Por Daniel Schulman / Psicólogo forense
La Historia Argentina es injusta en algunos casos, con los buenos y con los malos. Así el revisionismo histórico busca darle a los olvidados el lugar que merecen, como así también a los no olvidados, aunque algunos se han encargado de hacerlos trascender injustamente en lugares que no merecen.
Así, muchos de los personajes que pululan entre estas letras y llenan algunas páginas han sido tipos conocidos con un merecido lugar en la historia argentina del crimen, y otros que hemos visto son ignotos sujetos cuyo único mérito para acovacharse en este ámbito fue cometer uno o dos homicidios. De esta manera, uno que descolla y que últimamente anda muy en boga es Robledo Puch, de quien se cree que ha sido el máximo asesino serial de Argentina, con unos 11 homicidios probados. Cuentan igualmente los que saben que este sujeto mató a tres o cuatro más, pero esas muertes no se vincularon a él, y por eso su expediente sólo indica las muertes conocidas.
Pero claro, Robledo Puch tenía una atmósfera que hizo de su caso un caso resonante y resistente al paso del tiempo, porque era un pibe de guita, fachero, que no tenía ningún tipo de carencia económica ni afectiva pero que le pintaba robar y matar. Era un tipo que reunía muchas de las características de la psicopatía pero que venía de ámbitos para nada marginales. Esa combinación es la que lo caracterizó y lo hizo conocido. Hoy en día, lleva 45 años preso (o casi) y es el preso que más tiempo ostenta esa condición en todo nuestro país. Y el debate sobre su posible libertad es algo que está en los titulares.
Igualmente, hoy no le toca a este fulano que hablemos de él. Ya se han encargado unos cuantos otros y lo han hecho muy bien. Hoy quiero hablar del asesino conocido (en su momento) y desconocido para la actualidad, porque a los hijos de puta también vale tenerlos presentes y recordarlos.
Me estoy refiriendo a Francisco Antonio Laureana, violador y homicida de al menos 13 mujeres, entre los años 1974 y 1975, por la zona de San Isidro, coincidiendo en época y lugar con el mencionado Puch.
Laureana era oriundo de la zona de la Mesopotamia Argentina, de la provincia de Corrientes. De esa época de su vida se sabe únicamente que fue seminarista de un colegio de pupilos católicos y del que lo rajaron. Algunas versiones indican que violó y mató a una monja que oficiaba como profesora del mismo, aunque no hay muchos datos más acerca de eso. Lo cierto es que cuando llega a la provincia de Buenos Aires y se instala en el Partido de San Isidro ya tenía varios de sus hábitos antisociales bien establecidos y marcados.
Su ocupación tenía que ver con la artesanía. Aparentemente era bueno con la madera y tallaba figuras de diversas personas conocidas o santos en madera y las vendía en el tren o en comercios que se dedicaran al rubro. Vivía junto a una mujer y todos los días salía a patear la calle y tratar de vender esos menesteres, por lo que su economía siempre estaba apretada, aunque las ventas no eran lo que más motivaban al fulano.
Lo que le interesaba a Laureana era patear la calle y encontrar víctimas vulnerables. Así lo comentó el Maestro Osvaldo Raffo, quien hiciera la autopsia médico-legal del asesino: “Solía elegir mujeres que tomaban sol en las terrazas de los chalés. El sátiro acechaba y luego daba el zarpazo. Era obsesivo y atacaba siempre a la misma hora. En una bota que encontraron en su casa guardaba los objetos que les sacaba a las víctimas. Era un fetichista. Le gustaba volver a la escena del crimen para gozar y rememorar”. Todos sus crímenes los cometió durante la tarde–noche en días miércoles o jueves. Solía andar armado y con los bártulos necesarios para reducir a sus víctimas.
Como pasó con otros varios asesinos o criminales de su calibre, lo agarraron de culo. Hubo un tipo que lo vio cometer uno de sus delitos y Laureana le disparó, creyendo que lo había matado. Pero no fue así. Ese tipo fue el que dio la descripción del asesino y rápidamente su identikit, muy bien logrado, invadió todas las viviendas y comercios de la zona.
Eso no fue obstáculo para que siguiera haciendo de las suyas y siguiera buscando víctimas. No obstante, fue una dulce e inocente nena de unos pocos años quien lo descubrió un día, merodeando por su barrio. Le dijo a la mamá que había un tipo dando vueltas, raro, que se parecía al dibujo que estaba en la heladera. Ahí la madre llamó a la policía y rápidamente hicieron un operativo cerrojo.
Laureana se guardó en un gallinero y fue un perro el que lo batió. Ahí los efectivos ni pensaron en detenerlo: lo mataron en donde lo encontraron. Mucho se dijo luego sobre ese episodio, porque aparentemente el fulano andaba desarmado. Pero bueno, vueltas de la historia, ese fue un punto menor de la cuestión. Lo importante era que Laureana estaba muerto.
Como se dijo más arriba, en una bota en su casa le encontraron efectos personales de sus víctimas. Hubo un latiguillo que se le atribuye. Solía decirle a su mujer que no sacara a los pibes a la calle porque según él había muchos degenerados sueltos.
