El mullah Ahmad Jan, un próspero vendedor de alfombras orientales en un bazar de Kabul antes de que descubriera su vocación político-religiosa, fue el hombre al que Carlos Bulgheroni fue a ver a Afganistán a mediados de los ’90, interesado en construir un gasoducto que pasaba por las desiertas y peligrosas tierras dominadas por el Talibán, uno de los grupos más radicalizados de aquel país.
Después de viajar por esa inhóspita tierra, reunirse con jefes tribales y convencerlos de que era un gran negocio para todos dejar pasar el gasoducto de casi 1.500 kilómetros de extensión entre Turkmenistán y Pakistán, Ahmad Jan se tomó un avión con otros jefes talibán y viajó a Buenos Aires a visitar a Bulgheroni.
El presidente de Bridas los recibió en una lujosa oficina sobre la Avenida del Libertador. “Durante una semana los talibán recorrieron la empresa, que incluía operaciones petroleras en el sur del país. Les mostraron todo para terminar con la islámica desconfianza, parte de su naturaleza”, escribió en una crónica en el diario Clarín de aquellos años la periodista María Laura Avignolo.
El negocio que estaba en juego era la construcción de un gasoducto de1.492 kilómetros desde Turkmenistán hasta Pakistán, vía la montañosa e inaccesible Afganistán. La obra iba a costar 2.500 millones de dólares.
El proyecto se proponía unir los campos de gas de Turkmenistán, donde Bridas había descubierto una gigantesca reserva gasífera.
Pero en el verano afgano de 1995 apareció una inesperada contrincante: la norteamericana Unocal, que contaba con el respaldo norteamericano, que había apoyado ampliamente a los mujaidines islámicos con entrenamiento, dinero y armas en su batalla contra la invasión soviética en Afganistán.
Bridas inició un juicio a Unocal por obstrucción de negocios. Y luego, cuando al final se frustró el gasoducto, inició acciones legales a Turkmenistán.
Unos años antes, Bulgheroni convenció al presidente turkmeno Niyazov que era posible construir un gasoducto vía Afganistán para sus recién descubiertas riquezas de gas y petróleo.
Fue el primer empresario occidental que abrió una oficina en Kabul, con empleados argentinos, turkmenos y afganos. Comenzó una operación de lobby sobre todas las partes del conflicto: desde el entonces presidente Rabbani y comandante Massud del gobierno central, hasta los talibán en el sur.
En avión y en camioneta recorrió docenas de veces los 700 kilómetros que atravesaría el gasoducto en Afganistán por un camino quebrado y difícil, con rutas destruidas por 40 años de guerra y abandono, recordó Avignolo en su nota de Clarín.
Bulgheroni se entrevistó con todas las tribus. Sólo quedaron afuera los súper radicalizados. Hasta se encontró por única vez con el mullah Omar, líder máximo de los talibán, protector y suegro de Osama bin Laden. Él fue quien dio la última palabra para que se firmara el contrato con Bridas por los derechos de tránsito, ante la desesperación de la americana Unocal.
Hasta finales del 98, Bulgheroni creyó que el proyecto era posible pese al juicio con la empresa de EE.UU. y titánicas discusiones con el gobierno de Turkmenistán y Arabia Saudita, que iba a financiar el proyecto cuando los grandes bancos se retiraron.
Para 1999, Bin Laden ya se había instalado su cuartel terrorista en Afganistán y la situación política se complicó. Bulgheroni nunca vio a Bin Laden pero su presencia era omnipresente en la vida del país.
El negocio se frustró, cerró la oficina de Bridas en Kabul y partió con el dolor de no haber podido cerrar lo que él consideraba el mayor negocio de su vida.
El mullah Ahmad Jan, un próspero vendedor de alfombras orientales en un bazar de Kabul antes de que descubriera su vocación político-religiosa, fue el hombre al que Carlos Bulgheroni fue a ver a Afganistán a mediados de los ’90, interesado en construir un gasoducto que pasaba por las desiertas y peligrosas tierras dominadas por el Talibán, uno de los grupos más radicalizados de aquel país.
Después de viajar por esa inhóspita tierra, reunirse con jefes tribales y convencerlos de que era un gran negocio para todos dejar pasar el gasoducto de casi 1.500 kilómetros de extensión entre Turkmenistán y Pakistán, Ahmad Jan se tomó un avión con otros jefes talibán y viajó a Buenos Aires a visitar a Bulgheroni.
El presidente de Bridas los recibió en una lujosa oficina sobre la Avenida del Libertador. “Durante una semana los talibán recorrieron la empresa, que incluía operaciones petroleras en el sur del país. Les mostraron todo para terminar con la islámica desconfianza, parte de su naturaleza”, escribió en una crónica en el diario Clarín de aquellos años la periodista María Laura Avignolo.
El negocio que estaba en juego era la construcción de un gasoducto de1.492 kilómetros desde Turkmenistán hasta Pakistán, vía la montañosa e inaccesible Afganistán. La obra iba a costar 2.500 millones de dólares.
El proyecto se proponía unir los campos de gas de Turkmenistán, donde Bridas había descubierto una gigantesca reserva gasífera.
Pero en el verano afgano de 1995 apareció una inesperada contrincante: la norteamericana Unocal, que contaba con el respaldo norteamericano, que había apoyado ampliamente a los mujaidines islámicos con entrenamiento, dinero y armas en su batalla contra la invasión soviética en Afganistán.
Bridas inició un juicio a Unocal por obstrucción de negocios. Y luego, cuando al final se frustró el gasoducto, inició acciones legales a Turkmenistán.
Unos años antes, Bulgheroni convenció al presidente turkmeno Niyazov que era posible construir un gasoducto vía Afganistán para sus recién descubiertas riquezas de gas y petróleo.
Fue el primer empresario occidental que abrió una oficina en Kabul, con empleados argentinos, turkmenos y afganos. Comenzó una operación de lobby sobre todas las partes del conflicto: desde el entonces presidente Rabbani y comandante Massud del gobierno central, hasta los talibán en el sur.
En avión y en camioneta recorrió docenas de veces los 700 kilómetros que atravesaría el gasoducto en Afganistán por un camino quebrado y difícil, con rutas destruidas por 40 años de guerra y abandono, recordó Avignolo en su nota de Clarín.
Bulgheroni se entrevistó con todas las tribus. Sólo quedaron afuera los súper radicalizados. Hasta se encontró por única vez con el mullah Omar, líder máximo de los talibán, protector y suegro de Osama bin Laden. Él fue quien dio la última palabra para que se firmara el contrato con Bridas por los derechos de tránsito, ante la desesperación de la americana Unocal.
Hasta finales del 98, Bulgheroni creyó que el proyecto era posible pese al juicio con la empresa de EE.UU. y titánicas discusiones con el gobierno de Turkmenistán y Arabia Saudita, que iba a financiar el proyecto cuando los grandes bancos se retiraron.
Para 1999, Bin Laden ya se había instalado su cuartel terrorista en Afganistán y la situación política se complicó. Bulgheroni nunca vio a Bin Laden pero su presencia era omnipresente en la vida del país.
El negocio se frustró, cerró la oficina de Bridas en Kabul y partió con el dolor de no haber podido cerrar lo que él consideraba el mayor negocio de su vida.