Uno desde el archivo

Historias el crimen.

13 AGO 2016 - 20:56 | Actualizado

Por Daniel Schulman

El comisario retirado junto con mi amigo, se encontraban en la mesa de un café con vista al mar. Se veían algunas ballenas danzando, echando agua hacia arriba, dando brincos y piruetas para el deleite de todos los curiosos. El sol ya estaba pegando, síntoma de que sería un día caluroso.

Los vi a los dos antes de entrar al bar, desde la vereda. Con un movimiento de cabeza nos saludamos y al momento de llegar frente a ellos ya habían acomodado una silla y me habían pedido un café.

“No me podía ir sin ver las ballenas”, dijo el comisario retirado devenido escritor antes de saludarme afectuosamente. “Es un espectáculo único. Es una maravilla. Tienen una provincia hermosa”, sentenció al final. “Gracias. Es hermoso Chubut”, le dije mientras me sentaba. “¿Ya había andado por la zona con anterioridad?”. “No. Pero siempre tuve ganas. Era una materia pendiente. La única materia pendiente que me queda es ponerme el traje de madera. Ya la tengo muy caminada a la vida, pibe. Y la verdad que con toda sinceridad me puedo ir tranquilo… Lo mejor que me ha pasado en la vida, aparte de mi mujer y mis hijos, ha sido el hecho de poder dar tranquilidad a los familiares de las víctimas. Poder encontrar a algún homicida y recolectar los indicios y las pruebas para se probara su culpabilidad. Fijate que antes el sistema judicial era diferente. Se laburaba de otra manera. Y la época en que me tocó laburar fue muy especial, porque el contexto político era muy candente. Había mucha pica, mucha rosca, mucho quilombo, ¿viste? A mí me tocó laburar en el caso del bombardeo a la Plaza, el cañoneo a la sede de la Alianza Libertadora Nacionalista, laburé con el mítico Meneses, lo vi detenido a Alfredo Palacios… Qué se yo… Era tremenda la época”.

Se reclinó un poco en su silla y le dio un sorbo largo al café, haciendo una pausa de esas que hacen los que saben generar expectativa, los que saben cómo ir haciendo que el interlocutor se quede con ganas de más y quede esperando que siga, sin interrumpirlo. Son esos silencios que anteceden a una buena charla y ahí don Plácido, dejando pasar el café para mirar hacia afuera y volverse hacia mí, sabiendo que esperaba algo de él.

“Nunca volví a ver nada igual. Fue tremendo. Ese caso fue tremendo. Yo siempre dije que ese caso fue la Libertadora a escala pequeña. El peronismo y el antiperonismo en una pelea acérrima que se cobró una vida, pero que más tarde se cobraría muchísimas. El caso tuvo su punta de ovillo de la manera más azarosa posible. Fue tremendo.

“Todo empezó con un paquete con olor a podrido ahí por la zona del Riachuelo. Lo encontraron unos pibes creo, unos pibes que andaban jugando por ahí, año 55 estoy hablando, y los pibes andaban jugando y encontraron un paquete flotando y cuando abrieron el paquete, que estaba armado con bolsas de arpillera, papeles de diario, atado con hilo sisal, encontaron un torso y un par de extremidades.

“Como a la semana un ciruja encuentra un paquete muy similar con una cabeza, una pierna, y no me acuerdo cuántas cosas más. Era todo un rompecabezas humano. Era tremendo. Nunca había visto algo así y nunca volví a ver nada igual. Era una cosa de locos.

“Los médicos forenses fueron los grandes héroes de la historia. Lo que hicieron fue tratar de reconstruir el cuerpo de la persona, que se determinó que era mujer, que tenía arreglos en algunas muelas, y que había tenido una operación en la clavícula, no me acuerdo si la derecha o la izquierda. Con esa información buscamos en todos los hospitales, hasta que dimos con el Argerich, que guardaba muy prolijamente toda su información: había un registro de 25 mujeres que se habían operado la clavícula y determinamos que al menos 24 seguían vivas. Faltaba una. Y no aparecía. Y al final concluímos que era la muerta. Y con eso ya la mujer tenía nombre. Y cuando tenés el nombre tenés gente que la conoció.

“Así que nos empapamos de su derrotero de vida. Paraguaya, había vivido en Mar del Plata, ubicamos una hermana, laburaba como empleada en una casa de familia en Barracas. Tenía varios novios. Andaba con varios tipos en simultáneo según dijo la hermana. Así que los ubicamos a todos. Muchos pudieron probar que hacía tiempo que no tenían nada con la flaca. Menos uno, que no aparecía por ningún lado: ese que no aparecía era el hijo del matrimonio que empleaba a la mujer. Y tenían un romance.