Como dije antes, la Historia Argentina a veces es muy injusta, con los buenos y con los malos. Y a los hijos de puta hay que recordarlos como se lo merecen. Y Laureana fue uno de ellos.#
Por Daniel Schulman / Psicólogo forense
La Historia Argentina es injusta en algunos casos, con los buenos y con los malos. Así el revisionismo histórico busca darle a los olvidados el lugar que merecen, como así también a los no olvidados, aunque algunos se han encargado de hacerlos trascender injustamente en lugares que no merecen.
Así, muchos de los personajes que pululan entre estas letras y llenan algunas páginas han sido tipos conocidos con un merecido lugar en la historia argentina del crimen, y otros que hemos visto son ignotos sujetos cuyo único mérito para acovacharse en este ámbito fue cometer uno o dos homicidios. De esta manera, uno que descolla y que últimamente anda muy en boga es Robledo Puch, de quien se cree que ha sido el máximo asesino serial de Argentina, con unos 11 homicidios probados. Cuentan igualmente los que saben que este sujeto mató a tres o cuatro más, pero esas muertes no se vincularon a él, y por eso su expediente sólo indica las muertes conocidas.
Pero claro, Robledo Puch tenía una atmósfera que hizo de su caso un caso resonante y resistente al paso del tiempo, porque era un pibe de guita, fachero, que no tenía ningún tipo de carencia económica ni afectiva pero que le pintaba robar y matar. Era un tipo que reunía muchas de las características de la psicopatía pero que venía de ámbitos para nada marginales. Esa combinación es la que lo caracterizó y lo hizo conocido. Hoy en día, lleva 45 años preso (o casi) y es el preso que más tiempo ostenta esa condición en todo nuestro país. Y el debate sobre su posible libertad es algo que está en los titulares.
Igualmente, hoy no le toca a este fulano que hablemos de él. Ya se han encargado unos cuantos otros y lo han hecho muy bien. Hoy quiero hablar del asesino conocido (en su momento) y desconocido para la actualidad, porque a los hijos de puta también vale tenerlos presentes y recordarlos.
Me estoy refiriendo a Francisco Antonio Laureana, violador y homicida de al menos 13 mujeres, entre los años 1974 y 1975, por la zona de San Isidro, coincidiendo en época y lugar con el mencionado Puch.
Laureana era oriundo de la zona de la Mesopotamia Argentina, de la provincia de Corrientes. De esa época de su vida se sabe únicamente que fue seminarista de un colegio de pupilos católicos y del que lo rajaron. Algunas versiones indican que violó y mató a una monja que oficiaba como profesora del mismo, aunque no hay muchos datos más acerca de eso. Lo cierto es que cuando llega a la provincia de Buenos Aires y se instala en el Partido de San Isidro ya tenía varios de sus hábitos antisociales bien establecidos y marcados.
Su ocupación tenía que ver con la artesanía. Aparentemente era bueno con la madera y tallaba figuras de diversas personas conocidas o santos en madera y las vendía en el tren o en comercios que se dedicaran al rubro. Vivía junto a una mujer y todos los días salía a patear la calle y tratar de vender esos menesteres, por lo que su economía siempre estaba apretada, aunque las ventas no eran lo que más motivaban al fulano.
Lo que le interesaba a Laureana era patear la calle y encontrar víctimas vulnerables. Así lo comentó el Maestro Osvaldo Raffo, quien hiciera la autopsia médico-legal del asesino: “Solía elegir mujeres que tomaban sol en las terrazas de los chalés. El sátiro acechaba y luego daba el zarpazo. Era obsesivo y atacaba siempre a la misma hora. En una bota que encontraron en su casa guardaba los objetos que les sacaba a las víctimas. Era un fetichista. Le gustaba volver a la escena del crimen para gozar y rememorar”. Todos sus crímenes los cometió durante la tarde–noche en días miércoles o jueves. Solía andar armado y con los bártulos necesarios para reducir a sus víctimas.
Como pasó con otros varios asesinos o criminales de su calibre, lo agarraron de culo. Hubo un tipo que lo vio cometer uno de sus delitos y Laureana le disparó, creyendo que lo había matado. Pero no fue así. Ese tipo fue el que dio la descripción del asesino y rápidamente su identikit, muy bien logrado, invadió todas las viviendas y comercios de la zona.
Eso no fue obstáculo para que siguiera haciendo de las suyas y siguiera buscando víctimas. No obstante, fue una dulce e inocente nena de unos pocos años quien lo descubrió un día, merodeando por su barrio. Le dijo a la mamá que había un tipo dando vueltas, raro, que se parecía al dibujo que estaba en la heladera. Ahí la madre llamó a la policía y rápidamente hicieron un operativo cerrojo.
Laureana se guardó en un gallinero y fue un perro el que lo batió. Ahí los efectivos ni pensaron en detenerlo: lo mataron en donde lo encontraron. Mucho se dijo luego sobre ese episodio, porque aparentemente el fulano andaba desarmado. Pero bueno, vueltas de la historia, ese fue un punto menor de la cuestión. Lo importante era que Laureana estaba muerto.
Como se dijo más arriba, en una bota en su casa le encontraron efectos personales de sus víctimas. Hubo un latiguillo que se le atribuye. Solía decirle a su mujer que no sacara a los pibes a la calle porque según él había muchos degenerados sueltos.
Como dije antes, la Historia Argentina a veces es muy injusta, con los buenos y con los malos. Y a los hijos de puta hay que recordarlos como se lo merecen. Y Laureana fue uno de ellos.#