Una charla casual con tres marinos

Amables pero muy cansados de las fotos y de tener que viajar a Chubut, Sosa, Del Real y Paccagnini prefirieron no hablar de aquella madrugada.

Encuentro en Rawson. Jornada fue el único medio que pudo charlar con los acusados, aunque fueron muy cautos para referirse a su responsabilidad en la histórica causa.
23 AGO 2022 - 16:24 | Actualizado 23 AGO 2022 - 16:32

Y dígame una cosa, ¿la playa todavía tiene esas piedritas que parecen canto rodado o ahora tiene arena en serio?”. Cosas así le interesaron a Emilio Del Real en su regreso al Valle 40 años después del 22 de agosto. Jornada se lo encontró casualmente en una sala lateral del Cine Teatro “José Hernández” de Rawson.
No estaba solo: “Sosa, buenas tardes, cómo le va”, se presentó Luis Emilio y dio la mano, muy educado, con una mirada que perforaba. Llamaban la atención sus labios finísimos y sus ojos: un hilo blanco le recorre el borde de las pupilas, les da un raro efecto rojizo. Si se quisiera alimentar el mito, un militante de izquierda hubiese dicho que su mirada es “tenebrosa”. O que con esa mano que saludó, disparó.

Tanto leer sobre “el capitán Sosa” y está allí, manos en los bolsillos, sonriente y disponible. Pregunta de qué diario es el cronista. Para escuchar la respuesta se inclina y acerca la oreja, como un sordo. “¿Les puede decir que aflojen un poco con las fotos –suspira mientras hace gesto de click con los dedos- al principio me gustó pero ahora ya cansa”. Uno le explica el trabajo de un fotógrafo. Sosa, usted sabe que esto es histórico. No concede. De buena manera pero igual pide que aflojen.

El tercero está sentado. A Rubén Paccagnini el sol del atardecer le pega justo en los ojos. Pálido, encorvado frente a la puerta se cubre el reflejo con la mano, casi una venia militar. Un gusto, dice. Se interesa por el apellido Feldman y pregunta en qué anda esa familia. Los otros dos lo señalan, dicen que él de verdad conocía mucho al fundador de este diario. El exjefe de la Base Almirante Zar de Trelew recordó que fue a su entierro, en el 71. Con una bocha en la mano sería un abuelo más.

Alquilan en Playa Unión. Por eso a Del Real le interesó la arena. Hace cuatro décadas que no hablan con un periodista. Pero ninguno mostró prevención ni eludió la charla cuando lo vieron entrar. Muy alto, Del Real parece amigable, accesible, correcto. “Le agradezco mucho la gentileza pero en el proceso no podemos hablar”, advierte cuando se les ofrece una entrevista mano a mano.

Sosa pone cara de fastidio por única vez, como si hablar no le sirviera. Mira fijo: “Escúcheme, no nos dejan hablar ni entre nosotros y menos durante el juicio”. Es la única referencia a la Masacre. Mejor no insistir para no perder la charla.
-¿Y ustedes cómo están con todo esto?
La respuesta es nada, encogerse de hombros. Más que el juicio los molestó haberse quedado varados en Rawson una tarde de frío y llovizna. Nadie les avisó que una audiencia se suspendía. “Y yo de acá no me voy hasta que el juez no me notifique”, les avisa Sosa, que no quería problemas con la ley. Hacen cuentas y Del Real no puede hacerle entender a Paccagnini que si la audiencia se suspende hay que volver a Chubut.
En eso estaban cuando llegó el juez Enrique Guanziroli, informal, ni saco ni corbata. Se firmó un acta de la suspensión.
El que metió la pata fue otro acusado, Jorge Bautista. Sacó pasajes de avión para él y para su defensor, Gerardo Ibáñez. Pero leyó mal la hora: eran para la tarde del jueves, no para la noche. Se fueron volando, en todo sentido. El resto se enteró sobre el pucho.
En un recinto vacío pero igual con micrófono para que todo quedara grabado, Guanziroli les pidió disculpas e insistió con la necesidad de resguardar las garantías para los marinos. El trío asintió con la cabeza. “Y ahora pueden irse, quedan en libertad”. Sonó raro.
Se levantaron y se pararon en la puerta abierta. Se abrigaron. Usaban traje de telas gruesas.
Sosa sacó un celular, habló a los gritos, llamó un taxi. Estaban acusados de fusilar a 19 jóvenes y enfrentaban una prisión de por vida. Pero hablaban de cualquier otra cosa. No les molestó que el periodista siga allí.
El coche llegó. Paccagnini quedó entusiasmado con la charla por los Feldman. Los recordó en voz alta, algo inconexo a veces. Si de joven fue un militar duro, no quedan rastros.
Del Real dio la mano y agradeció dos veces más.
El capitán Sosa se fue con su aura de mito.
Fue un gusto, señor. “Dígale a la lechuza que me deje de sacar fotos, ya no puedo ni salir a cenar. ¡Y no sabe qué lindo sería irse ahora a comer una parrillada!”.#

