Anuario 2020: los Cedrón, una familia arrasada por el virus

El coronavirus se llevó a Nicolás, el padre, y a Graciela y Luisa, dos de sus hijas. Juan, otro hermano, necesitó respirador y 17 días de sueño inducido, pero sobrevivió. Un relato de un hogar quebrado por el Covid pero que quiere sobreponerse a fuerza de solidaridad colectiva y de luchas personales.

30 DIC 2020 - 18:29 | Actualizado

Nicolás Cedrón era el padre de Graciela y Luisa. En semanas, a los tres se los llevó el Covid-19, en una de las historias más duras de 2020. Eran de una humilde familia del barrio Jorge Newbery de Comodoro Rivadavia. Juan, un tercer hermano, estuvo internado, muy grave y con respirador. Sobrevivió.

El hogar no volverá jamás a ser el mismo. Parece una película de horror. La tragedia los golpea hace tiempo. Romina, una de las hermanas menores que vivía en Caleta Olivia, sufrió un ACV hace nueve años. Tras varios días de internación y con muerte cerebral, falleció y se donaron sus órganos. Aún hoy la familia busca a esas familias.

Nicolás, el padre, era un “paisano” belenista de pura cepa; exsuboficial de policía y con una cepa norteña indiscutida que lo convirtió en un referente de lo provinciano. Fue alma mater de la creación del Centro Catamarqueño y del Centro Belenista; amante del folclore; de las peñas y de las tradiciones. Fue vocero de las múltiples actividades para recaudar fondos y levantar “ladrillo por ladrillo” una sede propia. Solícito y bonachón, don Cedrón se relacionaba con los medios a su manera, con generosidad ofreciendo empanadas y porciones de locro a quienes difundían comunicados. En lo familiar fue el pilar indiscutido y un “relacionista público” que amaba los encuentros, las largas sobremesas y los asados.

Su adiós, el 12 de setiembre dejó en muchos de sus vecinos de Sarmiento al 2.000, una sensación irreparable: la de un hombre bueno al que nadie pudo despedir como merecía.

A sólo tres días falleció Graciela, empleada municipal en la Secretaría de Desarrollo Humano y Familia. Y la tarde del martes 22 partió Luisa Cedrón, de 50 años recién cumplidos y hermana mayor, una hacedora social identificada con los colores del club Jorge Newbery. Vivía enfrente del playón del barrio San Cayetano. Se recuerda su trabajo desinteresado en organizar cumpleaños y Días del Niño a pura generosidad. Era inspectora de tránsito. Llegó a vacacionar en México, invitada por el futbolista Pablo “Pitu” Barrientos, tan hincha aeronauta como ella. Sus restos desfilaron por última vez por “La Madriguera”, la cancha de Newbery en la que transcurrió gran parte de su vida.

El sobreviviente

Juan la peleó en una cama de la Asociación Española de Socorros Mutuos. Presidente de la Peña de Boca Juniors, fue pilar en Comodoro RC, en Astra, y es chofer de transporte en la industria petrolera. Lo rodearon alientos en redes sociales y cadenas de oración. Un ACV antes de su hisopado positivo fue un factor de riesgo.

Necesita apretar los puños para cuidar a su pequeño hijo, su madre Carmen y los hermanos que quedan, Esther y Ricardo, buscando respuestas que jamás llegarán. Le contó a Jornada que en terapia “me dormí con una imagen y me desperté sin una parte de mi familia”. Durmió 17 días y perdió 25 kilos. Antes, sólo pidió “que le den un beso a su hijo” si no despertaba.

Debió reiniciarse: caminar desde cero y administrar sus movimientos. Volvió a la casa de su familia para acompañar. “Es dolorosa la recuperación, siento que un camión me pasó por encima. Me costó levantarme porque duele hasta salir del coma y que te saquen el respirador y las mangueras”.

