Por Daniel Schulman / Psicólogo forense
Noche. Joda. Farándula. Alcohol. Joda. Noche. Farándula. Frivolidad. Poder político. Jet set. Joda. Noche. Alcohol. Poder Político. Y muerte.
El Cielo y Trump(s) no están tan lejos uno del otro, aunque cueste creerlo. Uno y otro tienen un pasado en común, cuando no un presente, y ese pasado los une, relaciona, y determina.
Así empieza esta historia, con esos dos personajes o lugares. Trump(s) por un lado. Y el Cielo por el otro. Conjugados con todo ese cóctel de quilombo, descontrol, y excesos, que mencioné al principio. Imagínese si algo bueno puede salir con toda esa maraña de cosas en esos dos lugares. En efecto, nada bueno. De hecho, el resultado fue la muerte.
El magnicidio
No estoy hablando de Donald Trump, flamante ganador de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. No. Y tampoco estoy hablando del Cielo bíblico (o Paraíso).
Estoy hablando de dos escenarios secundarios que no fueron la escena del crimen, pero bien fueron puntos de contacto: Trumps y el Cielo eran dos boliches, propiedad del Rey de la noche porteña, Armando “Poli” Armentano.
“El Rey”, como solían llamarlo varios; “la marioneta que nunca quiso ser”, lo llamaron luego algunos otros.
Su última cena la compartió con Guillermo Cóppola y “Ramoncito” Hernández, hoy un ilustre desconocido, pero en aquella década fue el poderoso secretario privado de Carlos Menem.
Guillermo Cóppola, por otro lado, aún tenía su estrella con brillo y la lustraba con fruición a diario: se venía el Mundial de Fútbol y el esperadísimo regreso de Diego Armando Maradona (a quien representaba y de quien era socio), luego de algunos varios meses de inactividad. Toda una sensación nacional.
Así que las vinculaciones de Poli tenían que ver con eso: con la política frívola de los años 90 y con las personalidades farandulescas. La tranquera que dividió política de espectáculos se vio bastante permeable en aquellos años, y Poli de alguna manera fue causa o consecuencia de ello.
Hasta se habló de un romance con “Zulemita” Menem, cuestión que fue enérgicamente negada por él, y hasta llegó a decir que era un dolor de cabeza que ella fuera a sus boliches porque tenían que llevar adelante todo un operativo de seguridad que le jodía bastante.
Cambalache
También fueron casi en simultáneo todos los escándalos del famoso jarrón de Cóppola y el pulular cotidiano de Samantha Farjat y Natalia Denegri por el programa de un periodista deportivo devenido en “algo raro”, Mauro Viale.
Era todo un cambalache de quilombo frívolo, donde el poder político, los dueños de la noche, la joda, y los excesos se mezclaban, generando un combo explosivo. Y está claro que hay cosas que no se mezclan, y cuando no se mezclan, también explotan. Como le pasó a Poli.
El tiro del final
A Poli Armentano lo mataron de un tiro en la cabeza mientras intentaba ingresar al edificio donde vivía en la ciudad de Buenos Aires en el año 1994, a eso de las 5:00 AM de una madrugada de abril, luego de haber cenado con los mencionados personajes. Luego de su muerte, que acaeció dos días después, ya hospitalizado, no se los vio juntos a Cóppola y a Hernández. No hubo más acercamientos o lo disimularon muy bien.
La cuestión es que Poli la peleó hasta el final: fueron dos los testigos que lo vieron tambalearse, a la hora señalada, intentando entrar en el edificio, ya con la bala alojada en el cráneo, e intentar llegar a la puerta del departamento. El reguero de sangre que dejó en el camino fue prueba de ello.
Y su muerte quedó sin condenados. Se tuvieron tres pistas de investigación, la cuales ninguna arrojó ningún resultado positivo, ni mucho menos imputados.
Todos los sospechosos fueron sistemáticamente descartados por falta de méritos.
Mucho se habló luego de su muerte respecto de una presunta vinculación al narcotráfico elevado a una esfera altísima gubernamental.
Hacia el momento de su muerte, Armentano andaba con ganas de comprar otros dos boliches: Caix y Pachá, dos establecimientos de moda que harían juego con los dos suyos. Y también tenía planeado construir otra cuestión de esparcimiento en la costanera norte.
La hipótesis más fuerte tenía que ver con que Poli se había vuelto molesto para algunos narcos, porque no quería distribuir droga en sus boliches. Y que por eso lo mataron. Casi se podría decir que lo mataron por honesto.
Judicialmente, nunca se supo de qué se habló ni en qué consistió su última cena, ya que Cóppola y Ramón Hernández jamás fueron citados a declarar en el marco de la investigación. Hasta se llegó a considerar que algo tenían que ver con la hipótesis del narcotráfico, pero jamás se dilucidó tal cuestión.
El Mundial 94, la Reforma Constitucional de ese año, y otras cuestiones político – faranduleras más, llevaron su muerte al olvido.
El Rey de la noche, el que supo unir a Trumps con el Cielo, el que de noche era buscado y saludado por todos, murió rodeado del cálido fragor de las personas más importantes: su familia.
