Historias del crimen/ Pasión sin compasión

Por Daniel Schulman, especial para Jornada.

El Hotel de Inmigrantes guarda historias misteriosas de Buenos Aires.
01 ABR 2017 - 21:39 | Actualizado

Por Daniel Shulman  /  Psicólogo forense

Uno a veces tiende a creer que los homicidios pasionales son cosa de la Posmodernidad, que como la gente está cada vez más loca (o al menos se tiene esa creencia o percepción distorsionada) la locura se gana más víctimas ahora que antes. Y eso en realidad no es así. O al menos no es tan así como se cree…
 La locura existe desde que el humano es humano, y desde que la cultura es cultura. Y así, con esos dos elementos que no son sin el otro, la locura, siempre a fuerza de balas y acero se ganó alguna que otra víctima. Pero claro, uno se olvida, la gente en general nos olvidamos de estas cosas; son casos que quedan en el olvido, y así como eso sucede y no son reeditados, la imposición del presente nos hace pensar erróneamente acerca del pasado.
 El problema que tenemos con estos casos viejos de los que les hablo es que algunos trascienden y han sido recogidos por la crónica de antaño. Otros, menos conocidos, han quedado en el olvido, ocupando lugar en algún depósito convertidos en expedientes judiciales a la espera de que algún investigador, historiador, o simple curioso, los rescate de ese limbo de tierra y papel y les dé una vida.
 Así, este caso que tenemos hoy, un homicidio pasional hecho y derecho, en su momento su ruido no se limitó a las detonaciones de la pistola que se usó.
 Todo empezó como empezaron muchas historias en nuestro país: subiendo al barco, aguantando un viaje de varias semanas, y bajando del mismo, instalándose en el algún hotel más o menos bien puesto o en algún conventillo, según las posibilidades de los inmigrantes de aquel entonces.
 En aquellos años antes de que Roca se erigiera Presidente de la República, Buenos Aires aún no era lo que es hoy. Muchos de sus barrios eran pueblos ajenos al ejido de la ciudad, como por ejemplo el actual barrio de Belgrano, que era un pueblo de veraneo, donde pululaban varios hoteles de primera calidad, mansiones con vistas al Río de la Plata, y recovecos ignotos que muchos frecuentaban para no ser captados por la sagaz mirada de algún testigo ocasional.
 Corría el 1878 y una familia alemana constituida por la pareja conyugal y dos niños llegó a nuestra Capital en compañía de un amigo de la misma, y se instalaron en el viejo Hotel de Inmigrantes. Todo anduvo bien durante los primeros días, hasta que al cuarto o quinto, súbitamente, la mujer, Teresa, y el amigo de la familia, Julio, desaparecieron.
 El marido de Teresa la buscó por todos lados. No hubo rincón de Buenos Aires que no hubiera desculado en su afán de encontrar a su mujer, que se había marchado sin los niños y con un embarazo de ocho meses. Aún no había perdido las esperanzas cuando un dato fresco le llegó a la recepción de hotel, provisto por un bávaro coterráneo: su mujer había sido vista en el cercano pueblo de Belgrano en un coqueto y discreto hotel, con nombre de ayudante de Sherlock.
Raudo el marido, que comenzaba a sentir una leve picazón en su cabeza por las protuberancias que incipientemente le empezaban a crecer y le impedirían calzarse el sombrero, se dirigió a ese hotel de buena cepa.
 Allí encontró a Teresa en compañía de Julio, que además de ser el amigo de la familia era su amante. Ella, según cuentan las crónicas de la época, presa del pánico al ver a su esposo en la puerta de la habitación, se subordinó a cualquier cosa que él le dictara.
 El amante de la mujer, al ver que todo se terminaba, que la vida que habría planificado con ella llegaba a su fin, que tal vez todo lo que alguna vez habían planeado no sería más que una expresión de deseo que nunca se cumpliría, tomó una pistola que portaba y le disparó a Teresa en la cabeza, produciéndole la muerte en el acto. Luego se disparó a sí mismo con idéntico resultado.
 Así quedó el nuevo viudo en una habitación desconocida con dos cuerpos ensangrentados. Un médico que se alojaba en el hotel oyó los disparos y se apresuró a practicarle una cesárea a la mujer, para ver si podía salvar a la criatura. No lo logró. El niño murió al día siguiente de nacer.
 Una vez hecha la inspección de la escena del hecho se encontraron sendas cartas de ambos amantes, donde despotricaban contra la vida misma y se manifestaban terminar con sus vidas si todo esto salía a la luz.
 Efectivamente, esa fue la única expresión de deseo que pudieron materializar. Su amor no era para esta vida.
 Nunca se supo qué pasó con el marido y los niños.  El hotel sigue siendo uno de esos lugares de historias misteriosas de Buenos Aires.#

