Mano a mano con el escultor Milton Frintt

Es de Trelew y abrió las puertas de su casa para dar a conocer su arte. Su pensamiento y la problemática cultural de nuestro tiempo.

03 OCT 2020 - 18:55 | Actualizado

El escultor Milton Frintt. Sus obras decoran cada espacio en su morada. Ante él, su escultura “Vista al Sur”.

Por Martín Tacón

La árida meseta fue la roca, la cultura el cincel. Moldeado en la Patagonia inhóspita, el escultor Milton Frintt representa al artista de nuestra tierra. Vive en Trelew, custodiado por dos efigies que reposan sobre el umbral de su morada. Su casa esconde auténticas reliquias de museo. Con sus manos ásperas y livianas, cancheras para el manejo del cincel y los fierros, se aferra al mate casi como a la vida. Sus modales son aún más finos, y no esconde nunca la sonrisa.

“Me dicen hacedor de cultura, debe andar por ahí cerca”, dice precavidamente. La primera intuición es invocar a Apolo, el dios de las bellas artes. La pregunta es primordial: ¿Qué significa el arte para usted, maestro?

Frintt entorna los ojos. “El arte es algo que profesa cualquier humano”, dice pensativo, como si escudriñara difusas figuras en el aire. Intenta explicar lo inefable, la esencia primaria que da razón a la expresión del alma. Para averiguarlo, le es inevitable recorrer los oscuros pasillos del pasado. Reconoce personajes de leyenda; rememora a Don Domingo Cogo, maestro golondrina de escuelas rurales, trayendo al sur remoto la cultura agrícola ganadera de Buenos Aires. Fue su maestro en la escuela de Chacay Oeste, número 63, lugar que vería florecer su vocación.

“El pequeño del interior sueña rápido –dice Frintt, memorioso–, su imaginario lo lleva a entender realidades de ciudades que no conoce, pero sí las percibe”. Así, en su tierna infancia, vislumbró el vasto mundo, que exploraría muchos años después.

Para entender el arte, se remonta a los orígenes. Los ciclos de la vida, la conducta y la disciplina. “Soy de sangre gringa en parte, pero mi madre es criolla cruzada con mapuches de la Araucanía”, dice, y en su expresión deja ver un rastro de linaje ancestral. Se descubre junto a sus padres gauchos, de quienes heredaría la pasión por la piedra.

Aquel Frintt, el pequeño de la meseta chubutense, bebiendo discusiones de casa, de escuela y de paisanos, deambulando la vida tropezó cara a cara con la virulenta realidad argentina. “En la pobreza aprendí que acá no hay un problema económico: hay un problema de conducta cultural. Así llega el crecimiento, uno se arma para un futuro que ya está estructurado. Luego, lo cultural pasa a ser parte de lo artístico”.

La forma de la piedra

Antes de esculpir la roca, Milton Frintt esculpió su cuerpo. Fue boxeador entre los años 78 y 79. No fue un azar, sino una consecuencia de su crianza. “No se cascotea fácil a quien entiende de brutalidad”, dice.

La mente del artista, acostumbrada al imaginario, se reinventa para desenvolver nuevas estrategias: reducir el golpe rival para producir, con su propio golpe, una ganancia en combate.

“Estas cosas te ubican en tiempo y forma, porque la vida también tiene estos avatares violentos, tristes o alegres, que se deducen de la derrota o la victoria”.

En la simbiosis entre la música y la escultura, logró el objetivo humano: traducir la historia del pequeño aprendiz para definir la matriz del pensamiento.

No hay nada que sus manos no sean capaces de hacer. “Me crié en escuelas que tenían como símbolo aprender de todo un poco. Traducida en el tiempo, son las escuelas del arte y el oficio”. Lo dice aun inmerso en un pasado remoto, y rápidamente vuelve al presente impertérrito. “En la realidad actual seguimos discutiendo lo mismo; es importante que el arte y el oficio vayan de la mano”.

Cuando el artista, ya experimentado, superó las fases del neófito, en su interior se irguió majestuosa la figura del maestro. “Sin querer, uno acaba siendo un ideólogo político multifacético”. Ante los discípulos, Frintt comprende el desdoblamiento que supone la enseñanza, pues el artista que proyecta sus ideales ve en otros su propio pensamiento.