“La cuestión fue que al tipo lo ubicamos en un tren, cuando estaba llegando a Mar del Plata. Teníamos la orden de detención así que lo llevamos detenido a lo que luego fue conocido como el Departamento Central de Policía. Ahí el tipo era una hoja seca. Se empapaba en mocos y lágrimas. Lloraba desconsoladamente.

“Y como suele pasar en estos casos, todo empezó con mucho amor y terminó con mucho odio. Viste que dicen que del amor al odio hay un paso. Acá hubo una carta. El fulano leyó una carta de la mujer que le había escrito otro tipo, y se volvió loco. Se trenzaron, la empujó, cayó al suelo, y se murió. Y después la descuartizó. Y esparció sus restos en esos paquetes que se encontraron.

“Fue tremendo. No me acuerdo qué fue lo que pesó más como prueba para incriminarlo. Le dieron primero como 20 años y después le bajaron la pena. Y después el fulano este escribió un libro desde la cárcel. Estuvo detenido en la vieja Penitenciaría Nacional, y luego siguió su vida normalmente. Se lo conoció al caso como el descuartizador de Barracas. Y la piba creo que se llamaba Alcira. Pobre flaca… Fue tremendo…”.

Se quedó un rato pensativo y se levantó de la silla. “¿Me llevás?”, le preguntó a mi amigo, quien sin decir nada se levantó y buscó en el bolsillo unos billetes. “Dejá, pago yo”, dijo don Plácido, quien me abrazó y se despidió, para no volver a verlo jamás.

Don Plácido Donato murió el 7 de julio del 2016. Fue un oficial de la Policía Federal Argentina y terminó sus días de servicio a cargo de la revista Mundo Policial. Tuvo mucha intervención en casos muy resonantes y luego de su retiro se volcó a la literatura, convirtiéndose en escritor. Publicó varios libros, entre el que destaca Memorias de un comisario, el cual recomiendo su lectura muy efusivamente.

Nunca lo conocí personalmente.

Que valgan estos dos escritos en su homenaje.#

13 AGO 2016 - 20:56

Por Daniel Schulman

El comisario retirado junto con mi amigo, se encontraban en la mesa de un café con vista al mar. Se veían algunas ballenas danzando, echando agua hacia arriba, dando brincos y piruetas para el deleite de todos los curiosos. El sol ya estaba pegando, síntoma de que sería un día caluroso.

Los vi a los dos antes de entrar al bar, desde la vereda. Con un movimiento de cabeza nos saludamos y al momento de llegar frente a ellos ya habían acomodado una silla y me habían pedido un café.

“No me podía ir sin ver las ballenas”, dijo el comisario retirado devenido escritor antes de saludarme afectuosamente. “Es un espectáculo único. Es una maravilla. Tienen una provincia hermosa”, sentenció al final. “Gracias. Es hermoso Chubut”, le dije mientras me sentaba. “¿Ya había andado por la zona con anterioridad?”. “No. Pero siempre tuve ganas. Era una materia pendiente. La única materia pendiente que me queda es ponerme el traje de madera. Ya la tengo muy caminada a la vida, pibe. Y la verdad que con toda sinceridad me puedo ir tranquilo… Lo mejor que me ha pasado en la vida, aparte de mi mujer y mis hijos, ha sido el hecho de poder dar tranquilidad a los familiares de las víctimas. Poder encontrar a algún homicida y recolectar los indicios y las pruebas para se probara su culpabilidad. Fijate que antes el sistema judicial era diferente. Se laburaba de otra manera. Y la época en que me tocó laburar fue muy especial, porque el contexto político era muy candente. Había mucha pica, mucha rosca, mucho quilombo, ¿viste? A mí me tocó laburar en el caso del bombardeo a la Plaza, el cañoneo a la sede de la Alianza Libertadora Nacionalista, laburé con el mítico Meneses, lo vi detenido a Alfredo Palacios… Qué se yo… Era tremenda la época”.

Se reclinó un poco en su silla y le dio un sorbo largo al café, haciendo una pausa de esas que hacen los que saben generar expectativa, los que saben cómo ir haciendo que el interlocutor se quede con ganas de más y quede esperando que siga, sin interrumpirlo. Son esos silencios que anteceden a una buena charla y ahí don Plácido, dejando pasar el café para mirar hacia afuera y volverse hacia mí, sabiendo que esperaba algo de él.