Por Daniel Schulman / Psicólogo forense
Noche. Joda. Farándula. Alcohol. Joda. Noche. Farándula. Frivolidad. Poder político. Jet set. Joda. Noche. Alcohol. Poder Político. Y muerte.
El Cielo y Trump(s) no están tan lejos uno del otro, aunque cueste creerlo. Uno y otro tienen un pasado en común, cuando no un presente, y ese pasado los une, relaciona, y determina.
Así empieza esta historia, con esos dos personajes o lugares. Trump(s) por un lado. Y el Cielo por el otro. Conjugados con todo ese cóctel de quilombo, descontrol, y excesos, que mencioné al principio. Imagínese si algo bueno puede salir con toda esa maraña de cosas en esos dos lugares. En efecto, nada bueno. De hecho, el resultado fue la muerte.
El magnicidio
No estoy hablando de Donald Trump, flamante ganador de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. No. Y tampoco estoy hablando del Cielo bíblico (o Paraíso).
Estoy hablando de dos escenarios secundarios que no fueron la escena del crimen, pero bien fueron puntos de contacto: Trumps y el Cielo eran dos boliches, propiedad del Rey de la noche porteña, Armando “Poli” Armentano.
“El Rey”, como solían llamarlo varios; “la marioneta que nunca quiso ser”, lo llamaron luego algunos otros.
Su última cena la compartió con Guillermo Cóppola y “Ramoncito” Hernández, hoy un ilustre desconocido, pero en aquella década fue el poderoso secretario privado de Carlos Menem.
Guillermo Cóppola, por otro lado, aún tenía su estrella con brillo y la lustraba con fruición a diario: se venía el Mundial de Fútbol y el esperadísimo regreso de Diego Armando Maradona (a quien representaba y de quien era socio), luego de algunos varios meses de inactividad. Toda una sensación nacional.
Así que las vinculaciones de Poli tenían que ver con eso: con la política frívola de los años 90 y con las personalidades farandulescas. La tranquera que dividió política de espectáculos se vio bastante permeable en aquellos años, y Poli de alguna manera fue causa o consecuencia de ello.
Hasta se habló de un romance con “Zulemita” Menem, cuestión que fue enérgicamente negada por él, y hasta llegó a decir que era un dolor de cabeza que ella fuera a sus boliches porque tenían que llevar adelante todo un operativo de seguridad que le jodía bastante.
Cambalache
También fueron casi en simultáneo todos los escándalos del famoso jarrón de Cóppola y el pulular cotidiano de Samantha Farjat y Natalia Denegri por el programa de un periodista deportivo devenido en “algo raro”, Mauro Viale.
Era todo un cambalache de quilombo frívolo, donde el poder político, los dueños de la noche, la joda, y los excesos se mezclaban, generando un combo explosivo. Y está claro que hay cosas que no se mezclan, y cuando no se mezclan, también explotan. Como le pasó a Poli.
El tiro del final
A Poli Armentano lo mataron de un tiro en la cabeza mientras intentaba ingresar al edificio donde vivía en la ciudad de Buenos Aires en el año 1994, a eso de las 5:00 AM de una madrugada de abril, luego de haber cenado con los mencionados personajes. Luego de su muerte, que acaeció dos días después, ya hospitalizado, no se los vio juntos a Cóppola y a Hernández. No hubo más acercamientos o lo disimularon muy bien.
La cuestión es que Poli la peleó hasta el final: fueron dos los testigos que lo vieron tambalearse, a la hora señalada, intentando entrar en el edificio, ya con la bala alojada en el cráneo, e intentar llegar a la puerta del departamento. El reguero de sangre que dejó en el camino fue prueba de ello.
Y su muerte quedó sin condenados. Se tuvieron tres pistas de investigación, la cuales ninguna arrojó ningún resultado positivo, ni mucho menos imputados.
Todos los sospechosos fueron sistemáticamente descartados por falta de méritos.
Mucho se habló luego de su muerte respecto de una presunta vinculación al narcotráfico elevado a una esfera altísima gubernamental.
Hacia el momento de su muerte, Armentano andaba con ganas de comprar otros dos boliches: Caix y Pachá, dos establecimientos de moda que harían juego con los dos suyos. Y también tenía planeado construir otra cuestión de esparcimiento en la costanera norte.
La hipótesis más fuerte tenía que ver con que Poli se había vuelto molesto para algunos narcos, porque no quería distribuir droga en sus boliches. Y que por eso lo mataron. Casi se podría decir que lo mataron por honesto.
Judicialmente, nunca se supo de qué se habló ni en qué consistió su última cena, ya que Cóppola y Ramón Hernández jamás fueron citados a declarar en el marco de la investigación. Hasta se llegó a considerar que algo tenían que ver con la hipótesis del narcotráfico, pero jamás se dilucidó tal cuestión.
El Mundial 94, la Reforma Constitucional de ese año, y otras cuestiones político – faranduleras más, llevaron su muerte al olvido.
El Rey de la noche, el que supo unir a Trumps con el Cielo, el que de noche era buscado y saludado por todos, murió rodeado del cálido fragor de las personas más importantes: su familia.