El 8 de marzo va más allá de los husos horarios

En eso de que no se sabe dónde estaremos mañana, qué haremos, o incluso qué haremos en la misma fecha el próximo año, me encontró este 8 de marzo entre Atocha y Plaza España.

09 MAR 2020 - 9:15 | Actualizado

Por Daniela Patricia Almirón (*)

Especial para Jornada

Twitter:@almirond

La agenda comenzó el 7 a la noche, en Plaza del Sol, con una “cacerolada” de reclamo y reivindicación. Cientos de personas, convocadas por las mujeres de violeta. El plan continuaba el 8 con desayunos y almuerzos comunitarios en diferentes plazas de Madrid.

Los husos horarios no rigen para el 8 de marzo de conmemoración del día internacional de la mujer. Seremos diferentes por diversos factores en las latitudes del planeta, y somos mujeres. Color, lengua, contextura física, pobreza, riqueza, en paz, dentro de una guerra, religiones, ojos, cabellos, manos, vientres, energía.

¿Qué nos une el 8 de marzo a todas las mujeres del mundo?

Así comencé el recorrido desde la plaza del barrio de Lavapiés, y encontré las primeras jóvenes con violeta en el cuerpo, dispuestas a contarme de qué se trataba este día. Subí hacia la plaza de Tirso de Molina por la calle de Jesús y María. La feria habitual de los domingos, llena de flores, tenía un matiz diferente. Los libreros autodenominados comunistas de la organización que se ocupan de sus presos, me cuentan por qué irán a la marcha. Dicen que a las mujeres nos une el camino de la emancipación y que no mueran más por la violencia masculina. Sobre una mesa, exhiben y venden los libros escritos por quienes están privados de libertad, y con lo que recaudan los ayudan.

Hugo y su madre tienen un puesto con venta de camisetas, vinchas, prendedores, pañuelos alusivos al 8M. Hugo dice “que a las mujeres hoy nos une el hastío por el maltrato de los hombres, la injusticia social sufrida diariamente, las agresiones sexuales, hoy están unidas porque son conscientes que sin ellas no podemos hacer nada.”

Desde Tirso me encaminé hacia Sol y de ahí hacia Atocha. Ya empezaban a llegar. El violeta es la marca registrada, hombres y mujeres de todas las franjas etarias, niños y niñas. Es una verdadera fiesta inclusiva. Se escuchan diferentes lenguas y acentos en esta multiculturalidad madrileña. Escucho mis sonidos queridos latinoamericanos. Un picnic de amigas, que se vinieron preparadas con todo, incluido el licor de vainilla para el café que traen en un termo. Conocen la Patagonia, una de ellas me evoca las ballenas y nuestras bellezas naturales. Son docentes, enfermeras, jubiladas, ¡son amigas! Dicen que nos une la desigualdad, los asesinatos, la opresión del patriarcado, el apoyo y la sororidad.

En diferentes puntos, al lado de Atocha con el maravilloso edificio detrás que supo de violencia y espanto, unos conjuntos de chicas bailan salsa, tiene un grupo de baile LGTB, porque descreen que “los chicos tienen que guiar a las chicas, y se puede bailar de otras formas”.

Otro grupo son las “mujeres titiriterAs”, cada una de ellas tiene en sus manos lo que sería el sexo femenino, con el que interpretan y representan canciones de rock. Tienen emprendimientos diferentes e individuales, aunque se han unido para avanzar juntas usando el arte como forma de decir y exponer.

Banderas, pancartas, sombreros, polleras de tul, falsos tatoos en violeta y con símbolos alusivos al día. De camino a Plaza España, ya en la marcha, me encuentro con una señora boliviana, que busca a su grupo y sus cholitas, lleva pañuelo y brillantina violeta en el pelo. Más adelante me encontraré con las mujeres que hacen danza tribal, y luego con una batucada.

Carteles y más carteles, leyendas, mensajes, ideas, música, baile.

En Plaza España, Berta de Guatemala se ha sentado en la parada del bus que no transita porque las calles están “avioletadas”. Me cuenta que está descansando porque caminó mucho, luce su pañuelo violeta y me dice que a las mujeres “nos une la valentía, la fuerza de ser mujer y la misma búsqueda de lo que queremos realizar en nuestra vida, y sobre todo el sentirnos respetadas y queridas como mujeres que somos”. Me conmueve su dulzura y seguridad. A nuestro lado está José, que me pregunta quién soy y de dónde, y acepta la entrevista. Dice que viene todos los años, su mujer no está bien de salud, y el viene porque “cree que es obligación de todo ciudadano apoyar, porque gracias a vosotras estamos aquí todos.”

El Paseo del Prado se ha vestido de violeta, de emoción, de genuinidad. Ahí está la estatua de Velázquez contemplando, seguro que pintaría unas Meninas violetas. Creo que Velázquez quizás se prendería a la movilización, porque imposible es abstraerse, soslayar esa energía contundente y unida.

