El misterio de Norma Mirta Penjerek

Historias del crimen.

04 MAR 2017 - 21:07 | Actualizado 30 SEP 2022 - 17:30

Por  Daniel Schulman  /  Especial para Jornada

Hay toda una generación de argentinos que nunca oyeron hablar de Norma Mirta Penjerek, esa joven de 16 años que desapareció sin dejar rastros aquel fatídico 29 de mayo de 1962, cuando nuestro país se debatía entre democracias y dictaduras militares.
Por aquel entonces, nuestro presidente era José María Guido, el primer presidente patagónico de la Historia Argentina, quien había accedido al poder gracias a un golpe militar contra Arturo Frondizi, pero con ribetes tragicómicos, ya que Guido los “primereó” y asumió él antes que algún milico jurara como tal. Toda una cosa loca que supimos conseguir.
Pero volvamos a Norma Mirta. Ella desapareció un día por la tarde, habiéndose ausentado de su casa para dirigirse a sus clases de inglés. Ella vivía en Flores, en un departamento de clase media, junto a sus padres. Todos eran de religión judía y practicantes devotos de la misma. No tenía hermanos.    
Y hacia la tarde – noche de aquel 29 de mayo, ella no regresó nunca más a su casa. Sus padres, al ver que no llegaba, comenzaron todo un raid de llamadas telefónicas, búsquedas a pie por el barrio, y patrullas con vecinos y familiares, hasta que hicieron la denuncia policial.
A partir de ahí, pasaron más de 45 días hasta que hubo una nueva noticia que movilizara un poco el caso: un cadáver de una mujer que apareció enterrado en el barro, en la localidad bonaerense de Lavallol, a unos cuantos kilómetros de la Capital Federal, y por aquel entonces, casi despoblado. Hoy Lavallol tiene una gran cantidad de pobladores, pero en aquellos días el casco poblacional se concentraba en las inmediaciones de la estación de tren.
El cuerpo fue hallado por un tipo que paseaba el perro. Y la identificación se hizo a partir de un fragmento de huella dactilar y de las piezas dentales, ya que la descomposición del mismo estaba muy avanzada. Pero hubo un detalle, o dos, que nunca fueron aclarados: el cuerpo medía 10 centímetros más que Norma Mirta, la pilcha que tenía puesta no fue reconocida como propia por los padres, y el médico que hizo la autopsia médico – legal afirmó que el cuerpo encontrado se correspondía al de una mujer de unos treinta años.
Eran muchas las diferencias que había con la humanidad de Norma Mirta. Amén de toda esa cuestión, el cuerpo fue legalmente declarado como el de Norma Mirta, y enterrado en el cementerio de La Tablada en un nicho, bajo el nombre de ella. A partir de allí, sus padres se fueron de Flores.
La investigación, que fue bastante deficiente durante la inspección del lugar del hallazgo, durante el primer año no arrojó ningún resultado.
