Para una testigo, la mayoría “pensaba que no iba a poder salir con vida de la Base de Trelew”

Alicia Sanguinetti fue otra detenida que no pudo fugarse del penal de Rawson. María Berger le contó en persona qué pasó esa madrugada. En el juicio se lo relató al tribunal y admitió que los presos sospechaban su final. La militancia y las vejaciones que soportó en la cárcel.

Secretos revelados. Sanguinetti escuchó de la propia Berger lo sucedido la madrugada del 22 de agosto y en 2012 tuvo la chance de contárselo al tribunal.
23 AGO 2022 - 16:15 | Actualizado 23 AGO 2022 - 16:17

Cuando compartían el baño en la cárcel de Villa Devoto, con señas o papelitos, María Antonia Berger le reconstruyó a Alicia Sanguinetti su versión de los fusilamientos. Berger sobrevivió junto con Ricardo Haidar y Alberto Camps. Según la testigo, esa madrugada no fue la primera en la cual los presos fueron sacados todos juntos y puestos en fila. Y sentían que algo les podía pasar.

Emocionada, Sanguinetti recordó la fuga a medias del penal de Rawson. Tras el 22 de agosto, terminaron juntas con Berger en el pabellón que compartían otras presas políticas. Allí se enteró de todo. “Nos contó la llegada al aeropuerto, la entrega y la negociación”. De cómo terminaron en un bus rumbo a la Base cuando la promesa era regresar a los 19 a la U-6.

De las celdas mínimas y el frío trelewense sin ropa, insultos y algún que otro golpe.
Berger le contó a Sanguinetti que “la mayoría pensaba que no iba a salir con vida de la Base” y que sacarlos a todos de sus celdas para formarlos no era raro, como siempre se dijo. De esa noche “nos contó que fueron despertados y obligados a bajar la cabeza y mirar al piso”.
Berger sospechó lo peor cuando vio puesta una metralleta en la entrada al pasillo, cerca de la mesa donde siempre un marino los vigilaba. “Eso le llamó la atención. Pensó que los querían amedrentar pero sintió que iba a pasar algo fiero. Un militar pasaba y los insultaba cuando de repente se iniciaron los disparos. Algunos se arrastraron a sus celdas pero María escuchó los tiros de gracia, uno por uno”.

Ella quedó con vida y consciente. Reptó lo que pudo. Al borde de la muerte se empapó el dedo de sangre y quiso escribir en la pared de su calabozo nombres y algún Patria o Muerte. Dejar alguna pista. No escribió nombres porque los que alcanzó a ver no tenían identificación. Vio muerta a María Angélica Sabelli.
“Esta yegua está con vida”, alcanzó a escuchar de un uniformado con una calibre 45, ansioso de un remate más. “Le disparó cerca de la cara y sintió que la cabeza le estallaba. Pensó que se moría y no sabe cómo se salvó”, relató Sanguinetti.

Como ni se desmayó, Berger pensó que su parte alemana en la sangre la había salvado. En esa duermevela le pareció que alguien entró como queriendo interrumpir el crimen. María Antonia escuchó el grito fuertísimo de un “¡¿qué pasó acá?!”, que venía de la puerta del pasillo.
Además de Haidar y Camps, en la sala de enfermería vio todavía vivos a Rubén Pedro Bonet y Alberto Kohan.
El balazo le destruyó la mitad de la mandíbula y le dejó una mueca. “Quedó desfigurada como para poder hablar”, graficó Sanguinetti. No hubo ningún tratamiento médico ni apósito ni calmantes. Recién cuando volaron a Bahía Blanca recibieron atención.

Ante el tribunal la mujer desgranó su historia personal, igual y distinta a todas. Precisó que para escaparse del penal había una lista de 121 presos políticos.
Sanguinetti inauguró su vida carcelaria cuando la detuvieron por un atentado frustrado: intentó quemar el palco que compartirían los presidentes Agustín Lanusse y el uruguayo Juan María Bordaberry, para un desfile del 9 de julio. “Me detuvieron en un bar frente al Luna Park y terminé en la comisaría 22. Allí vi a Roberto Quieto terriblemente torturado por su primera detención”. Desde las rejas le gritó que por favor aguantara lo que le esperaba.
Un silencio ocupó el recinto cuando Sanguinetti recordó que la violaron varias veces. “En defensa de mi género debo decir que las guardiacárceles mujeres son mucho más violentas y agresivas que los hombres”, sorprendió.