Ser deportista lo ayudó. “Voy a seguir haciéndolo porque me salvó, como me dijeron los médicos. Nunca fumé; no tengo ninguna otra enfermedad y resistieron mis pulmones porque nunca tuve nada. Tenía un 90% de flema y fue lo que más me complicó. Me había aislado por mi hermana Luisa que se había contagiado no sabemos cómo. El día que falleció mi viejo yo estaba inconsciente; no sé cómo entraron a mi departamento. Estuve dos horas en la ambulancia hasta ver dónde me llevaban. Pasé seis horas en la Clínica del Valle; una noche en el Regional y después me trasladaron a La Española por suerte y por tener obra social”.

Cedrón afrontó con crudeza el primer pronóstico: “Te tengo que dormir pero no te garantizo nada”. Contó que “tenía buena salud y por eso no corrí la mala suerte del resto de mi familia. Mi papá se estaba dializando y eso no lo ayudó; Graciela tenía diabetes igual que Luisa, la primera en internarse, a quien también iban a empezar a hacer diálisis. Ella había salido, le sacaron el respirador pero le agarró un paro. Cuando me desperté recién me enteré que se habían ido”.

Perdió masa muscular y sufre además de los dolores físicos, los del alma. “Duele todo, no sé cómo acostarme y pararme. Trato de hacer ejercicio y camino; va a venir una kinesióloga para rehabilitarme y me dan proteínas. Los pulmones quedaron bien; pasé la tomografía y las pruebas de COVID”.

Su ACV de junio sólo le dejó secuelas en el brazo y en el ojo izquierdo. “Perder a tres miembros de la familia es un dolor muchísimo grande que el corporal. La enfermedad vino sola, no hubo ninguna fiesta como dijeron. Mis viejos son grandes; tenían diabetes e hipertensión y siempre tratamos de cuidarlos. Yo casi ni venía a visitarlos: pasaba; saludaba y me iba”.

Pesebre homenaje

Luisa Cedrón organizaba cada año un pesebre viviente en el Playón de su barrio, el San Cayetano. La idea era enseñar a compartir el espíritu de las Fiestas con los vecinos. Sin pedírselo, colaboraron los comercios del barrio, su ejército de amigos; los conocidos del club Jorge Newbery y los hermanos Barrientos; su numerosa familia y hasta compañeros de Tránsito Municipal. Todo era boca a boca. Los chicos se sorprendían por un regalo en medio de la nada; un Papa Noel y algún pequeño agasajo.

Le decían la “Loca” y estaba orgullosa. Porque alteraba todo a su paso y torcía el rumbo a las cosas sacándole lo positivo. Con un plus para arremangarse y colaborar, nunca miró de reojo la necesidad de los demás. A Luisa no le importó su salud deteriorada ni consumir su tiempo libre trabajando para los demás o cocinando en la Olla Popular desde “La Madriguera”.

Esta vez hubo silencios largos, pocas lágrimas y un compromiso que su propia sangre considera una herencia. Fabián Ritossa, hijo de Luisa, decidió reconvertir el dolor en fiesta. “Agradezco a toda la gente que nos ayudó. Mi vieja hizo esto desde hace 21 años y ésta vez me tocó a mí y a mis hermanos. Hay que seguir en la lucha”, dijo al tomar la posta del Pesebre barrial.

El playón deportivo del barrio que defendía a capa y espada; en el que jugaron sus hijos y en el que solía pasarse muchas horas del día, llevará su nombre. “Veníamos siempre de pibitos, a esta canchita que siempre mantuvo y nos inculcó como nuestra”. Estuvieron los chicos, los disfraces, los regalos, Los Reyes y Papa Noel, juntos más allá del calendario. Choripanes y hamburguesas. “Trajimos corderos y caballos que siempre gestionaba mi mamá. Los agasajamos con muchos regalos”, cuenta Fabián. “Toda la familia acompañó. Hay que rescatar lo bueno. Siempre le decíamos que se cuidara por su salud pero nunca dejó de hacer. Hay que dar una mano siempre. Tenemos que continuar con esto, que ella hacía de manera desinteresada y que le gustaba tanto. Siempre ayudó mucho sin preguntar nunca nada”. “El año que viene será mejor”, decía Luisa en un video que resguardan sus hijos en el último Pesebre que organizó. No fue una despedida sino una posta.#