Tuvo que pasar un año hasta que apareció una punta de ovillo, que ubicaba como sospechoso a un zapatero, un tipo común y corriente, de apellido Vecchio, que se lo sindicaba como capo maffia y organizador de orgías y tratante de blancas, como anteriormente se llamaba a la actual trata de personas.
La hipótesis era que el fulano este la había secuestrado, drogado, obligado a participar en orgías, y luego matado. Todo había empezado porque una prostituta lanzó el dardo y desde allí todo parecía encajar de acuerdo a esa versión.
El proceso que lo tuvo como imputado duró unos cuantos meses, hasta que Vecchio fue liberado y sobreseído por falta de mérito, como se llamaba la figura jurídica en esa época.
Vecchio no tenía nada que ver. Todo fue una farsa orquestada por otro fulano que le tenía bronca y había intentado manchar el buen nombre del zapatero, quien al momento de su liberación afirmó jocosamente que nunca había vendido tantos zapatos en su vida. Al menos se lo tomó de buen humor.
Lentamente el caso fue cayendo en el olvido. Sus padres dejaron de visitar la tumba. Muchos de sus tíos se fueron a vivir al extranjero, como Israel. Y a mediados de la década del 70 el caso se cerró definitivamente.
Nunca se supo a ciencia cierta qué pasó con Norma Mirta.
Antes del cierre del caso, un periodista en franco ascenso, de apellido Neustadt, lanzó la hipótesis de que el caso tenía conexión con el secuestro de Eichmann, y que la desaparición de Norma Mirta fue una represalia de grupos de ultraderecha, ya que se decía que había sido el papá de la desparecida quien había aportado el dato de dónde se encontraba el nazi fugitivo, y había avisado al servicio de inteligencia israelí de eso.
La hipótesis no encontró asidero, y la desaparición de Mirta pasó de la sección de policiales a los libros de historia.
Hace pocos años, el único pariente de Norma Mirta que vive en Argentina, un primo, cuando se cumplieron 50 años de la desaparición, contó que el caso no tuvo que ver con Eichmann, sino que el matrimonio Penjerek eran unos sayamin (colaboradores) del Mossad y que llegó un momento en que tenían que preservar la vida de su hija y la enviaron a Israel, a un kibutz donde la cuidaron familiares.    
Esta versión se la confirmó al primo de Norma Mirta un tío, que una vez le dijo que sí, que tanto él como su exesposa habían cuidado a una sobrina argentina y que luego esta piba (la edad coincidía con la de Mirta) se cambió el nombre y nunca más se supo de ella.
Y también le dijo que sí, que el papá de Norma Mirta colaboraba con el Mossad, cuestión que es bastante potable, ya que el matrimonio siempre estuvo medio acogotado de guita pero se daban sus buenos viajes por el mundo con mucha frecuencia.
Restaría hacer un análisis de ADN entre este primo y el cuerpo que aún yace en el cementerio de La Tablada, para ver si hay relación.
Al día de hoy, el caso de Norma Mirta Penjerek sigue siendo un completo misterio, y como tal, aún sigue siendo algo potable para escribir.
Y también para leer.#

