La historia del francés desenterrador de indios

El conde La Vaulx organizó la búsqueda de restos óseos de la “Edad de piedra”, con el fin de dilucidar si los “gigantes patagones” que describían las crónicas de los siglos anteriores eran verdaderos o míticos. Su viaje lo plasmó en el libro “Voyage en Patagonie” en 1900.

Cráneo del hijo del cacique de Liempichum y sobrino del cacique Sakamata, Musée de l’Homme, Paris, 2009.
12 JUN 2015 - 21:51 | Actualizado

Una investigación de Julio Esteban Vezub, Doctor en Historia, Investigador Adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Centro Nacional Patagónico, detalla la aventura de Henry de La Vaulx en Patagonia (1896 – 1897).

La historia que narra en “La historicidad escindida de la antropología colonial y la captura de corpus y cuerpos”, y las preguntas que se proponen, adquirieron espesor en el marco de un proyecto sobre la exploración antropológica y el registro documental que realizó el conde Henry de La Vaulx en la Patagonia a fines del siglo XIX.

Introducción (fragmentos)

Presentaré los primeros resultados de la investigación que desarrollamos al inicio de 2009 con un equipo franco-argentino, y que tuvo por base fundamental al Musée du Quai Branly, institución depositaria de los artefactos culturales colectados durante 1896 y 1897, cuando por encargo del Ministerio de Educación de la Tercera República, el conde La Vaulx organizó la búsqueda de restos óseos de la “Edad de piedra”, con el fin de dilucidar si los “gigantes patagones” que describían las crónicas de los siglos anteriores eran verdaderos o míticos. Para ello viajó durante dieciséis meses desde el río Negro hasta Tierra del Fuego.

Además de publicar Voyage en Patagonie en 1900, y presentar conferencias en las principales sociedades científicas de la época, el explorador obtuvo fotografías, y cerca de mil trescientos objetos arqueológicos y etnográficos mediante intercambios, profanaciones y saqueos que también le permitieron reunir especímenes zoológicos, una docena de esqueletos y un centenar de cráneos humanos.

En relación al contexto del viaje, las campañas de anexión nacional de la Patagonia habían concluido en 1885, y las poblaciones mapuche y tehuelche habían perdido su autonomía.

Aunque muy afectadas, lograron sobrevivir a las políticas de exterminio. Si bien las estructuras del parentesco ampliado, reorganizadas como “tribus” subalternas y conducidas por “caciques” no representaban amenazas para la hegemonía estatal, los años noventa atestiguaron los temores y las dificultades de las autoridades argentinas para controlar a los desplazados de la territorialidad originaria.

La ocupación del extremo sur – las provincias actuales de Santa Cruz y Tierra del Fuego – se completaba mediante una combinación de fuerzas estatales y privadas, aprovechando la formación de las estancias, la penetración del capital comercial y el fomento a los inmigrantes transatlánticos, aunque éstos también debían ser normalizados dentro de la nueva configuración social.

La represión pasaba de la esfera militar a la policial, evidenciando que el reemplazo del “desierto” y la “barbarie” por la “civilización” no era tarea de resolución inmediata ni se libraba exclusivamente con armas.

La expansión y el orden eran solidarios con la producción de conocimiento sobre los sometidos, por ello la serie de expediciones naturalistas dentro de la cual debe leerse la misión La Vaulx, iniciada durante la década de 1870 por los argentinos Francisco P. Moreno y Estanislao Zeballos, quienes incluso se anticiparon al avance de las tropas.

Para completar el divorcio entre naturaleza, historia y cultura, la mayor parte de las fotografías obtenidas por La Vaulx se conservan en la Biblioteca Nacional de Francia,bajo la propiedad intelectual de la Sociedad de Geografía, y la documentación de los aspectos oficiales de la misión en los Archivos Nacionales de Francia, regidos por otro reglamento y en otros edificios.

Por su parte, el Museo Nacional de Ciencias Naturales preserva los especímenes zoológicos. Tanto Voyage en Patagonie, editado en 1900 y 1901, como las conferencias dictadas en las sociedades científicas, que La Vaulx pronunció al regresar a Europa, permanecieron en el olvido hasta muy recientemente, sin que los pocos trabajos que se ocuparon de algún aspecto puntual conectaran estas publicaciones con el resto de la documentación, los datos y resultados.

