Un “tordo” que honró el bisturí

Historias Mínimas, por Ismael Tebes.

09 ENE 2016 - 21:33 | Actualizado

Por Ismael Tebes

Me voy a llevar el bisturí al cajón”. A su manera, con la informalidad del guardapolvo blanco siempre abierto y el atado de “rojitos” en el bolsillo chico recorría los caminados pasillos del Regional. Un pucho detrás de otro, pero con conducta. Ricardo Luis Pettinari nació en Bahía Blanca en el ’48; se recibió como médico generalista en la Universidad de La Plata e hizo su residencia en el Hospital Aeronáutico Centro de Buenos Aires. Llegó a Comodoro Rivadavia como médico cirujano del Regional en 1974. Fue casi vitalicio jefe del Servicio de Cirugía hasta su jubilación en el 2014. Su campo de acción fue la salud pública aunque se reconoce su trabajo en las Clínicas Santa Isabel y de la Asociación Española. El quirófano parecía ser su lugar en el mundo y la medicina, su razón de ser.

Le gustaba leer sobre el tema en cuanto libro llegara a sus manos; era amante de los viajes, coleccionista de sombreros, un tenista muy obstinado; futbolista y rugbier cuando se lo propuso y hasta fundador del prestigioso club Palihue. Extremadamente terco pero, a la vez, determinado para encontrar los “por qué”, solía mostrarse afectivo hasta las fibras pero del mismo modo, solitario.

Aquel que almorzaba religiosamente parrilla con sus colegas médicos cada sábado se convirtió, por esa magia de la sabiduría, en el médico más prestigioso que tuvo la región.

En esa mesa “terapéutica” de La Rastra los doctores Arcioni, Poretti, Yofré, Marcos y los hermanos Endrek avivaban anécdotas; debatían sobre la vida y escapaban (nunca del todo) de su universo de diagnósticos, historias clínicas; tratamientos e intervenciones.

No por bueno –notable- en lo suyo, el “Tordo” dejaba de lado la esencia de los viejos hombres de la medicina. Los que atendían en el pasillo, sin preguntar la obra social; ni medir las cosas por el volumen de facturación. “Petti” fue un doctor solidario, “a la antigua”, curtido en el hospital público pero aggiornado siempre a la más alta tecnología. Sin perder jamás la sensación del “curador”, del profesional que solía atender por igual a cada integrante de la familia. Y por generaciones.

El “Tano” fue un adelantado en el estudio de la hidatidosis. Y sus intervenciones más complejas hasta se presenciaban “en vivo” en el aula de médicos a modo de clase práctica privilegiada. Llegó a exponer un relato oficial sobre el tema en el Congreso Argentino de Cirugía siendo coautor de libros en inglés y español. Fue miembro activo del Colegio Americano de Cirujanos y de la Sociedad Europea de Cirugía. Además se convirtió en el primer médico especializado en cirugía videolaparoscópica con título habilitante.

Salvó tantas vidas que ni llegó a contarlas. Bastaba con un abrazo emocionado o con un saludo en cualquier café de la ciudad para identificar a sus pacientes. De arriba y de abajo, porque las enfermedades no distinguen ricos de pobres.

Se le envidiaba su facilidad para ir más allá de los estudios clínicos. Mirar una placa o un análisis le bastaba para determinar cuán complejo era el problema. La intuición, o el ojo clínico, nunca fallaban. Quizás un aspecto de la profesión que no se encontraba en los libros; que no respondía a ninguna técnica pero que se había aprendido de tanto pelearle a los traumas. Otro pucho y a operar; un alto en Hotty’s y a la vuelta, algo más de consultorio y pase de sala.

Le llovieron elogios en su despedida. “Era el Favaloro de Comodoro”; “Ya no quedan médicos así”; “Me salvó la vida a mí y a mis hijos”. Se fue dejando un legado a sus discípulos a quienes inculcó la más humana de las facetas. Sanar el dolor sin bolsillos, acariciando el alma. El “Tano” Pettinari sí que honró su profesión en la tierra.

