impune. La lucha sigue, sin finales y siempre con nuevos comienzos.

La Masacre de Trelew ya es parte de nuestra historia. Debemos transformarla, definitivamente, en el pilar de nuestra memoria colectiva, como impulso vital para luchar por una sociedad distinta, justa y liberada: la que buscaban construir aquellos militantes.#


NOTICIAS RELACIONADAS