“Los tiempos me han dado un enriquecimiento cultural interesante. Los que andamos en el arte nunca nos damos satisfechos, pero estoy agradecido de que la amplitud de mi trabajo haya llegado a un símbolo relacionado con la amistad y el compromiso con la cultura”, dice holgadamente.

Los desafíos y el perfeccionamiento de la técnica, en sintonía con su refinada obra, encuentran la continua evolución. Distintos escenarios y distintas historias. Junto al devenir artístico creció, lenta pero hondamente, un perfil político.

“Soy un político de raza, porque crecí en la necesidad tratando de encontrar soluciones”. Recuerda su afiliación al partido radical en los albores de la década del 80. No obstante, no se define como radical, ni como peronista, ni como comunista –“no existe en nuestra región un denominador común”, explica–, sino que su veta política halla un cauce conciliador: la cultura como medio de estabilización.

Alguna vez, ciertos partidos creyeron que podían llevarlo de arrastre como pegatina de cartel, pero su corazón fue más fuerte. “Yo pego mi propio cartel, porque mi sabiduría está más allá de las causas de un partido político. La cultura es la que debe proveer de conocimiento, sabiduría y respeto. Ahí están los valores”.

Escultor de su mente

El trabajo del Hombre en la roca data de eras prehistóricas. La nebulosa del tiempo dejó atrás las costumbres escultóricas. Desde el siglo XXI, Frintt persevera en un oficio casi arcaico. Allí radica el poder y la convicción de su trabajo.

“La piedra es un material noble y excede a los mortales. Los animales prehistóricos se volvieron piedra. Nuestras piedras seguirán siendo piedras, eso quiere decir que el pensamiento tallado en la piedra seguirá siendo pensamiento”. El artista tiene, por naturaleza, tendencia a la ambición y al egoísmo. Pero el sabio también conoce su finitud: “Uno podría estar bañado en oro, pero el cuerpo tiene un tiempo de vida. Mi trabajo está para ser estudiado, interpretado o traducido en el momento que corresponda, o en aquella humanidad en la que yo haya desaparecido”.

Frintt posa su mirada sobre un pedestal. En él descansa su escultura Vista al Sur. “El arte no tiene edad –dice Frintt contemplando la figura–, es una cosa que nace a cualquier hora”. La escultura representa una mirada desde el Río Colorado hacia el sur, la Patagonia, tierra yerma y baldía que representa para Frintt el mundo entero. “Yo siempre hablé celosamente y con orgullo de la Patagonia. Mi escultura ‘El Desprotegido’ la tallé para el suceso de Gastre, cuando se quería poner el repositorio nuclear. Es un originario en modo reflexivo, en la meditación de qué significaba para él tener algo que podía destruir su tierra”.

Un espíritu en lucha se alzó poco a poco en la madurez de su obra. “Mis obras tienen una visión de mensaje”, dice convencido. Cada escultura de Frintt es un puñetazo al racismo y la violencia contra los pueblos originarios, una patada a la desigualdad estructural.

Desde el ring hasta la roca, es un eterno luchador. Su primer trabajo en la piedra fue, también, una postura desafiante. “Un día de lluvia en el umbral de casa, el peón, que conocía a mi padre, me desafió. Me dijo: ‘Pensar que tu padre es tan buen escultor y vos no servís para una mierda’. Y yo le dije: ‘Vas a ver que te hago ese sapo que ves ahí’. Busqué una piedra y le hice el sapo. Cuando él volvió, me dijo: ‘pasó tu viejo’; no lo podía creer”.

Entre sapos y caballos, su obra alcanzó al fin el monumento: su descomunal obra a Juan Galo de Lavalle, que hoy descansa en la escuela homónima del Chacay.

El artista y sus círculos

En sus inicios, de técnica previsiblemente caricaturesca, el artista necesitó de un ambiente idóneo para codearse con sus pares. En el 82, es contratado en Rawson para una obra del escultor Horacio Mallo y el pintor Miguel Ángel Guereña. El trabajo en bajorrelieve aún reside en Casa de Gobierno y se denomina Madre Patagonia. “Allí entendí cuál era el estilo de generar esculturas formalizando la estética humana”. En la práctica creció la avidez: la figura humana resultó insuficiente, interesaba que la obra estuviera tallada con distintas facetas de una historia.

