Entre enemigos

Opinión/Los supuestos básicos.

08 OCT 2016 - 20:54 | Actualizado

Por Daniela Patricia Almirón

Me gustan las mandarinas. Sí, mucho. También me gustan esas mandarinas más grandes y más sabrosas, las bergamotas. A mi papá le encantaban y sé que las conozco porque él las elegía y las llevaba a mi casa. Su piel es tan aromática que se usa como esencia en muchos productos y tengo un detector de esa fragancia. Así en un perfume, donde esa nota es sobresaliente, que siempre elijo y uso.

En mi trabajo, que pasa lo que pasa en la vida misma, las personas se sientan en pie de guerra. El deseo de hacer desaparecer al otro suele ser tan fuerte a veces. Los miro y me pregunto ¿cómo pudieron llegar a sentir esas emociones? Cómo podemos en lo cotidiano portar esas emociones tan invasivas negativamente, tan destructivas. Esto es lo que pasa, y con mi trabajo y con el de cientos de mediadores en el mundo y en simultáneo, que estiramos brazos, manos, dedos, como un puente, a cruzar y entregar y recibir una emoción distinta.

En mi fundamentalismo de mediación y cine, mi ojo acecha sobre aquello que lo conmueve y moviliza. Por eso “Mandarinas”. Un film georgiano del año 2013.

Hace frío. Aunque está todo muy verde. Un hombre sentado a su mesa, una casa rústica, en el campo. Los utensilios de la cocina son sencillos, fuertes y sólidos. La cocina a leña despide humo, calor y vapor de la tetera que hay encima con agua caliente, presta para un té. También hay una gran olla, conteniendo lo que aparenta ser una comida caliente. Hay un plato rebosante con unos trozos de pan grandes y de aspecto apetitoso.

Ese hombre es un estonio. A su derecha se encuentra sentado un georgiano, y a su izquierda y enfrentado al anterior, un checheno, más precisamente un mercenario de chechenos.

Junto al fuego está Margus, quien cultiva mandarinas. El del centro de la mesa es carpintero. Con amoroso afán hace cajones para contener las mandarinas.

Ahora está sentado ahí entre los dos hombres a quienes les ha salvado la vida luego de un accidente y tiroteo feroz frente a la puerta de su hogar, entre dos enemigos declarados. El georgiano se opone a la independencia de Abjasia, poblada de estonios, el checheno los combate. Ivo, el dueño de casa, es estonio. Su casa es estonia. Esa mesa es estonia. Y los dos enemigos están obligados a un terreno neutral. El pacto de Ivo con ambos ha sido que no se matarán bajo su techo.

El georgiano es actor e hijo único. El checheno cobra por pelear y matar. Corre el año 1992, guerras coletazos de la caída del muro de Berlín, y una nueva Rusia.

Ivo ha creado un contexto de paz obligada. No sólo eso, que se ven signados a convivir, compartir la mesa, el té, el pan, el guiso, las mandarinas.

En el convivir hay diálogo, enojos, reclamos, conocerse.

Ante la siguiente situación de ataque, ambos protegerán la casa del estonio. Se han diluido fronteras, nacionalidades, ideologías, religión. El checheno practica el Islam. El georgiano es cristiano ortodoxo. Margus le había preguntado antes a su amigo Ivo, “¿confías en ellos?, ¿Por qué no?”, le había respondido.

Hace pocos días un amigo bibliotecario y poeta él, me trae a cuento “Siete Ratones ciegos” de Ed Young. Un texto ilustrado pensado para niños, precioso. Ese texto es una adaptación de una parábola hindú, tomada por el budismo, y otras religiones, como también alguna versión moderna. Ya sea de ratones o monjes. En alguna capacitación de mediación sé que la conocí.

En el caso de los ratones, cada uno de un color diferente, dice el cuento que “Un buen día, siete ratones ciegos encontraron “Algo Muy Raro” al lado de su charca. ¿Qué es?- exclamaron sorprendidos y todos corrieron hacia casa-. El lunes, el ratón Rojo fue el primero en salir a descubrir. -Es un pilar-dijo, pero nadie le creyó. Un día tras otro, uno de los ratones se fue acercando a “Algo Muy Raro” y regresaba convencido de haber resuelto el misterio, pero nunca se ponían de acuerdo: para un ratón era un pilar, para otro una serpiente, para otro ratón era un acantilado, una lanza para el siguiente, un abanico dijo otro ratón, una cuerda! Hasta que el último día, el séptimo ratón, el Blanco recorre el “Algo Muy Raro” de cabo a rabo, de arriba abajo y de un extremo al otro y concluye diciendo que es “¡un elefante!”, y que todos tenían una parte de razón. Dado que cada parte hacía que fuese un elefante”. En esta adaptación, culmina con una «Moraleja ratoneja: Si sólo conoces por partes dirás siempre tonterías; pero si puedes ver el todo, hablarás con sabiduría».

