Volver del infierno: una historia de trata, adicciones y esperanzas

Soledad García encontró una salida para su vida en la venta de bombones. A los 15 años ya conocía el mundo de las drogas y la prostitución. Lo cuenta para ayudar a otros.

Luz. Soledad y su cargamento de bombones, el contrapeso de un duro equipaje personal que pudo superar.
07 DIC 2015 - 22:10 | Actualizado

Por Rolando Tobarez / Twitter: @rtobarez

Quiero contar cómo fue porque me interesa que se sepa”. Soledad García tiene 31 años y vive en el barrio Planta de Gas de Trelew. Le va muy bien con la venta de bombones, tanto que ya está pensando en tener empleados.

Y quiere hablar pero no de su negocio: a sus 15 años quedó atrapada en una noche larga de drogas y hombres. Llegó a quedar internada en Salud Mental, atada y medicada, sin reacción, muerta en vida.

Soledad es parte de la ONG “Restaurando Vidas”, dedicada a los jóvenes con problemas. La entrevista de este diario con Cristóbal Barboza, el dueño de un par de whiskerías y cabarets en Trelew, le recordó su pasado de excesos, alcohol, pastillas, marihuana y cocaína.

Quiere hablar y decir que hay otra vida para los chicos. Alguna vez prometió que si se recuperaba, daría testimonio.

Malas compañías

Soledad era quinceañera y hacía atletismo en la Pista Municipal de Trelew. Hasta que hizo un nuevo grupo de amigas de barrio INTA. “Eran consumidoras y me empezaron a empujar para no ser siempre la tonta; empecé con alcohol y todo pasa muy rápido. El primer quiebre es interior, donde nadie te ve”.

El siguiente escalón fueron los boliches y la violencia con otros grupos de adolescentes. Una falta, dos, hasta que dejó la escuela. “Todo lo malo estaba ahí. Ya no tenía ganas de estudiar, mi mamá fue mi peor enemiga y empecé a irme de la casa. Me ponía esos pequeños límites que ya no me gustaban”.

Su rutina era cualquier hora en la calle, o de casa en casa, tomando mucho. A los 15 tuvo también su primer abuso policial. “Andaba prostituyéndome y un policía me extorsionó. Me dijo ‘Sos menor y si quiero te llevo a la Comisaría y le aviso a tu mamá’. Se me caía la cara de vergüenza. Me llevó a las chacras”.

“Probaba de todo y te va destruyendo la vida. Por eso a veces los adolescentes nos lastimamos, como queriéndole decir algo al mundo. No tenés vida y te guardas en silencio las cosas, con angustia”.

-¿Cómo caés en la prostitución?

-Manipulada por el grupo de las chicas. Siempre está la más grande, la que va primero y te dice qué hacer para conseguir plata o para tomar en el boliche. Hay una prostitución de la que no te das cuenta, como hacerte la novia con los hombres para sacarles bebidas. Eso también es prostituirse. Éramos adolescentes y todo eso lo tenés servido en la noche.

Lo suyo no era ofrecerse en las esquinas. “No lo necesitamos. Las adolescentes caminamos por la plaza, te llama un tipo, te hace señas y listo. En la 25 de Mayo los tipos daban vueltas y nos subíamos a cualquier auto, por plata o drogas. La mayoría no es gente pobre sino grandes señores”. Así conseguían cigarrillos, bebidas y ropa.

A su mamá le mentía todo el tiempo. “Pensaba que iba a bailar y ni se enteraba en qué peligro andaba. Después de muchos años se dio cuenta y cuando me recuperé le empecé a confesar la verdad. A veces no quiere escucharla pero necesito decirle”.

Retroceso

Soledad perdió amigos, muertos por las adicciones. Varias veces quiso suicidarse. Se anotó en el colegio con ganas de cambio. Pero el primer día de clase conoció a otra chica, un imán que la devolvió al punto de partida.

“A la semana nos fuimos a drogar el doble, a reventar. Ella murió al año siguiente pero llorábamos queriendo cambiar. No querés esa vida. A varias chicas conocidas las metí en el consumo. Todo es careta en ese mundo”.

Cuando Soledad ya pensaba en robos a mano armada, un funcionario le dio un trabajo temporario y luego un plan social. “Esa plata limpia me empezó a sacar del ambiente”.