En febrero de 1972 inauguró el pabellón de presos políticos de la cárcel capitalina, en Chubut. Tenía pistas de su nuevo destino. “Entre las organizaciones se decía que en la Base Zar había un núcleo de élite reforzado y se sabía en esa época que lo más represivo y sanguinario era la Marina, que estaba ahí”. Tras la Masacre el régimen en la U-6 fue mucho más duro.
Como fue costumbre de los testigos que pidió la querella, Sanguinetti deslizó ante los jueces: “Espero que el tribunal sea justo con lo que pasó y juzgue a quienes debe juzgar”.#

Secretos revelados. Sanguinetti escuchó de la propia Berger lo sucedido la madrugada del 22 de agosto y en 2012 tuvo la chance de contárselo al tribunal.
23 AGO 2022 - 16:15

Cuando compartían el baño en la cárcel de Villa Devoto, con señas o papelitos, María Antonia Berger le reconstruyó a Alicia Sanguinetti su versión de los fusilamientos. Berger sobrevivió junto con Ricardo Haidar y Alberto Camps. Según la testigo, esa madrugada no fue la primera en la cual los presos fueron sacados todos juntos y puestos en fila. Y sentían que algo les podía pasar.

Emocionada, Sanguinetti recordó la fuga a medias del penal de Rawson. Tras el 22 de agosto, terminaron juntas con Berger en el pabellón que compartían otras presas políticas. Allí se enteró de todo. “Nos contó la llegada al aeropuerto, la entrega y la negociación”. De cómo terminaron en un bus rumbo a la Base cuando la promesa era regresar a los 19 a la U-6.

De las celdas mínimas y el frío trelewense sin ropa, insultos y algún que otro golpe.
Berger le contó a Sanguinetti que “la mayoría pensaba que no iba a salir con vida de la Base” y que sacarlos a todos de sus celdas para formarlos no era raro, como siempre se dijo. De esa noche “nos contó que fueron despertados y obligados a bajar la cabeza y mirar al piso”.
Berger sospechó lo peor cuando vio puesta una metralleta en la entrada al pasillo, cerca de la mesa donde siempre un marino los vigilaba. “Eso le llamó la atención. Pensó que los querían amedrentar pero sintió que iba a pasar algo fiero. Un militar pasaba y los insultaba cuando de repente se iniciaron los disparos. Algunos se arrastraron a sus celdas pero María escuchó los tiros de gracia, uno por uno”.

Ella quedó con vida y consciente. Reptó lo que pudo. Al borde de la muerte se empapó el dedo de sangre y quiso escribir en la pared de su calabozo nombres y algún Patria o Muerte. Dejar alguna pista. No escribió nombres porque los que alcanzó a ver no tenían identificación. Vio muerta a María Angélica Sabelli.
“Esta yegua está con vida”, alcanzó a escuchar de un uniformado con una calibre 45, ansioso de un remate más. “Le disparó cerca de la cara y sintió que la cabeza le estallaba. Pensó que se moría y no sabe cómo se salvó”, relató Sanguinetti.

Como ni se desmayó, Berger pensó que su parte alemana en la sangre la había salvado. En esa duermevela le pareció que alguien entró como queriendo interrumpir el crimen. María Antonia escuchó el grito fuertísimo de un “¡¿qué pasó acá?!”, que venía de la puerta del pasillo.
Además de Haidar y Camps, en la sala de enfermería vio todavía vivos a Rubén Pedro Bonet y Alberto Kohan.
El balazo le destruyó la mitad de la mandíbula y le dejó una mueca. “Quedó desfigurada como para poder hablar”, graficó Sanguinetti. No hubo ningún tratamiento médico ni apósito ni calmantes. Recién cuando volaron a Bahía Blanca recibieron atención.

Ante el tribunal la mujer desgranó su historia personal, igual y distinta a todas. Precisó que para escaparse del penal había una lista de 121 presos políticos.
Sanguinetti inauguró su vida carcelaria cuando la detuvieron por un atentado frustrado: intentó quemar el palco que compartirían los presidentes Agustín Lanusse y el uruguayo Juan María Bordaberry, para un desfile del 9 de julio. “Me detuvieron en un bar frente al Luna Park y terminé en la comisaría 22. Allí vi a Roberto Quieto terriblemente torturado por su primera detención”. Desde las rejas le gritó que por favor aguantara lo que le esperaba.
Un silencio ocupó el recinto cuando Sanguinetti recordó que la violaron varias veces. “En defensa de mi género debo decir que las guardiacárceles mujeres son mucho más violentas y agresivas que los hombres”, sorprendió.

En febrero de 1972 inauguró el pabellón de presos políticos de la cárcel capitalina, en Chubut. Tenía pistas de su nuevo destino. “Entre las organizaciones se decía que en la Base Zar había un núcleo de élite reforzado y se sabía en esa época que lo más represivo y sanguinario era la Marina, que estaba ahí”. Tras la Masacre el régimen en la U-6 fue mucho más duro.
Como fue costumbre de los testigos que pidió la querella, Sanguinetti deslizó ante los jueces: “Espero que el tribunal sea justo con lo que pasó y juzgue a quienes debe juzgar”.#


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