Esta historia es usada en muchos ámbitos: comunicación, trabajo en equipo, negociación, matemáticas, en física y en biología, y también es citada en una que otra novela.

La esencia de la metáfora es ¿qué capacidad tenemos para ver el todo? Para mirar en 360 grados. Si sólo vemos partes, inconexas, desprendidas, nos genera una percepción errónea y sesgada, recortada. ¿Qué capacidad tenemos para mirar con un ojo amplio? En polifónico.

Ivo, al enterrar al georgiano con la ayuda del checheno, junto a su hijo muerto en esa guerra, escucha que le pregunta el mercenario ¿te das cuenta que estás enterrando al georgiano junto a tu hijo?, Ivo le responde, qué importancia tiene, ¿es acaso importante eso?

Percibir el mundo, lo que nos rodea, nuestras pequeñas y vitales cotidianeidades, con una mirada amplia, inclusiva, cordial, no es muy difícil. La opción más cercana parece ser opinar, juzgar, imputar, desde esa partecita que vemos y no avanzar más, no vaya a ser que recorrer terreno desconocido nos ponga en riesgo, en crisis, nos encuentre con el enemigo.

El ratón blanco invitó a los otros a recorrer el elefante, a dejarse deslizar por el lomo, colgarse de la cola y la trompa, balancearse en el colmillo y columpiarse en las orejas.

Todos supieron que la suma de de las partes era un tremendo y sabio elefante.

Ojalá tengamos como el personaje de Ivo, la capacidad de ver el todo con humanidad, bajo un techo neutral que permita conocernos, y en el conocernos, advertir que podemos aceptarnos. Para convivir en paz, con el que tenemos al lado, con ese se empieza. Con quien está más cerquita.#

Daniela Patricia Almirón es abogada, mediadora

08 OCT 2016 - 20:54

Por Daniela Patricia Almirón

Me gustan las mandarinas. Sí, mucho. También me gustan esas mandarinas más grandes y más sabrosas, las bergamotas. A mi papá le encantaban y sé que las conozco porque él las elegía y las llevaba a mi casa. Su piel es tan aromática que se usa como esencia en muchos productos y tengo un detector de esa fragancia. Así en un perfume, donde esa nota es sobresaliente, que siempre elijo y uso.

En mi trabajo, que pasa lo que pasa en la vida misma, las personas se sientan en pie de guerra. El deseo de hacer desaparecer al otro suele ser tan fuerte a veces. Los miro y me pregunto ¿cómo pudieron llegar a sentir esas emociones? Cómo podemos en lo cotidiano portar esas emociones tan invasivas negativamente, tan destructivas. Esto es lo que pasa, y con mi trabajo y con el de cientos de mediadores en el mundo y en simultáneo, que estiramos brazos, manos, dedos, como un puente, a cruzar y entregar y recibir una emoción distinta.

En mi fundamentalismo de mediación y cine, mi ojo acecha sobre aquello que lo conmueve y moviliza. Por eso “Mandarinas”. Un film georgiano del año 2013.

Hace frío. Aunque está todo muy verde. Un hombre sentado a su mesa, una casa rústica, en el campo. Los utensilios de la cocina son sencillos, fuertes y sólidos. La cocina a leña despide humo, calor y vapor de la tetera que hay encima con agua caliente, presta para un té. También hay una gran olla, conteniendo lo que aparenta ser una comida caliente. Hay un plato rebosante con unos trozos de pan grandes y de aspecto apetitoso.

Ese hombre es un estonio. A su derecha se encuentra sentado un georgiano, y a su izquierda y enfrentado al anterior, un checheno, más precisamente un mercenario de chechenos.

Junto al fuego está Margus, quien cultiva mandarinas. El del centro de la mesa es carpintero. Con amoroso afán hace cajones para contener las mandarinas.

