Editorial / Inclusión social o neoliberalismo, esa es la cuestión

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26 OCT 2019 - 20:42 | Actualizado

Esta noche debería nacer un nuevo país. Uno mejor de verdad. Uno que contenga a muchos más argentinos que el actual. Uno que saque del pozo a los que se cayeron dentro. Uno que le diga al neoliberalismo que no es bienvenido. Nunca más. No, al menos, con esa voracidad por vaciar los bolsillos de los que menos tienen en nombre de un “mercado” que exige siempre lo mismo: ajuste, ajuste y más ajuste.

La Argentina ha soportado en toda su historia decenas de “crisis terminales”. Siempre se ha levantado y vuelto a resurgir. Y luego de unos años, como un adicto que nunca termina de recuperarse, otra vez cae en el vicio. En todos estos ciclos, siempre el neoliberalismo o los distintos gobiernos embanderados detrás de esa teoría económica fueron los que dieron el último gran empujón para que el pueblo caiga de bruces contra el piso.

La única verdad

No es verdad como han venido sosteniendo falsamente los últimos representantes del neoliberalismo -haciendo repetir como loros a sus votantes más incautos- que la culpa de los problemas argentinos han sido “los 70 años de peronismo” (o el “populismo”, como también les gusta decir a otros).

No es verdad, entre otras razones, porque ni siquiera se pusieron a sacar cuentas. En esas siete décadas hubo más de 40 años de gobiernos militares y no peronistas. Ninguno terminó bien y tampoco ninguno logró igualar los estados de bienestar social que generaron los distintos formatos con los que el peronismo gobernó la Argentina en distintas épocas.

Esa “verdad” instalada y repetida con la fuerza de un dogma es, sencillamente, una falacia. Por supuesto que el peronismo también ha sido responsable de algunos males de este país, pero ningún otro movimiento político y social se contrapuso de la manera que lo hizo a los efectos nocivos del neoliberalismo.

La opción neoliberal nunca fue un remedio para las crisis argentinas. Es más, siempre terminó siendo un cáncer que consumió lentamente todas las conquistas sociales de los sectores más desprotegidos, como ocurrió en los últimos cuatro años.

¿Pobreza cero?

Las estadísticas son frías, no siempre están en línea con las cuestiones políticas pero siempre dicen mucho. En 1974, por ejemplo, la Argentina atravesaba una década violenta. Lo peor no había pasado pero se anticipaba una etapa negra. Sin embargo, el país gobernado por el peronismo tenía una pobreza inferior al 5%.

Casi treinta años después, tras atravesar una dictadura atroz, recuperar la democracia, alternar gobiernos de radicalismo socialdemócrata, peronismo neoliberal y una Alianza inútil que terminó de hundir el país con Fernando De la Rúa y Domingo Cavallo a la cabeza, el 59,3% de los argentinos quedó sumido en la pobreza.

Los doce años de kirchnerismo tuvieron de todo, menos neoliberalismo. Hubo desendeudamiento, crecimiento del empleo y una prometedora expansión de la pequeña y mediana industria. También hubo una corrupción enquistada que, lejos de ser un tema menor, fue mostrada por la oposición con “realidad aumentada” no para combatirla sino para bajarle el precio a los logros de esa etapa peronista. En ese período, la pobreza bajó hasta el 26,9%. Pero no fue suficiente.

Entonces volvió el neoliberalismo disfrazado de republicanismo y todo volvió a foja cero. En menos de cuatro años, la alianza Cambiemos llevó la pobreza al 35,2%. Y esa tasa será mucho mayor cuando el año próximo se conozcan los efectos que dejó la crisis causada por Mauricio Macri tras su derrota en las PASO. Muy probablemente ya esté gobernando el peronismo pero igual se seguirán pagando las cuotas que habrá dejado el “cambio”.

Capitalismo progresista

Hoy los argentinos votarán por un nuevo país. Y ese nuevo país deberá tener mucho más que el principio básico del peronismo: la justicia social.

Hay muchos ejemplos, acá cerca y allá lejos, de gobiernos que ofrecen opciones al neoliberalismo salvaje. Hay “capitalismos progresistas” (como los llama el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz). Y también esquemas económicos más heterodoxos que no creen que el ajuste por el ajuste mismo sea un solución a nada, que no demonizan el rol del Estado y del gasto público, y que son socialmente más incluyentes. Algo de todo eso deberá tener el nuevo país que se comenzará a alumbrar esta noche.

Hay que mirar un poco al barrio latinoamericano para entender lo que está pasando y lo que reclaman los pueblos. La última asonada social en Chile se explica por la inequidad social del neoliberalismo chileno. El brutal giro a la derecha de Brasil y Ecuador representa algo parecido. Venezuela, en las antípodas, es otro claro ejemplo de que los extremos siempre son malos.

Uruguay y Bolivia, aún con sus problemas y limitaciones, siguen manteniendo a la inclusión social como una herramienta fundamental de desarrollo humano y equidad social.

Atentos al discurso

Claro que el camino hasta el 10 de diciembre no será sencillo, ni mucho menos. No tendrá ninguna rosa sino puras espinas. Y dependerá, entre otras cosas, del discurso que dé el que resulte derrotado esta noche cuando se confirmen los resultados. Lo que diga será clave para saber si lo que viene a partir de mañana es una transición ordenada en medio de una profunda crisis. O si el cambio de época será peligrosamente traumático.