“Incursioné como su hubiese sido un escultor-poeta”, dice. El correr de los años y el roce con otros artistas dieron pie a su actual estilo. Su trabajo incluyó el monumento “Pueblo Originario” –yace frente al Museo de Artes Visuales–, que emerge de un cultrún, una mujer mapuche y un hombre tehuelche; y “El Beato”, dedicada a Ceferino Namuncurá, que evita la mirada del catolicismo y hace foco en ojos del originario.

En la tentativa de eludir una persecución comercial, Frintt prorrumpe con el concepto de arte por el arte. “Es la polémica sana para discutir en estos tiempos. Mis obras, más que un sentido filosófico, tienen un sentido de aplicación necesario. Tal vez haya gente que pueda volcarse comercialmente, pero quizá pierda el otro valor: el arte técnico, histórico, que dé el convencimiento de la realización y que no deje una respuesta en blanco”.

Para Frintt es importante que cada obra cierre el contexto de un mensaje, para que la siguiente pueda vivir de forma autónoma. El instinto lo llevó así –junto a su hermano “Tito Picapedrero”– al descubrimiento de enormes rocas en playa Cangrejales, perfectas para la idea que crecía en su mente. “Encontrarse con el material adecuado es sinónimo de la creación artística cultural. Fue la conjunción de la piedra y el trabajo pensado”. El feroz trabajo en la roca y la lucha inclemente contra viento y marea, dieron forma a los esplendorosos rostros que ahora duermen bajo el sol costero, al sur de Playa Magagna. Violentas olas castigan día y noche, pero los gráciles semblantes del “Tehuelche” y la “Galesa” persisten, incólumes.

Ecos patagónicos

“Siempre fue mi sueño que los pueblos originarios tengan su campo de acción en la cosmovisión”, dice Frintt. Se esfuerza por cumplirlo continuamente con su desempeño en el Cañadón del Arte y en el rehue de pueblos originarios frente al Centro Astronómico. “Lo que viene es fortalecer el espíritu de encontrarnos con predios para el trabajo cultural a cielo abierto”.

Su trabajo ha cobrado cierto renombre en el murmuro artístico. Su desembarco en Punta del Este y Cosquín dieron talla a su figura pública. “En Cosquín hice la escultura ‘La hermanita perdida’ en honor a Atahualpa. El intercambio cultural a través de la escultura y la peña dieron un impacto importante. La obra quedó al lado del escenario mayor. Es mi forma de proyectar la Patagonia”.

La curiosidad por los pueblos originarios llevó a Frintt al descubrimiento de la tierra primitiva. Sus viajes son un instrumento de amplitud intelectual. “Yo quería saber cómo se fueron relacionando las migratorias culturales. Había que buscar los indicios. Las provincias del norte las recorrimos paso a paso. En la parte incaica, en Machu Pichu, llegamos al centro del imperio que deduce la infraestructura minúscula aplicada en la zona de Laguna Fría, Bajada del Diablo y Chacay Oeste. Todo es parte de una cultura ancestral engrosada en aquellos puntos”.

De pie en el corazón del origen, comprendió la realidad de nuestros días. “Ahí está lo que nos pasa a nosotros como sociedad. El político está inducido para cumplir una función; no es lo mismo ser funcionario que funcional. Cuando la política está lograda desde lo artístico, la profundidad de concepto va más allá. Por eso siempre choca mucho lo que dicen los artistas”.

En su espíritu conviven en armonía la expresión del alma –artística– y la expresión del método –política. “Cuando el humano está en la capacidad de enseñar, es porque ha recepcionado muchas cosas, hasta el punto de entender cuál es la manera de expresar para ser interpretado. Yo puedo saber mucho sobre escultura, pero si no lo sé traducir queda encerrado en mí”.

El Frintt autodidacta, el que siente, percibe y sueña, se presiente apartado por los estamentos culturales estatales. “No hay que perder la autenticidad, que es la creatividad autóctona de una región con historia. Es necesario instalarla. Cuando se dice: ¿por qué los indios no tienen la tierra o por qué las legislaciones no los reconocieron? El gaucho vive marginal, imposible que institucionalice una ley. Es una campana menos, su cultura no es traducible a la imprenta. Cuando se dice: Clarín miente. No, cada uno hace su juego. El tema es interpretar cuál es el juego de uno y otro”.