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04 MAR 2017 - 21:07

Por  Daniel Schulman  /  Especial para Jornada

Hay toda una generación de argentinos que nunca oyeron hablar de Norma Mirta Penjerek, esa joven de 16 años que desapareció sin dejar rastros aquel fatídico 29 de mayo de 1962, cuando nuestro país se debatía entre democracias y dictaduras militares.
Por aquel entonces, nuestro presidente era José María Guido, el primer presidente patagónico de la Historia Argentina, quien había accedido al poder gracias a un golpe militar contra Arturo Frondizi, pero con ribetes tragicómicos, ya que Guido los “primereó” y asumió él antes que algún milico jurara como tal. Toda una cosa loca que supimos conseguir.
Pero volvamos a Norma Mirta. Ella desapareció un día por la tarde, habiéndose ausentado de su casa para dirigirse a sus clases de inglés. Ella vivía en Flores, en un departamento de clase media, junto a sus padres. Todos eran de religión judía y practicantes devotos de la misma. No tenía hermanos.    
Y hacia la tarde – noche de aquel 29 de mayo, ella no regresó nunca más a su casa. Sus padres, al ver que no llegaba, comenzaron todo un raid de llamadas telefónicas, búsquedas a pie por el barrio, y patrullas con vecinos y familiares, hasta que hicieron la denuncia policial.
A partir de ahí, pasaron más de 45 días hasta que hubo una nueva noticia que movilizara un poco el caso: un cadáver de una mujer que apareció enterrado en el barro, en la localidad bonaerense de Lavallol, a unos cuantos kilómetros de la Capital Federal, y por aquel entonces, casi despoblado. Hoy Lavallol tiene una gran cantidad de pobladores, pero en aquellos días el casco poblacional se concentraba en las inmediaciones de la estación de tren.
El cuerpo fue hallado por un tipo que paseaba el perro. Y la identificación se hizo a partir de un fragmento de huella dactilar y de las piezas dentales, ya que la descomposición del mismo estaba muy avanzada. Pero hubo un detalle, o dos, que nunca fueron aclarados: el cuerpo medía 10 centímetros más que Norma Mirta, la pilcha que tenía puesta no fue reconocida como propia por los padres, y el médico que hizo la autopsia médico – legal afirmó que el cuerpo encontrado se correspondía al de una mujer de unos treinta años.
Eran muchas las diferencias que había con la humanidad de Norma Mirta. Amén de toda esa cuestión, el cuerpo fue legalmente declarado como el de Norma Mirta, y enterrado en el cementerio de La Tablada en un nicho, bajo el nombre de ella. A partir de allí, sus padres se fueron de Flores.
La investigación, que fue bastante deficiente durante la inspección del lugar del hallazgo, durante el primer año no arrojó ningún resultado.
Tuvo que pasar un año hasta que apareció una punta de ovillo, que ubicaba como sospechoso a un zapatero, un tipo común y corriente, de apellido Vecchio, que se lo sindicaba como capo maffia y organizador de orgías y tratante de blancas, como anteriormente se llamaba a la actual trata de personas.
La hipótesis era que el fulano este la había secuestrado, drogado, obligado a participar en orgías, y luego matado. Todo había empezado porque una prostituta lanzó el dardo y desde allí todo parecía encajar de acuerdo a esa versión.
El proceso que lo tuvo como imputado duró unos cuantos meses, hasta que Vecchio fue liberado y sobreseído por falta de mérito, como se llamaba la figura jurídica en esa época.
Vecchio no tenía nada que ver. Todo fue una farsa orquestada por otro fulano que le tenía bronca y había intentado manchar el buen nombre del zapatero, quien al momento de su liberación afirmó jocosamente que nunca había vendido tantos zapatos en su vida. Al menos se lo tomó de buen humor.
Lentamente el caso fue cayendo en el olvido. Sus padres dejaron de visitar la tumba. Muchos de sus tíos se fueron a vivir al extranjero, como Israel. Y a mediados de la década del 70 el caso se cerró definitivamente.
Nunca se supo a ciencia cierta qué pasó con Norma Mirta.
Antes del cierre del caso, un periodista en franco ascenso, de apellido Neustadt, lanzó la hipótesis de que el caso tenía conexión con el secuestro de Eichmann, y que la desaparición de Norma Mirta fue una represalia de grupos de ultraderecha, ya que se decía que había sido el papá de la desparecida quien había aportado el dato de dónde se encontraba el nazi fugitivo, y había avisado al servicio de inteligencia israelí de eso.
La hipótesis no encontró asidero, y la desaparición de Mirta pasó de la sección de policiales a los libros de historia.
Hace pocos años, el único pariente de Norma Mirta que vive en Argentina, un primo, cuando se cumplieron 50 años de la desaparición, contó que el caso no tuvo que ver con Eichmann, sino que el matrimonio Penjerek eran unos sayamin (colaboradores) del Mossad y que llegó un momento en que tenían que preservar la vida de su hija y la enviaron a Israel, a un kibutz donde la cuidaron familiares.    
Esta versión se la confirmó al primo de Norma Mirta un tío, que una vez le dijo que sí, que tanto él como su exesposa habían cuidado a una sobrina argentina y que luego esta piba (la edad coincidía con la de Mirta) se cambió el nombre y nunca más se supo de ella.
Y también le dijo que sí, que el papá de Norma Mirta colaboraba con el Mossad, cuestión que es bastante potable, ya que el matrimonio siempre estuvo medio acogotado de guita pero se daban sus buenos viajes por el mundo con mucha frecuencia.
Restaría hacer un análisis de ADN entre este primo y el cuerpo que aún yace en el cementerio de La Tablada, para ver si hay relación.
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