Encuentro en Rawson. Jornada fue el único medio que pudo charlar con los acusados, aunque fueron muy cautos para referirse a su responsabilidad en la histórica causa.
23 AGO 2022 - 16:24

Y dígame una cosa, ¿la playa todavía tiene esas piedritas que parecen canto rodado o ahora tiene arena en serio?”. Cosas así le interesaron a Emilio Del Real en su regreso al Valle 40 años después del 22 de agosto. Jornada se lo encontró casualmente en una sala lateral del Cine Teatro “José Hernández” de Rawson.
No estaba solo: “Sosa, buenas tardes, cómo le va”, se presentó Luis Emilio y dio la mano, muy educado, con una mirada que perforaba. Llamaban la atención sus labios finísimos y sus ojos: un hilo blanco le recorre el borde de las pupilas, les da un raro efecto rojizo. Si se quisiera alimentar el mito, un militante de izquierda hubiese dicho que su mirada es “tenebrosa”. O que con esa mano que saludó, disparó.

Tanto leer sobre “el capitán Sosa” y está allí, manos en los bolsillos, sonriente y disponible. Pregunta de qué diario es el cronista. Para escuchar la respuesta se inclina y acerca la oreja, como un sordo. “¿Les puede decir que aflojen un poco con las fotos –suspira mientras hace gesto de click con los dedos- al principio me gustó pero ahora ya cansa”. Uno le explica el trabajo de un fotógrafo. Sosa, usted sabe que esto es histórico. No concede. De buena manera pero igual pide que aflojen.

El tercero está sentado. A Rubén Paccagnini el sol del atardecer le pega justo en los ojos. Pálido, encorvado frente a la puerta se cubre el reflejo con la mano, casi una venia militar. Un gusto, dice. Se interesa por el apellido Feldman y pregunta en qué anda esa familia. Los otros dos lo señalan, dicen que él de verdad conocía mucho al fundador de este diario. El exjefe de la Base Almirante Zar de Trelew recordó que fue a su entierro, en el 71. Con una bocha en la mano sería un abuelo más.

Alquilan en Playa Unión. Por eso a Del Real le interesó la arena. Hace cuatro décadas que no hablan con un periodista. Pero ninguno mostró prevención ni eludió la charla cuando lo vieron entrar. Muy alto, Del Real parece amigable, accesible, correcto. “Le agradezco mucho la gentileza pero en el proceso no podemos hablar”, advierte cuando se les ofrece una entrevista mano a mano.

Sosa pone cara de fastidio por única vez, como si hablar no le sirviera. Mira fijo: “Escúcheme, no nos dejan hablar ni entre nosotros y menos durante el juicio”. Es la única referencia a la Masacre. Mejor no insistir para no perder la charla.
-¿Y ustedes cómo están con todo esto?
La respuesta es nada, encogerse de hombros. Más que el juicio los molestó haberse quedado varados en Rawson una tarde de frío y llovizna. Nadie les avisó que una audiencia se suspendía. “Y yo de acá no me voy hasta que el juez no me notifique”, les avisa Sosa, que no quería problemas con la ley. Hacen cuentas y Del Real no puede hacerle entender a Paccagnini que si la audiencia se suspende hay que volver a Chubut.
En eso estaban cuando llegó el juez Enrique Guanziroli, informal, ni saco ni corbata. Se firmó un acta de la suspensión.
El que metió la pata fue otro acusado, Jorge Bautista. Sacó pasajes de avión para él y para su defensor, Gerardo Ibáñez. Pero leyó mal la hora: eran para la tarde del jueves, no para la noche. Se fueron volando, en todo sentido. El resto se enteró sobre el pucho.
En un recinto vacío pero igual con micrófono para que todo quedara grabado, Guanziroli les pidió disculpas e insistió con la necesidad de resguardar las garantías para los marinos. El trío asintió con la cabeza. “Y ahora pueden irse, quedan en libertad”. Sonó raro.
Se levantaron y se pararon en la puerta abierta. Se abrigaron. Usaban traje de telas gruesas.
Sosa sacó un celular, habló a los gritos, llamó un taxi. Estaban acusados de fusilar a 19 jóvenes y enfrentaban una prisión de por vida. Pero hablaban de cualquier otra cosa. No les molestó que el periodista siga allí.
El coche llegó. Paccagnini quedó entusiasmado con la charla por los Feldman. Los recordó en voz alta, algo inconexo a veces. Si de joven fue un militar duro, no quedan rastros.
Del Real dio la mano y agradeció dos veces más.
El capitán Sosa se fue con su aura de mito.
Fue un gusto, señor. “Dígale a la lechuza que me deje de sacar fotos, ya no puedo ni salir a cenar. ¡Y no sabe qué lindo sería irse ahora a comer una parrillada!”.#


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