Época de escombros

“Creo firmemente que en toda persona hay un artista. Solo hay que vivirlo para darse cuenta”. Profesa el arte como filosofía de vida y como vehículo de búsqueda interior. En pos de la incansable búsqueda del estilo personal, reclama: “Es importante cuando los artistas abren su corazón y su roce empieza a tener sentido en la discusión de la mesa chica con los distintos sectores del arte patagónico”.

Este año de pandemia le otorgó una visión empática. “El 2020 ha sacado lo mejor y lo peor de cada uno, así es la lógica de estos tiempos”. Lo que queda, según Frintt, dará pie a un reordenamiento. “La vida loca a la que nos lleva el centralismo comercial del mundo, hace que nos olvidemos del humano”.

“Nos merecemos trabajar en la palabra empatía”, dice el escultor. “No podemos hacernos ver en este tiempo de escombros; tenemos que reordenar la capacidad intelectual de las personas”.

En su nostálgica y profunda erudición, defiende la cultura de origen. “Podríamos ser auténticos –dice Frintt–, pero los que gobiernan y quienes circundan han venido de otros lugares”. La aplicación es etérea, no real. La pregunta primordial se profundiza: ¿Qué formaría usted como evocador cultural, maestro? “Gente que empiece a entender sus bases culturales reales, entonces entenderás cuál es la percepción del trabajo para el futuro de nuestra región. Si nos manejan culturas de afuera, el sentimiento está con liviandad”.

Y ¿qué siente usted al ver los tejemanejes de nuestra provincia? “La educación es un punto, pero la educación no mueve a la cultura. La cultura va primero, porque es del pueblo. Desde 1492 se usan los espejitos de colores. De eso se hace una idolatría. Seguimos usando ídolos que ya no existen. El problema es que hay vivos que usan la teoría de los que están muertos, y lo hacen para beneficio propio, comprando voluntades. En la venta de tu voluntad está la corrupción. Solo el trabajo cultural devela las complicaciones sociales”.#

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03 OCT 2020 - 18:55

El escultor Milton Frintt. Sus obras decoran cada espacio en su morada. Ante él, su escultura “Vista al Sur”.

Por Martín Tacón

La árida meseta fue la roca, la cultura el cincel. Moldeado en la Patagonia inhóspita, el escultor Milton Frintt representa al artista de nuestra tierra. Vive en Trelew, custodiado por dos efigies que reposan sobre el umbral de su morada. Su casa esconde auténticas reliquias de museo. Con sus manos ásperas y livianas, cancheras para el manejo del cincel y los fierros, se aferra al mate casi como a la vida. Sus modales son aún más finos, y no esconde nunca la sonrisa.

“Me dicen hacedor de cultura, debe andar por ahí cerca”, dice precavidamente. La primera intuición es invocar a Apolo, el dios de las bellas artes. La pregunta es primordial: ¿Qué significa el arte para usted, maestro?

Frintt entorna los ojos. “El arte es algo que profesa cualquier humano”, dice pensativo, como si escudriñara difusas figuras en el aire. Intenta explicar lo inefable, la esencia primaria que da razón a la expresión del alma. Para averiguarlo, le es inevitable recorrer los oscuros pasillos del pasado. Reconoce personajes de leyenda; rememora a Don Domingo Cogo, maestro golondrina de escuelas rurales, trayendo al sur remoto la cultura agrícola ganadera de Buenos Aires. Fue su maestro en la escuela de Chacay Oeste, número 63, lugar que vería florecer su vocación.

“El pequeño del interior sueña rápido –dice Frintt, memorioso–, su imaginario lo lleva a entender realidades de ciudades que no conoce, pero sí las percibe”. Así, en su tierna infancia, vislumbró el vasto mundo, que exploraría muchos años después.

Para entender el arte, se remonta a los orígenes. Los ciclos de la vida, la conducta y la disciplina. “Soy de sangre gringa en parte, pero mi madre es criolla cruzada con mapuches de la Araucanía”, dice, y en su expresión deja ver un rastro de linaje ancestral. Se descubre junto a sus padres gauchos, de quienes heredaría la pasión por la piedra.

