Solari Yrigoyen reveló que el jefe de la Base Zar intentó suicidarse tras los fusilamientos del 72

Según relató el exsenador el dato se filtró por un alto militar amigo del fallecido periodista de Puerto Madryn, Héctor “Pepe” Castro. Fue un edecán que esa mañana trágica caminó entre los cadáveres y le confesó que “tuve que aguantar el conato de suicidio” de Rubén Paccagnini.

Perfil. Hipólito, un referente de la lucha contra la represión, y una postal de su testimonio.
23 AGO 2022 - 17:50 | Actualizado 23 AGO 2022 - 17:58

Momentos después de los fusilamientos, el jefe de la Base, el capitán Rubén Paccagnini, intentó suicidarse. Lo reveló en su testimonio el exsenador radical Hipólito Solari Yrigoyen, como testigo e el juicio. El dato no era muy conocido pero consta en la causa.

Una fuente directa del episodio fue el recordado Héctor “Pepe” Castro. El 22 de agosto el periodista intentó ayudar a la esposa de un preso político de la U-6 para que pudieran verse. En Rawson y todavía sin saber de la balacera, Castro le pidió ayuda directamente al mayor Eduardo Borzone, edecán del general Eduardo Betti, jefe militar de la zona. Era su amigo y notó a Borzone muy exaltado, como loco, nerviosísimo. Se señaló las manchas en los borceguíes: “Ahora no te puedo ayudar, ¿sabés que es esto? Sangre”. Esa mañana el edecán había entrado a los calabozos, vio los cadáveres y caminó entre ellos. Escuchó los quejidos de los presos moribundos. “Hasta tuve que aguantar el conato de suicidio del jefe”, le confesó a Castro, en referencia a Paccagnini.

Solari declaró que “felizmente” el jefe de la unidad no se quitó la vida pero que ese dato -que entonces no trascendió oficialmente- “demuestra el malestar en la Base por los fusilamientos”.
El dirigente de la Unión Cívica Radical consideró que la versión de la fuga siempre fue “inverosímil”. Recordó el célebre discurso del contraalmirante Horacio Mayorga, exjefe de Operaciones y superior de Paccagnini. “Dijo que lo hecho bien hecho estaba, como justificando los fusilamientos, y consideró que era lo correcto”. Solari interpretó que el presidente Agustín Lanusse “hizo suya” la versión de la fuga. Y que a esta hipótesis la hizo oficial y la defendió el almirante Hermes Quijada.

Casi 100 personas siguieron el testimonio. Hipólito les dijo a los jueces que Trelew “no fue un hecho aislado” sino otro eslabón de aquella política represiva general y sistemática.
Solari fue amigo del entonces juez federal Alejandro Godoy, quien le dijo que Bautista, autor del sumario militar del episodio, “tuvo procedimientos distintos y que en principio no aceptaba las versiones del intento de fuga”. Godoy fue bajado de apuro del bus de presos en la puerta de la Base. Siempre intentó garantizar la vida de los fusilados, según el testimonio. Con Solari eran vecinos en Puerto Madryn y tras su muerte, la amistad se continúa con su hijo.

Para el testigo, Trelew fue parte de un plan grande, tejido por los militares para quedarse. Recordó a Juan Carlos Onganía (“No tenía capacidad ni para ser concejal suplente” lo definió) para quien los uniformados tenían objetivos pero no plazos. “Tenían ambiciones imperiales”, aseguró el exsenador. Desde su óptica los fusilamientos no se pueden entender sin el proceso represivo y viceversa.

Solari fue muy amigo de Ramón Huidobro, embajador de Chile en Argentina. “Me contó que su gobierno había sufrido muchas presiones de Buenos Aires para que Salvador Allende devolviera a los 6 fugados”. Pero el país trasandino actuó según su tradición de entonces.
El día de la toma del aeropuerto, otro gran amigo, el abogado radical Mario Abel Amaya, estaba allí de casualidad. En ese avión viajaba una sindicalista docente y se debían papeles administrativos.

Ese año Solari defendía al legendario cordobés de Luz y Fuerza, Agustín Tosco que ayudó en la fuga pero prefirió quedarse. La noche del 16 de agosto ya fue imposible que los abogados vieran a sus clientes en la U-6. “Se pasó a un sistema represivo para presos de máxima peligrosidad; Héctor Cámpora levantó ese régimen pero Estela Martínez de Perón lo reimplantó”, describió.
En esos días almorzó con otros abogados en el Hotel Provincial de Rawson. En otra mesa comían militares, entre ellos Leopoldo Fortunato Galtieri. Uno de verde se levantó, avisó por teléfono y enseguida, los abogados cayeron presos sin probar bocado. Los salvó un amparo verbal ante el Juzgado Federal de Rawson. El único que quedó más de cien días preso fue Amaya.

Con las organizaciones armadas “coincidíamos en la defensa de los presos políticos pero no en la aplicación de la violencia. Yo en mi vida usé un arma”. Solari condenó el crimen del guardiacárcel Gregorio Valenzuela durante la fuga.
Tras la Masacre estuvieron un mes sin ver a los presos. Cuando pudieron encontró a un Tosco mucho más flaco y rapado, con uniforme de preso, como nunca antes. “Era un sistema típico de un campo de concentración, cruel, inhumano y degradante”. Hipólito lo supo cuando estuvo preso: perdió 14 kilos por comer un zapallito relleno por día y ni tocar un caldo de grasa que era intomable.