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30 DIC 2020 - 18:29

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El hogar no volverá jamás a ser el mismo. Parece una película de horror. La tragedia los golpea hace tiempo. Romina, una de las hermanas menores que vivía en Caleta Olivia, sufrió un ACV hace nueve años. Tras varios días de internación y con muerte cerebral, falleció y se donaron sus órganos. Aún hoy la familia busca a esas familias.

Nicolás, el padre, era un “paisano” belenista de pura cepa; exsuboficial de policía y con una cepa norteña indiscutida que lo convirtió en un referente de lo provinciano. Fue alma mater de la creación del Centro Catamarqueño y del Centro Belenista; amante del folclore; de las peñas y de las tradiciones. Fue vocero de las múltiples actividades para recaudar fondos y levantar “ladrillo por ladrillo” una sede propia. Solícito y bonachón, don Cedrón se relacionaba con los medios a su manera, con generosidad ofreciendo empanadas y porciones de locro a quienes difundían comunicados. En lo familiar fue el pilar indiscutido y un “relacionista público” que amaba los encuentros, las largas sobremesas y los asados.

Su adiós, el 12 de setiembre dejó en muchos de sus vecinos de Sarmiento al 2.000, una sensación irreparable: la de un hombre bueno al que nadie pudo despedir como merecía.

A sólo tres días falleció Graciela, empleada municipal en la Secretaría de Desarrollo Humano y Familia. Y la tarde del martes 22 partió Luisa Cedrón, de 50 años recién cumplidos y hermana mayor, una hacedora social identificada con los colores del club Jorge Newbery. Vivía enfrente del playón del barrio San Cayetano. Se recuerda su trabajo desinteresado en organizar cumpleaños y Días del Niño a pura generosidad. Era inspectora de tránsito. Llegó a vacacionar en México, invitada por el futbolista Pablo “Pitu” Barrientos, tan hincha aeronauta como ella. Sus restos desfilaron por última vez por “La Madriguera”, la cancha de Newbery en la que transcurrió gran parte de su vida.

El sobreviviente

Juan la peleó en una cama de la Asociación Española de Socorros Mutuos. Presidente de la Peña de Boca Juniors, fue pilar en Comodoro RC, en Astra, y es chofer de transporte en la industria petrolera. Lo rodearon alientos en redes sociales y cadenas de oración. Un ACV antes de su hisopado positivo fue un factor de riesgo.

Necesita apretar los puños para cuidar a su pequeño hijo, su madre Carmen y los hermanos que quedan, Esther y Ricardo, buscando respuestas que jamás llegarán. Le contó a Jornada que en terapia “me dormí con una imagen y me desperté sin una parte de mi familia”. Durmió 17 días y perdió 25 kilos. Antes, sólo pidió “que le den un beso a su hijo” si no despertaba.

Debió reiniciarse: caminar desde cero y administrar sus movimientos. Volvió a la casa de su familia para acompañar. “Es dolorosa la recuperación, siento que un camión me pasó por encima. Me costó levantarme porque duele hasta salir del coma y que te saquen el respirador y las mangueras”.

Ser deportista lo ayudó. “Voy a seguir haciéndolo porque me salvó, como me dijeron los médicos. Nunca fumé; no tengo ninguna otra enfermedad y resistieron mis pulmones porque nunca tuve nada. Tenía un 90% de flema y fue lo que más me complicó. Me había aislado por mi hermana Luisa que se había contagiado no sabemos cómo. El día que falleció mi viejo yo estaba inconsciente; no sé cómo entraron a mi departamento. Estuve dos horas en la ambulancia hasta ver dónde me llevaban. Pasé seis horas en la Clínica del Valle; una noche en el Regional y después me trasladaron a La Española por suerte y por tener obra social”.

