“Estaban alterados y tensos y recomendaron que dijéramos que fue un intento de fuga”

El excolimba dijo que la mañana del 22 de agosto a los jefes se los notó muy nerviosos. El mismo día de su baja pidió ir al baño y observó los calabozos repletos de balazos y reveló que hubo una orden para que la noche previa al fusilamiento todos los guardias externos se fueran a dormir.

Muerte en la Base. La postal en blanco y negro de Mariano Pujadas en una de las dos fotos de la Armada que llegaron en un sobre anónimo para el Juzgado Federal de Rawson.
21 AGO 2022 - 20:11 | Actualizado 22 AGO 2022 - 13:58

Fin de agosto de 1972. El conscripto Carlos Roveta saboreaba su baja del servicio militar obligatorio parado en una vereda de la Base. Esperaba el micro que lo llevaría a Trelew.
Pidió su último permiso para ir al baño, que estaba enfrentado al sector de calabozos. “Al salir vi muchos agujeros de balazos en el fondo del pasillo y en las paredes laterales donde estaban las puertas de las celdas; no era normal porque nunca había estado así. Eran muchos impactos pero no podría decir la cantidad”. No encontró disparos en la pared de enfrente. No parecían rastros de un enfrentamiento.

Originario de la localidad bonaerense de Las Flores, Roveta el 15 de agosto disfrutaba su franco con una familia amiga de Trelew, sin TV ni radio. Alguien compró cigarrillos en un kiosco y al volver le avisó de la fuga y que la Base convocaba a todos los colimbas. “Llegué en taxi y estaba todo custodiado. En ese momento los presos que venían del aeropuerto bajaban del micro. Me ordenaron vestirme, armarme y esperar instrucciones en la cuadra”. Desde ese día de fuga los colimbas quedaron incomunicados. Razones de seguridad, les dijeron.

Roveta participó de los rastrillajes en zona de chacras en busca de subversivos o colaboracionistas de la fuga. “Llegábamos en camiones al puente de Trelew y de ahí seguíamos caminando casi hasta Gaiman. Ingresábamos a las propiedades privadas armados con FAL pero nunca por la fuerza”.
El 22 de agosto los levantaron a todos, los formaron en la Plaza de Armas y los concentraron en el casino de conscriptos. Ninguno había oído los disparos de la madrugada anterior. Le llamó la atención fue la cantidad de oficiales: estaban los de guardia y varios más. “Allí nos cuentan la primera versión de lo que había ocurrido: que se habían querido fugar, que el señor Pujadas sabía artes marciales, lo había hecho prisionero al capitán Sosa, le había sacado la pistola, le había disparado y lo había herido; las fuerzas de seguridad habían repelido la agresión, habían salvado a Sosa y pasó lo que había pasado”. Según su versión, la noticia la dio un tal teniente Troitiño, de Infantería de Marina.

Entre los conscriptos “evidentemente ninguno lo podía creer”. Roveta miró fijo a los jueces Enrique Guanziroli y Nora Cabrera: “Yo lo estaba mirando y Sosa estaba tan herido de bala como están ustedes dos ahora”, ironizó. “Cualquiera se da cuenta cuando alguien está herido de bala. No les creímos y nos causó mucha indignación porque era una mentira muy evidente”.

Tras esa única explicación, “nos recomendaron que si hablábamos con alguien del tema le teníamos que contar la versión de la fuga”.
En esa reunión militar estaban todos los protagonistas: Rubén Paccagnini, Luis Sosa, Roberto Bravo y el resto. “Se los veía alterados, no era la actitud normal que les notábamos las pocas veces que los veíamos, la mayoría estaban más tensos”. Según supieron luego, a los presos heridos nadie les dio atención médica. Y que un avión los trasladó al Hospital Naval de Puerto Belgrano.

El día de su baja vería las paredes acribilladas y todo tomó sentido. Hasta el dato que le pasaron los chicos que debían hacer guardia la noche del 21. “Lo que nos comentaban los otros colimbas que generalmente hacían guardia por fuera del edificio es que esa noche no habían estado: les habían dado la orden de que se fueran a dormir”.

Locuaz

En su declaración Roveta levantó la voz, ironizó y hasta retó a los abogados y a los jueces. Fue el testigo más locuaz y desinhibido. Como cuando el querellante Germán Kexel lo apuró para reconocer fotos: “¡Pará!”, le reclamó el hombre, entre molesto y confianzudo.

Desacostumbrado, varias veces chocó la boca con el micrófono. “A esto me lo como en cualquier momento”, se quejó.
También bromeó con el juez Pedro De Diego, conocedores ambos del mundo colimba. “Ustedes los infantes la pasaban mal pero los de Marinería mejor, ¿no?”, deslizó el magistrado. “Generalmente ocurría eso, era como River-Boca”, se rió el testigo. Luego se disculpó porque “pasaron muchos años y la neurona no funciona tanto”.