Pero la adicción ya había hecho lo suyo. Tuvo miedo, se sintió perseguida, cargaba en secreto con la muerte de su amiga. Terminó con un psiquiatra.

“Mi familia empieza a vivir un infierno más grave porque mi mamá ni enterada de por qué tenía esa reacción. Los padres a veces no saben que la droga te enloquece”.

Escapar de la trata

Tocó fondo cuando escapó con lo justo de “Las Casitas”, el célebre prostíbulo de Río Gallegos. Fue su peor anécdota, a los 19 años.

Había escapado de Trelew a Comodoro Rivadavia. Dormía en la terminal y en el hospital. “Me fichó una mujer que me hizo zafar de la Policía, fuimos a la costa con un pancho y marihuana. Me dijo que había un lugar donde me iban a dar buena cocaína y que a ella le pagaban por llevarme”.

Llegaron en camión a Gallegos, a una casa de familia, a medianoche. “Me agarra la fiola, me ponen ropa interior y tacos, y me trasladan al prostíbulo esa misma noche. Fue horrible estar en ese lugar de depresión y angustia”.

Querían armarle un DNI falso para cuidarla de la Policía y meterla del todo en la red de trata. “La fiola también me hizo escribirle una carta a mi mamá mintiéndole que estaba bien y que no me buscara, que estaba trabajando de empleada doméstica”. La carta nunca llegó.

De a poco la cosa se puso violenta por amenazas de la “fiola” para que no hablara con la Policía. “Pensaba dónde me había metido. Ninguna chica se iba bien de ahí, todas escapaban”.

Una noche Soledad tomó coraje y corrió. Un conocido del prostíbulo tuvo piedad y la escondió de los dueños. Vagaron y se alejaron del centro, hasta la costa. Luego, de nuevo en camión a Trelew. Los propios camioneros le pedían que se escape. Tenía 19 años pero parecía de menos.

Fe

Soledad terminó medicada e internada en Salud Mental. Varias veces se fue por su cuenta. “No conocía a la gente ni respondía a nada. Una persona medicada no habla, piensa ni sonríe”.

Hasta que un joven del Centro Remar la vistió y le ofreció una oportunidad de rehabilitarse en Rosario. Viajó y le sacaron la medicación.

“Te tenés que aferrar a la fe para salir adelante. Te levantan temprano y te enseñan a trabajar por el prójimo sin un sueldo ni esperar nada a cambio”.

La mantenían ocupada todo el día, fabricando chupetines de chocolate. Hubo recaídas pero de a poco bajaron los temblores de la abstinencia.

Las drogas dejaron de ser la respuesta a cualquier problema. Su cuerpo respondía. Estuvo cinco meses.

En 2008 ingresó a “Restaurando Vidas”. Le ofrecían empezar otra vez en Trelew. “Me llamó la atención porque cargaba con la esta miseria que había hecho. Pesa mucho ocultar tantas cosas malas, que a tu cuerpo lo haya tocado todo el mundo”.

Soledad no quiere más chicos dañados ni abusos de poder de tipos grandes que podrían ser sus padres. “Quiero proteger para que no les pase lo que me pasó. Cuando me drogaba era muy violenta. Hice mucho mal. Si me drogue y no estudié, ¿que pretendía tener? Hay muchos niños de 10 u 11 años que consumen y en Trelew lo tienen servido en bandeja. En mi barrio hay mucha droga. El pibe se recupera o muere. ¿Sabés la cantidad de conocidos muertos que tengo?”.

Metiendo la pata

“Hace años que no tengo recaídas. Lo peor fue la reinserción porque era un desierto social. Sin nada, tenía que conseguir plata y debía decidir si hacía algo malo o bueno”, cuenta Soledad.

No logró ingresar ni a la Policía ni al Ejército. Recordó los chupetines de chocolate, en Rosario. Invirtió 50 pesos y se instaló en la feria popular de la Calle Canal. Luego se dio maña para los bombones.

“Aprendí metiendo la pata porque no hice cursos, no hay nada mejor que ser independiente”, se ríe.