Aquel Frintt, el pequeño de la meseta chubutense, bebiendo discusiones de casa, de escuela y de paisanos, deambulando la vida tropezó cara a cara con la virulenta realidad argentina. “En la pobreza aprendí que acá no hay un problema económico: hay un problema de conducta cultural. Así llega el crecimiento, uno se arma para un futuro que ya está estructurado. Luego, lo cultural pasa a ser parte de lo artístico”.

La forma de la piedra

Antes de esculpir la roca, Milton Frintt esculpió su cuerpo. Fue boxeador entre los años 78 y 79. No fue un azar, sino una consecuencia de su crianza. “No se cascotea fácil a quien entiende de brutalidad”, dice.

La mente del artista, acostumbrada al imaginario, se reinventa para desenvolver nuevas estrategias: reducir el golpe rival para producir, con su propio golpe, una ganancia en combate.

“Estas cosas te ubican en tiempo y forma, porque la vida también tiene estos avatares violentos, tristes o alegres, que se deducen de la derrota o la victoria”.

En la simbiosis entre la música y la escultura, logró el objetivo humano: traducir la historia del pequeño aprendiz para definir la matriz del pensamiento.

No hay nada que sus manos no sean capaces de hacer. “Me crié en escuelas que tenían como símbolo aprender de todo un poco. Traducida en el tiempo, son las escuelas del arte y el oficio”. Lo dice aun inmerso en un pasado remoto, y rápidamente vuelve al presente impertérrito. “En la realidad actual seguimos discutiendo lo mismo; es importante que el arte y el oficio vayan de la mano”.

Cuando el artista, ya experimentado, superó las fases del neófito, en su interior se irguió majestuosa la figura del maestro. “Sin querer, uno acaba siendo un ideólogo político multifacético”. Ante los discípulos, Frintt comprende el desdoblamiento que supone la enseñanza, pues el artista que proyecta sus ideales ve en otros su propio pensamiento.

“Los tiempos me han dado un enriquecimiento cultural interesante. Los que andamos en el arte nunca nos damos satisfechos, pero estoy agradecido de que la amplitud de mi trabajo haya llegado a un símbolo relacionado con la amistad y el compromiso con la cultura”, dice holgadamente.

Los desafíos y el perfeccionamiento de la técnica, en sintonía con su refinada obra, encuentran la continua evolución. Distintos escenarios y distintas historias. Junto al devenir artístico creció, lenta pero hondamente, un perfil político.

“Soy un político de raza, porque crecí en la necesidad tratando de encontrar soluciones”. Recuerda su afiliación al partido radical en los albores de la década del 80. No obstante, no se define como radical, ni como peronista, ni como comunista –“no existe en nuestra región un denominador común”, explica–, sino que su veta política halla un cauce conciliador: la cultura como medio de estabilización.

Alguna vez, ciertos partidos creyeron que podían llevarlo de arrastre como pegatina de cartel, pero su corazón fue más fuerte. “Yo pego mi propio cartel, porque mi sabiduría está más allá de las causas de un partido político. La cultura es la que debe proveer de conocimiento, sabiduría y respeto. Ahí están los valores”.

Escultor de su mente

El trabajo del Hombre en la roca data de eras prehistóricas. La nebulosa del tiempo dejó atrás las costumbres escultóricas. Desde el siglo XXI, Frintt persevera en un oficio casi arcaico. Allí radica el poder y la convicción de su trabajo.

“La piedra es un material noble y excede a los mortales. Los animales prehistóricos se volvieron piedra. Nuestras piedras seguirán siendo piedras, eso quiere decir que el pensamiento tallado en la piedra seguirá siendo pensamiento”. El artista tiene, por naturaleza, tendencia a la ambición y al egoísmo. Pero el sabio también conoce su finitud: “Uno podría estar bañado en oro, pero el cuerpo tiene un tiempo de vida. Mi trabajo está para ser estudiado, interpretado o traducido en el momento que corresponda, o en aquella humanidad en la que yo haya desaparecido”.