“Nunca volví a ver nada igual. Fue tremendo. Ese caso fue tremendo. Yo siempre dije que ese caso fue la Libertadora a escala pequeña. El peronismo y el antiperonismo en una pelea acérrima que se cobró una vida, pero que más tarde se cobraría muchísimas. El caso tuvo su punta de ovillo de la manera más azarosa posible. Fue tremendo.

“Todo empezó con un paquete con olor a podrido ahí por la zona del Riachuelo. Lo encontraron unos pibes creo, unos pibes que andaban jugando por ahí, año 55 estoy hablando, y los pibes andaban jugando y encontraron un paquete flotando y cuando abrieron el paquete, que estaba armado con bolsas de arpillera, papeles de diario, atado con hilo sisal, encontaron un torso y un par de extremidades.

“Como a la semana un ciruja encuentra un paquete muy similar con una cabeza, una pierna, y no me acuerdo cuántas cosas más. Era todo un rompecabezas humano. Era tremendo. Nunca había visto algo así y nunca volví a ver nada igual. Era una cosa de locos.

“Los médicos forenses fueron los grandes héroes de la historia. Lo que hicieron fue tratar de reconstruir el cuerpo de la persona, que se determinó que era mujer, que tenía arreglos en algunas muelas, y que había tenido una operación en la clavícula, no me acuerdo si la derecha o la izquierda. Con esa información buscamos en todos los hospitales, hasta que dimos con el Argerich, que guardaba muy prolijamente toda su información: había un registro de 25 mujeres que se habían operado la clavícula y determinamos que al menos 24 seguían vivas. Faltaba una. Y no aparecía. Y al final concluímos que era la muerta. Y con eso ya la mujer tenía nombre. Y cuando tenés el nombre tenés gente que la conoció.

“Así que nos empapamos de su derrotero de vida. Paraguaya, había vivido en Mar del Plata, ubicamos una hermana, laburaba como empleada en una casa de familia en Barracas. Tenía varios novios. Andaba con varios tipos en simultáneo según dijo la hermana. Así que los ubicamos a todos. Muchos pudieron probar que hacía tiempo que no tenían nada con la flaca. Menos uno, que no aparecía por ningún lado: ese que no aparecía era el hijo del matrimonio que empleaba a la mujer. Y tenían un romance.

“La cuestión fue que al tipo lo ubicamos en un tren, cuando estaba llegando a Mar del Plata. Teníamos la orden de detención así que lo llevamos detenido a lo que luego fue conocido como el Departamento Central de Policía. Ahí el tipo era una hoja seca. Se empapaba en mocos y lágrimas. Lloraba desconsoladamente.

“Y como suele pasar en estos casos, todo empezó con mucho amor y terminó con mucho odio. Viste que dicen que del amor al odio hay un paso. Acá hubo una carta. El fulano leyó una carta de la mujer que le había escrito otro tipo, y se volvió loco. Se trenzaron, la empujó, cayó al suelo, y se murió. Y después la descuartizó. Y esparció sus restos en esos paquetes que se encontraron.

“Fue tremendo. No me acuerdo qué fue lo que pesó más como prueba para incriminarlo. Le dieron primero como 20 años y después le bajaron la pena. Y después el fulano este escribió un libro desde la cárcel. Estuvo detenido en la vieja Penitenciaría Nacional, y luego siguió su vida normalmente. Se lo conoció al caso como el descuartizador de Barracas. Y la piba creo que se llamaba Alcira. Pobre flaca… Fue tremendo…”.

Se quedó un rato pensativo y se levantó de la silla. “¿Me llevás?”, le preguntó a mi amigo, quien sin decir nada se levantó y buscó en el bolsillo unos billetes. “Dejá, pago yo”, dijo don Plácido, quien me abrazó y se despidió, para no volver a verlo jamás.

Don Plácido Donato murió el 7 de julio del 2016. Fue un oficial de la Policía Federal Argentina y terminó sus días de servicio a cargo de la revista Mundo Policial. Tuvo mucha intervención en casos muy resonantes y luego de su retiro se volcó a la literatura, convirtiéndose en escritor. Publicó varios libros, entre el que destaca Memorias de un comisario, el cual recomiendo su lectura muy efusivamente.

Nunca lo conocí personalmente.

Que valgan estos dos escritos en su homenaje.#