(*) Abogada y mediadora

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09 MAR 2020 - 9:15

Por Daniela Patricia Almirón (*)

Especial para Jornada

Twitter:@almirond

La agenda comenzó el 7 a la noche, en Plaza del Sol, con una “cacerolada” de reclamo y reivindicación. Cientos de personas, convocadas por las mujeres de violeta. El plan continuaba el 8 con desayunos y almuerzos comunitarios en diferentes plazas de Madrid.

Los husos horarios no rigen para el 8 de marzo de conmemoración del día internacional de la mujer. Seremos diferentes por diversos factores en las latitudes del planeta, y somos mujeres. Color, lengua, contextura física, pobreza, riqueza, en paz, dentro de una guerra, religiones, ojos, cabellos, manos, vientres, energía.

¿Qué nos une el 8 de marzo a todas las mujeres del mundo?

Así comencé el recorrido desde la plaza del barrio de Lavapiés, y encontré las primeras jóvenes con violeta en el cuerpo, dispuestas a contarme de qué se trataba este día. Subí hacia la plaza de Tirso de Molina por la calle de Jesús y María. La feria habitual de los domingos, llena de flores, tenía un matiz diferente. Los libreros autodenominados comunistas de la organización que se ocupan de sus presos, me cuentan por qué irán a la marcha. Dicen que a las mujeres nos une el camino de la emancipación y que no mueran más por la violencia masculina. Sobre una mesa, exhiben y venden los libros escritos por quienes están privados de libertad, y con lo que recaudan los ayudan.

Hugo y su madre tienen un puesto con venta de camisetas, vinchas, prendedores, pañuelos alusivos al 8M. Hugo dice “que a las mujeres hoy nos une el hastío por el maltrato de los hombres, la injusticia social sufrida diariamente, las agresiones sexuales, hoy están unidas porque son conscientes que sin ellas no podemos hacer nada.”

Desde Tirso me encaminé hacia Sol y de ahí hacia Atocha. Ya empezaban a llegar. El violeta es la marca registrada, hombres y mujeres de todas las franjas etarias, niños y niñas. Es una verdadera fiesta inclusiva. Se escuchan diferentes lenguas y acentos en esta multiculturalidad madrileña. Escucho mis sonidos queridos latinoamericanos. Un picnic de amigas, que se vinieron preparadas con todo, incluido el licor de vainilla para el café que traen en un termo. Conocen la Patagonia, una de ellas me evoca las ballenas y nuestras bellezas naturales. Son docentes, enfermeras, jubiladas, ¡son amigas! Dicen que nos une la desigualdad, los asesinatos, la opresión del patriarcado, el apoyo y la sororidad.

En diferentes puntos, al lado de Atocha con el maravilloso edificio detrás que supo de violencia y espanto, unos conjuntos de chicas bailan salsa, tiene un grupo de baile LGTB, porque descreen que “los chicos tienen que guiar a las chicas, y se puede bailar de otras formas”.

Otro grupo son las “mujeres titiriterAs”, cada una de ellas tiene en sus manos lo que sería el sexo femenino, con el que interpretan y representan canciones de rock. Tienen emprendimientos diferentes e individuales, aunque se han unido para avanzar juntas usando el arte como forma de decir y exponer.

Banderas, pancartas, sombreros, polleras de tul, falsos tatoos en violeta y con símbolos alusivos al día. De camino a Plaza España, ya en la marcha, me encuentro con una señora boliviana, que busca a su grupo y sus cholitas, lleva pañuelo y brillantina violeta en el pelo. Más adelante me encontraré con las mujeres que hacen danza tribal, y luego con una batucada.

Carteles y más carteles, leyendas, mensajes, ideas, música, baile.

En Plaza España, Berta de Guatemala se ha sentado en la parada del bus que no transita porque las calles están “avioletadas”. Me cuenta que está descansando porque caminó mucho, luce su pañuelo violeta y me dice que a las mujeres “nos une la valentía, la fuerza de ser mujer y la misma búsqueda de lo que queremos realizar en nuestra vida, y sobre todo el sentirnos respetadas y queridas como mujeres que somos”. Me conmueve su dulzura y seguridad. A nuestro lado está José, que me pregunta quién soy y de dónde, y acepta la entrevista. Dice que viene todos los años, su mujer no está bien de salud, y el viene porque “cree que es obligación de todo ciudadano apoyar, porque gracias a vosotras estamos aquí todos.”

El Paseo del Prado se ha vestido de violeta, de emoción, de genuinidad. Ahí está la estatua de Velázquez contemplando, seguro que pintaría unas Meninas violetas. Creo que Velázquez quizás se prendería a la movilización, porque imposible es abstraerse, soslayar esa energía contundente y unida.

(*) Abogada y mediadora


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