Con el estado de emergencia militar, al menos 2 mil soldados en la zona buscaron cómplices. “Los que estaban presos en la Base, si habían cometido un delito, tendrían que haber sido puestos a disposición de la justicia. Yo pedía para ellos un juicio justo y trato humano”, concluyó Hipólito. #

Perfil. Hipólito, un referente de la lucha contra la represión, y una postal de su testimonio.
23 AGO 2022 - 17:50

Momentos después de los fusilamientos, el jefe de la Base, el capitán Rubén Paccagnini, intentó suicidarse. Lo reveló en su testimonio el exsenador radical Hipólito Solari Yrigoyen, como testigo e el juicio. El dato no era muy conocido pero consta en la causa.

Una fuente directa del episodio fue el recordado Héctor “Pepe” Castro. El 22 de agosto el periodista intentó ayudar a la esposa de un preso político de la U-6 para que pudieran verse. En Rawson y todavía sin saber de la balacera, Castro le pidió ayuda directamente al mayor Eduardo Borzone, edecán del general Eduardo Betti, jefe militar de la zona. Era su amigo y notó a Borzone muy exaltado, como loco, nerviosísimo. Se señaló las manchas en los borceguíes: “Ahora no te puedo ayudar, ¿sabés que es esto? Sangre”. Esa mañana el edecán había entrado a los calabozos, vio los cadáveres y caminó entre ellos. Escuchó los quejidos de los presos moribundos. “Hasta tuve que aguantar el conato de suicidio del jefe”, le confesó a Castro, en referencia a Paccagnini.

Solari declaró que “felizmente” el jefe de la unidad no se quitó la vida pero que ese dato -que entonces no trascendió oficialmente- “demuestra el malestar en la Base por los fusilamientos”.
El dirigente de la Unión Cívica Radical consideró que la versión de la fuga siempre fue “inverosímil”. Recordó el célebre discurso del contraalmirante Horacio Mayorga, exjefe de Operaciones y superior de Paccagnini. “Dijo que lo hecho bien hecho estaba, como justificando los fusilamientos, y consideró que era lo correcto”. Solari interpretó que el presidente Agustín Lanusse “hizo suya” la versión de la fuga. Y que a esta hipótesis la hizo oficial y la defendió el almirante Hermes Quijada.

Casi 100 personas siguieron el testimonio. Hipólito les dijo a los jueces que Trelew “no fue un hecho aislado” sino otro eslabón de aquella política represiva general y sistemática.
Solari fue amigo del entonces juez federal Alejandro Godoy, quien le dijo que Bautista, autor del sumario militar del episodio, “tuvo procedimientos distintos y que en principio no aceptaba las versiones del intento de fuga”. Godoy fue bajado de apuro del bus de presos en la puerta de la Base. Siempre intentó garantizar la vida de los fusilados, según el testimonio. Con Solari eran vecinos en Puerto Madryn y tras su muerte, la amistad se continúa con su hijo.

Para el testigo, Trelew fue parte de un plan grande, tejido por los militares para quedarse. Recordó a Juan Carlos Onganía (“No tenía capacidad ni para ser concejal suplente” lo definió) para quien los uniformados tenían objetivos pero no plazos. “Tenían ambiciones imperiales”, aseguró el exsenador. Desde su óptica los fusilamientos no se pueden entender sin el proceso represivo y viceversa.

Solari fue muy amigo de Ramón Huidobro, embajador de Chile en Argentina. “Me contó que su gobierno había sufrido muchas presiones de Buenos Aires para que Salvador Allende devolviera a los 6 fugados”. Pero el país trasandino actuó según su tradición de entonces.
El día de la toma del aeropuerto, otro gran amigo, el abogado radical Mario Abel Amaya, estaba allí de casualidad. En ese avión viajaba una sindicalista docente y se debían papeles administrativos.

Ese año Solari defendía al legendario cordobés de Luz y Fuerza, Agustín Tosco que ayudó en la fuga pero prefirió quedarse. La noche del 16 de agosto ya fue imposible que los abogados vieran a sus clientes en la U-6. “Se pasó a un sistema represivo para presos de máxima peligrosidad; Héctor Cámpora levantó ese régimen pero Estela Martínez de Perón lo reimplantó”, describió.
En esos días almorzó con otros abogados en el Hotel Provincial de Rawson. En otra mesa comían militares, entre ellos Leopoldo Fortunato Galtieri. Uno de verde se levantó, avisó por teléfono y enseguida, los abogados cayeron presos sin probar bocado. Los salvó un amparo verbal ante el Juzgado Federal de Rawson. El único que quedó más de cien días preso fue Amaya.

Con las organizaciones armadas “coincidíamos en la defensa de los presos políticos pero no en la aplicación de la violencia. Yo en mi vida usé un arma”. Solari condenó el crimen del guardiacárcel Gregorio Valenzuela durante la fuga.
Tras la Masacre estuvieron un mes sin ver a los presos. Cuando pudieron encontró a un Tosco mucho más flaco y rapado, con uniforme de preso, como nunca antes. “Era un sistema típico de un campo de concentración, cruel, inhumano y degradante”. Hipólito lo supo cuando estuvo preso: perdió 14 kilos por comer un zapallito relleno por día y ni tocar un caldo de grasa que era intomable.

Con el estado de emergencia militar, al menos 2 mil soldados en la zona buscaron cómplices. “Los que estaban presos en la Base, si habían cometido un delito, tendrían que haber sido puestos a disposición de la justicia. Yo pedía para ellos un juicio justo y trato humano”, concluyó Hipólito. #


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