Ahora está sentado ahí entre los dos hombres a quienes les ha salvado la vida luego de un accidente y tiroteo feroz frente a la puerta de su hogar, entre dos enemigos declarados. El georgiano se opone a la independencia de Abjasia, poblada de estonios, el checheno los combate. Ivo, el dueño de casa, es estonio. Su casa es estonia. Esa mesa es estonia. Y los dos enemigos están obligados a un terreno neutral. El pacto de Ivo con ambos ha sido que no se matarán bajo su techo.

El georgiano es actor e hijo único. El checheno cobra por pelear y matar. Corre el año 1992, guerras coletazos de la caída del muro de Berlín, y una nueva Rusia.

Ivo ha creado un contexto de paz obligada. No sólo eso, que se ven signados a convivir, compartir la mesa, el té, el pan, el guiso, las mandarinas.

En el convivir hay diálogo, enojos, reclamos, conocerse.

Ante la siguiente situación de ataque, ambos protegerán la casa del estonio. Se han diluido fronteras, nacionalidades, ideologías, religión. El checheno practica el Islam. El georgiano es cristiano ortodoxo. Margus le había preguntado antes a su amigo Ivo, “¿confías en ellos?, ¿Por qué no?”, le había respondido.

Hace pocos días un amigo bibliotecario y poeta él, me trae a cuento “Siete Ratones ciegos” de Ed Young. Un texto ilustrado pensado para niños, precioso. Ese texto es una adaptación de una parábola hindú, tomada por el budismo, y otras religiones, como también alguna versión moderna. Ya sea de ratones o monjes. En alguna capacitación de mediación sé que la conocí.

En el caso de los ratones, cada uno de un color diferente, dice el cuento que “Un buen día, siete ratones ciegos encontraron “Algo Muy Raro” al lado de su charca. ¿Qué es?- exclamaron sorprendidos y todos corrieron hacia casa-. El lunes, el ratón Rojo fue el primero en salir a descubrir. -Es un pilar-dijo, pero nadie le creyó. Un día tras otro, uno de los ratones se fue acercando a “Algo Muy Raro” y regresaba convencido de haber resuelto el misterio, pero nunca se ponían de acuerdo: para un ratón era un pilar, para otro una serpiente, para otro ratón era un acantilado, una lanza para el siguiente, un abanico dijo otro ratón, una cuerda! Hasta que el último día, el séptimo ratón, el Blanco recorre el “Algo Muy Raro” de cabo a rabo, de arriba abajo y de un extremo al otro y concluye diciendo que es “¡un elefante!”, y que todos tenían una parte de razón. Dado que cada parte hacía que fuese un elefante”. En esta adaptación, culmina con una «Moraleja ratoneja: Si sólo conoces por partes dirás siempre tonterías; pero si puedes ver el todo, hablarás con sabiduría».

Esta historia es usada en muchos ámbitos: comunicación, trabajo en equipo, negociación, matemáticas, en física y en biología, y también es citada en una que otra novela.

La esencia de la metáfora es ¿qué capacidad tenemos para ver el todo? Para mirar en 360 grados. Si sólo vemos partes, inconexas, desprendidas, nos genera una percepción errónea y sesgada, recortada. ¿Qué capacidad tenemos para mirar con un ojo amplio? En polifónico.

Ivo, al enterrar al georgiano con la ayuda del checheno, junto a su hijo muerto en esa guerra, escucha que le pregunta el mercenario ¿te das cuenta que estás enterrando al georgiano junto a tu hijo?, Ivo le responde, qué importancia tiene, ¿es acaso importante eso?

Percibir el mundo, lo que nos rodea, nuestras pequeñas y vitales cotidianeidades, con una mirada amplia, inclusiva, cordial, no es muy difícil. La opción más cercana parece ser opinar, juzgar, imputar, desde esa partecita que vemos y no avanzar más, no vaya a ser que recorrer terreno desconocido nos ponga en riesgo, en crisis, nos encuentre con el enemigo.

El ratón blanco invitó a los otros a recorrer el elefante, a dejarse deslizar por el lomo, colgarse de la cola y la trompa, balancearse en el colmillo y columpiarse en las orejas.

Todos supieron que la suma de de las partes era un tremendo y sabio elefante.

Ojalá tengamos como el personaje de Ivo, la capacidad de ver el todo con humanidad, bajo un techo neutral que permita conocernos, y en el conocernos, advertir que podemos aceptarnos. Para convivir en paz, con el que tenemos al lado, con ese se empieza. Con quien está más cerquita.#

Daniela Patricia Almirón es abogada, mediadora