Biopolítica y museografía

El tratamiento integral del registro introduce el problema de las formas no alfabéticas de transmitir conocimientos, comprendida la cultura material dentro de una noción más amplia de la escritura, que incluye al arte parietal y mueble, la oralidad y el territorio como un espacio de inscripción de significados, donde los cementerios formaban parte de una red textual que conectaba familias y generaciones.

Por ello la importancia de haber asociado individuos históricamente concretos y sus osamentas con los envoltorios de cuero, las ofrendas y los ajuares funerarios llevados a Francia, o fotografías como la del padre de Sakamata, el anciano Pitch-a-kaya, que devuelven el “genio” de uno de los jefes más notorios de mediados del siglo XIX.

Los cráneos depositados en el Musée de l’Homme tienen rotuladas inscripciones que detallan dónde fueron obtenidos y en algunos casos a quiénes pertenecieron, o quiénes eran los padres y los tíos del difunto.

La primera comparación con los manuscritos permite pensar que probablemente las anotaciones en los parietales fueron hechas por el propio explorador; la información es indudablemente suya, y remite directamente a la cuestión de la escritura y los regímenes de captura de corpus y de cuerpos.

La colección de restos humanos se comprende entonces como el archivo sobre una sociedad. Pero las dos clases de soportes tuvieron un destino distinto: mientras que los documentos de papel se dispersaron, las osamentas se colocaron en las vitrinas tal como lo había anticipado La Vaulx a los parientes de los muertos.

La fascinación por los cadáveres y el empeño descuartizador de los militares que ayudaron al explorador argentino Estanislao Zeballos también eran evidentes en un capitán que no quería perder la oportunidad de acompañar a La Vaulx a desenterrar tehuelches.

Gracias a las anotaciones en uno de los cráneos del Musée de l’Homme sabemos que el difunto era hijo del cacique Liempichum y sobrino del cacique Sakamata. La identidad del tío se omite en las publicaciones, que sí dan cuenta de la simpatía recíproca que éste tuvo con La Vaulx.

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Cráneo del hijo del cacique de Liempichum y sobrino del cacique Sakamata, Musée de l’Homme, Paris, 2009.
12 JUN 2015 - 21:51

Una investigación de Julio Esteban Vezub, Doctor en Historia, Investigador Adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Centro Nacional Patagónico, detalla la aventura de Henry de La Vaulx en Patagonia (1896 – 1897).

La historia que narra en “La historicidad escindida de la antropología colonial y la captura de corpus y cuerpos”, y las preguntas que se proponen, adquirieron espesor en el marco de un proyecto sobre la exploración antropológica y el registro documental que realizó el conde Henry de La Vaulx en la Patagonia a fines del siglo XIX.

Introducción (fragmentos)

Presentaré los primeros resultados de la investigación que desarrollamos al inicio de 2009 con un equipo franco-argentino, y que tuvo por base fundamental al Musée du Quai Branly, institución depositaria de los artefactos culturales colectados durante 1896 y 1897, cuando por encargo del Ministerio de Educación de la Tercera República, el conde La Vaulx organizó la búsqueda de restos óseos de la “Edad de piedra”, con el fin de dilucidar si los “gigantes patagones” que describían las crónicas de los siglos anteriores eran verdaderos o míticos. Para ello viajó durante dieciséis meses desde el río Negro hasta Tierra del Fuego.

Además de publicar Voyage en Patagonie en 1900, y presentar conferencias en las principales sociedades científicas de la época, el explorador obtuvo fotografías, y cerca de mil trescientos objetos arqueológicos y etnográficos mediante intercambios, profanaciones y saqueos que también le permitieron reunir especímenes zoológicos, una docena de esqueletos y un centenar de cráneos humanos.

En relación al contexto del viaje, las campañas de anexión nacional de la Patagonia habían concluido en 1885, y las poblaciones mapuche y tehuelche habían perdido su autonomía.