09 ENE 2016 - 21:33

Por Ismael Tebes

Me voy a llevar el bisturí al cajón”. A su manera, con la informalidad del guardapolvo blanco siempre abierto y el atado de “rojitos” en el bolsillo chico recorría los caminados pasillos del Regional. Un pucho detrás de otro, pero con conducta. Ricardo Luis Pettinari nació en Bahía Blanca en el ’48; se recibió como médico generalista en la Universidad de La Plata e hizo su residencia en el Hospital Aeronáutico Centro de Buenos Aires. Llegó a Comodoro Rivadavia como médico cirujano del Regional en 1974. Fue casi vitalicio jefe del Servicio de Cirugía hasta su jubilación en el 2014. Su campo de acción fue la salud pública aunque se reconoce su trabajo en las Clínicas Santa Isabel y de la Asociación Española. El quirófano parecía ser su lugar en el mundo y la medicina, su razón de ser.

Le gustaba leer sobre el tema en cuanto libro llegara a sus manos; era amante de los viajes, coleccionista de sombreros, un tenista muy obstinado; futbolista y rugbier cuando se lo propuso y hasta fundador del prestigioso club Palihue. Extremadamente terco pero, a la vez, determinado para encontrar los “por qué”, solía mostrarse afectivo hasta las fibras pero del mismo modo, solitario.

Aquel que almorzaba religiosamente parrilla con sus colegas médicos cada sábado se convirtió, por esa magia de la sabiduría, en el médico más prestigioso que tuvo la región.

En esa mesa “terapéutica” de La Rastra los doctores Arcioni, Poretti, Yofré, Marcos y los hermanos Endrek avivaban anécdotas; debatían sobre la vida y escapaban (nunca del todo) de su universo de diagnósticos, historias clínicas; tratamientos e intervenciones.

No por bueno –notable- en lo suyo, el “Tordo” dejaba de lado la esencia de los viejos hombres de la medicina. Los que atendían en el pasillo, sin preguntar la obra social; ni medir las cosas por el volumen de facturación. “Petti” fue un doctor solidario, “a la antigua”, curtido en el hospital público pero aggiornado siempre a la más alta tecnología. Sin perder jamás la sensación del “curador”, del profesional que solía atender por igual a cada integrante de la familia. Y por generaciones.

El “Tano” fue un adelantado en el estudio de la hidatidosis. Y sus intervenciones más complejas hasta se presenciaban “en vivo” en el aula de médicos a modo de clase práctica privilegiada. Llegó a exponer un relato oficial sobre el tema en el Congreso Argentino de Cirugía siendo coautor de libros en inglés y español. Fue miembro activo del Colegio Americano de Cirujanos y de la Sociedad Europea de Cirugía. Además se convirtió en el primer médico especializado en cirugía videolaparoscópica con título habilitante.

Salvó tantas vidas que ni llegó a contarlas. Bastaba con un abrazo emocionado o con un saludo en cualquier café de la ciudad para identificar a sus pacientes. De arriba y de abajo, porque las enfermedades no distinguen ricos de pobres.

Se le envidiaba su facilidad para ir más allá de los estudios clínicos. Mirar una placa o un análisis le bastaba para determinar cuán complejo era el problema. La intuición, o el ojo clínico, nunca fallaban. Quizás un aspecto de la profesión que no se encontraba en los libros; que no respondía a ninguna técnica pero que se había aprendido de tanto pelearle a los traumas. Otro pucho y a operar; un alto en Hotty’s y a la vuelta, algo más de consultorio y pase de sala.

Le llovieron elogios en su despedida. “Era el Favaloro de Comodoro”; “Ya no quedan médicos así”; “Me salvó la vida a mí y a mis hijos”. Se fue dejando un legado a sus discípulos a quienes inculcó la más humana de las facetas. Sanar el dolor sin bolsillos, acariciando el alma. El “Tano” Pettinari sí que honró su profesión en la tierra.