Cedrón afrontó con crudeza el primer pronóstico: “Te tengo que dormir pero no te garantizo nada”. Contó que “tenía buena salud y por eso no corrí la mala suerte del resto de mi familia. Mi papá se estaba dializando y eso no lo ayudó; Graciela tenía diabetes igual que Luisa, la primera en internarse, a quien también iban a empezar a hacer diálisis. Ella había salido, le sacaron el respirador pero le agarró un paro. Cuando me desperté recién me enteré que se habían ido”.

Perdió masa muscular y sufre además de los dolores físicos, los del alma. “Duele todo, no sé cómo acostarme y pararme. Trato de hacer ejercicio y camino; va a venir una kinesióloga para rehabilitarme y me dan proteínas. Los pulmones quedaron bien; pasé la tomografía y las pruebas de COVID”.

Su ACV de junio sólo le dejó secuelas en el brazo y en el ojo izquierdo. “Perder a tres miembros de la familia es un dolor muchísimo grande que el corporal. La enfermedad vino sola, no hubo ninguna fiesta como dijeron. Mis viejos son grandes; tenían diabetes e hipertensión y siempre tratamos de cuidarlos. Yo casi ni venía a visitarlos: pasaba; saludaba y me iba”.

Pesebre homenaje

Luisa Cedrón organizaba cada año un pesebre viviente en el Playón de su barrio, el San Cayetano. La idea era enseñar a compartir el espíritu de las Fiestas con los vecinos. Sin pedírselo, colaboraron los comercios del barrio, su ejército de amigos; los conocidos del club Jorge Newbery y los hermanos Barrientos; su numerosa familia y hasta compañeros de Tránsito Municipal. Todo era boca a boca. Los chicos se sorprendían por un regalo en medio de la nada; un Papa Noel y algún pequeño agasajo.

Le decían la “Loca” y estaba orgullosa. Porque alteraba todo a su paso y torcía el rumbo a las cosas sacándole lo positivo. Con un plus para arremangarse y colaborar, nunca miró de reojo la necesidad de los demás. A Luisa no le importó su salud deteriorada ni consumir su tiempo libre trabajando para los demás o cocinando en la Olla Popular desde “La Madriguera”.

Esta vez hubo silencios largos, pocas lágrimas y un compromiso que su propia sangre considera una herencia. Fabián Ritossa, hijo de Luisa, decidió reconvertir el dolor en fiesta. “Agradezco a toda la gente que nos ayudó. Mi vieja hizo esto desde hace 21 años y ésta vez me tocó a mí y a mis hermanos. Hay que seguir en la lucha”, dijo al tomar la posta del Pesebre barrial.

El playón deportivo del barrio que defendía a capa y espada; en el que jugaron sus hijos y en el que solía pasarse muchas horas del día, llevará su nombre. “Veníamos siempre de pibitos, a esta canchita que siempre mantuvo y nos inculcó como nuestra”. Estuvieron los chicos, los disfraces, los regalos, Los Reyes y Papa Noel, juntos más allá del calendario. Choripanes y hamburguesas. “Trajimos corderos y caballos que siempre gestionaba mi mamá. Los agasajamos con muchos regalos”, cuenta Fabián. “Toda la familia acompañó. Hay que rescatar lo bueno. Siempre le decíamos que se cuidara por su salud pero nunca dejó de hacer. Hay que dar una mano siempre. Tenemos que continuar con esto, que ella hacía de manera desinteresada y que le gustaba tanto. Siempre ayudó mucho sin preguntar nunca nada”. “El año que viene será mejor”, decía Luisa en un video que resguardan sus hijos en el último Pesebre que organizó. No fue una despedida sino una posta.#


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