El Hotel de Inmigrantes guarda historias misteriosas de Buenos Aires.
01 ABR 2017 - 21:39

Por Daniel Shulman  /  Psicólogo forense

Uno a veces tiende a creer que los homicidios pasionales son cosa de la Posmodernidad, que como la gente está cada vez más loca (o al menos se tiene esa creencia o percepción distorsionada) la locura se gana más víctimas ahora que antes. Y eso en realidad no es así. O al menos no es tan así como se cree…
 La locura existe desde que el humano es humano, y desde que la cultura es cultura. Y así, con esos dos elementos que no son sin el otro, la locura, siempre a fuerza de balas y acero se ganó alguna que otra víctima. Pero claro, uno se olvida, la gente en general nos olvidamos de estas cosas; son casos que quedan en el olvido, y así como eso sucede y no son reeditados, la imposición del presente nos hace pensar erróneamente acerca del pasado.
 El problema que tenemos con estos casos viejos de los que les hablo es que algunos trascienden y han sido recogidos por la crónica de antaño. Otros, menos conocidos, han quedado en el olvido, ocupando lugar en algún depósito convertidos en expedientes judiciales a la espera de que algún investigador, historiador, o simple curioso, los rescate de ese limbo de tierra y papel y les dé una vida.
 Así, este caso que tenemos hoy, un homicidio pasional hecho y derecho, en su momento su ruido no se limitó a las detonaciones de la pistola que se usó.
 Todo empezó como empezaron muchas historias en nuestro país: subiendo al barco, aguantando un viaje de varias semanas, y bajando del mismo, instalándose en el algún hotel más o menos bien puesto o en algún conventillo, según las posibilidades de los inmigrantes de aquel entonces.
 En aquellos años antes de que Roca se erigiera Presidente de la República, Buenos Aires aún no era lo que es hoy. Muchos de sus barrios eran pueblos ajenos al ejido de la ciudad, como por ejemplo el actual barrio de Belgrano, que era un pueblo de veraneo, donde pululaban varios hoteles de primera calidad, mansiones con vistas al Río de la Plata, y recovecos ignotos que muchos frecuentaban para no ser captados por la sagaz mirada de algún testigo ocasional.
 Corría el 1878 y una familia alemana constituida por la pareja conyugal y dos niños llegó a nuestra Capital en compañía de un amigo de la misma, y se instalaron en el viejo Hotel de Inmigrantes. Todo anduvo bien durante los primeros días, hasta que al cuarto o quinto, súbitamente, la mujer, Teresa, y el amigo de la familia, Julio, desaparecieron.
 El marido de Teresa la buscó por todos lados. No hubo rincón de Buenos Aires que no hubiera desculado en su afán de encontrar a su mujer, que se había marchado sin los niños y con un embarazo de ocho meses. Aún no había perdido las esperanzas cuando un dato fresco le llegó a la recepción de hotel, provisto por un bávaro coterráneo: su mujer había sido vista en el cercano pueblo de Belgrano en un coqueto y discreto hotel, con nombre de ayudante de Sherlock.
Raudo el marido, que comenzaba a sentir una leve picazón en su cabeza por las protuberancias que incipientemente le empezaban a crecer y le impedirían calzarse el sombrero, se dirigió a ese hotel de buena cepa.
 Allí encontró a Teresa en compañía de Julio, que además de ser el amigo de la familia era su amante. Ella, según cuentan las crónicas de la época, presa del pánico al ver a su esposo en la puerta de la habitación, se subordinó a cualquier cosa que él le dictara.
 El amante de la mujer, al ver que todo se terminaba, que la vida que habría planificado con ella llegaba a su fin, que tal vez todo lo que alguna vez habían planeado no sería más que una expresión de deseo que nunca se cumpliría, tomó una pistola que portaba y le disparó a Teresa en la cabeza, produciéndole la muerte en el acto. Luego se disparó a sí mismo con idéntico resultado.
 Así quedó el nuevo viudo en una habitación desconocida con dos cuerpos ensangrentados. Un médico que se alojaba en el hotel oyó los disparos y se apresuró a practicarle una cesárea a la mujer, para ver si podía salvar a la criatura. No lo logró. El niño murió al día siguiente de nacer.
 Una vez hecha la inspección de la escena del hecho se encontraron sendas cartas de ambos amantes, donde despotricaban contra la vida misma y se manifestaban terminar con sus vidas si todo esto salía a la luz.
 Efectivamente, esa fue la única expresión de deseo que pudieron materializar. Su amor no era para esta vida.
 Nunca se supo qué pasó con el marido y los niños.  El hotel sigue siendo uno de esos lugares de historias misteriosas de Buenos Aires.#