Cada vez gana más y reinvierte en materia prima. En Facebook se llama “Bombones Artesanales Primer Amor”. Nunca pidió ayuda al Gobierno. “No quiero lástima y quizás si me quedaba con un plan social, no hubiera desarrollado este trabajo”.#

Luz. Soledad y su cargamento de bombones, el contrapeso de un duro equipaje personal que pudo superar.
07 DIC 2015 - 22:10

Por Rolando Tobarez / Twitter: @rtobarez

Quiero contar cómo fue porque me interesa que se sepa”. Soledad García tiene 31 años y vive en el barrio Planta de Gas de Trelew. Le va muy bien con la venta de bombones, tanto que ya está pensando en tener empleados.

Y quiere hablar pero no de su negocio: a sus 15 años quedó atrapada en una noche larga de drogas y hombres. Llegó a quedar internada en Salud Mental, atada y medicada, sin reacción, muerta en vida.

Soledad es parte de la ONG “Restaurando Vidas”, dedicada a los jóvenes con problemas. La entrevista de este diario con Cristóbal Barboza, el dueño de un par de whiskerías y cabarets en Trelew, le recordó su pasado de excesos, alcohol, pastillas, marihuana y cocaína.

Quiere hablar y decir que hay otra vida para los chicos. Alguna vez prometió que si se recuperaba, daría testimonio.

Malas compañías

Soledad era quinceañera y hacía atletismo en la Pista Municipal de Trelew. Hasta que hizo un nuevo grupo de amigas de barrio INTA. “Eran consumidoras y me empezaron a empujar para no ser siempre la tonta; empecé con alcohol y todo pasa muy rápido. El primer quiebre es interior, donde nadie te ve”.

El siguiente escalón fueron los boliches y la violencia con otros grupos de adolescentes. Una falta, dos, hasta que dejó la escuela. “Todo lo malo estaba ahí. Ya no tenía ganas de estudiar, mi mamá fue mi peor enemiga y empecé a irme de la casa. Me ponía esos pequeños límites que ya no me gustaban”.

Su rutina era cualquier hora en la calle, o de casa en casa, tomando mucho. A los 15 tuvo también su primer abuso policial. “Andaba prostituyéndome y un policía me extorsionó. Me dijo ‘Sos menor y si quiero te llevo a la Comisaría y le aviso a tu mamá’. Se me caía la cara de vergüenza. Me llevó a las chacras”.

“Probaba de todo y te va destruyendo la vida. Por eso a veces los adolescentes nos lastimamos, como queriéndole decir algo al mundo. No tenés vida y te guardas en silencio las cosas, con angustia”.

-¿Cómo caés en la prostitución?

-Manipulada por el grupo de las chicas. Siempre está la más grande, la que va primero y te dice qué hacer para conseguir plata o para tomar en el boliche. Hay una prostitución de la que no te das cuenta, como hacerte la novia con los hombres para sacarles bebidas. Eso también es prostituirse. Éramos adolescentes y todo eso lo tenés servido en la noche.

Lo suyo no era ofrecerse en las esquinas. “No lo necesitamos. Las adolescentes caminamos por la plaza, te llama un tipo, te hace señas y listo. En la 25 de Mayo los tipos daban vueltas y nos subíamos a cualquier auto, por plata o drogas. La mayoría no es gente pobre sino grandes señores”. Así conseguían cigarrillos, bebidas y ropa.

A su mamá le mentía todo el tiempo. “Pensaba que iba a bailar y ni se enteraba en qué peligro andaba. Después de muchos años se dio cuenta y cuando me recuperé le empecé a confesar la verdad. A veces no quiere escucharla pero necesito decirle”.

Retroceso

Soledad perdió amigos, muertos por las adicciones. Varias veces quiso suicidarse. Se anotó en el colegio con ganas de cambio. Pero el primer día de clase conoció a otra chica, un imán que la devolvió al punto de partida.

“A la semana nos fuimos a drogar el doble, a reventar. Ella murió al año siguiente pero llorábamos queriendo cambiar. No querés esa vida. A varias chicas conocidas las metí en el consumo. Todo es careta en ese mundo”.

Cuando Soledad ya pensaba en robos a mano armada, un funcionario le dio un trabajo temporario y luego un plan social. “Esa plata limpia me empezó a sacar del ambiente”.

Pero la adicción ya había hecho lo suyo. Tuvo miedo, se sintió perseguida, cargaba en secreto con la muerte de su amiga. Terminó con un psiquiatra.