Aunque muy afectadas, lograron sobrevivir a las políticas de exterminio. Si bien las estructuras del parentesco ampliado, reorganizadas como “tribus” subalternas y conducidas por “caciques” no representaban amenazas para la hegemonía estatal, los años noventa atestiguaron los temores y las dificultades de las autoridades argentinas para controlar a los desplazados de la territorialidad originaria.

La ocupación del extremo sur – las provincias actuales de Santa Cruz y Tierra del Fuego – se completaba mediante una combinación de fuerzas estatales y privadas, aprovechando la formación de las estancias, la penetración del capital comercial y el fomento a los inmigrantes transatlánticos, aunque éstos también debían ser normalizados dentro de la nueva configuración social.

La represión pasaba de la esfera militar a la policial, evidenciando que el reemplazo del “desierto” y la “barbarie” por la “civilización” no era tarea de resolución inmediata ni se libraba exclusivamente con armas.

La expansión y el orden eran solidarios con la producción de conocimiento sobre los sometidos, por ello la serie de expediciones naturalistas dentro de la cual debe leerse la misión La Vaulx, iniciada durante la década de 1870 por los argentinos Francisco P. Moreno y Estanislao Zeballos, quienes incluso se anticiparon al avance de las tropas.

Para completar el divorcio entre naturaleza, historia y cultura, la mayor parte de las fotografías obtenidas por La Vaulx se conservan en la Biblioteca Nacional de Francia,bajo la propiedad intelectual de la Sociedad de Geografía, y la documentación de los aspectos oficiales de la misión en los Archivos Nacionales de Francia, regidos por otro reglamento y en otros edificios.

Por su parte, el Museo Nacional de Ciencias Naturales preserva los especímenes zoológicos. Tanto Voyage en Patagonie, editado en 1900 y 1901, como las conferencias dictadas en las sociedades científicas, que La Vaulx pronunció al regresar a Europa, permanecieron en el olvido hasta muy recientemente, sin que los pocos trabajos que se ocuparon de algún aspecto puntual conectaran estas publicaciones con el resto de la documentación, los datos y resultados.

Biopolítica y museografía

El tratamiento integral del registro introduce el problema de las formas no alfabéticas de transmitir conocimientos, comprendida la cultura material dentro de una noción más amplia de la escritura, que incluye al arte parietal y mueble, la oralidad y el territorio como un espacio de inscripción de significados, donde los cementerios formaban parte de una red textual que conectaba familias y generaciones.

Por ello la importancia de haber asociado individuos históricamente concretos y sus osamentas con los envoltorios de cuero, las ofrendas y los ajuares funerarios llevados a Francia, o fotografías como la del padre de Sakamata, el anciano Pitch-a-kaya, que devuelven el “genio” de uno de los jefes más notorios de mediados del siglo XIX.

Los cráneos depositados en el Musée de l’Homme tienen rotuladas inscripciones que detallan dónde fueron obtenidos y en algunos casos a quiénes pertenecieron, o quiénes eran los padres y los tíos del difunto.

La primera comparación con los manuscritos permite pensar que probablemente las anotaciones en los parietales fueron hechas por el propio explorador; la información es indudablemente suya, y remite directamente a la cuestión de la escritura y los regímenes de captura de corpus y de cuerpos.

La colección de restos humanos se comprende entonces como el archivo sobre una sociedad. Pero las dos clases de soportes tuvieron un destino distinto: mientras que los documentos de papel se dispersaron, las osamentas se colocaron en las vitrinas tal como lo había anticipado La Vaulx a los parientes de los muertos.

La fascinación por los cadáveres y el empeño descuartizador de los militares que ayudaron al explorador argentino Estanislao Zeballos también eran evidentes en un capitán que no quería perder la oportunidad de acompañar a La Vaulx a desenterrar tehuelches.

Gracias a las anotaciones en uno de los cráneos del Musée de l’Homme sabemos que el difunto era hijo del cacique Liempichum y sobrino del cacique Sakamata. La identidad del tío se omite en las publicaciones, que sí dan cuenta de la simpatía recíproca que éste tuvo con La Vaulx.


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