En otro tramo el querellante Eduardo Hualpa lo notó con la boca seca. “Le invito agua a cuenta del tribunal”, dijo. “Hace rato estoy mirando el vasito vacío pero nadie se dio cuenta”, respondió Roveta. “Pasa que es muy fácil invitar con la plata ajena”, retrucó el abogado.
Ante la insistencia de otras preguntas, el excolimba le dijo a todas las partes casi enojado: “Es como si yo les preguntara qué pasó tal día de hace 40 años. Si les digo que no me acuerdo es porque no me acuerdo, no tengo por qué mentirles”, les advirtió. #

Muerte en la Base. La postal en blanco y negro de Mariano Pujadas en una de las dos fotos de la Armada que llegaron en un sobre anónimo para el Juzgado Federal de Rawson.
21 AGO 2022 - 20:11

Fin de agosto de 1972. El conscripto Carlos Roveta saboreaba su baja del servicio militar obligatorio parado en una vereda de la Base. Esperaba el micro que lo llevaría a Trelew.
Pidió su último permiso para ir al baño, que estaba enfrentado al sector de calabozos. “Al salir vi muchos agujeros de balazos en el fondo del pasillo y en las paredes laterales donde estaban las puertas de las celdas; no era normal porque nunca había estado así. Eran muchos impactos pero no podría decir la cantidad”. No encontró disparos en la pared de enfrente. No parecían rastros de un enfrentamiento.

Originario de la localidad bonaerense de Las Flores, Roveta el 15 de agosto disfrutaba su franco con una familia amiga de Trelew, sin TV ni radio. Alguien compró cigarrillos en un kiosco y al volver le avisó de la fuga y que la Base convocaba a todos los colimbas. “Llegué en taxi y estaba todo custodiado. En ese momento los presos que venían del aeropuerto bajaban del micro. Me ordenaron vestirme, armarme y esperar instrucciones en la cuadra”. Desde ese día de fuga los colimbas quedaron incomunicados. Razones de seguridad, les dijeron.

Roveta participó de los rastrillajes en zona de chacras en busca de subversivos o colaboracionistas de la fuga. “Llegábamos en camiones al puente de Trelew y de ahí seguíamos caminando casi hasta Gaiman. Ingresábamos a las propiedades privadas armados con FAL pero nunca por la fuerza”.
El 22 de agosto los levantaron a todos, los formaron en la Plaza de Armas y los concentraron en el casino de conscriptos. Ninguno había oído los disparos de la madrugada anterior. Le llamó la atención fue la cantidad de oficiales: estaban los de guardia y varios más. “Allí nos cuentan la primera versión de lo que había ocurrido: que se habían querido fugar, que el señor Pujadas sabía artes marciales, lo había hecho prisionero al capitán Sosa, le había sacado la pistola, le había disparado y lo había herido; las fuerzas de seguridad habían repelido la agresión, habían salvado a Sosa y pasó lo que había pasado”. Según su versión, la noticia la dio un tal teniente Troitiño, de Infantería de Marina.

Entre los conscriptos “evidentemente ninguno lo podía creer”. Roveta miró fijo a los jueces Enrique Guanziroli y Nora Cabrera: “Yo lo estaba mirando y Sosa estaba tan herido de bala como están ustedes dos ahora”, ironizó. “Cualquiera se da cuenta cuando alguien está herido de bala. No les creímos y nos causó mucha indignación porque era una mentira muy evidente”.

Tras esa única explicación, “nos recomendaron que si hablábamos con alguien del tema le teníamos que contar la versión de la fuga”.
En esa reunión militar estaban todos los protagonistas: Rubén Paccagnini, Luis Sosa, Roberto Bravo y el resto. “Se los veía alterados, no era la actitud normal que les notábamos las pocas veces que los veíamos, la mayoría estaban más tensos”. Según supieron luego, a los presos heridos nadie les dio atención médica. Y que un avión los trasladó al Hospital Naval de Puerto Belgrano.

El día de su baja vería las paredes acribilladas y todo tomó sentido. Hasta el dato que le pasaron los chicos que debían hacer guardia la noche del 21. “Lo que nos comentaban los otros colimbas que generalmente hacían guardia por fuera del edificio es que esa noche no habían estado: les habían dado la orden de que se fueran a dormir”.

Locuaz

En su declaración Roveta levantó la voz, ironizó y hasta retó a los abogados y a los jueces. Fue el testigo más locuaz y desinhibido. Como cuando el querellante Germán Kexel lo apuró para reconocer fotos: “¡Pará!”, le reclamó el hombre, entre molesto y confianzudo.

Desacostumbrado, varias veces chocó la boca con el micrófono. “A esto me lo como en cualquier momento”, se quejó.
También bromeó con el juez Pedro De Diego, conocedores ambos del mundo colimba. “Ustedes los infantes la pasaban mal pero los de Marinería mejor, ¿no?”, deslizó el magistrado. “Generalmente ocurría eso, era como River-Boca”, se rió el testigo. Luego se disculpó porque “pasaron muchos años y la neurona no funciona tanto”.

En otro tramo el querellante Eduardo Hualpa lo notó con la boca seca. “Le invito agua a cuenta del tribunal”, dijo. “Hace rato estoy mirando el vasito vacío pero nadie se dio cuenta”, respondió Roveta. “Pasa que es muy fácil invitar con la plata ajena”, retrucó el abogado.
Ante la insistencia de otras preguntas, el excolimba le dijo a todas las partes casi enojado: “Es como si yo les preguntara qué pasó tal día de hace 40 años. Si les digo que no me acuerdo es porque no me acuerdo, no tengo por qué mentirles”, les advirtió. #


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