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26 OCT 2019 - 20:42

Esta noche debería nacer un nuevo país. Uno mejor de verdad. Uno que contenga a muchos más argentinos que el actual. Uno que saque del pozo a los que se cayeron dentro. Uno que le diga al neoliberalismo que no es bienvenido. Nunca más. No, al menos, con esa voracidad por vaciar los bolsillos de los que menos tienen en nombre de un “mercado” que exige siempre lo mismo: ajuste, ajuste y más ajuste.

La Argentina ha soportado en toda su historia decenas de “crisis terminales”. Siempre se ha levantado y vuelto a resurgir. Y luego de unos años, como un adicto que nunca termina de recuperarse, otra vez cae en el vicio. En todos estos ciclos, siempre el neoliberalismo o los distintos gobiernos embanderados detrás de esa teoría económica fueron los que dieron el último gran empujón para que el pueblo caiga de bruces contra el piso.

La única verdad

No es verdad como han venido sosteniendo falsamente los últimos representantes del neoliberalismo -haciendo repetir como loros a sus votantes más incautos- que la culpa de los problemas argentinos han sido “los 70 años de peronismo” (o el “populismo”, como también les gusta decir a otros).

No es verdad, entre otras razones, porque ni siquiera se pusieron a sacar cuentas. En esas siete décadas hubo más de 40 años de gobiernos militares y no peronistas. Ninguno terminó bien y tampoco ninguno logró igualar los estados de bienestar social que generaron los distintos formatos con los que el peronismo gobernó la Argentina en distintas épocas.

Esa “verdad” instalada y repetida con la fuerza de un dogma es, sencillamente, una falacia. Por supuesto que el peronismo también ha sido responsable de algunos males de este país, pero ningún otro movimiento político y social se contrapuso de la manera que lo hizo a los efectos nocivos del neoliberalismo.

La opción neoliberal nunca fue un remedio para las crisis argentinas. Es más, siempre terminó siendo un cáncer que consumió lentamente todas las conquistas sociales de los sectores más desprotegidos, como ocurrió en los últimos cuatro años.

¿Pobreza cero?

Las estadísticas son frías, no siempre están en línea con las cuestiones políticas pero siempre dicen mucho. En 1974, por ejemplo, la Argentina atravesaba una década violenta. Lo peor no había pasado pero se anticipaba una etapa negra. Sin embargo, el país gobernado por el peronismo tenía una pobreza inferior al 5%.

Casi treinta años después, tras atravesar una dictadura atroz, recuperar la democracia, alternar gobiernos de radicalismo socialdemócrata, peronismo neoliberal y una Alianza inútil que terminó de hundir el país con Fernando De la Rúa y Domingo Cavallo a la cabeza, el 59,3% de los argentinos quedó sumido en la pobreza.

Los doce años de kirchnerismo tuvieron de todo, menos neoliberalismo. Hubo desendeudamiento, crecimiento del empleo y una prometedora expansión de la pequeña y mediana industria. También hubo una corrupción enquistada que, lejos de ser un tema menor, fue mostrada por la oposición con “realidad aumentada” no para combatirla sino para bajarle el precio a los logros de esa etapa peronista. En ese período, la pobreza bajó hasta el 26,9%. Pero no fue suficiente.

Entonces volvió el neoliberalismo disfrazado de republicanismo y todo volvió a foja cero. En menos de cuatro años, la alianza Cambiemos llevó la pobreza al 35,2%. Y esa tasa será mucho mayor cuando el año próximo se conozcan los efectos que dejó la crisis causada por Mauricio Macri tras su derrota en las PASO. Muy probablemente ya esté gobernando el peronismo pero igual se seguirán pagando las cuotas que habrá dejado el “cambio”.

Capitalismo progresista

Hoy los argentinos votarán por un nuevo país. Y ese nuevo país deberá tener mucho más que el principio básico del peronismo: la justicia social.

Hay muchos ejemplos, acá cerca y allá lejos, de gobiernos que ofrecen opciones al neoliberalismo salvaje. Hay “capitalismos progresistas” (como los llama el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz). Y también esquemas económicos más heterodoxos que no creen que el ajuste por el ajuste mismo sea un solución a nada, que no demonizan el rol del Estado y del gasto público, y que son socialmente más incluyentes. Algo de todo eso deberá tener el nuevo país que se comenzará a alumbrar esta noche.

Hay que mirar un poco al barrio latinoamericano para entender lo que está pasando y lo que reclaman los pueblos. La última asonada social en Chile se explica por la inequidad social del neoliberalismo chileno. El brutal giro a la derecha de Brasil y Ecuador representa algo parecido. Venezuela, en las antípodas, es otro claro ejemplo de que los extremos siempre son malos.

Uruguay y Bolivia, aún con sus problemas y limitaciones, siguen manteniendo a la inclusión social como una herramienta fundamental de desarrollo humano y equidad social.

Atentos al discurso

Claro que el camino hasta el 10 de diciembre no será sencillo, ni mucho menos. No tendrá ninguna rosa sino puras espinas. Y dependerá, entre otras cosas, del discurso que dé el que resulte derrotado esta noche cuando se confirmen los resultados. Lo que diga será clave para saber si lo que viene a partir de mañana es una transición ordenada en medio de una profunda crisis. O si el cambio de época será peligrosamente traumático.


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