Frintt posa su mirada sobre un pedestal. En él descansa su escultura Vista al Sur. “El arte no tiene edad –dice Frintt contemplando la figura–, es una cosa que nace a cualquier hora”. La escultura representa una mirada desde el Río Colorado hacia el sur, la Patagonia, tierra yerma y baldía que representa para Frintt el mundo entero. “Yo siempre hablé celosamente y con orgullo de la Patagonia. Mi escultura ‘El Desprotegido’ la tallé para el suceso de Gastre, cuando se quería poner el repositorio nuclear. Es un originario en modo reflexivo, en la meditación de qué significaba para él tener algo que podía destruir su tierra”.

Un espíritu en lucha se alzó poco a poco en la madurez de su obra. “Mis obras tienen una visión de mensaje”, dice convencido. Cada escultura de Frintt es un puñetazo al racismo y la violencia contra los pueblos originarios, una patada a la desigualdad estructural.

Desde el ring hasta la roca, es un eterno luchador. Su primer trabajo en la piedra fue, también, una postura desafiante. “Un día de lluvia en el umbral de casa, el peón, que conocía a mi padre, me desafió. Me dijo: ‘Pensar que tu padre es tan buen escultor y vos no servís para una mierda’. Y yo le dije: ‘Vas a ver que te hago ese sapo que ves ahí’. Busqué una piedra y le hice el sapo. Cuando él volvió, me dijo: ‘pasó tu viejo’; no lo podía creer”.

Entre sapos y caballos, su obra alcanzó al fin el monumento: su descomunal obra a Juan Galo de Lavalle, que hoy descansa en la escuela homónima del Chacay.

El artista y sus círculos

En sus inicios, de técnica previsiblemente caricaturesca, el artista necesitó de un ambiente idóneo para codearse con sus pares. En el 82, es contratado en Rawson para una obra del escultor Horacio Mallo y el pintor Miguel Ángel Guereña. El trabajo en bajorrelieve aún reside en Casa de Gobierno y se denomina Madre Patagonia. “Allí entendí cuál era el estilo de generar esculturas formalizando la estética humana”. En la práctica creció la avidez: la figura humana resultó insuficiente, interesaba que la obra estuviera tallada con distintas facetas de una historia.

“Incursioné como su hubiese sido un escultor-poeta”, dice. El correr de los años y el roce con otros artistas dieron pie a su actual estilo. Su trabajo incluyó el monumento “Pueblo Originario” –yace frente al Museo de Artes Visuales–, que emerge de un cultrún, una mujer mapuche y un hombre tehuelche; y “El Beato”, dedicada a Ceferino Namuncurá, que evita la mirada del catolicismo y hace foco en ojos del originario.

En la tentativa de eludir una persecución comercial, Frintt prorrumpe con el concepto de arte por el arte. “Es la polémica sana para discutir en estos tiempos. Mis obras, más que un sentido filosófico, tienen un sentido de aplicación necesario. Tal vez haya gente que pueda volcarse comercialmente, pero quizá pierda el otro valor: el arte técnico, histórico, que dé el convencimiento de la realización y que no deje una respuesta en blanco”.

Para Frintt es importante que cada obra cierre el contexto de un mensaje, para que la siguiente pueda vivir de forma autónoma. El instinto lo llevó así –junto a su hermano “Tito Picapedrero”– al descubrimiento de enormes rocas en playa Cangrejales, perfectas para la idea que crecía en su mente. “Encontrarse con el material adecuado es sinónimo de la creación artística cultural. Fue la conjunción de la piedra y el trabajo pensado”. El feroz trabajo en la roca y la lucha inclemente contra viento y marea, dieron forma a los esplendorosos rostros que ahora duermen bajo el sol costero, al sur de Playa Magagna. Violentas olas castigan día y noche, pero los gráciles semblantes del “Tehuelche” y la “Galesa” persisten, incólumes.

Ecos patagónicos

“Siempre fue mi sueño que los pueblos originarios tengan su campo de acción en la cosmovisión”, dice Frintt. Se esfuerza por cumplirlo continuamente con su desempeño en el Cañadón del Arte y en el rehue de pueblos originarios frente al Centro Astronómico. “Lo que viene es fortalecer el espíritu de encontrarnos con predios para el trabajo cultural a cielo abierto”.