“Mi familia empieza a vivir un infierno más grave porque mi mamá ni enterada de por qué tenía esa reacción. Los padres a veces no saben que la droga te enloquece”.

Escapar de la trata

Tocó fondo cuando escapó con lo justo de “Las Casitas”, el célebre prostíbulo de Río Gallegos. Fue su peor anécdota, a los 19 años.

Había escapado de Trelew a Comodoro Rivadavia. Dormía en la terminal y en el hospital. “Me fichó una mujer que me hizo zafar de la Policía, fuimos a la costa con un pancho y marihuana. Me dijo que había un lugar donde me iban a dar buena cocaína y que a ella le pagaban por llevarme”.

Llegaron en camión a Gallegos, a una casa de familia, a medianoche. “Me agarra la fiola, me ponen ropa interior y tacos, y me trasladan al prostíbulo esa misma noche. Fue horrible estar en ese lugar de depresión y angustia”.

Querían armarle un DNI falso para cuidarla de la Policía y meterla del todo en la red de trata. “La fiola también me hizo escribirle una carta a mi mamá mintiéndole que estaba bien y que no me buscara, que estaba trabajando de empleada doméstica”. La carta nunca llegó.

De a poco la cosa se puso violenta por amenazas de la “fiola” para que no hablara con la Policía. “Pensaba dónde me había metido. Ninguna chica se iba bien de ahí, todas escapaban”.

Una noche Soledad tomó coraje y corrió. Un conocido del prostíbulo tuvo piedad y la escondió de los dueños. Vagaron y se alejaron del centro, hasta la costa. Luego, de nuevo en camión a Trelew. Los propios camioneros le pedían que se escape. Tenía 19 años pero parecía de menos.

Fe

Soledad terminó medicada e internada en Salud Mental. Varias veces se fue por su cuenta. “No conocía a la gente ni respondía a nada. Una persona medicada no habla, piensa ni sonríe”.

Hasta que un joven del Centro Remar la vistió y le ofreció una oportunidad de rehabilitarse en Rosario. Viajó y le sacaron la medicación.

“Te tenés que aferrar a la fe para salir adelante. Te levantan temprano y te enseñan a trabajar por el prójimo sin un sueldo ni esperar nada a cambio”.

La mantenían ocupada todo el día, fabricando chupetines de chocolate. Hubo recaídas pero de a poco bajaron los temblores de la abstinencia.

Las drogas dejaron de ser la respuesta a cualquier problema. Su cuerpo respondía. Estuvo cinco meses.

En 2008 ingresó a “Restaurando Vidas”. Le ofrecían empezar otra vez en Trelew. “Me llamó la atención porque cargaba con la esta miseria que había hecho. Pesa mucho ocultar tantas cosas malas, que a tu cuerpo lo haya tocado todo el mundo”.

Soledad no quiere más chicos dañados ni abusos de poder de tipos grandes que podrían ser sus padres. “Quiero proteger para que no les pase lo que me pasó. Cuando me drogaba era muy violenta. Hice mucho mal. Si me drogue y no estudié, ¿que pretendía tener? Hay muchos niños de 10 u 11 años que consumen y en Trelew lo tienen servido en bandeja. En mi barrio hay mucha droga. El pibe se recupera o muere. ¿Sabés la cantidad de conocidos muertos que tengo?”.

Metiendo la pata

“Hace años que no tengo recaídas. Lo peor fue la reinserción porque era un desierto social. Sin nada, tenía que conseguir plata y debía decidir si hacía algo malo o bueno”, cuenta Soledad.

No logró ingresar ni a la Policía ni al Ejército. Recordó los chupetines de chocolate, en Rosario. Invirtió 50 pesos y se instaló en la feria popular de la Calle Canal. Luego se dio maña para los bombones.

“Aprendí metiendo la pata porque no hice cursos, no hay nada mejor que ser independiente”, se ríe.

Cada vez gana más y reinvierte en materia prima. En Facebook se llama “Bombones Artesanales Primer Amor”. Nunca pidió ayuda al Gobierno. “No quiero lástima y quizás si me quedaba con un plan social, no hubiera desarrollado este trabajo”.#


NOTICIAS RELACIONADAS