Su trabajo ha cobrado cierto renombre en el murmuro artístico. Su desembarco en Punta del Este y Cosquín dieron talla a su figura pública. “En Cosquín hice la escultura ‘La hermanita perdida’ en honor a Atahualpa. El intercambio cultural a través de la escultura y la peña dieron un impacto importante. La obra quedó al lado del escenario mayor. Es mi forma de proyectar la Patagonia”.

La curiosidad por los pueblos originarios llevó a Frintt al descubrimiento de la tierra primitiva. Sus viajes son un instrumento de amplitud intelectual. “Yo quería saber cómo se fueron relacionando las migratorias culturales. Había que buscar los indicios. Las provincias del norte las recorrimos paso a paso. En la parte incaica, en Machu Pichu, llegamos al centro del imperio que deduce la infraestructura minúscula aplicada en la zona de Laguna Fría, Bajada del Diablo y Chacay Oeste. Todo es parte de una cultura ancestral engrosada en aquellos puntos”.

De pie en el corazón del origen, comprendió la realidad de nuestros días. “Ahí está lo que nos pasa a nosotros como sociedad. El político está inducido para cumplir una función; no es lo mismo ser funcionario que funcional. Cuando la política está lograda desde lo artístico, la profundidad de concepto va más allá. Por eso siempre choca mucho lo que dicen los artistas”.

En su espíritu conviven en armonía la expresión del alma –artística– y la expresión del método –política. “Cuando el humano está en la capacidad de enseñar, es porque ha recepcionado muchas cosas, hasta el punto de entender cuál es la manera de expresar para ser interpretado. Yo puedo saber mucho sobre escultura, pero si no lo sé traducir queda encerrado en mí”.

El Frintt autodidacta, el que siente, percibe y sueña, se presiente apartado por los estamentos culturales estatales. “No hay que perder la autenticidad, que es la creatividad autóctona de una región con historia. Es necesario instalarla. Cuando se dice: ¿por qué los indios no tienen la tierra o por qué las legislaciones no los reconocieron? El gaucho vive marginal, imposible que institucionalice una ley. Es una campana menos, su cultura no es traducible a la imprenta. Cuando se dice: Clarín miente. No, cada uno hace su juego. El tema es interpretar cuál es el juego de uno y otro”.

Época de escombros

“Creo firmemente que en toda persona hay un artista. Solo hay que vivirlo para darse cuenta”. Profesa el arte como filosofía de vida y como vehículo de búsqueda interior. En pos de la incansable búsqueda del estilo personal, reclama: “Es importante cuando los artistas abren su corazón y su roce empieza a tener sentido en la discusión de la mesa chica con los distintos sectores del arte patagónico”.

Este año de pandemia le otorgó una visión empática. “El 2020 ha sacado lo mejor y lo peor de cada uno, así es la lógica de estos tiempos”. Lo que queda, según Frintt, dará pie a un reordenamiento. “La vida loca a la que nos lleva el centralismo comercial del mundo, hace que nos olvidemos del humano”.

“Nos merecemos trabajar en la palabra empatía”, dice el escultor. “No podemos hacernos ver en este tiempo de escombros; tenemos que reordenar la capacidad intelectual de las personas”.

En su nostálgica y profunda erudición, defiende la cultura de origen. “Podríamos ser auténticos –dice Frintt–, pero los que gobiernan y quienes circundan han venido de otros lugares”. La aplicación es etérea, no real. La pregunta primordial se profundiza: ¿Qué formaría usted como evocador cultural, maestro? “Gente que empiece a entender sus bases culturales reales, entonces entenderás cuál es la percepción del trabajo para el futuro de nuestra región. Si nos manejan culturas de afuera, el sentimiento está con liviandad”.

Y ¿qué siente usted al ver los tejemanejes de nuestra provincia? “La educación es un punto, pero la educación no mueve a la cultura. La cultura va primero, porque es del pueblo. Desde 1492 se usan los espejitos de colores. De eso se hace una idolatría. Seguimos usando ídolos que ya no existen. El problema es que hay vivos que usan la teoría de los que están muertos, y lo hacen para beneficio propio, comprando voluntades. En la venta de tu voluntad está la corrupción. Solo el trabajo cultural devela las complicaciones sociales”.#


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